lunes, 1 de junio de 2009

Comentario de Cuarenta Hadices -VI


Sharhe Chehel Hadiz
Imam Jomeiní
Traducción de Raúl González Bórnez

Primer hadiz
El combate del ego-VI
Sobre el equilibrio



Una de las cosas que ayuda a la persona que sigue este camino espiritual y a la que se debe prestar una gran atención es el equilibro. Y lo que pretendemos indicar con ello es que la persona inteligente debe comparar los beneficios y perjuicios que reportan cada uno de los comportamientos corruptos y cada defecto, producto de los excesos de las pasiones, la ira y la imaginación bajo control de Satanás, con los beneficios y perjuicios que comporta cada uno de los buenos actos y de las virtudes morales que se encuentran a la sombra de la razón y de la obediencia de la ley divina, y valorar cual de ellos es el mejor camino a seguir.
Por ejemplo, el alma que está totalmente controlada por sus pasiones y empapada de ellas y que ha contraído todo tipo de vicios y malos atributos, se encuentra incapaz de refrenarse ante cualquier acto pecaminoso que se le ofrece, de rechazar cualquier beneficio que pueda obtener sin preocuparse del camino por el que lo ha obtenido y de abstenerse de conseguir cualquier cosa que le apetezca aunque para ello tenga que seguir un camino criminal y corrupto.
Cuando la ira se convierte en un hábito y da paso a otros defectos y vicios, tratará a cualquier persona que caiga en sus manos con violencia, prepotencia y opresión. Y buscará la manera de perjudicar a cualquiera que se resista a su opresión y responderá con la violencia y el desorden ante la menor señal de disconformidad y, por cualquier medio, alejará de sí a quien moleste sus deseos, aunque eso suponga llevar al mundo a la corrupción.
De la misma manera, un alma empapada por las fantasías satánicas hasta el punto en que estas se hayan convertido en un hábito para él, llevará adelante sus deseos y pasiones aunque para ello haya de recurrir al engaño, las trampas o cualquier otro tipo de comportamiento satánico, y aunque con ello lleve la desgracia a una familia o condene a la miseria a una ciudad o a un país.

Esas son las consecuencias que resultan de esos poderes cuando caen bajo el control de Satanás.
Mientras que si lo pensamos bien y observamos los estados de estos individuos, veremos que por muy fuerte que sean y por mucho poder que tengan para obtener sus deseos y aspiraciones, habrá miles de ellos que jamás podrán alcanzar, ya que, en este mundo, no es posible obtener todos los deseos y alcanzar todas las aspiraciones, pues este mundo es el reino de las dificultades y la materia de la que este mundo está hecho se resiste a que nuestros deseos se realicen.
Al mismo tiempo, nuestros deseos y esperanzas son ilimitados. Por ejemplo, el poder de los deseos en la persona es de tal manera que si, por imaginar algo imposible, un hombre poseyese todas las mujeres de una ciudad, desearía las mujeres de otra ciudad y si poseyese un país desearía otro.
El ser humano siempre desea lo que no posee. A pesar de lo imposible de nuestras fantasías y de la presencia de este horno de pasiones, lo que tenemos sin cocer es mucho y la persona nunca consigue todo aquello que desea.
Y lo mismo sucede con el poder de la ira en la persona. Está creado de tal manera que, aunque fuera el monarca absoluto de un reino, pondría su atención en otro reino y trataría de apoderarse de él, al punto que, todo lo que viene a sus manos sólo sirve para incrementar este poder. Quien no esté de acuerdo, que observe sus propios sentimientos y los de otras personas de este mundo que pertenezcan a las clases altas, a la aristocracia y a quienes poseen poder y nos dará la razón.
Así pues, el ser humano siempre está deseando algo que no posee. Es éste un sentimiento innato en él, tal y como muchos grandes filósofos y maestros del Islam han demostrado, especialmente nuestro maestro y guía en lo relativo a la espiritualidad divina, el gnóstico perfecto Aqa Mirza Muhammad Ali Shah Abadí.[1]

