viernes, 10 de abril de 2009

Imam Ali y el conocimento recibido del Profeta




Recoge Al-Koleyní que Imam Ali Emir al-Muminín, la paz sea con él, dijo:

Yo era la única persona que tenía acceso al Mensajero de Dios una vez al menos durante el día y otra vez por la noche y solía estar a solas con él.
En esas ocasiones disfrutaba del honor de hablar con él de cualquier cosa de la que a él le apeteciese hablar.
Los compañeros de Mensajero de Dios sabían que él no concedía ese privilegio a ninguna otra persona.
Muchas veces, estando yo en mi propia casa, él venía a visitarme. Eso era algo que él hacía con frecuencia.
Cuando era yo quien le visitaba en su casa, él siempre preguntaba cuál de la habitaciones estaba libre, para poderse encontrar conmigo a solas. Incluso sus esposas no tenían permiso para quedarse con nosotros y nadie más que yo quedaba ante su presencia. Pero cuando era el Mensajero de Dios quien venía a mi casa para hablar conmigo en privado, no excluía a Fátima ni a ninguno de mis hijos.
En tales ocasiones el respondía a todas las preguntas y, cuando yo ya no tenía más preguntas que hacerle y me quedaba en silencio, él comenzaba a hablar de aquellas cosas que quería.
Nunca hubo una ocasión en la que él recibiese la revelación de los versículos coránicos sin que me la recitase y me la dictase y sin que yo la escribiese con mi propia mano. Después, él me explicaba su significado y me hacía todas las aclaraciones pertinentes, indicándome cuáles eran los versículos abrogantes y cuáles los abrogados, cuáles los unívocos y cuáles los equívocos, cuáles los generales y cuáles los específicos.
Entonces, el Profeta rezaba a Dios para que permitiese entenderlos y no olvidarlos.
Desde que el Profeta pidió a Dios eso para mí la primera vez, no he olvidado ni un solo versículo del Libro de Dios, ni tampoco del conocimiento que el Profeta me transmitió y que yo adquirí.
El Profeta no dejó sin enseñarme nada de lo que le fue revelado sobre lo que es permisible o prohibido, ninguna de las órdenes divinas y de sus prohibiciones, nada de lo que fue o de lo que será y nada de los libros revelados anteriormente o de lo que cualquiera de los profetas de Dios dijo relativo a la obediencia o la desobediencia a Dios y yo lo entendí en su totalidad y no he olvidado ni una sola palabra de todo ello.
Después de todo ello, puso su mano en mi pecho y rezó a Dios para que llenase mi corazón de conocimiento y de entendimiento, sabiduría y luz.
Yo le dije: ¡Oh Mensajero de Dios! ¡Qué mi padre y mi madre sean sacrificados por ti! Nunca he olvidado nada desde que tú rezaste por mí. Ni siquiera aquello que he escrito. A pesar de ello ¿Todavía tienes miedo de que olvide algo?
El Profeta escuchó lo que le decía y respondió: No. No tengo miedo de que jamás llegues a ser olvidadizo o ignorante.

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