miércoles, 29 de julio de 2009

Comentario de Cuarenta Hadices -XXI


Sharhe Chehel Hadiz
Imam Jomeiní

Traducción de Raúl González Bórnez

Tercer hadiz (II)
Vanidad (uchb)
Segunda parte
Sobre los grados de la vanidad


Debes saber que, para cada una de las tres clases de vanidad mencionadas anteriormente, existen grados y niveles. Algunos de ellos son evidentes y claros y cualquiera que preste un poco de atención puede descubrirlos. Otros están bien ocultos y se manifiestan de maneras sutiles y mientras la persona no realice un análisis profundo y atento de sus comportamientos no puede llegar a percibirlos.

E, igualmente, algunos de sus grados son más intensos y destructores que otros.

El primer nivel, que es el más elevado de todos y el más destructivo, consiste en que la persona afectada, debido a la intensidad de la vanidad que padece, siente en su corazón que está haciendo un favor al Benefactor Supremo, al Rey de reyes, por tener fe en Él o por las acciones que lleva a cabo.
Piensa que, gracias a su fe se han incrementado las bendiciones del Reino de los Cielos o que contribuye al esplendor de la religión divina. Que gracias a que él difunde Su mensaje, que gracias a su guía y orientaciones, o porque él ordena el bien y prohíbe el mal, o aplica las prescripciones de la ley, o que gracias a sus sermones desde púlpito, o a las oraciones de la comunidad que dirige, incrementa el esplendor de la religión divina. Que gracias a su presencia en las reuniones de los musulmanes, o por organizar las sesiones de duelo y lamento por Su Santidad Abu Abdel lah al-Huseyn, sobre él la paz, incrementa la magnificencia de la religión. Que él está favoreciendo a Dios, al señor de los oprimidos y al noble Mensajero, las bendiciones de Dios sean con él y su familia. Y aunque no manifieste estos sentimientos, lo siente así en su fuero interno. Que está haciendo un favor a los siervos de Dios cuando se ocupa de los asuntos religiosos, cuando da la limosna obligatoria o recomendable, o cuando atiende las necesidades de los pobres y los necesitados.
A veces ese sentimiento de estar haciendo un favor con sus obras permanece oculto incluso para él. Y ya hemos visto en el segundo hadíz como no es el siervo quien favorece a su Señor con sus obras, sino que, al contrario, es Dios quien favorece a sus criaturas.

Otro de los niveles de la vanidad es el que manifiesta la persona que piensa que se merece que Dios Altísimo le recompense por su fe o por sus buenas cualidades y obras y que tiene derecho a ser recompensado por ello.
Así que, cree que Dios tiene la obligación de ser generoso con él en este mundo y de otorgarle una elevada posición en el otro, pues se considera un creyente puro y completo. Cada vez que escucha hablar de los creyentes, se incluye entre ellos y piensa en su fuero interno que si Dios es justo con él, le dará la recompensa que se tiene merecida.
¡Algunos esperan incluso ser recompensados hasta por sus malas acciones!
Y, si le sobreviene algún problema o dificultad, se siente injustamente tratado e interiormente se queja de cómo Dios se porta con él. Se sorprende de que Dios, siendo justo, ponga en dificultades a un creyente puro como él, mientras que favorece a los hipócritas corruptos y en su interior se siente disgustado con Dios bendito y ensalzado y con Sus decisiones, aunque exteriormente se manifiesta conforme y satisfecho. Culpa de su disgusto al Supremo Benefactor pero se muestra conforme ante Sus criaturas.
Cuando escucha que Dios pone a prueba a los creyentes en este mundo, enviándoles dificultades, se compadece de las dificultades que está sufriendo por ser creyente. No sabe que también los hipócritas sufren difíciles pruebas y que no todo el que sufre dificultades es un creyente.

Otro de los niveles de la vanidad es el de la persona que se cree mejor que los demás y piensa que su fe es mayor y más perfecta que la del resto de los creyentes. Que sus virtudes son mayores que las del resto de los virtuosos y también su manera de cumplir con lo obligatorio y de apartarse de lo prohibido, de realizar lo aconsejable, de cumplir con la oración en comunidad y con el resto de los rituales y de abstenerse de lo que ha sido desaconsejado. Siente que todo ello lo hace mejor que los demás y que por ello merece mayor recompensa. Se siente lleno de seguridad en sí mismo y en su fe y actos y considera a las demás personas insignificantes e imperfectas, las contempla como seres inferiores a él y habla o trata a los siervos de Dios con arrogancia y desprecio.
Aleja a todo el mundo de la corte de la misericordia divina, considerando que solo él y un pequeño grupo semejante a él so merecedores de ella.
Quien padece este grado de vanidad, llega al punto de no reconocer cualquier acto bueno que vea realizar a otras personas y le busca los defectos, mientras que ve sus propios actos libres de defectos y imperfecciones.
No valora las buenas acciones de la gente, pero si es él quien hace esas mismas cosas, las sobrevalora y magnifica. Ve rápidamente los defectos de los demás pero ignora los suyos.
Esas son las señales de la vanidad, aunque la persona no se dé cuenta de ellas.
Existen otros grados de vanidad, algunos que no he mencionado y otros que ignoro.


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