lunes, 31 de agosto de 2009

La CIA simuló ejecuciones en los interrogatorios


Un informe sobre malos tratos a presos detalla nuevos métodos de tortura.
Cepillos de púas y ahogamientos
Un informe norteamericano sobre los malos tratos y torturas a presos detalla los nuevos métodos de tortura de la CIA

28 de agosto de 2009
DAVID ALANDETE - Washington

Presos ridiculizados, forzados a llevar pañales, arrastrados por el suelo y lavados por soldados que utilizan cepillos de púas para abrasarles la piel. Detenidos que tienen que respirar el humo de un puro durante cinco minutos seguidos y aguantar altas temperaturas mientras se vierte agua caliente sobre su cuerpo durante 15 minutos. Amenazas de violación contra la madre de un preso y de muerte contra los hijos de otro. Supuestos terroristas a los que se hace creer que, mientras son interrogados, se ha ejecutado a un compañero de cautiverio en una celda contigua.

Es parte del catálogo de los abusos de la CIA, el relato del martirio de los detenidos por Estados Unidos e interrogados por esa agencia en cárceles en el extranjero, entre 2002 y 2003. Un año después, el inspector general de la CIA abrió una investigación exhaustiva, en la que se confirmó que se emplearon técnicas no aprobadas específicamente por el Departamento de Justicia bajo el mandato de George Bush.

Gracias a una demanda de la Asociación de Libertades Civiles de América, un juez federal de Nueva York ordenó su desclasificación el lunes pasado. La revelación de estos oscuros detalles llegó el mismo día en que el fiscal general de Estados Unidos, Eric Holder, anunció que encargaría a un fiscal que investigara si agentes de la CIA incurrieron en abusos a presos en otros casos investigados por la oficina de control ético del Departamento de Justicia.

Contra Abd al Rahim al Nashiri, preso en Guantánamo, miembro saudí de Al Qaeda y supuesto autor intelectual del ataque contra el destructor USS Cole en 2000, en el que murieron 17 marinos, se probó todo tipo de técnicas. Cuando estaba esposado, luciendo únicamente una capucha, "un interrogador usó una pistola semiautomática no cargada como medio para asustarle", según el informe. Además, "entró en su celda y enchufó un taladro".

Las amenazas de taladrarle el cuerpo o dispararle no eran descabelladas en aquel ambiente enrarecido. En al menos una ocasión, los agentes de la CIA fingieron una ejecución sumaria. Uno de ellos disparó un arma en el pasillo, fuera de la sala de interrogatorios. Otros agentes gritaron, fingiendo que alguien había sido fusilado. No contentos con ese teatro, arrastraron a Al Nashiri a su celda, pasando frente a un agente de la CIA, disfrazado de detenido encapuchado, fingiendo que estaba muerto en el suelo.

En su búsqueda de confesiones, amenazaron también con violar a su madre. "Podríamos traer aquí a tu madre", le dijo un interrogador a Al Nashiri. El informe explica "que se creía en los círculos de Oriente Próximo que las técnicas de interrogatorios contemplan la violación de mujeres familiares del detenido". En otro de los interrogatorios, al supuesto autor de los atentados de septiembre de 2001, Khaled Sheikh Mohamed, se le dijo: "Vamos a matar a tus hijos". Éstos estaban bajo custodia de soldados paquistaníes y norteamericanos en aquella fecha. Contra ese preso se utilizó, además, el ahogamiento fingido hasta 183 veces.

Contra Al Nashiri se usó también el daño físico. Se le sometió a todo tipo de posturas imposibles. En una ocasión se le levantó del suelo, con una cuerda atada a sus muñecas, mientras tenía las manos atadas con un cinturón detrás de la espalda. Luego le ducharon. En el lavatorio usaron un cepillo de púas "de los que se usan para quitar la roña pegada a las bañeras", escaldándole la piel.

En esta antología de la tortura se describen dos nuevas técnicas, poco conocidas hasta la fecha. Según el informe, "en julio de 2002 se utilizó una técnica de puntos de presión: con las dos manos sobre el cuello del detenido se utilizaron los dedos para presionar sobre la arteria carótida", hasta que el detenido estaba a punto de desmayarse.

En la página 77 se habla de un nuevo método, del que se han borrado los detalles, llamado fuerte abatimiento. Por lo que queda desclasificado, en esta técnica se desnuda a un preso, se le pone un pañal, se le traslada a una celda de privación del sueño y se le arrastra en repetidas ocasiones por el suelo. "El hecho de poner a un detenido un pañal puede causar abrasiones si el detenido sufre porque el suelo es de cemento", dice el informe. Lo de echar humo a la cara parece una tortura menor, comparada con el resto de abusos, pero no lo es. Un agente de la CIA estuvo inhalando y echando humo de un puro directamente en los ojos, la nariz y la boca de un detenido durante cinco minutos ininterrumpidos. En el informe se cita como una de las más efectivas para obtener confesiones. Como lo es una técnica que consistía en tumbar al detenido sobre un plástico, encender la calefacción y echarle agua caliente por encima durante 10 ó 15 minutos. Según un interrogador, era, como todas las demás, "una técnica muy útil".

