viernes, 6 de junio de 2008

De cómo el sueño imperial estadounidense fracasó en Iraq


Michael Swartz



El 15 de febrero de 2003, los ciudadanos de a pie de todo el mundo se lanzaron a las calles para protestar contra la inminente invasión de Iraq por George W. Bush. Las manifestaciones tuvieron lugar tanto en grandes como en pequeñas ciudades, incluida una reducida pero enérgica protesta en la Estación McMurdo [14], en la Antártida. Hasta 30 millones de personas, que se temían la inminente catástrofe, participaron en lo que Rebecca Solnit [15], esa apóstol de la esperanza popular, denominó como “la mayor y más extendida protesta colectiva que el mundo ha presenciado”.
La valoración que a primera vista podría hacerse de la historia de esta notable protesta planetaria es que constituyó un fracaso sin parangón, ya que la administración Bush, menos de un mes después, ordenó a las tropas estadounidenses que cruzaran la frontera kuwaití y se encaminaran hacia Bagdad.
Y todo ello ha sido en gran medida olvidado, o mejor dicho, borrado de la memoria oficial y de los medios. Pero la protesta popular se parece más a un río que a una tormenta; sigue fluyendo hacia nuevas zonas, llevando trozos de su anterior vida hacia otros reinos. Raras veces conocemos sus consecuencias hasta que muchos años después, con un poco de suerte, prosigue finalmente su serpenteante camino. Al dirigirse a todos los que protestaban en aquel mayo de 2003, sólo un mes después de que las tropas estadounidenses entraran en la capital iraquí, Solnit ofreció lo siguiente [16]:
“Probablemente nunca lo sabremos, pero parece que la administración Bush tomó una decisión contra la saturación de bombardeos sobre Bagdad en la operación “Conmoción y Pavor”, porque le dejamos claro que el coste sería muy alto en relación con la opinión pública mundial y el descontento civil. Quizá nosotros, millones, pudimos haber salvado unos pocos miles o unas pocas decenas de miles de vidas. El debate global sobre la guerra retrasó lo más duro de la carnicería durante meses, meses en que quizá muchos iraquíes tuvieron tiempo de ser conscientes de la situación, de hacer evacuaciones, de prepararse para la masacre”.
Cualquiera que sea la conclusión última sobre ese inesperado momento de protesta, una vez empezada la guerra aparecieron otras formas de resistencia –principalmente en el mismo Iraq- que resultaron también inesperadas. Y sus efectos sobre los objetivos más amplios de los planificadores de la administración Bush pueden localizarse más fácilmente. Piensen en esto: En una tierra del tamaño de California pero con 26 millones de habitantes, un variado conjunto de seres humanos, baazistas, fundamentalistas, antiguos militares, sindicalistas, laicos democráticos, líderes tribales locales y clérigos políticamente activos –aún con habituales peleas-, consiguieron desbaratar sin embargo los planes de la autoproclamada Nueva Roma, la “hiperpotencia” y el “sheriff global” del Planeta Tierra. Y eso, incluso en una primera valoración de la historia, puede probar sin duda que representa un hecho histórico.
Desaparecido en Combate el Nuevo Siglo Americano
Resulta difícil ya hasta recordar la visión originaria que George Bush y sus altos funcionarios tenían de cómo la conquista de Iraq iba a desarrollarse como un mero episodio más de la Guerra Global del Presidente contra el Terror. Tenían claro en sus mentes que la invasión iba a conseguir una victoria veloz, a la que seguiría la creación de un estado clientelista que albergaría cruciales y “perdurables” bases militares estadounidenses [17] [**] desde las que Washington pensaba proyectar su poderío por todo eso que les gusta denominar como “el Gran Oriente Medio”.
Además, Iraq iba rápidamente a convertirse en un paraíso del libre comercio, repleto de petróleo privatizado que iba a fluir a tarifas de record hacia los mercados mundiales. Al igual que fichas de dominó que van derrumbándose, Siria e Irán, intimidadas por tal demostración del poder estadounidense, seguirían el ejemplo de Iraq bien mediante nuevas actuaciones militares o porque sus regímenes –y los de hasta 60 países [18] por todo el mundo- serían conscientes de la inutilidad [19] de resistirse a las demandas de Washington. Finalmente, el “momento unipolar” de la hegemonía global estadounidense que el colapso de la Unión Soviética había iniciado se extendería a un “Nuevo Siglo Americano” [20] (junto con una Pax Republicana generacional en casa)-.
Por supuesto que esta visión hace tiempo que ha desaparecido y ha sido en gran medida gracias a la inesperada y tenaz resistencia de todo tipo existente dentro de Iraq. Esta resistencia se integra de muchos más elementos que la inicial insurgencia sunní y ha puesto en entredicho la que Donald Rumsfeld [21] denominó orgullosamente como “la mejor fuerza militar sobre la superficie de la tierra”. Pero no parece haber nadie tan imprudente como para sugerir que, en todos sus niveles sociales y a costa de inmensos sacrificios personales, el pueblo iraquí ha frustrado los designios imperiales de una superpotencia.
Por ejemplo, consideren la inmensa variedad de formas en que los sunníes iraquíes resisten la ocupación de su país desde casi el momento en que se vio claramente la intención de la administración Bush de desmantelar completamente el régimen baazista de Saddam Hussein. Faluya, la ciudad mayoritariamente sunní, al igual que otras comunidades por todo el país, formó espontáneamente un nuevo gobierno basado en estructuras locales clericales y tribales. Como muchas de esas ciudades, se evitó lo peor del saqueo posterior a la invasión estimulando la formación de milicias locales que hicieran de policía de la comunidad. Irónicamente, la orgía de saqueos que se produjo en Bagdad fue, al menos en parte, consecuencia de la presencial militar estadounidense, que impidió la creación allí de ese tipo de milicias. Sin embargo, finalmente, las milicias sectarias llevaron una pizca de orden incluso a Bagdad.
En Faluya y en otros lugares, esas mismas milicias se convirtieron pronto en instrumentos eficaces para reducir, y –durante un tiempo- eliminar, la presencia del ejército estadounidense. Durante buena parte del año, enfrentados con los IEDs [siglas en inglés de artefactos explosivos de fabricación casera] y con las emboscadas de los insurgentes, el ejército estadounidense declaró a Faluya “zona imposible”, se retiró a sus bases en las afueras de la ciudad e interrumpió las incursiones violentas por las barriadas hostiles. Esa retirada se repitió en muchas otras ciudades y pueblos. La ausencia de patrullas de las fuerzas ocupantes salvó a decenas de miles de “sospechosos de pertenecer a la resistencia” de la frecuente violencia mortal de las irrupciones y asaltos a las casas, y a sus familiares de que les destrozaran sus hogares y les detuvieran a voluntad.
