lunes, 27 de abril de 2009

El estallido de marzo y el futuro del movimiento estudiantil


Por Pere Duran,
02-04-2009 abr-09
Las movilizaciones estudiantiles del mes de marzo en Barcelona han marcado la actualidad mediática y política. Pere Duran analiza los hechos, su importancia y la situación en la que se encuentra el movimiento estudiantil.

La posteridad quizá dirá que el mes de marzo de 2009 fue un pequeño ensayo general.La sucesión de acontecimientos en el transcurso de un solo mes ha sorprendido incluso a los activistas más optimistas. El mes de marzo ha situado el movimiento estudiantil en el epicentro del escenario político, mediático y social. Los cortes de carreteras realizados el 4 de marzo en Barcelona por los estudiantes universitarios inauguraron un período de movilizaciones cuantitativa y cualitativamente muy superior a las del primer cuatrimestre. Las huelgas, ocupaciones y manifestaciones, los respectivos desalojos y las consiguientes muestras de solidaridad han trastrocado la cotidianidad de muchos estudiantes y de la institución universitaria. Este nuevo escenario, a pesar de contener una importante dosis de espontaneidad, se debe a la actividad creciente de las asambleas y el exhaustivo y voluminoso trabajo de base que se ha llevado a cabo desde la CAE (Coordinadora de Asambleas de Estudiantes ) y sus comisiones de trabajo a lo largo de todo el curso. El mes de marzo ha cristalizado todo el esfuerzo realizado durante meses por el movimiento estudiantil.

A este ritmo propio del movimiento estudiantil deberíamos añadir la dinámica más lenta del movimiento contra la LEC (Ley de Educación de Cataluña), que protagonizó el pasado 19 de marzo una huelga en los centros de educación pública con cerca de un 80% de seguimiento y una manifestación de casi 100.000 profesores y alumnos en Barcelona, jornada de lucha a la que los estudiantes universitarios también nos sumamos.

Pese al cambio de escenario político la ofensiva contra la educación pública y los servicios sociales no para. Cierto es que la clase dirigente se encuentra en una diatriba; en el plano de la teoría política o de la retórica, las soluciones a la crisis que se proponen desde la socialdemocracia o la derecha son a menudo contradictorias, pero de eso no se desprende una muestra orgánica de división. Podríamos esperar, según la ley del péndulo, que el sistema recuperase las políticas keynesianas para superar la coyuntura actual del capitalismo, pero la realidad parece desmentir este presupuesto. La propia “izquierda” sigue, en tiempo de crisis, aplicando medidas más y más privatitzadoras, continuando y completando el proyecto neoliberal de recuperar el laissez faire. La LEC y el proceso de Bolonia siguen en sus respectivos campos esta lógica neoliberal. Parece pues que aunque parte de la clase política defienda tímidamente soluciones que refuerzan el sector público, en el plano pragmático tanto derecha como “izquierda” cargan la pérdida de plusvalía a las espaldas del estado del bienestar y de una clase trabajadora ya muy precarizada. Las consecuencias sociales de ésta crisis pueden ser gravísimas si no invertimos la correlación de fuerzas.

Sin embargo, este espíritu neoliberal, que flagela parte por parte el estado del bienestar, va tejiendo de forma paralela unas alianzas entre las víctimas que, a menudo, generan, tal como contempla la lógica dialéctica, un conjunto mucho más grande y potente que la simple suma de las partes. El asamblearismo del movimiento universitario ha permitido unir los esfuerzos de las organizaciones estudiantiles antibolonia y muchos estudiantes no organizados, generando una potencia mucho más grande que en la anterior situación de atomización y sectarismo de la izquierda universitaria. La sinergia que genera la organización de base es posiblemente la lección más grande que nos recuerda el movimiento estudiantil, tal como ya lo hizo la lucha de los conductores de TMB.

