jueves, 6 de agosto de 2009

Comentario de Cuarenta Hadices -XXIV



Sharhe Chehel Hadiz
Imam Jomeiní
Traducción de Raúl González Bórnez

Tercer hadiz (V)
Vanidad (uchb)
Quinta parte
Los destructores efectos de la vanidad


Sabe que la vanidad es sí misma es destructiva y aniquila la fe y las buenas obras de la persona y la corrompe. En respuesta a la persona que, en ese noble hadíz citado, le preguntó al Imam sobre los efectos destructivos de la vanidad, el Imam, sobre él la paz, habla de un nivel que corresponde a la vanidad en la fe. Acabamos de leer el hadíz que dice que la vanidad es peor que el pecado ante la corte de Dios Altísimo y que por esa razón Dios permite que el creyente cometa pecados, salvándole así de la vanidad.
El noble Mensajero de Dios, las bendiciones de Dios sean con él y su familia, ha considerado la vanidad una de los defectos más destructivos.
En la obra Amálí de Sadúq se recoge un hadíz con una cadena de transmisión que llega a Emir al-Muminín y que dice: «La vanidad destruye a quien la padece.»
Y la forma que adopta este pecado tras la muerte y en el mundo intermedio (barzaj) es tan terrorífica que nada puede compararse a ella.
En el testamento que el Mensajero de Dios dejó a Emir al-Muminín, le dijo:
«No existe soledad más terrible que la vanidad.»

Musa bin Imrán, sobre nuestro profeta y su familia y sobre él sea la paz, preguntó a Satanás:
«Infórmame del pecado que, cuando los hijos de Adán lo cometen, te posibilita entrar en su corazón y dominarles.»
Dijo: «Cuando su ego se vuelve vanidoso, magnifica sus actos y considera que sus pecados carecen de importancia.»

Dios Altísimo, dice al profeta David, sobre él la paz: «¡Oh Dawud! Anuncia la buena nueva a los pecadores y amonesta a los creyentes.»
David dijo: «¿Cómo es que debo dar la buena nueva a los pecadores y amonestar a los creyentes?»
Dios dijo: «Da a los pecadores la buena nueva de que, en verdad, Yo aceptaré su arrepentimiento y perdonaré sus pecados y amonesta a los creyentes para que no se envanezcan de sus actos, ya que, ciertamente, no habría un solo siervo que se salvase de la destrucción si le hiciese la cuenta que se merece.»
Me refugio en Dios Altísimo del rigor de la cuenta que destruiría incluso a los siervos sinceros (Sadiqín) y a quienes poseen una posición más elevada ante Dios que ellos.

Sheyj Sadúq, en su obra Al-Jisál, recoge, por una cadena de transmisión que llega a Hadrat Imam Yafar al-Sadeq, sobre él la paz, que éste dijo:
«Dice Satanás: Dejo de preocuparme por lo que haga el hijo de Adán cuando logro imponerle tres cosas, ya que no le serán aceptadas sus buenas obras: Que sobrevalore sus buenos actos, se olvide de sus pecados y le domine la vanidad.»

Además de los vicios que has oído referidos a la vanidad, ésta es un árbol maldito cuyos frutos son los pecados mayores y, cuando echa raíces en el corazón de la persona, lleva a ésta a la incredulidad, la idolatría y a cosas aun peores.
Uno de estos males es el no considerar importantes los pecados que se comenten. La persona vanidosa se considera pura y purificada y no presta, por tanto, atención a corregir y perfeccionar su alma, ya que no piensa que deba limpiarla de pecado alguno. El velo de la vanidad y la gruesa cortina de la autocomplacencia le impiden ver sus defectos. Esa desgracia no le permite avanzar hacia su perfeccionamiento y le hace padecer toda clase de defectos, destruyendo sus buenas obras para siempre e impidiendo que los médicos puedan encontrar remedios para curar su alma.
Otra de las consecuencias de la vanidad es que quien la padece siente una excesiva seguridad de sí mismo y de lo correcto de sus acciones. Eso lleva a este pobre desgraciado a sentir que no tiene necesidad de la ayuda divina y no presta atención a Sus favores. En su pequeña mente cree que Dios está obligado a favorecerle, pensando que, si la Verdad Altísima actúa justamente con él, está obligada a recompensarle.
Volveremos a este asunto más adelante, si Dios quiere.

Otro de los defectos que la vanidad alimenta en la persona es que le induce a contemplar a los siervos de Dios como criaturas inferiores y sus actos carentes de valor, ya que los suyos son siempre mucho mejores. Este defecto es una de las causas de destrucción de la persona y un gran obstáculo en su camino.
Otro de los defectos que la vanidad conlleva es que alimenta la ostentación. Ya que, cuando una persona considera que sus obras son insignificantes, su comportamiento y moral defectuosos, su fe algo que no merece la pena tomar en consideración y no se envanece de sí mismo, ni de sus cualidades y obras, sino que, al contrario, siente que él y todo lo que tiene que ver con él es imperfecto y sin valor, no hace manifestación de ellas ni de él mismo. No lleva sus mercancías defectuosas al mercado.
Pero cuando se considera perfecto y a sus obras aceptables, se anima a hacer gala de ello y se muestra a sí mismo con orgullo.
Los vicios y defectos que fueron mencionados en el segundo hadíz del capítulo dedicado a la ostentación, son también atribuibles a la vanidad.
La vanidad es causa de otros defectos. Uno de ellos es el destructivo defecto del orgullo (kibr), del que hablaremos en el capítulo siguiente, pero causa otros más de manera directa o indirecta, aunque comentarlos nos tomaría mucho tiempo.