Incluso la más exitosa de las aventuras militares de EEUU durante ese período, la segunda batalla de Faluya de noviembre de 2004, podría también considerarse, desde una perspectiva muy diferente, como un acto triunfal de la resistencia. Debido a que era necesario que EEUU reuniera para llevar a cabo la ofensiva a una proporción importante de sus brigadas de combate (incluso transfiriendo tropas británicas desde el sur para que realizaran labores logísticas), se abandonaron muchas otras ciudades. Y gran parte de esas ciudades utilizaron ese respiro del ejército estadounidense para establecer, o consolidar, gobiernos autónomos o casi autónomos y milicias de defensa, dificultando en gran medida el control de la ocupación.
Por supuesto que la misma Faluya fue destruida [22], con el 70% de sus edificios convertidos en escombros y decenas de miles de sus habitantes en desplazados permanentemente, un sacrificio inmenso que tuvo el inesperado efecto de eliminar durante un tiempo las presiones contra otras ciudades iraquíes. En realidad, la ferocidad de la resistencia en las zonas predominantemente sunníes de Iraq obligó al ejército estadounidense a esperar casi cuatro años antes de renovar sus esfuerzos iniciales de 2004 para pacificar la bien organizada resistencia sadrista en las zonas predominantemente chiíes del país.
La Rebelión de los Trabajadores del Petróleo
En otro escenario completamente distinto, consideren los sueños de la administración Bush de aprovechar la producción petrolífera iraquí [23] para sus ambiciones políticas exteriores. Los objetivos inmediatos, según los veían los planificadores estadounidenses, eran doblar la producción anterior a la guerra y empezar el proceso de transferencia del control de la producción de propiedad estatal a las compañías extranjeras. Tres importantes iniciativas energéticas diseñadas para conseguir esos objetivos se han visto totalmente frustradas por la resistencia desde todos los segmentos de la sociedad iraquí. Los bien organizados trabajadores iraquíes del sector petrolífero jugaron un papel clave en estas acciones, utilizando su capacidad para llevar la producción a un punto de estancamiento que abortara la operación –sólo unos pocos meses después de que EEUU derrocara el régimen de Sadam Husein- de transferir el sureño puerto petrolífero de Basora a manos de la Kellogg Brown and Root , filial entonces de Halliburton.
Este y otros actos precoces de desafío laboral retrasaron el asalto inicial sobre el sistema de producción petrolífera bajo control gubernamental iraquí. Esos actos prepararon también los cimientos de los esfuerzos sucesivos para impedir el paso a las políticas petrolíferas conformadas en Washington y diseñadas para transferir el control de la exploración y producción energética a compañías extranjeras. A los esfuerzos de los trabajadores del petróleo se unieron grupos sunníes y chiíes de la resistencia, gobiernos locales y, finalmente, el nuevo parlamento nacional.
Esa misma clase de resistencia se extendió frente a todo el conjunto de reformas liberales patrocinadas por la Autoridad Provisional de la Coalición (APC) bajo control estadounidense. Por ejemplo, desde el principio de la ocupación hubo protestas contra el desempleo masivo causado por el desmantelamiento del estado baazista y la clausura de las industrias de propiedad estatal. Gran parte de la resistencia armada fue una respuesta a la pronta y violenta represión de esas protestas por parte de los ocupantes.
Pero más significativos aún fueron los esfuerzos locales para reemplazar los discontinuos servicios gubernamentales de la APC. Los mismos quasi gobiernos locales que habían nutrido las milicias trataron de sostener o sustituir los programas sociales baazistas, desviando a menudo el petróleo destinado a la exportación al mercado negro a pagar los servicios locales y acumular recursos locales como la producción eléctrica. El resultado sería la creación de virtuales ciudades-estado allá donde las tropas estadounidenses no estaban presentes, impidiendo que la ocupación pudiera “pacificar” ninguna parte sustancial del país.
El movimiento sadrista y la milicia del Ejército del Mahdi del clérigo Muqtada al-Sadr fueron probablemente los que más éxito tuvieron –y los más contrarios a la ocupación- de entre los partidos y milicias que buscaban desarrollar sistemáticamente organizaciones cuasi gubernamentales. Trataron de solucionar, aunque fuera de forma mínima, algunas de las necesidades básicas de sus comunidades, suministrando cestas de comida, servicios de alojamiento y tratando de cubrir otras funciones previamente prometidas por el gobierno baazista, pero de las que habían renegado la ocupación estadounidense y el gobierno iraquí que EEUU instaló cuando “transfirió” la soberanía en junio de 2004 [24].
Los ocupantes estadounidenses esperaban que sus planes para la rápida privatización y transformación de la economía estatal generaran sin duda resistencias, pero estaban convencidos de que éstas remitirían rápidamente una vez que la nueva economía se pusiera en marcha. En cambio, según iba avanzando la ocupación, las demandas de ayuda se hicieron más estridentes e insistentes, mientras el país mismo, hundido en el caos y cercano al colapso, veía cada vez pruebas más patentes del fracaso de las políticas de “libre mercado” de la administración Bush.
Una Agenda Iraquí de Retirada
Los funcionarios de la ocupación se enfrentaban con el mismo dilema en el reino de la política. El objetivo original de la administración Buh era instalar un gobierno estable y favorable a Washington, despojado de todo dominio político y económico sobre la sociedad iraquí, pero que conformara un bastión de resistencia ante el poder regional iraní. Esta idea, como las relativas al sector económico y al militar, hace tiempo ya que desaparecieron bajo el peso de la resistencia iraquí.
Tomemos, por ejemplo, las dos importantes elecciones iraquíes, festejadas en los medios dominantes estadounidenses como un logro único de la administración Bush en el, por otra parte, implacablemente autocrático Oriente Medio. Sin embargo, dentro de Iraq había una opinión harto diferente. Es importante recordar que, inicialmente, EEUU planeaba mantener un gobierno suyo directo – la Autoridad Provisional de la Coalición- hasta que el país estuviera completamente pacificado y las reformas económicas completadas. Cuando la APC se convirtió en el odiado símbolo de la indeseada ocupación, cambiaron los planes y llegaron a la idea de instalar un determinado gobierno iraquí a partir de reuniones comunitarias a las que sólo podrían asistir los partidarios de la ocupación. Las elecciones generales se retrasaron hasta asegurar que los ganadores fuesen quienes apoyaban la agenda de Bush. Un estallido de protestas desde las zonas mayoritariamente chiíes del país, dirigidas por el Gran Ayatola Ali al-Sistani, obligó a los administradores de la APC a cambiar a una estrategia basada en elecciones.