En cualquier caso ¿Cuánto tiempo puede un individuo disfrutar de aquello que ha obtenido? ¿Cuánto tiempo permanece en él el vigor juvenil?
Cuando la primavera de su vida da paso al otoño pierde la alegría de su corazón y el vigor de sus miembros, le abandona el gusto por el trabajo, deja de percibir con claridad el sabor de los alimentos, se debilitan sus ojos, sus oídos y el resto de sus sentidos y decaen los placeres, total o parcialmente. Diferentes enfermedades comienzan a invadirle, sus aparatos digestivo, excretor, defensivo y respiratorio comienzan a no funcionarle bien y nada queda excepto dolor y molestias.

Por tanto, el tiempo en que la persona hace uso de esa fuerza corporal, desde los días en que puede diferenciar lo bueno y lo malo hasta que sus fuerzas comienzan a decaer, no pasa de treinta o cuarenta años, siempre y cuando sea una persona de constitución fuerte y sana y que no sufra enfermedades y problemas de los que estamos acostumbrados a ver cada día y que solemos no tener en cuenta.
Ahora bien, supongamos que usted puede llegar a vivir ciento cincuenta años y a disponer de todos sus poderes pasionales y satánicos de los que ya hemos hablado, e imaginemos también que durante ese tiempo no sufre ningún percance o inconveniente y nada se opone a sus metas ¿Qué será de usted después de ese pequeño tiempo, que pasa con la rapidez del viento?
¿Acaso habrá podido almacenar algunos de esos placeres para su vida eterna? ¿Para el día de su desgracia, carencia y soledad? ¿Para los mundos de la tumba (barzaj) y del levantamiento final? ¿Para el encuentro con los ángeles de Dios y con los amigos de Dios y Sus profetas?
No contará con nada más que con malas acciones y pecados, los cuales se manifestarán en usted en el mundo intermedio y en el de la resurrección, transformando su aspecto de tal manera que nadie más que Dios podrá reconocerle.

Te equivocas al comparar el fuego del Infierno y los tormentos de la tumba y de la resurrección y todo lo demás que has escuchado con el fuego y las penalidades y castigos de este mundo. Has establecido una analogía equivocada. El fuego de este mundo es un accidente relativamente suave. Los castigo de este mundo son muy suaves y ligeros. Tu percepción de las cosas en este mundo es muy parcial e incompleta. Todos los fuegos de este mundo reunidos no son suficientes para quemar el alma del ser humano. En el otro mundo, el fuego, además de quemar el cuerpo, quema también el alma y funde el corazón. Todo lo que has oído hasta ahora es sobre el Infierno de tus acciones que allí se te hará presente y del que Dios Altísimo ha dicho:
Y encontrarán ante ellos lo que hicieron.[2]

Es decir: Se encontrarán con que aquello que hicieron está presente ante ellos.

