sábado, 10 de octubre de 2009

Che, vocación de seguir cabalgando


8 de octubre de 2009
Roberto Pérez Betancourt
AIN

Quien quiera mandar, que entre en la caballería, sentenció José Martí, Apóstol de la independencia cubana.
Con esa vocación esencial, Ernesto Che Guevara se enroló en su tiempo en la tropa de Fidel Castro, y 42 años después de haber sido asesinado, su figura gallarda continúa ganando batallas de justicia social, día a día, en campos y ciudades.

Este verano se conmemoró el aniversario 83 del nacimiento de Ernesto --el 14 de junio de 1926-- en la localidad argentina de El Rosario, provincia de Santa Fe, y este nueve de octubre se cumplirán 42 años de su vil asesinato en 1967, en la aldea boliviana de La Higuera.


La idea que guió siempre los pasos de Che está presente en todas sus acciones: solo se puede dirigir a partir del ejemplo. Un pensamiento de idéntica hondura en el siglo XIX marcó la ejecutoria de José Martí.


Por eso no sorprende que en manifestaciones obreras, desfiles, mítines estudiantiles o asambleas campesinas, foros internacionales y debates domésticos, desde la aldea hasta metrópolis cosmopolitas, citen a Che Guevara como paradigma de justicia y humanidad.


Su imagen multiplicada recorre avenidas, tapiza escuelas y hogares, se eleva en pancartas y aparece sobre camisetas y hasta tatuada en la piel de los humanos. No se trata de un culto específico, y aunque en sitios humildes, indios y aldeanos encienden velas e imploran milagros mientras evocan al Guerrillero Heroico, él es universal y pertenece a todos los hombres dignos.


De nada valdría a los humildes de siempre acceder al poder político en su país si no consolidan bases que garanticen su independencia económica y la posibilidad real de defenderse ante las amenazas y los ataques de las aves de rapiña imperiales, enseñó el verbo lúcido de Guevara.


En ese contexto, el ejemplo ético, patriótico y de solidaridad internacionalista de Che, verdadero gigante del tiempo, sigue sembrando esperanzas, nutre de juventud, vigoriza la rebeldía revolucionaria, inspira voluntades, es actual y no conoce fronteras.


A Cuba llegó vistiendo uniforme guerrillero en la tropa heroica del yate Granma, comandado por Fidel Castro, y entre cubanos cabalgó montañas. Junto al comandante Camilo Cienfuegos, otro de su estirpe, invadió el occidente cubano y en la clarinada de 1959 comprobó la validez de la tesis martiana: para ganar la paz era menester volver a hacer la guerra necesaria.


Seis años más llenaron su inquieto andar cubano entre trajines administrativos y proyectos guerrilleros. En ellos dejó constancia de su brillante inteligencia y carácter intransigente, en extremo austero, primero que todo consigo mismo.


Y cuando el tres de octubre de 1965 el Comandante en Jefe Fidel Castro informó la relación de integrantes del primer Comité Central del Partido Comunista de Cuba, todo el país vibró al conocer el texto de la carta firmada por quien allí faltaba.


"…Otras tierras del mundo reclaman el concurso de mis modestos esfuerzos. Yo puedo hacer lo que te está negado por tu responsabilidad al frente de Cuba y llegó la hora de separarnos."


Che se marchaba de Cuba. Contaba 37 años de edad. Llevaba consigo la vocación de Bolívar y un puñado de hermanos guiados por la estrella martiana. Surgía una nueva etapa en la vida del Guerrillero más famoso de la historia.


Tras dos años de incertidumbre, en los que la presencia beligerante de Che y su guerrilla en tierras sudamericanas se convirtió en pesadilla para los oligarcas, llegó la noticia de su muerte.


En la última página de su diario de campaña se lee: "...Salimos los 17 con una luna muy pequeña".


Era la madrugada del siete de octubre de 1967. Al otro día, en la Quebrada del Yuro, herido y con el fusil inutilizado, fue capturado y obligado a subir por la pendiente escabrosa, de unos dos kilómetros, hasta La Higuera.


El nueve de octubre lo asesinaron allí. Tenía 39 años de edad. Le dispararon una ráfaga de ametralladora. Después un sargento borracho creyó rematarlo con un tiro de pistola. No sabía el iluso que aquella detonación marcaba la resurrección de Ernesto Che Guevara.


A partir de entonces a ese apelativo se añadiría el de un símbolo trascendente: El Guerrillero Heroico.

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