Las primeras elecciones, celebradas en enero de 2005, dieron como resultado una considerable mayoría parlamentaria elegida desde programas que pedían calendarios estrictos para una retirada militar total estadounidense del país. Los representantes estadounidenses procedieron entonces a presionar, con contundencia, al recién instalado gabinete para que abandonara esa posición.
Las segundas elecciones parlamentarias, en diciembre de 2005, siguieron una pauta similar. En esta ocasión, el regateo entre bastidores fue eficaz sólo parcialmente. El recién instalado primer ministro, Nuri al-Maliki, incumplió las promesas de su campaña apoyando públicamente una presencia militar estadounidense continuada, lo que causó profundas fisuras en la coalición gobernante. Después de un año de improductivas negociaciones, los 30 sadristas en el parlamento, originariamente partes clave de la coalición gobernante de Maliki, se retiraron tanto de la coalición como del gabinete en protesta ante la negativa del primer ministro a fijar una fecha para el fin de la ocupación. El gobierno y los funcionarios estadounidenses ignoraron posteriores peticiones parlamentarias para fijar una fecha cierta de retirada. Mientras Maliki continuaba en su puesto sin tener la mayoría parlamentaria, la controversia contribuyó a que aumentara la popularidad de los sadristas y a que disminuyera el apoyo hacia los demás partidos chiíes en el gobierno.
A principios de 2008, con la amenaza de elecciones provinciales en noviembre, había pocas dudas de que los sadristas iban a barrer en la lucha por el poder en muchas de las provincias de mayoría chií, y más especialmente en Basora, la segunda ciudad mayor de Iraq y el centro neurálgico petrolífero del sur. Para impedir esta debacle, las tropas del gobierno iraquí, apoyadas y aconsejadas por el ejército estadounidense, trataron de expulsar a los sadristas de las zonas importantes de Basora [25].
Esta utilización de la fuerza militar para impedir una derrota electoral fue sólo uno de los muchos indicios de que el gobierno iraquí estaba sintiendo la presión de la opinión pública. Otro fue la desgana del primer ministro Maliki a mantener una postura antagónica con Irán. A pesar de los fervientes esfuerzos de la administración Bush, su gobierno ha promovido relaciones económicas, sociales y religiosas entre iraquíes e iraníes. Esto incluyó facilitar las visitas a las ciudades santas de Kerbala y Nayaf de cientos de miles de peregrinos chiíes iraníes, así como el apoyo a amplias transacciones petrolíferas entre Basora y firmas iraníes que incluían la distribución y servicios de refinado con el propósito de integrar las dos economías energéticas. Las autoridades estadounidenses vetaron una relación militar formal entre los dos países, pero esto no hizo que la corriente de cooperación diera marcha atrás.
El Río de la Resistencia
Mientras la ocupación seguía adelante, la administración Bush se encontró a sí misma nadando contra una ola de resistencia de un tipo antes inimaginable y cada vez más lejos de sus objetivos. Hoy, ciudades y pueblos por todo el país están en gran medida bajo el dominio de milicias chiíes o sunníes que, incluso aunque estén entrenadas o financiadas por la ocupación, siguen oponiéndose militantemente a la presencia estadounidense. Además, aunque la postrada economía iraquí ha sido formalmente privatizada, esas milicias locales –así como los dirigentes políticos con los que trabajaban- continúan exigiendo que el gobierno financie amplios programas de desarrollo económico y reconstrucción.
El liderazgo político formal de Iraq, enclaustrado dentro de la muy fortificada y controlada por EEUU Zona Verde de Bagdad, sigue obedeciendo públicamente todo lo que se refiere a los planes de la administración Bush de transformar Iraq en un puesto de avanzada en Oriente Medio, lo que implica la presencia continuada de tropas estadounidenses en una serie de megabases [26] construidas en el corazón del país. El resto de la burocracia gubernamental y la inmensa mayoría de las organizaciones de base insisten cada vez más en una pronta fecha de salida de los estadounidenses y en una reversión total a gran escala de las políticas económicas introducidas por la ocupación.
En Washington, tanto para los políticos demócratas como para los republicanos, la idea del puesto de avanzada permanece en el corazón de la agenda política para Iraq de las elecciones de este año, junto con una economía liberal que promueva un sector petrolífero modernizado en el que las firmas multinacionales se dispondrían a utilizar tecnología de vanguardia para maximizar la paralizada producción petrolífera del país.
Sin embargo, la resistencia iraquí, de todo tipo y en todos los niveles, ha impedido que esta visión se convierta en realidad. Porque ha sido y es gracias a los iraquíes que toda la grandilocuencia de la Guerra Global contra el Terror se ha transformado en una desesperada guerra sin fin.
Pero los iraquíes han pagado un precio espantoso por esa resistencia. La invasión y las políticas sociales y económicas que la acompañaron han destruido Iraq, dejando a su pueblo en estado de indigencia absoluta. En los primeros cinco años de esta guerra inacabable, los iraquíes han sufrido más por resistir que si hubieran aceptado y soportado el dominio económico y militar estadounidense. Hayan sido o no conscientes de ello, se han sacrificado a sí mismos para impedir la proyectada marcha militar y económica de Washington por el Medio Oriente rico en petróleo camino hacia un Nuevo Siglo Americano al que no se llegará ya nunca.
Ya pasó el momento en que el resto del mundo tenía al menos que sostener una pequeña porción de la carga de la resistencia. Eso ocurrió cuando las protestas mundiales de antes de la guerra conformaron las fuentes río arriba de la futura resistencia, por eso serían ahora otros, especialmente los estadounidenses, quienes se resistirían ante la misma idea de que Iraq pudiera convertirse alguna vez en el cuartel general de una presencia permanente de EEUU que, en palabras del autor de los discursos de Bush David Frum [27], “pondría a EEUU más enteramente a cargo de la región que cualquier otra potencia desde los tiempos de los otomanos o quizá incluso desde los romanos”. Después de todo, y al contrario que los iraquíes, los ciudadanos de los EEUU están únicamente tomando posiciones para enterrar ese sueño imperial por los siglos de los siglos.