La izquierda transformadora tiene un gran reto sobre la mesa, afrontar la crisis económica más profunda de la historia con la izquierda más pequeña y débil de la historia. Es cierto que existe una crisis política e ideológica profunda del capitalismo, pero la estabilidad de un antagonista siempre es un concepto relativo a la fuerza del otro. Y a día de hoy la izquierda anticapitalista no representa ninguna amenaza seria para el sistema.

En este escenario de tensión social creciente, pero huérfano de vertebración orgánica, el movimiento antibolonia aparece con un ímpetu insospechado. Las muestras de solidaridad recogidas tanto desde la extrema izquierda, la izquierda sindical y los movimientos sociales, como desde la totalidad del espectro sociológico de la izquierda social, evidencían la esperanza de cambio, aún tímida pero sincera, que despierta el movimiento estudiantil ante el clima de frustración que genera la aparente impermeabilidad del sistema. Observar de cerca el movimiento estudiantil y reconocer las virtudes y defectos puede ayudar a construir más certeramente las herramientas de resistencia al impacto social de la crisis. Puede ayudar a construir el marco teórico que trace la estrategia para construir la indispensable nueva izquierda.

La jornada de huelga universitaria estatal del jueves 12 de marzo reunió en la manifestación convocada en Barcelona más de 10.000 personas, doblando o triplicando la movilización del primer cuatrimestre. Más de un centenar de estudiantes ocuparon al finalizar la manifestación la Universidad Pompeu Fabra (UPF) y se quedaron a dormir. Fueron desalojados por la policía el viernes 13. La respuesta estudiantil fue bastante tímida, la represión había funcionado.

Envalentonado por la desocupación policial de la UPF, aparentemente modélica y sin una contestación demasiado contundente, y aprovechando la coyuntura en que los activistas más visibles del rectorado estaban agotados, debido a toda la actividad frenética que supuso el desalojo de la UPF, el rector de la UB, Dídac Ramírez, contradiciendo la promesa que nos había hecho, decidió desalojar el rectorado la madrugada del 18 de marzo, esperando una respuesta mimética, creyendo que sería el toque de gracia. La desocupación del Rectorado ocupado y la violencia ejercida por los mossos de esquadra pretendían cortar de raíz un movimiento que parecía empezar a ser demasiado incómodo.

Los acontecimientos que sucedieron a raíz del desalojo han recordado a muchos y evidenciado a los otros la fisonomía del poder. Cuando las vías políticas generan demasiados antagonismos, el monopolio de la violencia se expresa para aplacar las voces críticas. Pero, la represión es siempre un arma de doble filo: puede hacer desvanecer la crítica o proporcionarle un altavoz. El 18 de marzo alguna cosa había cuajado. El número de estudiantes concentrados ante el rectorado desocupado iba creciendo durante todo la mañana, la confianza aumentaba y después de cada carga los estudiantes se volvían a concentrar ante el rectorado o en algún punto de la plaza Universidad. En una de estas cargas un grupo de estudiantes pudo forzar la puerta del rectorado y entrar al hall del rectorado, espacio físico donde se desarrollaban las actividades del encierro, recinto que había estado cerrado completamente después de la desocupación. Después de estar cortando todo la mañana la Gran Vía, los estudiantes decidieron ir a ocupar la consejería de Universidades subiendo por Paseo de Gracia en una manifestación espontánea de más de 2500 personas. Al llegar, el edificio ya estaba custodiado por la policía y, aunque un pequeño grupo de estudiantes ocupó durante unos minutos la azotea de la consejería, la extrema violencia policial desalojó y dispersó toda la gente congregada. Las cargas, las persecuciones y algún modesto disturbio se extendieron por todo el Eixample izquierdo. La convocatoria realizada por la tarde congregó a más de 6000 personas que sufrieron el mismo destino que los estudiantes de la mañana, esta vez en un escenario más adecuado para los manifestantes; el barrio del Born, de estrechas calles y difíciles excesos. Los manifestantes, tanto estudiantes como madres o sindicalistas, y los periodistas agredidos o heridos se contaban por quincenas. Las paradas de metro de la zona estaban cerradas y la policía controlaba todos los accesos del barrio. Una inesperada contundencia represiva protagonizó la jornada del 18 de marzo, pero esta vez no nos aplacó.