La riqueza de los huérfanos de la que te apropiaste y de la que disfrutaste con placer, sólo Dios sabe la forma que tomará en ese mundo, cómo se aparecerá ante ti en el infierno y qué tipo de sufrimiento te provocará.
Aquí hablaste mal a la gente, quemaste el corazón de la gente. Sólo Dios sabe qué castigo tendrás en ese otro mundo por haber quemado el corazón de los siervos de Dios. Cuando lo veas, sabrás el castigo que tú mismo preparaste para ti mismo.
Cuando calumniaste a la gente, la forma celestial que había sido preparada para ti se aparta de ti, quedas asociado a lo que hiciste y probarás el castigo por ello.
Esos son los infiernos de las acciones. Infiernos fáciles, fríos, soportables y que pertenecen a los que son pecadores. Pero aquellos que han corrompido sus actos y han hecho un hábito de vicios como la codicia, la avaricia, el rechazo de las obligaciones morales, el discutir las ordenes divinas, la tacañería, el amor al dinero, a la posición social, a los placeres mundanos y al resto de los atributos bajos y degradantes, son gente que pertenece al infierno hasta un punto que no es posible imaginar. Son imágenes horribles y evanescentes que surgen de lo profundo del alma de las gentes de esos infiernos, a consecuencia de los castigos que en ellos sufren y que el corazón de gentes como tú o yo es incapaz de imaginar.
Ha sido recogido en algunas tradiciones proféticas dignas de crédito que existe en el Infierno un valle denominado «Saqar» destinado especialmente a los arrogantes. Se queja ante Dios Altísimo de la intensidad del calor y le pide permiso para respirar un momento. Y cuando obtiene permiso para respirar, emite una respiración que inflama todo el Infierno.[3]
A veces, estos atributos son la causa de que la persona permanezca eternamente en el Infierno, ya que arrebatan la fe de la persona. Por ejemplo, la envidia, de la que en una de nuestras tradiciones proféticas auténticas se dice que devora la fe de la misma manera que el fuego devora la leña.[4]
O como el amor por este mundo, la posición y el dinero, del que, en una de nuestras tradiciones proféticas auténticas, se dice que dos lobos que atacan a una oveja perdida del pastor, uno por delante y otro por detrás, no acaban con ella tan rápido como el amor por el mundo, los honores y la riqueza acaban con la fe del creyente.[5]
No quiera Dios que la persona acabe sus días como un pecador, pues los hábitos y los comportamientos malvados son causa de que la persona marche de este mundo habiendo perdido la fe y el infierno del que no tiene fe y el infierno de las creencias vanas son muchos grados peor, más ardientes y tenebrosos, que esos dos que hemos citado previamente.
¡Oh querido! La teosofía ha dejado demostrado que los grados de intensidad son ilimitados.[6] Para cada nivel de intensidad del castigo que tu mente y la mente de cualquiera pueda imaginar, aun es posible un grado mayor.
Si no conoces los argumentos de los filósofos ni crees en los develamientos de los gnósticos, tú que, alabado sea Dios, eres un creyente y sabes que los profetas, las bendiciones de Dios sean con todos ellos, eran sinceros; tú, que sabes que las tradiciones proféticas recogidas en nuestros libros acreditados y que todos los sabios imamitas[7] aceptan, son verdaderas; tú, que sabes que los ruegos y los diálogos espirituales íntimos (munáyát) que nos han sido transmitidos de los Imames purificados, la paz de Dios sea con ellos, son ciertos; tú, que has conocido los diálogos espirituales del Señor de los temerosos de Dios, Emir al-Muminín, la paz de Dios sea con él; tú, que conoces los diálogos espirituales que el Señor de los que se prosternan[8] ante Dios, Said al-Sáyedín, sobre él la paz, ha pronunciado en la súplica de Abu Hamza Az-Zumalí; reflexiona un poco sobre el contenido de los mismos, piensa un poco en sus pasajes.
No es necesario que leas una súplica larguísima de una sola vez y apresuradamente, sin pensar en sus significados. Tú y yo no poseemos el estado espiritual del señor de quienes se prosternan, el Imam Ali ibn al-Huseyn, sobre él la paz, para ser capaces de recitar esa larga súplica con un estado elevado. Lee un tercio o un cuarto de él, por la noche, prestando un poco de atención y reflexionando en sus pasajes. Quizás obtengas un estado de elevación espiritual.
Dejemos todo eso a un lado. Piensa un poco en lo que el Corán dice sobre los castigos y cómo la gente destinada al infierno suplica a Dios que les saque de él. Pero no lo consiguen y tampoco pueden morir. Ve lo que dice Dios Altísimo:
¡Ay de mí por mi negligencia con Dios![9]

¿A qué negligencia se refiere Dios Altísimo otorgándole tal importancia y hablando de ella en esos términos?
Reflexiona sobre este noble versículo coránico. No pases sobre él sin detenerte a meditar cómo Dios describe el Día del Juicio Final:
El día en que lo veáis, olvidará toda nodriza a su lactante y toda embarazada abortará y verás a las gentes ebrias, pero no estarán ebrias sino que el castigo de Dios será severo.[10]