Diario El País

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El enemigo de la prensa


Umberto Eco

EL PRIMER MINISTRO ITALIANO, SILvio Berlusconi, quiere amordazar la información. Y en una sociedad enferma como la italiana, la mayoría de los italianos parece dispuesta a aceptar esta enésima prevaricación. El famoso intelectual dice: “yo no estoy de acuerdo”.

Será el pesimismo de la edad tardía, será la lucidez que la edad conlleva, la cuestión es que siento cierta perplejidad, mezclada con escepticismo, a la hora de intervenir para defender la libertad de prensa. Lo que quiero decir es que cuando alguien tiene que intervenir para defender la libertad de prensa eso entraña que la sociedad, y con ella gran parte de la prensa, están enfermas. En las democracias que definiríamos “vigorosas” no hay necesidad de defender la libertad de prensa porque a nadie se le ocurre limitarla.

Esta es la primera razón de mi escepticismo, de la que desciende un corolario. El problema italiano no es Silvio Berlusconi. La historia (me gustaría decir desde Catilina) está llena de hombres atrevidos y carismáticos, con escaso sentido del Estado y altísimo sentido de sus propios intereses, que han deseado instaurar un poder personal, desbancando parlamentos, magistraturas y constituciones, distribuyendo favores a los propios cortesanos y (a veces) a las propias cortesanas, identificando el placer personal con el interés de la comunidad. No siempre estos hombres han conquistado el poder al que aspiraban porque la sociedad no se los ha permitido. Cuando la sociedad se los ha permitido, ¿por qué tomársela con estos hombres y no con la sociedad que les ha dado carta blanca?

Recordaré siempre una historia que contaba mi madre: cuando tenía 20 años, encontró un buen empleo como secretaria y dactilógrafa de un diputado liberal, y digo liberal. El día siguiente al ascenso de Mussolini al poder, este hombre dijo: “en el fondo, vista la situación en que se encuentra Italia, quizá este hombre encuentre la manera de poner un poco de orden”.

Así pues, lo que instauró el fascismo no fue la energía de Mussolini (ocasión y pretexto) sino la indulgencia y relajación de este diputado liberal (representante ejemplar de un país en crisis).

Por lo tanto, es inútil tomársela con Berlusconi puesto que hace, por decirlo de alguna manera, su propio trabajo. Es la mayoría de los italianos la que ha aceptado el conflicto de intereses, la que acepta las patrullas ciudadanas, la que acepta la Ley Alfano con su garantía de inmunidad para el Primer Ministro, y la que ahora aceptaría con bastante tranquilidad si el Presidente de la República no hubiera movido una ceja la mordaza colocada (por ahora experimentalmente) a la prensa. La nación misma aceptaría sin dudarlo (y es más, con cierta maliciosa complicidad) que Berlusconi fuera de velinas, si ahora no interviniera para turbar la pública conciencia una cauta censura de la Iglesia (que se superará muy pronto porque desde que el mundo es mundo los italianos, y los cristianos en general, van de putas aunque el párroco diga que no se debería).

Entonces ¿por qué dedicar a estas alarmas una columna, si sabemos que este periódico llegará a quienes ya están convencidos de estos riesgos para la democracia, y no lo leerán los que están dispuestos a aceptarlos con tal de que no les falte su ración de Gran Hermano y que, además, en el fondo saben poquísimo de muchos asuntos político-sexuales porque una información mayoritariamente bajo control ni siquiera los menciona?

Ya, ¿por qué hacerlo? El porqué es muy sencillo. En 1931, el fascismo impuso a los profesores universitarios, que entonces eran 1.200, un juramento de fidelidad al régimen. Sólo 12 (uno por ciento) se negaron y perdieron su plaza. Algunos dicen que fueron 14, pero esto nos confirma hasta qué punto el fenómeno pasó inadvertido en aquel entonces, dejando recuerdos vagos. Muchos, que posteriormente serían personajes eminentes del antifascismo post-bélico, juraron fidelidad para poder seguir difundiendo sus enseñanzas. Quizá los 1.118 que se quedaron tenían razón, por motivos diferentes y todos respetables. Ahora bien, aquellos 12 que dijeron que no salvaron el honor de la Universidad y, en definitiva, el honor del país.

Este es el motivo por el que a veces hay que decir que no aunque, con pesimismo, se sepa que no servirá para nada. Que por lo menos, algún día, se pueda decir que lo hemos dicho.

* Novelista y semiólogo italiano.

Umberto Eco

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