NOTAS:
Enlaces con artículos referidos por los autores:
[1] http://en.wikipedia.org/wiki/2004_Indian_Ocean_earthquake
[2] http://ap.google.com/article/ALeqM5iy-MfhLN9Q7MwtQ1VlrvexLjr2dAD90P9DG00
[3] http://news.bbc.co.uk/2/hi/asia-pacific/7414249.stm
[4] http: //seattletimes.nwsource.com/html/nationworld/2004428062_china21.html
[5] http://www.journalism.org/node/11130
[6] http://latimesblogs.latimes.com/babylonbeyond/2008/05/iraq-a-scarred.html
[7] http://www.slate.com/id/2092759/
[8] http://www.un.org/apps/news/story.asp?NewsID=26494&Cr=iraq&Cr1=
[9] http://www.nytimes.com/2008/05/20/world/middleeast/20psychiatry.html?_r=1&oref=slogin
[10] http://www.washingtonpost.com/wp-dyn/content/article/2008/05/19/AR2008051902174_pf.html
[11] http://www.tomdispatch.com/post/2095/rebecca_solnit_on_sontag_and_tsunami
[12] http://www.napoleonguide.com/goyaind.htm
[13] http://www.amazon.com/dp/193185954X/ref=nosim/?tag=nationbooks08-20
[14] http://en.wikipedia.org/wiki/McMurdo_Station
[15] http://www.amazon.com/dp/1560258284/ref=nosim/?tag=nationbooks08-20
[16] http://www.tomdispatch.com/post/3273/the_best_of_tomdispatch_rebecca_solnit
[17] http://www.tomdispatch.com/post/59774/a_permanent_basis_for_withdrawal_
[18] http://news.bbc.co.uk/2/hi/americas/1547561.stm
[19] http://query.nytimes.com/gst/fullpage.html?res=9F01EEDE1E38F937A2575AC0A9679C8B63
[20] http://72.14.205.104/search?q=cache:ruMnHnl98cAJ:www.newamericancentury.org/RebuildingAmericasDefenses.pdf+Rebuilding+America%27s+Defenses&hl=en&ct=clnk&cd=1&gl=us
[21] http://www.defenselink.mil/transcripts/transcript.aspx?transcriptid=2217
[22] http://www.tomdispatch.com/post/2124/michael_schwartz_desolate_falluja
[23] http://www.tomdispatch.com/post/174779/michael_schwartz_the_prize_of_iraqi_oil
[24] http://www.tomdispatch.com/post/1516/adam_hochschild_on_hubris_and_the_pseudostate
[25] http://www.salon.com/opinion/feature/2008/04/01/basra/index.html
[26] http://www.tomdispatch.com/post/174858
[27] http://www.williambowles.info/ini/2007/0307/ini-0475.html
N. de la T.:
[*] Véase en Rebelión la traducción del artículo de Erica Goode aludido en el texto: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=67901
[**] Véase en Rebelión la traducción del artículo de Tom Engelhardt aludido:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=27065
Enlace con texto original en inglés:
http://www.tomdispatch.com/post/174935/tomdispatch_michael_schwartz_the_loss_of_an_imperial_dream

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Reñidero irlandés




El 12 de junio Irlanda celebra referéndum sobre el Tratado de Lisboa

Carlos Taibo
La República


07-06-2008





Sorprende sobremanera el silencio con que, al menos entre nosotros, se está obsequiando al referendo que, relativo al tratado de Lisboa, debe celebrarse el 12 de junio en Irlanda. Tiene uno derecho a alimentar la sospecha de que al respecto pueden invocarse como poco dos explicaciones mayores: si la primera sugiere que, con incontenible frivolidad, se da por descontado el resultado, la segunda apunta que, vistos los antecedentes, se asume sin dobleces que un eventual ’no’ irlandés tendrá pronta, eficaz y contundente respuesta de la mano de una u otra argucia.
Lo cierto es que las encuestas que han ido difundiéndose en las últimas semanas invitan poco a las certezas. Aunque en primera instancia se daba por seguro que el tratado de Lisboa iba a disfrutar de un general apoyo en Irlanda, las posiciones críticas con respecto a aquél han ganado terreno de manera llamativa, y ello hasta el punto de que ningún analista serio se atreve en estas horas a vaticinar el resultado del referendo. Esto es tanto más significativo —conviene subrayarlo cuantas veces sea preciso— cuanto que sobre el papel Irlanda es el país de la Unión Europea que, en los últimos lustros, mayor provecho ha sacado de la pertenencia a ésta. Son muchos los estudiosos que, acaso con poco distanciamiento crítico ante un proceso que exhibía numerosos dobleces, se han acostumbrado a hablar —no lo olvidemos— del ’milagro irlandés’.
Que las cosas no están nada claras lo ilustra de manera fehaciente el hecho de que, frente a la desidia de los medios de comunicación, del lado de las instituciones de la UE se aprecia, en cambio, una activa e interesada movilización. Su manifestación más perceptible en estas horas es un no ocultado ejercicio de cortejo sobre Irlanda encaminado a ofrecer a ésta un sinfín de golosinas que permitan salvar con éxito el escollo del 12 de junio. Entre ellas despuntan garantías de que no ganará terreno una armonización en el impuesto de sociedades que gusta poco a los empresarios locales y, más aún, la decisión de retrasar unos días el debate sobre la reforma del presupuesto comunitario; al amparo de esta última se aleja en el tiempo la posibilidad de que se reduzcan ayudas importantes que hasta hoy han beneficiado, y notablemente, a la agricultura irlandesa.
No olvide el lector, por lo demás, cuál es el escenario general en el que cobra cuerpo el referendo irlandés y cuál el tratamiento político que está mereciendo el tratado de Lisboa. Uno y otro se ven indeleblemente lastrados por el designio, asumido por la abrumadora mayoría de los miembros de la UE, en el sentido de no organizar al respecto referendos. Parece servida la conclusión de que nuestros gobiernos, conscientes de los riesgos que asumirían, muestran un recelo irrefrenable en lo que hace a la perspectiva de una discusión pública del texto pactado el pasado otoño. Con él se revela también, por cierto, el propósito paralelo de ocultar que aquél es en sustancia el mismo que la mayoría de los votantes franceses y holandeses tuvieron a bien rechazar en 2005.
Importa recordar, en lo que a esto último se refiere, que han proliferado en los cenáculos comunitarios un par de equívocos terminológicos que dan cuenta de manera cabal de las miserias que rodean al ’plan B’ que a la postre se ha abierto camino. Así, y pese a la recomendación realizada en su momento a los responsables de los ejecutivos de la UE, y a los ministros de Asuntos Exteriores, en el sentido de que rehuyesen en todo momento la afirmación de que el texto promovido en Lisboa en noviembre del pasado año es en sustancia el mismo que se sometió a discusión en 2005, la aseveración correspondiente es moneda corriente —sin ir más lejos— entre los portavoces del gobierno español, al parecer todavía hoy orgullosos de lo que ocurrió al calor del desgraciado referendo celebrado entre nosotros en febrero del año citado. Agreguemos —y vaya el segundo desliz terminológico— que a los responsables comunitarios se les sigue escapando con harta frecuencia lo de ’tratado constitucional’ y lo de ’Constitución europea’ a la hora de referirse al texto aprobado en la capital portuguesa.