Por tanto, la persona vanidosa debe saber que este defecto es la semilla de otros defectos más y la fuente de vicios capaces cada uno de ellos de provocar la destrucción y el castigo eternos de la persona.
Si estos defectos son entendidos correctamente, se les presta atención y se remite uno a los hadices que relatan las palabras y obras del noble Mensajero y de la Gente de la Casa Profética, las bendiciones divinas sean con todos ellos, existe la posibilidad de corregirlos. Desde luego, es necesario que la persona comprenda la necesidad de ponerles freno y de corregir su alma si quiere limpiarla de estos defectos y eliminar sus raíces de lo profundo de ella para que, Dios no lo quiera, no pase al otro mundo con estos feos atributos, pues cuando cierre sus ojos físicos en este mundo y amanezca al reino del mundo intermedio (barzaj) y al Día del Juicio, verá que la situación de la gente que ha cometido grandes pecados es mejor que la suya, ya que Dios ha dicho que a esos los sumergirá en el mar de Su misericordia gracias al remordimiento y al arrepentimiento que mostraron o gracias a la certeza que tuvieron en la misericordia y el favor de la Verdad Altísima. Pero, este pobre desgraciado, como se consideraba libre e independiente y en el fondo de su corazón pensaba que no necesitaba del favor divino, sufrirá el rigor con el que Dios le ajustará su cuenta. Como él mismo quería que le fuera aplicada la balanza de la justicia divina, se le hará entender que no sólo no realizó acto alguno de adoración para Dios, sino que todos los actos de adoración que realizó le alejaron de la presencia de la Verdad Altísima. Sus actos y su fe fueron vanos y carentes de valor, gratuitos. Fueron el motivo de su aniquilación, la semilla de un doloroso castigo y la fuente de su eterna permanencia en el Infierno.
¡No permita Dios que suframos la justicia divina! Pues si así fuese nadie, ni de los primeros ni de los últimos, se salvaría.
Los Imames de la Guía, sobre ellos la paz, y los grandes profetas, han suplicado en sus diálogos íntimos con Dios (munayat) la concesión de Su favor y expresaron el temor de verse sometidos a Su justicia. Las suplicas de Sus siervos escogidos ante la corte divina y de los Imames Purificados, las bendiciones de Dios sean con ellos, están llenas de confesiones de su imperfección, debilidad e incapacidad para responder adecuadamente a las demandas divinas de adoración y servicio, hasta el punto que, la mejor de Sus criaturas y la más cercana de todas ellas a Él, declara:
«No te conocemos como Tú debes ser conocido, ni te adoramos como Tú tienes derecho a ser adorado.»
Siendo así ¿Cuál será el estado del resto de nosotros?
Sí. Ellos conocen la grandeza de la Verdad Altísima y la relación de los seres contingentes con el Ser Necesario. Ellos saben que, aunque pasen toda su vida dedicados a la adoración y a la obediencia, a alabarle y glorificarle, no conseguirán agradecerle Sus favores. ¿Qué decir de rendir el tributo debido a Su Esencia y Sus Atributos?
Ellos saben que las criaturas no poseemos nada nuestro. Vida, fuerza, conocimiento, poder y el resto de los atributos son sólo la sombra de Su perfección y saben que el ser contingente está necesitado, es pura necesidad, una sombra dependiente no un ser independiente.
¿Qué perfecciones posee el ser contingente por sí mismo para que pueda vanagloriarse de perfección?
¿Qué poder posee para que pueda vanagloriarse de obras?
Ellos son gnósticos de Dios y gnósticos de la belleza y la majestuosidad de la Verdad. Ellos poseen un conocimiento testimonial de su imperfección e incapacidad y de la perfección de Ser Necesario, mientras que nosotros, pobres, a quienes el velo de la ignorancia, de la desatención y de la auto satisfacción y las cortinas de los pecados de nuestro corazón, nos han velado de tal manera los ojos, los oídos, la mente y el resto de las percepciones, que nos comportamos con pretensiones frente al Todopoderoso y nos creemos seres independientes.
¡Oh pobre ser contingente ignorante de ti mismo y de tu relación con el Creador! ¡Oh desgraciado ser contingente desentendido de tus obligaciones ante el Señor del Reino!
Esa ignorancia es la causa de todas nuestras desgracias y la que nos hace padecer toda esta oscuridad y tinieblas. Es la fuente de todos nuestros fracasos y de la turbidez de nuestras aguas. El ojo de nuestra visión interior está ciego y nuestro corazón muerto y esa es la causa de todos nuestros padecimientos y ni siquiera nos planteamos corregir tal situación.
¡Oh Dios! Otórganos la capacidad de arrepentirnos de nuestro comportamiento. Haznos conocer nuestras obligaciones. Otórganos una partícula de las luces de Tu conocimiento con las que Tú has desbordado los corazones de los gnósticos y de Tus amigos. Haznos contemplar nuestra imperfección y la inmensidad que Tu poder abarca. Haznos comprender el significado de «Alabado sea Dios, Señor de los mundos» (Al hamdu lil lahi rab bil alamín) a nosotros, pobres ignorantes que toda la alabanza la remitimos a las criaturas. Haz conocer a nuestros corazones que no existe nada digno de alabanza en las criaturas. Revélanos la verdad de «Todo lo bueno que os sucede proviene de Dios y todo lo malo que os sucede proviene de vosotros mismos».
Introduce en nuestros duros y confusos corazones la palabra sagrada de la Unidad divina.
Somos gente ignorante y ofuscada, gente hipócrita e idólatra, orgullosos y complacientes con nosotros mismos, ¡Saca de nuestros corazones el amor propio y el amor al mundo! ¡Haz de nosotros seres amantes y complacidos de Ti!
En verdad, Tú tienes poder sobre todas las cosas.


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