viernes, 17 de abril de 2009

La cumbre de la elocuencia Discurso 1


Nahyu l-balága
Ali ibn Abi Táleb

Traducción del árabe: Raúl González Bórnez



Discurso I

En el que menciona el inicio de la creación de los cielos y de la Tierra y la creación del ser humano y el envío de los mensajeros divinos hasta la designación de nuestro profeta, las bendiciones y la paz de Dios sean sobre él y sobre su familia.

Alabado sea Dios, al Cual, quienes Le alaban, no alcanzan con sus alabanzas a alabarle como Él merece ser alabado, ni Cuyas virtudes pueden ser enumeradas por quienes las contabilizan, ni consiguen expresar Su realidad quienes se esfuerzan.
Aquel a Quien las dimensiones más elevadas del intelecto no llegan a discernir, ni a alcanzar la inmersión en el conocimiento del individuo más perspicaz.
Aquel cuyos atributos no poseen límites que los delimiten, ni existen elogios que Le califiquen, ni tiempo que Le contabilice, ni plazo que Le abarque.
Crea a las criaturas con Su poder y mueve los vientos con Su misericordia y para con las montañas los temblores de la Tierra.
En verdad, la religión comienza por conocer que Él existe.
La perfección del conocimiento de Él consiste en creer en Él.
La perfección de la creencia en Él consiste en creer que Él es Uno y Único.
La perfección de la creencia en Su unicidad consiste en el sometimiento absoluto a Él.
La perfección del sometimiento a Él consiste en negar que Sus atributos sean algo diferente a Su Esencia, pues atestiguar cualquier atributo es diferenciarlo del atribuido y atestiguar cualquier atribuido es diferenciarlo del atributo y testimoniar ambos juntos es dualidad, algo ajeno a la esencia sin principio del Uno.

Así pues, quien califica a Dios, glorificado y ensalzado sea, con atributos propios de lo creado, condiciona Su existencia a la existencia de otra cosa.
Quien condiciona Su existencia a la existencia de otra cosa Le concibe como un ser dual.
Quien Le concibe como un ser dual Le divide en partes.
Quien Le divide en partes no Le conoce.
Quien no Le conoce señala en dirección a Él.
Quien señala en dirección a Él Le limita.
Quien Le limita Le cuantifica.

Y quien dice: ¿En qué está? Le circunscribe a un lugar.
Y quien dice: ¿Sobre qué está? Le sube en un lugar.
Y quien dice: ¿Dónde está? Vacía de Su presencia otros lugares.
Y quien dice: ¿Quién es? Le concibe con atributos.
Y quien dice: ¿Hasta dónde llega? Establece un límite para Él.

Él es pero no es creado.
Él existe pero no surge de la inexistencia.
Él está con todo pero no como algo añadido a todo.
Él es diferente a todas las cosas pero no está separado de ellas.
Él actúa pero eso no significa que Se mueva o que utilice instrumentos.
Él veía aun antes de que existiera Su creación.
Él es Uno y Único, sin otro con el que establecer relación y del que temer su ausencia.

Así es nuestro Señor, bendito y ensalzado. Más allá de lo que puedan describir quienes tratan de describirle.

Crea de forma instantánea.
Inicia la creación sin que trascurra tiempo y sin necesitar cálculo ni experimentación. Sin necesidad de moverse para traerla a la existencia ni de tener que preocuparse para tomar Su decisión y ejercer Su voluntad.
Crea cada cosa en su momento y establece una relación armónica entre sus diferentes naturalezas.
Establece en cada una de ellas su propia disposición natural y la adecua a su naturaleza específica.
Conoce las cosas antes de crearlas, las circunscribe a sus límites y es sabedor de sus semejanzas y de sus tendencias.

Él, glorificado sea, creó los espacios y expandió el firmamento y estratificó el aire. Entonces, hizo fluir en él agua en olas turbulentas y agitadas, rompiendo unas sobre otras, exuberantes de ella.
La cargó sobre las espaldas de vientos huracanados y de los tifones destructores y tronantes y ordenó a éstos pulverizarla y les dio poder sobre la intensidad de ella y los asoció a ella para que la mantuviesen en sus límites.
El aire bajo ellos era cortante y el agua sobre ellos fluía con fuerte impulso.

