martes, 8 de junio de 2010
El silencio interrumpido
7 / juin
El silencio de estas últimas semanas del mes de abril, ha quedado interrumpido por el sonido ensordecedor de los cazas israelíes que sobrevuelan, de forma intermitente, la ciudad de Nablus. Acostumbrados desafortunadamente a esta invasión acústica, los palestinos continúan con sus trabajos cotidianos. Les preocupa más la violencia más directa.
Las agresiones contra ellos por parte de los colonos del asentamiento ilegal de Yizhar, las pintadas amenazantes en la mezquita Bilal ibn Rabah, especial lugar de rezo para los palestinos por la historia que envuelve al lugar - primer almuédano que designó el profeta Mahoma para llamar a la oración a los musulmanes de La Meca en el siglo VII - y los olivos dañados en el pequeño pueblo de Huwwara, es el resultado de una política de colonización, es el resultado de una política del odio.
La Deportación.
La humillación, el insulto y una violencia deliberada son las huellas de las acciones. Y esa intimidación va en aumento alimentada por las últimas palabras del gobierno israelí. La política de tono racista del ministro de Asuntos Exteriores Avigdor Lieberman ya se esta haciendo efectiva. La nueva orden militar es contundente pero ambigua y por tanto, peligrosa en su aplicación. Con la nueva definición de “infiltrado”, se condena a la deportación a todo aquel ciudadano o ciudadana que carezca de identificación expedida por Israel ; una amenaza real que se extiende a decenas de miles de palestinos, a ciudadanos jordanos que residen en Cisjordania, a extranjeros/as casados/as con ciudadanos palestinos, a extranjeros/as que trabajen en Cisjordania. Y es que esta orden militar tiene múltiples facetas.
Hay miedo y tensión en la ciudad, y en los pueblos cercanos y en los campos de refugiados…Ya se oyen los primeros intentos de deportación. Los rumores de las dos familias afectadas por esta orden en Qalqiliya, esta en la mente de todos. Hoy llega otra noticia. Buscan a un chico en el campo de refugiados de Askar. Su origen gazaui le ha colocado en una situación de riesgo. Su familia vive en Nablus desde hace años. Sabe que van a por él. Opta por no dormir en casa. Decide quedarse a pasar la noche en su lugar de trabajo, nos relata, con profunda tristeza, su cuñada, “es más seguro, no descansa bien, pero es más seguro. No se puede ir. Aquí esta su mujer, y sus hijos…aquí estamos todos, esta su familia”. Empieza, de nuevo, la larga espera de la expulsión. Sabe que más pronto que tarde será transferido a Gaza.
La rutina del miedo y la dignidad.
Agresiones tan evidentes como ésta ya no son noticia en este campo de refugiados que, como muchos otros, está acostumbrado a lo peor, a los registros en la noche, a las detenciones arbitrarias, al cerco permanente, a la agresión israelí como norma, a la rutina del miedo. Jameel Jenawey, un chico de 19 años cuenta para Diagonal las marcas que tiene en los ojos : “un patrol israelí entró en el campo. Me dispararon desde ese carro, que era como esos jeeps que se pasean por los calles de las ciudades. Seguro que los has visto. Me he sometido a varias operaciones pero tengo las cicatrices en la cara de las dos balas. Me quedan aún las revisiones del hueso de platino que tengo aquí, ves, justo debajo del ojo…”. Nos cuenta esta historia rodeado de su familia, atento a la grabadora que registra su voz pero también pendiente del móvil. En él se pueden ver las imágenes de su rostro antes y después de las operaciones. Pero las pasa rápido. Esta más interesado en que veamos otras, las más importantes, las de su prometida. Me sorprende este chico. Cuenta este episodio de su vida como con prisa. No es determinante para él ni digno de mucha atención… “es que aquí todos tenemos una historia que contar, la mía no es más dura que las otras”. Tengo la sensación de que no es falsa modestia, es una mezcla de resignación y sencillez, de quien quiere contar para no olvidar. Nos acompaña al centro juvenil para enseñarnos la exposición-simulacro de una cárcel israelí y se despide. Se disculpa por la prisa.
Algunas organizaciones de solidaridad a nivel internacional se han hecho eco de este terrible paso a la deportación masiva. Sin embargo, son pocas las que han roto, de una u otra manera, ese silencio terrible de la comunidad internacional que, como casi siempre, calla frente al poder ocupante. Y calla porque es culpable.
Ana H. Borbolla desde Huwwara (Nablus). Palestina. Abril-Mayo 2010.
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