Nada más sencillo que arribar a una conclusión sobre lo que tenemos entre manos: aun cuando el silencio mediático rebaja los efectos de lo que ocurre, las elites dirigentes de la Unión Europea nada están haciendo, antes al contrario, para mitigar la inequívoca mala imagen que arrastra aquélla de un tiempo a esta parte. El proyecto de estas horas, un tanto patético, es el de una UE que porfía descaradamente en labrar su futuro sobre la base de lo que piensan esas elites —sobre la base, digámoslo mejor, de los intereses que blanden poderosísimos grupos de presión detrás de los cuales se palpa el aliento de grandes empresas transnacionales— y en abierta ignorancia de lo que reclama buena parte de la ciudadanía. Quiere uno creer que esto es pan para hoy y hambre para mañana, como debe uno adelantar que nunca han tenido mayor rigor, a la hora de explicar la triste realidad que nos ocupa, las palabras que recoge un trecho —lo hemos invocado muchas veces— de una vieja canción del grupo vasco La Polla Records: "Políticos locos guían a las masas, que les dan sus ojos para no ver lo que pasa".
Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid.
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La Naturaleza del Movimiento del Imam Huseyn


Murtada Mutahhari
Traducción: Sumeia Younes



Así como los variados eventos tienen naturalezas diferentes, ocurre de igual manera con las rebeliones y levantamientos sociales.
A fin de obtener el conocimiento de algo, se debe prestar atención a su causa creativa, a su causa final, a su causa material, especialmente las partes que integran el conjunto, y a su causa nominal que le da sus características generales.
Los siguientes puntos explican la naturaleza de un movimiento:
1) Para comprender un movimiento y su naturaleza, es necesario conocer las causas y las razones que lo han llevado a ello. Esto es lo que se llama su “causa creativa”.
2) ¿Qué es un movimiento y cuáles son sus objetivos? ¿Persigue éste un objetivo o no? Esto es lo que se llama su “causa final”.
3) ¿Cuáles son los elementos y los contenidos de este movimiento, y qué actividades se llevan a cabo en él? Esto es lo que se llama su “causa material”.
4) ¿Qué forma ha asumido él como una totalidad? Esto es lo que se llama su “causa aparente o nominal”.
Del mismo modo, respecto al movimiento del Imam Husein (P), debemos averiguar si sus consecuencias han sido una explosión. ¿Ha sido como una caldera de agua hirviendo que ha concluido en una explosión?
Algunas rebeliones son explosiones. Una diferencia entre el Islam otras escuelas de pensamiento es que, por ejemplo, una escuela dialéctica confía en reforzar el antagonismo y la oposición de las cosas, en aumentar las agitaciones, profundizar las brechas y oponerse a las reformas reales, a fin de conducir a la sociedad a una revolución después de haber llegado a un cierto punto de explosión, no a una revolución de la cual la gente sea consciente.
El Islam de ninguna manera cree en una revolución explosiva, sino que insiste en su existencia basada en un cien por ciento en la conciencia y la resolución.
¿Fue el movimiento de Imam Husein (P) un movimiento explosivo causado inconscientemente por grandes presiones de la época de Mu’awîiah y de su hijo Iazîd, de modo que el Imam Husein (P) estaba, en su impaciencia, dispuesto a arriesgarlo todo?
Nuestra respuesta es negativa, por toda la evidencia que hay al respecto, incluyendo sus palabras y correspondencias mantenidas entre él y Mu’awîiah y más tarde con Iazîd, y sus discursos en lugares diferentes, especialmente aquel bien conocido, pronunciado en Mina a los compañeros del Profeta y citado en Tuhaf Al-‘Uqûl, el cual demuestra que este movimiento comenzó con plena conciencia y que no fue como una explosión sino una perfecta Revolución Islámica.
Al dirigirse a sus compañeros, el Imam Husein (P) no permitió que su revolución asumiera una forma explosiva. Una razón para esta afirmación es que él intentó en cada ocasión hacer que sus compañeros se fueran, y les recordó repetidamente que en ese lugar no debían esperar ningún beneficio material, sino sólo la muerte. Aún en la noche antes de ‘Ashura (el décimo día del mes de Muharram, cuando él (P) fue martirizado), dijo:
No conozco mejores compañeros y más sabios que los míos. Os doy las gracias a todos. Ellos sólo me buscan a mí, así que podéis dejarme si lo deseáis. Si ellos supieran de vuestra intención de retiraros de este campo de batalla, no os molestarían. Por lo tanto, abandonad junto a mi familia este desierto donde cada cosa es extraña para vosotros, y dejadme aquí sólo.
Un líder que desea hacer uso de la ansiedad y del descontento de la gente para estimular una revolución, no hablaría de ese modo. El les enfatizaría la obligación religiosa. Pero el Imam (P) les pidió que atendieran a esta obligación religiosa con total libertad. Quería que sus seguidores se dieran cuenta de que no había compulsión sobre ellos para resistir en contra del enemigo. Ellos podían fácilmente desaparecer en la oscuridad de la noche sin ningún inconveniente. Tampoco actuó él con la intención de un amigo que insiste en su alejamiento de allí (para evitar su muerte), sino que dijo:
Yo os eximo de vuestro juramento de fidelidad hacia mí, si pensáis que ello representa un deber o una obligación para vosotros.
Esto quiere decir, dejarles la elección. Si ellos querían apoyar lo que era justo, podían libremente, con plena conciencia y sin ninguna ansiedad causada por él o por el enemigo, quedarse y resistir en su favor.
Esto es lo que otorga un valor más grande a los mártires de Karbalâ’. Por otra parte, él podía haber adoptado las mismas medidas empleadas en la guerra contra los españoles. Cuando Târiq ibn Ziâd conquistó España y movió sus barcos a través del famoso estrecho que lleva su nombre[2], ordenó a sus hombres almacenar provisiones para veinticuatro horas y quemar el resto junto con los barcos. Luego congregó a sus soldados y hombres y señalando hacia el mar, dijo: “El enemigo está frente a vosotros y el mar por detrás. Si intentarais huir, no tendríais camino sino el mar que os destruiría. Tenéis comida sólo para veinticuatro horas, y después de eso, moriréis de hambre. El único camino para vuestra seguridad es la lucha y la victoria, porque el enemigo tiene vuestro alimento”.