Entonces, Él originó, glorificado sea, un viento que secó y esterilizó el lugar desde el que aquellos huracanes surgían y dio continuidad a su control sobre ellos, intensificó violentamente su fluir y los expandió en todas direcciones.
Luego, les ordenó golpear el agua abundantísima y eternizar las olas de los océanos, así que la agitaron como se agita la nata batida y la esparcieron con violencia por todo el espacio.
Hicieron regresar lo primero de ella sobre lo último de ella y su calma sobre su tempestad, hasta disolver sus olas en espuma y lanzarla en forma de nubes.
Entonces, Él la elevó en el espacio abierto y en la amplia atmósfera y creó de ello siete cielos.
Puso al más bajo de ellos como una esfera abarcante y al más alto de ellos como un techo protector y una gruesa capa elevada. Sin columnas que los soporten ni clavos que los unan.
Luego, los adornó con las estrellas refulgentes y con la luminosidad de los astros e hizo fluir en ellos un sol resplandeciente y una luna luminosa en una órbita circular, un techo en movimiento y un firmamento giratorio.

Después, glorificado sea, Él abrió lo que hay entre los cielos elevados y los llenó de Sus ángeles de todas clases.
Entre ellos, algunos están prosternados sin moverse de su posición para inclinarse, otros están inclinados y no se levantan.
Algunos están formando filas que nunca abandonan y otros se encuentran siempre alabando a Dios sin fatigarse.
El sueño no cubre sus ojos, ni se distraen sus inteligencias, y a sus cuerpos no les afecta la somnolencia ni el olvido.
Entre ellos, algunos tienen la responsabilidad de portar la revelación divina y comunicarla a Sus profetas y están encargados de transmitir Sus decretos y mandatos.
Y, entre ellos, algunos están encargados de la protección de Sus siervos y otros de la custodia de las puertas del Paraíso.
Y, entre ellos, se encuentran los nobles escribanos de los actos de Sus criaturas, testigos de Su creación el día en que sean levantadas de sus tumbas.
Y, entre ellos, están los que son rudos y violentos, que no desobedecen lo que Dios les manda y hacen lo que les ha sido ordenado.[1]
Y, entre ellos, están los que tienen sus pies firmemente plantados en las tierras inferiores y sus cuellos atraviesan el cielo más alto. Sus costados traspasan todos los límites y sus espaldas soportan el Trono divino. Sus miradas se humillan ante él, envueltos en sus alas bajo él, extendidos entre ellos y los que no son ellos los velos de la grandeza y las cortinas del poder.
No se crean imágenes de su Señor, ni Le atribuyen los atributos propios de los seres creados, ni Le delimitan situándole en algún sitio, ni establecen semejanzas para Él.

Entonces, Él, glorificado sea, juntó de la tierra seca y de la blanda, de la dulce y de la salobre, introdujo esa tierra en el agua hasta que se purificó y la amasó mientras estaba húmeda, hasta mezclarla bien en una sola masa. Luego, moldeó de ella una forma con curvas, articulaciones, miembros y partes.
La secó hasta que sus partes quedaron bien unidas y la coció durante un tiempo determinado y un plazo sabido, hasta que quedó bien compacta.
Después, sopló en ella de Su espíritu hasta hacer de ella un ser humano, poseedor de una mente con la que gobernarse y de una inteligencia de la que valerse con libertad y miembros de los que servirse y órganos con los que investigar y discernimiento para establecer por medio de ellos la diferencia entre la verdad y la falsedad, entre los sabores, los olores, los colores y las especies.
Una mezcla de barros de diferentes colores, semejanzas harmónicas, naturalezas contradictorias e ingredientes variados: calientes y fríos, húmedos y secos, blandos y duros.

