sábado, 1 de agosto de 2009

El templo atomico de Israel


por Yitzhak Laor

Es irónico que Shimon Peres, que se enorgullece de su decisiva participación en el desarrollo de la capacidad atómica israelí, ahora le pida al mundo que sea misericordioso con su país y haga desaparecer el peligro atómico iraní.

Ahora, que nuevamente nos prometen guerra pues “les conviene a los norteamericanos”, vale la pena recordar que el 12 de julio de 1966 sesenta científicos e intelectuales israelíes firmaron una solicitada en el diario Haaretz titulada “Por la no proliferación de armas nucleares en la región”. Según fuentes externas, todo ello un año antes de que comience a funcionar el reactor atómico de Dimona. Sin referirse a información específica, estos firmantes exigían “aplicar una política internacional con el objetivo de evitar la proliferación de armamento nuclear en el Medio Oriente” y agregaron con mucha razón: “Si las armas nucleares llegan a manos de una de las partes en conflicto de la región, también lo conseguirá la otra”.
Entre los firmantes de esta solicitada se encontraban científicos del Technion, del Instituto Waizman y de la Universidad Hebrea de Jerusalén. También firmaron intelectuales como el historiador Yehuda Magnes, Yaakov Talmon, el filósofo Yohoshua Bar Hilel, el famoso filósofo Yeshaiau Leibovich y otros. Y el poeta Abba Kovner.
La capacidad “de la otra parte” de conseguir armas nucleares, motivo central de la solicitada, era para nuestros líderes una cuestión imposible. En ese momento todos estábamos obsesionados con la agotadora cantinela de la "mente judía", que daba por sobreentendido el desden y desprecio que sentíamos por “los nativos”, a los que considerábamos incapaces de producir nada por sí mismos. A tal punto se expresaba esa visión claramente colonialista de los líderes de los programas nucleares israelíes.
Sin embargo, la profecía de los científicos e intelectuales comenzó a concretarse ya en el año 1981, en el Irak de Saddam Hussein. Entonces la subestimación cambió por algo distinto. Si la supremacía israelí no es una cuestión natural, hay que ayudar a la naturaleza. Al repertorio de “casus belli” de Israel se incorporó otro motivo de guerra. Repentinamente, el argumento de que “ellos no son capaces de producir armas atómicas” se convirtió en un desafió ideológico y militar: “No les permitiremos producir armas atómicas”. También en esta oportunidad el establishment de seguridad de Israel, gran creador de conciencia, estaba compenetrado de esa profunda subestimación de la capacidad de “los nativos”.
Hay algo irónico en el llamativo lamento del premio Nobel de la Paz Shimon Peres respecto de los programas nucleares de Irán. Quien se enorgullece de su decisiva participación en la preparación de la alternativa atómica, quien representó el mito de que “el reactor atómico nos liberará de toda dependencia internacional”, ahora tira de las solapas de los grandes del mundo: sean justos y misericordiosos con nosotros y hagan desaparecer el peligro atómico iraní. Nunca se vio a la luz de todo el mundo la independencia de decidir y actuar de Israel tan limitada.
Muchas palabras se escucharon desde aquella solicitada, muchos borrones de la censura, mucha palabrería y arrogancia, y sobre todo mitología. Esa es la fuerza de “la realidad”. Lo que esté en discusión en el momento de su creación se convierte en sagrado. Es tanta la fuerza del Estado que convierte sus sitios secretos de Dimona y Nes Ziona en lugares santos (y lugares de trabajo de departamentos enteros de universidades).
Ahora, que el pánico respecto de Irán se renueva, vale la pena prestar atención a otro asunto. Antes de que Israel dispusira de la opción nuclear, nadie pensaba en la posibilidad de estar frente a una nueva Shoa, justamente por no tener esa opción. Desde que dispone de armamento nuclear, según fuentes externas, ese peligro se convirtió en el motivo central de la existencia. Por supuesto que el mito lo creó Israel y no hay quién lo discuta. El debate público por un Medio Oriente libre de armas nucleares no es parte de la agenda israelí.
He aquí otro logro del Israel acantonado y blindado. Quien compare los sueldos de los profesores firmantes de aquella solicitada a los sueldos de lo que hoy se denomina “profesores catedráticos”, se percatará que el Estado no solo construyó templos con la ayuda de científicos de los institutos de altos estudios. El Estado también hizo un excelente negocio con otros intelectuales de esas instituciones. Y por un alto precio el Estado compró el silencio permanente de “los intelectuales”.

fuente: El artículo de Laor fue publicado previamente en el diario Haaretz (Tel Aviv, Israel). La traducción del hebreo pertenece a Daniel Kupervaser, editor del blog Ojalá me equivoque, dedicado a la discusión de los temas centrales de la sociedad israelí.

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