Éste fue el método utilizado por un líder político. Pero el Imam (P) nunca dijo que el mar estaba por detrás y el enemigo en frente de sus compañeros; o que había una compulsión por parte del enemigo o para el amigo.
Su revolución fue en todo sentido aceptada por él (P), su familia y sus compañeros. No fue explosiva en su naturaleza.
Una revolución con conciencia puede tener distintos elementos, y casualmente, la revolución de Imam Husein (P) tuvo muchos factores que hacen que el movimiento tenga un carácter múltiple y no unidimensional.
Una de las diferencias entre los distintos hechos sociales y naturales, es que éstos últimos son de una naturaleza particular, y no pueden, a diferencia de los eventos sociales, ser de múltiples clases. Un metal no puede al mismo tiempo poseer las propiedades del oro y del cobre. Pero el hombre, al igual que los eventos sociales, es, sorprendentemente, de múltiples clases. Es por ello que Jean Paul Sartre dijo que la existencia del hombre es anterior a su naturaleza. Además un ser humano puede al mismo tiempo tener la naturaleza de un ángel, de un cerdo y de un tigre. Esto en sí mismo es un tópico con una larga historia en términos de cultura y enseñanzas islámicas.
La rebelión del Imam Huein (P) también tiene un carácter múltiple, ya que fue influida por varios factores.
Un movimiento puede tener tanto naturaleza reaccionaria como naturaleza inicial. Si es de la primera forma la reacción puede ser positiva o negativa, según una u otra corriente. Todo esto puede ser observado en el movimiento del Imam Husein (P), lo que prueba su naturaleza multidimensional.
Uno de los importantes factores y que desde el punto de vista cronológico tal vez sea el primero, es el factor del juramento de fidelidad. El Imam Husein (P) estaba en Medina y Mu’awîiah, que deseaba obtener de él la bai’ah o juramento de fidelidad para la sucesión de su hijo Iazîd antes de su propia muerte, envió a tal efecto a sus agentes a Medina. Esto hubiera significado una aprobación para el Califato de Iazîd, no sólo en lo que se refiere a la persona de este último en particular, sino también a la tradición que quería fundar Mu’awîiah, que consistía en que “el sucesor fuera nombrado por su predecesor”. Esto significaba el rechazo de la norma que establecía que el próximo califa debía ser elegido por la gente, o, como creen los Shias, debía ser nombrado de acuerdo con lo dispuesto por el Profeta[3]. Por lo tanto, todo esto no era tan solo hacer que la gente aprobara la sucesión de un hijo por orden de su padre, sino también el establecimiento de una tradición introducida por primera vez, por Mu’awîiah, razón por la cual querían obtener el juramento de fidelidad del Imam Husein (P).
Esta exigencia se encontró con una reacción negativa por parte del Imam (P), basada en la taqwâ (piedad o temor a Dios). Cada ser humano se enfrenta a veces con una serie de exigencias en su sociedad en variadas apariencias, ya sea en forma de placer, deseo por posición, amenaza o temor. Él debe resistirse ante todo eso y decir ‘no’ a fin de ser virtuoso y piadoso.
Ellos exigían el juramento de fidelidad. El Imam se negó. Ellos amenazaron y él (P) dijo que estaba listo para morir, pero no para jurar fidelidad. Hasta aquí el movimiento está basado en una reacción de negativa a exigencias ilegales; en otras palabras, la esencia de este acto está en la taqwâ. Es como expresar: Lâ ilâha il·la Al·lah -“No hay divinidad sino Al·lah”-, donde la primera parte, o sea “Lâ ilâha” (No hay divinidad...) es una negativa de lo ilegítimo, es decir, un ‘no’ con taqwâ.
Pero éste no fue el único factor del movimiento. Además hay otro factor que indica que la esencia del movimiento de Imam Husein (P) es de esencia reaccionaria, sólo que la reacción aquí es positiva, no negativa. Está basado en la idea de que Mu’awîiah estaba destinado a abandonar este mundo un día, y que la gente de Kufa se daría cuenta de que veinte años antes de este suceso, ‘Alî (P) había gobernado en ese pueblo donde los efectos de sus enseñanzas aún permanecían. Por supuesto, ahora muchos de sus jefes y caudillos como Huÿr ibn ‘Adî, ‘Amr ibn Hamq Al-Jaza’i, Rashîd Hiÿrî, Maisam Tammâr y otros, habían sido desterrados para despojar al pueblo de las ideas y de los sentimientos de ‘Alî (P). Pero aún quedaban efectos de sus enseñanzas. Tan pronto como Mu’awîiah murió, ellos se reunieron y dijeron que no perderían la oportunidad y que no debían permitir que Iazîd fuera Califa, pues tenían a Husein ibn ‘Alî (P). Ellos debían invitarle a gobernar, y estar preparados para auxiliarle y así tornar al Califato verdaderamente islámico.
Aquí hay una invitación por parte de la gente basada en que “estamos preparados con toda el alma y el corazón” y en que “nos hemos congregado para vuestra llegada”. Kufa, que siempre había sido un campo militar de los musulmanes, envió invitaciones al Imam Husein (P). No fue solo una persona, o dos, o diez..., sino dieciocho mil cartas, cada una de las cuales era a veces firmada por veinte personas, hasta que llegó el número a cien mil personas que le enviaron cartas.
¿Qué debía hacer el Imam ahora? No necesitaba más excusas. La petición había sido hecha, y la reacción por parte de los musulmanes que se habían rebelado era positiva y el Imam (P) debía dar una respuesta positiva y apresurarse a su ayuda.
Al principio, antes de este suceso, su deber era sólo decir ‘no’ (a Iazîd) y conservarse a sí mismo puro. Por lo tanto, si él hubiera aceptado la sugerencia de Ibn ‘Abbâs y hubiera ido a vivir en las montañas del Yemen para estar a salvo del ejército de Iazîd, habría cumplido con su primera obligación desde el punto de vista de lealtad y piedad.
Pero ahora un nuevo deber había recaído sobre él como resultado de la invitación de los musulmanes, quienes se proponen una especie de ultimátum. A pesar de que el Imam (P) sabía desde el mismo comienzo de su partida que la gente de Kufa no estaba preparada adecuadamente, y que era temerosa y sin principios, sin embargo, ¿qué respuesta podría dar él a la historia? Si los hubiera abandonado, ¿qué habríamos dicho hoy preguntándonos por qué el Imam (P) no les dio una respuesta?