Éxitos y retos
El 18 de marzo condicionó el resto del mes. Después de la muestra de unidad que representaba la huelga general de la educación pública del jueves 19 donde los estudiantes que habían protagonizado los enfrentamientos con la policía caminaban pacíficamente en el lado de los maestros, el miércoles 25 una treintena de profesores universitarios se encerraron en el rectorado, donde dormieron una noche. El jueves 26 se realizó otro salto cualitativo, algunas facultades hicieron huelga y la manifestación de la tarde, reuniendo además de 25.000 personas, fintó todo el circo mediático y represivo que se había organizado en la Rambla, tomando la dirección contraria al recorrido previsto. Devino un hecho artístico de una magnitud impresionante, pero la naturaleza de la decisión reabría la intermitente contradicción entre el asamblearismo y las comisiones de trabajo.

El factor determinante que motivó la desocupación del rectorado fue su condición de centro logístico de las comisiones de la CAE y la voluntad de convertirse en sede de los movimientos sociales. El contacto directo con los institutos a través de la red de charlas, la relación con los movimientos sociales o el trabajo de dinamización de la Asamblea de Personal Docente e Investigador y Personal Administración y Servicio (PDI y PAS) iban vertebrando silenciosamente un movimiento mucho más fuerte y amplio que se ha demostrado capaz de responder con una fuerza y agilidad inédita a la represión policial.

El rectorado se había convertido en una universidad autogestionada de activistas. Toda la actividad realizada por el rectorado y las comisiones de la CAE durante estos cuatro meses han reforzado enormemente el movimiento estudiantil. Han generado la confianza y han dado las herramientas para que los estudiantes encerrados en el rectorado pudiesen, al volver a sus facultades, dinamizar los espacios críticos locales. Al mismo tiempo, han hecho posible una tarea de difusión hacia la sociedad sin precedentes en el movimiento estudiantil. El Rectorado se había convertido en el punto de inflexión más importante del movimiento estudiantil en los últimos años. Un espacio de trabajo que dinamizaba y vertebraba el descontento con el plan Bolonia. Un pistón que transformaba el vapor en energía útil, una fuerza que permitía avanzar.

Los encuentros de asambleas y la discusión constante de las personas encerradas en el rectorado captaban de forma muy cuidadosa la realidad. Este hecho permitía trazar una línea de actuación que se integraba convenientemente, impactaba y transformaba el curso de ciertos acontecimientos. El trabajo de las comisiones proporcionaba la materialización de los objetivos tácticos y estratégicos del movimiento, pero éstas estaban cada vez más circunscritas a una dinámica propia del rectorado, que para responder efectivamente a la rapidez en que se sucedían los hechos se iba desligando progresivamente de las diferentes asambleas y de la lentitud en la toma de decisiones en el marco de la CAE. El movimiento estudiantil de Barcelona y cercanías tiene planteada esta cuestión sobre la mesa. El asamblearismo, o por lo menos la forma en que la CAE lo practica, no puede ser suficientemente transversal si en momentos de mucha actividad quiere estar a la altura de las circunstancias. Las estructuras organizativas deben estar vivas y evolucionar para adaptarse a los constantes cambios de paisaje. Nos encontramos seguramente ante un cambio de escenario que requerirá calibrar formal o sustancialmente la CAE.

Después del marzo de este 2009 podemos constatar que los retos del movimiento estudiantil ya no están circunscritos a las puertas de la universidad. La influencia que el movimiento ejerce al resto de la sociedad y la influencia creciente de un discurso más social en el movimiento permiten entrever un posible espacio donde vertebrar y catalizar el descontento del precario, donde empezar a construir la resistencia, la alternativa.

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