Entonces, Dios, glorificado sea, pidió a los ángeles que cumpliesen el acuerdo que habían establecido con Él y que fuesen leales al pacto al que Él les había invitado, prosternándose ante él y sometiéndose ante su nobleza, cuando el más poderoso de los que hablan dijo:
¡Prosternaos ante Adán! Y todos ellos se prosternaron excepto Iblís.[2]

Se apoderó de él la soberbia y le venció la desgracia, por considerar valioso lo creado de fuego y despreciar lo creado del barro.
Así que Dios, glorificado y ensalzado sea, le concedió un plazo para que soportase Su enfado con él y completase su prueba y para cumplir la promesa que Él le había hecho cuando dijo:
Sé, pues, de aquellos a quienes se ha dado un plazo hasta un Día cuyo tiempo es sabido.[3]

Luego, Dios, glorificado sea, alojó a Adán, sobre él la paz, en una morada e hizo placentera y confortable su vida en ella y segura su estancia en ella y le previno contra Iblís y su enemistad.
Su enemigo Iblís le extravió, envidiando su posición en el Paraíso y su cercanía a los rectos.
Le compró la certeza a cambio de su duda y la determinación a cambio de su flaqueza.
Le cambio por medio de la discusión y le llevó al temor y, por medio del desvío, al remordimiento.

Entonces, Dios, glorificado y ensalzado sea, abrió para él la puerta al arrepentimiento, le enseñó las palabras para obtener Su misericordia y le prometió el retorno a Su Paraíso.
Luego, le hizo descender a la morada del esfuerzo, de la prueba y de la procreación de descendencia.

Y Dios, glorificado y ensalzado sea, escogió mensajeros entre sus descendientes y tomó de ellos el compromiso de la profecía y de difundir el mensaje que les había confiado.
Después, la mayoría de Sus criaturas alteraron el pacto de Dios con ellos, desconocieron Su verdad y Su derecho y tomaron semejantes junto a Él.
Los demonios les alejaron del conocimiento de Dios y les apartaron de su adoración y sometimiento a Él.
Así pues, designó Dios, de entre ellos, a Sus mensajeros y les fue enviando intermitentemente a Sus profetas con lo que, de Su revelación, había dado en particular a cada uno de ellos.
Les puso como una prueba Suya sobre Su creación, para que les invitasen con palabras sinceras al camino de la Verdad, les llamasen a cumplir el pacto innato que tenían establecido con Él, les hiciesen recordar Sus bendiciones, que habían olvidado, y les argumentasen con elocuencia las disposiciones divinas, para que viesen las pruebas y no tuviesen excusas; para que estimulasen en ellos los tesoros depositados en los intelectos y les hicieran ver las señales del poder, por ejemplo, el techo elevado sobre ellos y el lecho extendido bajo ellos, los medios de vida puestos a su disposición, los plazos establecidos para su muerte, las penalidades que les envejecen y los acontecimientos que les persiguen.

Y Dios, glorificado sea, no permitió a Su creación que estuviesen sin un profeta enviado por Él, o sin una Escritura revelada, o sin una evidencia terminante, o sin una meta firmemente establecida.
Mensajeros a los que ni su escaso número ni la abundancia de quienes les desmintieron les impidió cumplir su misión.
Mediante uno precedente se le hizo saber el nombre del que vendría tras él, o uno de los viejos tiempos le hizo saber quién vino antes que él.

De esta manera pasaron los siglos y transcurrió el tiempo y pasaron los padres y les sucedieron los hijos.
Hasta que Dios, glorificado y ensalzado sea, envió a Muhammad, las bendiciones y la paz sean con él y con su familia, para consumar Su promesa y completar Su profecía.
Habiendo sido tomado de los profetas el pacto sobre él, las señales que permitían reconocerle eran bien conocidas y su nacimiento altamente apreciado.

Las creencias de las gentes que habitaba la tierra en ese momento eran diferentes entre sí, sus deseos variados y sus caminos separados.
Algunos consideraron a Dios semejante a Sus criaturas, otros descreyeron de Sus nombres y otros los usaron para denominar a lo que no es Él.
Así, Él les guió por medio de él,[4] sacándoles del extravío y les rescató de la ignorancia mediante su conocimiento y su morada de cercanía a Él.
¿Acaso Dios, ensalzado sea, no puede iluminar totalmente a las criaturas?
Él no ignora sus más recónditos secretos ni los pensamientos bien guardados en sus corazones, pero quiere Él ponerles a prueba para ver cuál de ellos obra mejor y que la recompensa y el castigo sean la parte que les corresponde por lo que hicieron.