Un ejemplo puede ser citado aquí: Abû Salamah Ÿalâl fue una persona a quien en la Corte Abasida llamaban “el ministro de la familia del Profeta”. El riñó con el Califa Abasida, y cuando al poco tiempo éste fue asesinado, escribió rápidamente una carta al Imam Ÿa’far As-Sâdiq (P) y simultáneamente otra a Muhammad ibn ‘Abdil·lah Mahd, en la que invitaba a ambos al mismo tiempo a aceptar la ayuda de él y la de Abû Muslim, quienes hasta la fecha habían servido a los Abasidas, pero ahora querían estar al servicio del Imam, y dijeron que si él estaba dispuesto, ellos destruirían a los Abasidas.
En primer lugar, cuando una misma carta es escrita a dos personas es señal de que no hay sinceridad; en segundo lugar la carta fue escrita después de que él había cortado sus relaciones con el Califa Abasida al darse cuenta este último de que le era deshonesto.
El Imam Ÿa’far As-Sâdiq (P) leyó la carta y la quemó en presencia del mensajero que preguntó qué respuesta él daría. El Imam (P) dijo: “Ésta fue mi respuesta”.
Antes de que el mensajero regresara, Abû Salamah había sido asesinado. Pero nosotros imaginamos que la gente se preguntó por qué el Imam (P) no envió una respuesta positiva y dio una negativa a Abû Salamah. Fue porque, en primer lugar, no era sincero, y en segundo lugar, no se llevaba bien con el Califa, quien lo mató como sospechoso de deshonestidad.
Con todo esto, si el Imam Husein (P) se hubiera rehusado a dar una respuesta positiva, el mundo lo habría criticado y hubiera dicho que si él hubiera aceptado la invitación, Iazîd y sus seguidores hubieran sido aniquilados por la valiente gente de Kufa. Kufa había sido un campo militar de los musulmanes y esta gente valiente había sido gobernada por ‘Alî (P) durante cinco años. Allí, la voz de ‘Alî (P) y de las viudas y huérfanos que habían sido mantenidos por él, aún podían ser oídas. Ellos habrían dicho que el Imam Husein (P) no fue porque estaba asustado, y que si hubiera ido a Kufa, hubiese comenzado una revolución. Por lo tanto, él consideró un deber decir: “Yo estoy listo, si vosotros lo estáis”.
Hay además un tercer punto de vista al cual nos referiremos luego. Ahora veamos cuál de estos dos factores tuvo prioridad. ¿Se negó primeramente el Imam (P) a la lealtad y luego fue invitado por la gente de Kufa, o fue al revés?
Fue definitivamente lo primero, ya que la exigencia de jurar fidelidad fue hecha inmediatamente después de la muerte de Mu’awîiah.
Cronológicamente, la cuestión de la lealtad se desarrolla primero, ya que el mismo hombre que hizo llegar las noticias de la muerte de Mu’awîiah al gobernador de Medina, le llevó a él otra carta en la cual era mencionado el asunto de obtener la lealtad del Imam Husein (P) y de algunas otras personas. A estas alturas, Kufa no podría haber estado informada de la muerte de Mu’awîiah, y de acuerdo a la historia, el Imam Husein (P) fue requerido para jurar lealtad, él se rehusó, y pasaron varios días hasta que el Imam (P) partió de Medina el 27 de Raÿab, bajo presión, llegando a La Meca seis días más tarde, el 3 de Sha’ban. La invitación de la gente de Kufa le llegó el 15 de Ramadán, es decir, alrededor de un mes y medio después de serle exigido el juramento de fidelidad y del posterior rechazo del Imam (P). Por lo tanto está claro que la invitación llegó después de su negativa a jurar fidelidad. Él (P) había dicho:
Me rehusó a jurar fidelidad, aún cuando ningún lugar me fuera dejado sobre la Tierra para vivir.
El otro factor fue su obligación de ordenar lo bueno y prohibir lo malo. El partió de Medina con esta consigna. No fue una cuestión de alzamiento a causa de serle exigido el juramento de fidelidad, sino de levantamiento con motivo de ordenar lo bueno y prohibir lo malo en cualquier caso, pues los vicios se habían difundido por todo el mundo islámico, y su obligación religiosa le hizo necesario el revelarse.
La primera cuestión es de legítima defensa, algo que le incumbe personalmente al negarse a dar la bai‘ah. En la segunda cuestión él es un auxiliador. Pero en la tercera, el Imam (P) actúa como atacante al confrontar al gobierno de la época, y de acuerdo a todo esto el Imam Husein era un revolucionario. Cada uno de los factores arriba mencionados suscita una obligación diferente para él, y es por eso que nosotros decimos que el movimiento es de un carácter múltiple.
Sobre las bases de este primer factor, es decir, la cuestión de dar la bai‘ah. el deber del Imam era simplemente no dar el juramento de fidelidad, y si aceptaba la sugerencia de Ibn ‘Abbâs y se iba a las montañas del Yemen, hubiera sido correcto.
Sobre las bases del segundo factor, es decir la cuestión del pedido de la gente de Kufa, él tenía la obligación de darles una respuesta positiva, mientras ellos respetaran su promesa. Desde el momento en que lo abandonaron, ya no tuvo esa obligación al haber violado ellos la promesa, ya que entonces el asunto de que él llevara las riendas del gobierno se tornaría nulo y vacío. Entonces el Imam (P) no tenía la obligación, pero ¿por qué él continuó su tarea? Esto demuestra que su tarea no estaba limitada al factor de la invitación, el cual fue un asunto temporal comenzando el 15 de Ramadán, hasta que él llegó al límite de Irak y Arabia y se encontró con Hurr ibn Iazîd Ar-Riahi y oyó de la muerte de Muslim, por lo que el asunto de auxiliar a Kufa perdió su validez. Además, teniendo en cuenta que se habló con la gente de Kufa y no con Iazîd y su gobierno, su obligación era sólo decirle a la gente de Kufa que si no lo querían, él volvería sobre sus pasos, lo cual no implica que si se tomara esa medida daría la bai’ah, algo que él mismo dejó en claro al expresar:
Aunque vosotros no me alberguéis, aún así no daré la bai’ah.
En la cuestión de prescribir lo bueno y prohibir lo malo, él ya no era un defensor o un auxiliador, sino un atacante y un revolucionario. Uno de los errores cometidos por el autor del libro Shahîd-e Ÿavîd (El Mártir Eterno) fue que él atribuyó demasiada importancia al factor de la invitación de la gente de Kufa, como si ello fuese algo básico. Da la casualidad de que fue el menos efectivo de los factores, pues si ello hubiera sido realmente un factor fundamental, el Imam (P) habría renunciado a su exigencia y juraría lealtad en el momento en que oyó que la situación de Kufa había cambiado, y no pronunciaría más su consigna de prescribir lo bueno y prohibir lo malo.
