domingo, 5 de julio de 2009

¿Debemos abandonar el euro?


05-07-2009
Ignacio Escañuela Romano
Rebelión

En 1925, el Reino Unido decide volver al patrón oro al tipo de cambio vigente antes de 1914. Como los precios ingleses habían aumentado más rápidamente que en el conjunto de países, la sobre-evaluación de la libra era, al menos, de un 10%.

La economía británica se comportó exactamente tal y como predice la teoría económica, y no como los políticos de la época deseaban. Los precios estuvieron bajo una presión deflacionaria y el desempleo se mantuvo a alto nivel, las exportaciones flojearon y las reservas de oro escasearon. Todo concluyó cuando la realidad fue más tozuda que los políticos: en septiembre de 1931 Gran Bretaña tuvo que salir del patrón oro y devaluar su moneda. Pero el coste había sido alto en términos del sufrimiento de la población desempleada o subempleada.

La economía no se comporta tal y como deseamos, sino que sigue regularidades y leyes a cuyo cumplimiento no podemos escapar. Ahora mismo, estamos inmersos en una recesión mundial, y la crisis económica española se desarrolla de un modo similar a la de otros países europeos. Sin embargo, existe un factor que impone un límite a nuestra capacidad de crecer en los próximos años y que hará que tengamos una recesión más larga y una recuperación más decepcionante. Se trata del enorme déficit exterior de la economía española. La causa de este desequilibrio radica en que España ha mantenido una inflación más alta al mismo tiempo que, al introducirse en la unión monetaria que es la zona euro, ha cedido la posibilidad de desarrollar una política monetaria y cambiaria propia.

En este sentido, nuestra decisión de perder la moneda nacional para compartir el euro fue tomada por cuestiones políticas, y no por razones económicas. La zona euro no es una unión monetaria óptima por dos razones bien conocidas: los intercambios comerciales entre los países de la zona, en relación con la renta nacional anual, son relativamente bajos; y los movimientos de factores productivos entre países son relativamente pequeños. Especialmente en lo que se refiere a la mano de obra, que en muy pocos casos se mueve de un país a otro para buscar trabajo o una remuneración más alta.

El problema puede ser cuantificado con exactitud cuando observamos los valores medios del período comprendido entre enero de 1999 (creación del euro) y diciembre de 2008. España tiene una apertura comercial media del 42’9% del PIB y centra sus intercambios comerciales en la Unión Europea y, principalmente, en los países de la zona euro: el 60% del total de exportaciones e importaciones. Pero nuestros intercambios comerciales no son equilibrados: el déficit comercial ha rondado el –7’3% del PIB. España podría hacer frente al déficit comercial manteniendo un superávit compensatorio en otras partidas, para lograr así un equilibrio en la suma de las balanzas por cuenta corriente y de capital. Esto no sucede, ya que este saldo ha sido de un –5’05% PIB, lo que ha impulsado nuestra deuda neta hacia el exterior hasta un 80% del PIB. En diez años, esa deuda se ha triplicado en términos relativos.

Ya he señalado que la causa de nuestro déficit es el diferencial de inflación que hemos ido manteniendo respecto a los países del euro, y, en general, en relación con el conjunto de la Unión Europea y los países desarrollados. Nuestros precios han crecido en diez años alrededor de un 15% más (más aun respecto a algunos países clave en nuestros intercambios: un 22% sobre los precios alemanes, un 20% sobre los franceses), lo que ha estimulado las importaciones y dificultado las exportaciones. A lo anterior se añade el hecho de que nuestra capacidad de crecimiento a largo plazo es pequeña, pues todos los estudios indican que España destaca por el estancamiento de su productividad de los factores. Por ejemplo, un informe de la OCDE señala que entre 1991 y 2005 fuimos el único país de la OCDE que vio descender su productividad.

En consecuencia, no logramos vender nuestros productos y servicios y nuestro ahorro es insuficiente, lo que nos obliga a endeudarnos. Pero ninguna economía puede mantener indefinidamente esta situación. Conforme la posición deudora nacional aumenta, el inversor percibe que hay mayor riesgo y exige el pago de un tipo de interés más alto, por lo que crece el coste exigido. Esto es válido tanto para la deuda privada, como la pública. En el segundo trimestre de 2009, la diferencia entre el tipo de interés ofrecido por las obligaciones (deuda pública) a diez años españolas y el correspondiente a las alemanas ha rondado el 0’70%, a pesar de que ambos países comparten moneda.

Por lo tanto, España necesita aumentar sus exportaciones netas. Ahora bien, no disponemos de una moneda nacional, luego el ajuste no puede venir por el lado de una depreciación de nuestra moneda. Tampoco podemos recurrir a ayudas del presupuesto de la Unión Europea, ya que éste, en términos relativos, es irrelevante. En consecuencia, si nuestros precios han crecido alrededor de un 15% por encima de los de los países con los que comerciamos, ahora deben descender. De hecho, los precios españoles relativos a los del conjunto de la Unión Económica y Monetaria llevan cayendo desde octubre de 2008. Pero este ajuste no es indoloro, sino que se basa en la imposición de restricciones a la financiación a empresas y familias, lo que genera el derrumbe de la demanda interior y la producción. El principal resultado es la escalada del paro y de las situaciones de subempleo: jornadas laborales inestables, salarios de miseria, carencia de contrato.

¿Qué opciones tenemos?. Podríamos salir del euro y dejar flotar la peseta, pero el coste sería excesivo: una depreciación generaría el aumento equivalente en el valor real de la deuda que mantenemos frente al exterior, así como el brusco crecimiento en el coste exigido por nuevas emisiones de deuda pública o privada. La otra posibilidad es gestionar la deflación relativa respecto al resto de países de la zona euro. Para ello, sería necesario llegar a un pacto social en el que se reduzcan los costes y excedentes empresariales para impedir los niveles de desempleo que España tiene. En ese gran pacto, la introducción de un programa de renta básica, financiado mediante impuestos directos y progresivos, sería la pieza clave. No podemos seguir ajustando nuestros precios mediante la expulsión masiva de trabajadores de sus puestos de trabajo, condenándolos a vivir por debajo de los umbrales de pobreza. En este caso, sería preferible dejar la zona euro.

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