miércoles, 29 de julio de 2009

Las fronteras del imperio


Resumen de la ponencia presentada en el Simposio Internacional "Justicia para Palestina", en Las Palmas de Gran Canaria

por Carlo Frabetti*

La batalla contra el imperialismo -es decir, contra el capitalismo- se libra, fundamentalmente, en dos grandes frentes: América Latina y Oriente Medio.

En Latinoamérica, la semilla de la Revolución Cubana ha arraigado con más o menos fuerza en Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Honduras, Brasil, Argentina..., y estamos asistiendo, en los últimos años, a la consolidación de un bloque regional que está poniendo fin a décadas -por no decir siglos- de dominio estadounidense y que ha obligado al Gobierno de Washington a replantearse su estrategia en la zona.

Porque al celebrar, este año, el cincuenta aniversario de la Revolución Cubana estamos celebrando sobre todo su continuidad, el triunfo continuo de una revolución continua, de un proceso imparable. La Revolución Cubana ha obtenido al menos tres grandes victorias. La primer fue, obviamente, la toma del poder en enero de 1959. La segunda, la superación del denominado “período especial” en los años noventa, que supuso, además, la ratificación de la primera victoria, pues solo un pueblo cohesionado por la solidaridad revolucionaria podía sobreponerse, tras el desmembramiento de la Unión Soviética, a las durísimas condiciones impuestas por el bloqueo estadounidense. Y la tercera victoria, a la que estamos asistiendo, es la superación de ese bloqueo, marcada por la emergencia en Latinoamérica de un gran proceso emancipatorio que en buena medida es heredero de la Revolución Cubana.

Quienes durante muchos años hemos luchado en el Estado español por el socialismo, primero contra el fascismo explícito y luego, tras la farsa de la Transición, contra el fascismo solapado de la seudodemocracia borbónica, sabemos por amarga experiencia lo difícil que es mantener la continuidad tanto espacial como temporal, a veces incluso en el seno de una misma organización, y ya no digamos entre organizaciones distintas. Por eso resulta sumamente esperanzador ver que en los últimos años han surgido, sobre todo en Cuba o alrededor de Cuba, una serie de iniciativas vigorosas y eficaces encaminadas a conectar entre sí los distintos frentes de la lucha anticapitalista y a dar continuidad a esas conexiones.

Pero no solo en Cuba y en sus aledaños geográficos y culturales. En Oriente Medio, la heroica resistencia de los pueblos palestino e iraquí, junto con las dificultades de Estados Unidos y sus aliados para controlar Afganistán y amedrentar a Irán, están desbaratando el proyecto neocolonialista en la zona y poniendo en entredicho la hegemonía de Israel, a la vez que han puesto en evidencia la abyecta complicidad de los países ricos (incluido el Estado español) con la barbarie sionista. Solo los muy ingenuos pueden seguir pensando que el fascismo fue derrotado en la II Guerra Mundial; tal vez perdiera la batalla de las armas, pero se impuso en el terreno ideológico. Y el mayor daño que los nazis hicieron a los judíos no fue exterminar a varios millones de ellos, sino crear las condiciones para que otros tantos se transformaran en los más despiadados herederos del nazismo. Paradójicamente, los nazis tomaron del judaísmo el mito del “pueblo elegido”, lo pusieron al servicio de una supuesta “raza aria” y lo utilizaron para exterminar a los propios judíos; y los supervivientes de ese brutal exterminio retomaron la vieja fórmula, corregida y aumentada, de manos de los nazis para dedicarse, con la misma ferocidad que sus verdugos, al exterminio de los palestinos y a la usurpación de sus territorios. Paradójicamente, los judíos son los verdaderos “antisemitas” (puesto que los árabes son tan semitas como los hebreos), del mismo modo que los estadounidenses son los verdaderos “antiamericanos”. Y no es casual que los verdaderos antisemitas y los verdaderos antiamericanos sean aliados incondicionales. El sionismo, al igual que la mafia (y por las mismas razones), encontró en el despiadado capitalismo estadounidense su caldo de cultivo ideal, su perfecto anfitrión simbiótico. Y el Imperio engendró en el corazón de Oriente Próximo su metástasis letal: el espúreo y genocida Estado de Israel.

Nos enfrentamos a la tiranía de un IV Reich que solo se distingue del tercero en la medida en que ha sustituido el cinismo por la hipocresía y la propaganda política directa por la manipulación mediático-cultural. El nuevo Eje tiene sus polos en Washington y Tel-Aviv, y a su alrededor gira la Unión Europea como un manso buey uncido a una noria. Quienes se escandalizan de que algunos todavía nieguen el Holocausto, quienes se asombran de que el pueblo alemán no se sublevara, en pleno siglo XX, contra el horror de los campos de exterminio, ¿qué hacen -qué hacemos- para evitar, en pleno siglo XXI, la barbarie sionista?

No podemos poner condiciones a la lucha del pueblo palestino ni dejar de apoyarla por todos los medios. Todo lo que valió contra el nazismo, vale contra el sionismo y sus cómplices.

Y la mejor forma de apoyar la lucha del pueblo palestino es contribuir a su articulación. No solo a su articulación interna y con los demás núcleos de resistencia antiimperialista de la región, sino también a su coordinación con el frente latinoamericano, tan lejano geográfica y culturalmente, pero tan próximo en cuanto a sus problemas y objetivos. Una coordinación que, por otra parte, ya está en marcha (tanto a nivel institucional como popular) y que desde Europa, y muy especialmente desde el Estado español, debido a nuestros estrechos vínculos tanto con el mundo árabe como con Latinoamérica, podemos propiciar de distintas maneras. Tanto la geografía como la historia nos convierten en el puente natural entre Oriente Medio y América Latina, los dos grandes diques de contención de la expansión imperialista, las fronteras del Imperio.

Puente y a la vez “quinta columna”, pues luchamos contra el capitalismo salvaje desde sus propias entrañas, en el corazón de la bestia, como decía el Che. Y en estos momentos en que la lucha armada no parece tener mucho sentido por estas latitudes, nuestra batalla es, hoy más que nunca, la batalla de las ideas, en la que siempre insistió tanto Fidel.

Una batalla de las ideas, un frente mediático-cultural en el que podemos y debemos participar todas las personas que aspiramos a conseguir un mundo libre, igualitario y fraterno. Porque no somos -no podemos ser- meros receptores pasivos de informaciones, opiniones y productos culturales generados por los grandes medios. Podemos y debemos, en primer lugar, seleccionar nuestras fuentes de información, y convertirnos, además, en elementos activos del proceso de discusión y difusión de ideas. En este sentido, las nuevas tecnologías y los llamados “medios alternativos” ofrecen accesibles y eficaces vías de actuación, y nos invitan a tejer nuevas redes de confianza y credibilidad.

La Revolución Cubana, y ese ha sido su mayor triunfo, ha demostrado que el socialismo es posible incluso en las circunstancias más adversas. Ya no hay excusas para el derrotismo. Ya no hay coartadas para la pasividad. Tenemos el derecho y el deber -el privilegio y la responsabilidad- de dar continuidad y difusión al proceso revolucionario iniciado hace cincuenta años en Cuba y hoy prolongado en Latinoamérica, Oriente Medio y las demás fronteras del Imperio. Hasta la victoria final, es decir, inaugural.


*El escritor Carlo Frabetti es miembro de la Alianza de Intelectuales Antiimperialistas y colaborador de inSurGente




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Rodolfo Walsh, ANCLA (Agencia de Noticias Clandestina), 1976



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