Después de ello, Él, glorificado sea, fijó Su atención en Muhammad, las bendiciones y la paz sean con él y con su familia, y lo que vio en él Le satisfizo y Le honró llevándosele de la morada de esta vida, alejándole con ello del lugar de la prueba y la aflicción y recogiéndole hacia Él generosamente, las bendiciones y la paz sean con él y con su familia.

Dejó entre vosotros lo mismo que dejaron los profetas a sus comunidades, ya que los profetas no les dejan desvalidos, sin un camino claro y sin una sabia autoridad establecida. Sin dejar la Escritura de vuestro Señor, explicando claramente lo que es lícito y lo que es prohibido, las cosas que son obligatorias y las que son preferibles, lo que abroga disposiciones anteriores y lo que ha sido abrogado, lo permisible y lo determinado estrictamente, las cosas que son específicas y las que son comunes, sus exposiciones y sus ejemplos, lo que es amplio y lo que es limitado, lo que es unívoco y lo que es equívoco y se presta a diversas interpretaciones; comentando en detalle lo que de ella es sumario y aclarando lo que en ella es de difícil comprensión.

Entre las cosas que hay en ella, de algunas se ha tomado a los siervos la promesa de conocerlas y de otras tienen permitido ignorar sus detalles.
Y entre las cosas establecidas que hay en la Escritura, se encuentran algunas que son consideradas obligatorias pero que en la práctica del Profeta están abrogadas y algunas que son obligatorias en la legislación del Profeta pero que la Escritura de Dios permite dejar de lado.
Y, entre ellas, algunas que son obligatorias en su tiempo y que dejan de ser obligatorias después de él.
Y se han establecido diferencias entre las cosas prohibidas. Las grandes tienen decretado el fuego, las pequeñas pueden ser perdonadas.
Y, entre la cosas establecidas, algunas que en pequeña medida son aceptables.
Y para la mayoría de ellas existe libertad de acción.

He hizo obligatorio para vosotros la peregrinación a Su casa sagrada, aquella que Él puso como lugar hacia el que los seres humanos deben orientar sus oraciones, para que entren en ella como el ganado acude a beber y se refugien en ella como se refugian las palomas.
Él, glorificado sea, la puso como una señal para que ellos se humillen y sean modestos ante Su inmensidad y para que se sometan voluntariamente ante Su poder y grandeza.
Él eligió, de entre Sus criaturas, a quienes escuchan, responden a Su invitación y confían en la veracidad de Sus palabra, se ponen en pie en el mismo lugar en que se pusieron en pie Sus profetas y, lo mismo que hacen Sus ángeles, dan vueltas alrededor de Su trono.
Obtienen los grandes beneficios que les aguardan en el lugar donde se realiza la transacción de su adoración y comprenden repentinamente que se encuentran en el lugar en el que les ha sido prometido el perdón.
Él, glorificado y ensalzado sea, ha hecho de ella un estandarte del Islam y un recinto sagrado y seguro para quienes buscan refugio.
Él ha ordenado la peregrinación a ella, ha hecho obligatoria su realización y ha decretado para vosotros el viaje a ella, diciendo, glorificado y ensalzado sea:
Dios ha ordenado a las gentes la peregrinación a la Casa, si disponen de medios. Y quien reniegue de su obligación y no realice la peregrinación, sepa que Dios no necesita de nadie.[5]

Y dijo el Mensajero de Dios, las bendiciones y la paz sean con él y con su familia:
«Quien posea una montura y provisiones que le alcancen para ir a la Casa de Dios y no peregrine, da igual que muera como judío o como cristiano o como zoroástrico, a menos que tenga la justificación de la enfermedad o de un tirano despótico que se lo impide. No tendrá parte en mi intercesión y no entrará en mi estanque del Paraíso.»


[1] Corán, 66:6
[2] Corán, 7:11
[3] Corán, 15:37 y 38.
[4] Muhammad.
[5] Corán, 3:97.

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