Piénsalo bien querido. El Corán, que Dios me perdone, no es un libro de cuentos. No bromea contigo. ¿Has visto lo que dice? ¿Qué clase de castigo es ese que hace que nos olvidemos de nuestros seres queridos y que la mujer embarazada aborte? ¿Qué clase de castigo es para que Dios, bendito y ensalzado sea, le califique de «intenso» y en otro momento de «inmenso»?
¡Qué castigo será para que Dios, cuya inmensidad no tiene límites y cuya grandeza y poderío son infinitos, lo califique de «intenso» e «inmenso»! Dios sabe que mi mente y la tuya y la de cualquier ser humano son incapaces de imaginarlo.
Si revisáis las tradiciones proféticas de los Imames de la Casa de la virtud y la Pureza y reflexionáis sobre ellas, comprenderéis que la naturaleza de los castigos de ese mundo es diferente a la de los castigos de éste. No se pueden establecer analogías entre los castigos de este mundo y los del otro. Eso es una equivocación y una analogía sin sentido.
Voy a citarte un noble hadiz[11] del Sheyj Yalil al-Qadr, Sadúq al-Táifa, el muy verídico de la comunidad, para que sepas cómo es el asunto, cuán inmenso es el sufrimiento, a pesar de que este hadiz se refiere al infierno de las acciones, que es el más frió de todos los infiernos.
Primero, debes saber que el Sheyj Sadúq, que es quien transmite este hadiz, es alguien al que todos los sabios consideran mayor que ellos y que todos aceptan su grandeza. Esta personalidad es alguien que nació como respuesta a una súplica del Imam, sobre él la paz. Es alguien que mereció la atención y la estima del Imam de la Época, sobre él la paz y quiera Dios acelerar su regreso, escritor de importantes obras y uno de los grandes sabios imamitas, quiera Dios estar satisfecho de todos ellos.
Voy a transmitir un hadiz proveniente de Sheij Sadúq. Todos los que de él lo han transmitido hasta llegar a nosotros son grandes maestros cuyo testimonio es absolutamente digno de crédito (ziqa), por lo tanto, si eres de la gente de fe, debes creer en él.
Transmitió Al-Sadúq, que lo recogió del Señor de los sinceros, sobre él la paz, que dijo:
Estaba un día el Mensajero de Dios sentado, cuando vino a él Gabriel, sobre él la paz, con una expresión de preocupación y el rostro demudado y el Mensajero de Dios le dijo: «¡Oh Gabriel! ¡Qué es eso que veo que te preocupa?»
Él dijo: «¡Oh Muhammad! ¿Cómo podría no estar así después de haber visto cómo hoy se establecían las burbujas del Infierno?»
El Mensajero de Dios dijo: «¡Oh Gabriel! ¿Qué son las burbujas del Infierno?»
Y él dijo: «En verdad, Dios Altísimo ordenó al fuego que ardiese durante mil años, hasta que se puso al rojo vivo. Luego le ordenó que ardiese otros mil años, hasta que se puso blanco. Luego le ordenó que ardiese otros mil años, hasta que se puso negro. Y ahora es negro y oscuro. Y si un solo eslabón de la cadena que cierra su entrada, cuya altura es de setenta codos, cayese en la Tierra, la fundiría totalmente con su calor. Y si una sola gota del Zaqúm[12] y el Daríg[13] cayese sobre las reservas de agua de la gente de este mundo, todos morirían debido a su hedor.»
Y dijo: Entonces el Mensajero de Dios lloró y también lloró Gabriel, así que Dios Altísimo envió para ellos un ángel que les dijo: «Vuestro Señor os envía saludos y dice: En verdad, os he librado a ambos de cometer pecados y por tanto de castigaros por ello.»[14]
¡Oh querido! Existen muchos hadices como este.
La existencia del Infierno y sus dolorosos castigos son creencias establecidas de todas las religiones y las pruebas de ello son evidentes. Los gnósticos y los señores de los corazones han podido contemplar ejemplos de ello en este mismo mundo.
Reflexiona atentamente en el contenido de este hadiz terrible.
Si consideras la posibilidad de que sea cierto ¿No debería eso hacerte sentir como un loco divagando sin sentido ni dirección por el desierto? ¿Qué nos ha sucedido para que nos encontremos hasta tal punto sumergidos en el sueño del descuido y la ignorancia? ¿Acaso también para nosotros, como para el Mensajero de Dios y para Gabriel, ha descendido un ángel para anunciarnos que estamos a salvo del castigo divino? Incluso así, el Mensajero de Dios y los santos no se libraban de temer a Dios hasta el fin de sus días y el sueño y el apetito se apartaba de ellos. Los santos de Dios llegaban al síncope de temor de Dios. Los lamentos, las súplicas y las confesiones espirituales de Ali ibn Al-Huseyn, sobre él la paz, que era uno de los Imames Purificados, rompen el corazón. ¿Qué nos pasa que no mostramos ninguna modestia ante la presencia divina y que nos comportamos con tanta falta de respeto ante la santidad y sacralidad divina?
¡Ay de nosotros por nuestra falta de atención! ¡Ay de nosotros cuando nos lleguen los difíciles momentos de la muerte! ¡Ay de nosotros y de nuestro estado después de morir ante las dificultades del mundo al que vamos (barzaj) y ante el Día de la Resurrección y sus tinieblas! ¡Ay de nosotros ante el Infierno y sus castigos!
[1] Mirza Muhammad Ali hijo de Muhammad Yawad Huseyn Abdadí Isfahaní Shah Abadí, (1292-1369 h. l.), doctor de la ley, Faqíh, usulí, gnóstico y filósofo sobresaliente del siglo catorce de la hégira, Se formó en las escuelas teológicas de Isfahan, Teherán y Nayaf. Sus maestros fueron su hermano Sheij Ahmad y Mirza Muhammad Háshem Chahar Sauqí en Isfahan, Mirza Háshem Ashkurí y Mirza Hasan Ashtiyaní en Teherán y Ajund Jorasaní, Shariat Esfahaní y Mirza Muhammad Taqi Shirazí en Nayaf. Dio clases primero en Samarrá y posteriormente en Qom y Teherán. El Imam Jomeiní asistió a sus clases de Gnosis y Ética en Qom, entre los años 1347-1354 h. l.
[2] Sagrado Corán, 18:49
[3] Usul al-Kafi, t. II, p. 310. Kitáb al-Imam wa l-kufr, hadíz 10.
[4] Usul al-Kafi, t. II, p. 306. Kitáb al-Imam wa l-kufr, cap. Al-Jasad, hadíz 2.
[5] Usul al-Kafi, t. II, p. 315. Kitáb al-Imam wa l-kufr, cap. Jub al-Dunia wa al-Jarad aleiha, hadíz 2 y 3.
[6] Cfr. Sadr al-Mutaálehin, Asfár, t. I, p. 45, 65, 69.
[7] Los eruditos de la escuela chiíta seguidores de los doce Imames.
[8] Said al-Sayedí o Said al-Sayyad, Señor de quienes se prosternan, es uno de los títulos por los que es conocido Imam Ali, hijo del Imam Al-Huseyn, hijo de Fátima y Ali Emir al-Muminín, cuarto de los Imames purificados, herederos de la profecía de su abuelo, el Mensajero de Dios.
[9] Sagrado Corán, 39:56.
[10] Sagrado Corán, 22:2.
[11] Relato de lo dicho o hecho por el profeta del Islam.
[12] Árbol citado en el Corán, que hunde sus raíces en el infierno y cuyos frutos son extremadamente amargos.
[13] Es una planta del infierno, más amarga que el aloe, que será el alimento de los condenados.
[14] Cfr. Ilm al-Iaqín, maqsad 4, cap. 15, sección 1, p. 1032.

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