Casualmente el asunto es justamente al revés y sus más cálidas y emocionantes palabras son después de la derrota de Kufa. Esto demuestra que para él el tercer factor, es decir, prescribir lo bueno y prohibir lo malo es más significativo como un medio para atacar al gobierno como un revolucionario.
En su camino, el Imam (P) vio a dos hombres de Kufa y se detuvo para hablarles. Pero cuando ellos reconocieron al Imam (P) desviaron su camino. El Imam (P) comprendió que no deseaban hablar con él. Pero ellos hablaron con uno de los compañeros del Imam (P) sobre el martirio de Muslim y Hânî y dijeron que se sentían demasiado avergonzados como para comunicárselo al Imam Husein (P). El compañero del Imam le narró lo que los hombres habían dicho sobre la caída de Kufa y cómo el cuerpo de Muslim había sido arrastrado a través de las calles. El Imam (P) al escuchar este informe derramó lágrimas, y es para tener en cuenta el siguiente versículo del Corán que entonces recitó:
«Entre los creyentes hay hombres que cumplieron lo que habían pactado con Dios; los hay que han sacrificado sus vidas para cumplir su promesa, y otros que están esperando morir sin haber violado su pacto en lo más mínimo».
(Al-Ahzâb: 33: 23)
En el Corán no podemos encontrar una aleya más adecuada para esta ocasión, la cual quiere decir: “Nosotros no hemos venido por causa de Kufa solamente, además ella ya cayó. Nuestro movimiento no fue causado solo por la invitación de la gente de Kufa. Éste fue solo uno de los factores por los cuales hemos venido de La Meca hacia Kufa. Muslim ya cumplió su promesa y nosotros tendremos el mismo destino”.
Teniendo en cuenta que el Imam era un atacante y un revolucionario, su lógica fue naturalmente diferente a la de un defensor y un auxiliador. La lógica de un defensor está basada en la lógica de alguien que posee algún objeto valioso. Para impedir que un ladrón se apodere de él, o él enfrenta al ladrón, o huye para mantener su propiedad intacta. Pero un atacante intenta destruir al otro, aún cuando él mismo sea muerto en el proceso. Ésta es la lógica de prescribir lo bueno y prohibir lo malo, la lógica de Husein (P), la lógica de un mártir.
La lógica de un mártir se refiere a la lógica de una persona que tiene un mensaje para su sociedad; un mensaje que debe ser escrito sólo con sangre.
Hubo mucha gente en el mundo que trajo sus mensajes. En excavaciones encontramos lápidas de reyes o jefes escritos en piedra vanagloriándose de su linaje, sus victorias, sus vidas, placeres y opresiones, y todo eso lo escribieron en piedra para que perduraran, pero al mismo tiempo que fueron escritos en piedra quedaron posteriormente enterrados bajo la tierra y sólo recientemente después de miles de años son desenterrados y depositados en museos en los cuales permanecen.
En cambio, fue como si el Imam Husein (P) hubiera escrito su esperanzado mensaje revolucionario sobre las páginas del vibrante aire; un mensaje que está grabado en los corazones de la gente porque está escrito con roja sangre. Hoy, los corazones de millones de árabes y no-árabes que entienden el lenguaje del Imam Husein (P), así como quienes puedan comprender las siguientes cuatro frases, pueden entender su mensaje:
Yo veo en la muerte,
solo felicidad,
y en el vivir con un tirano,
solo desdicha.
Para él, vivir con opresores y rendirse a muchas bajezas, y una vida de comer, beber y dormir solamente, es algo peor que la muerte. Éste es el mensaje de un mártir.
El mensaje del Imam Husein (P), que fue un atacante, y cuya lógica fue la lógica de un Shahîd, fue registrado en un día cuando no había papel ni pluma en aquel desierto de Karbalâ’ sino que sólo estaba la vibrante página del aire; pero este mensaje perduró y rápidamente se trasladó a los corazones de la gente de tal manera que nunca se borrará. Cada año, cuando el mes de Muharram se repite, el Imam Husein revive como un sol naciente, y otra vez dice:
Fue prescripta la muerte para los hijos de Adán así como el collar para los cuellos de las mujeres. Deseé ir a encontrarme con mis ancestros así como Ia’qûb añoró ver a Iûsuf.
Otra vez vemos que el mensaje del Imam Husain (P) es que:
Ese bastardo hijo de un bastardo da a elegir una de dos cosas: la espada o la humillación. ¡Lejos está Husein de tolerar la humillación! ¡Nunca! ¡Nuestro Dios no aprueba eso para nosotros!
Ese miserable hijo de un miserable, ese bastardo hijo de un bastardo, o sea ‘Ubaidul·lah Ibn Ziâd, quien estaba al mando de treinta mil hombres con espadas y lanzas, después de que todos los compañeros del Imam Husain (P) fueron asesinados, le dio a elegir entre dos caminos: desenvainar o humillarse. La respuesta del Imam es el mensaje del mártir: Mi Dios y mi Profeta no aprueban la humillación para nosotros.
Los creyentes, las mentes sanas, y la buena gente perdurarían hasta el Día de la Resurrección y hablarían de este asunto, y ninguno de ellos aprobaría su humillación. Él fue educado, criado y amamantado por una madre como Fátima Az-Zahrâ’ (P), por lo que nunca podría admitir humillación.
El día en que partió de Medina era atacante; ese día escribió en su testamento a su hermano Muhammad Hanafîiah lo siguiente:
Que la gente del mundo sepa que yo no soy un rebelde deseoso de la guerra, que no soy un corrupto ni un desobediente que busca una posición, como tampoco soy un opresor. No tengo tales propósitos. Mi levantamiento es de reforma. Yo me he revelado para reformar la nación de mi abuelo. Yo quiero ordenar lo bueno y prohibir lo malo.
En esta carta no hay mención de la exigencia de la bai’ah, ni naturalmente tampoco de la invitación de la gente de Kufa, que todavía no había sido realizada, por lo que las acciones del Imam Husein (P) pueden ser explicadas por su lógica de ataque, martirio y difusión de la revolución. La acción de Imam Husein (P) solo se justifica con esta lógica. Si su lógica hubiera sido de defensa, él no habría permitido a sus compañeros partir en la noche antes de ‘Ashûra’, y no les daría la elección de quedarse o partir, ni les hubiera dicho que se fueran, que no tenían que morir allí ya que sólo lo querían a él.
El no les prohibió irse, siguiendo la lógica de un revolucionario, la lógica de un atacante, la lógica de quien quiere escribir su mensaje con sangre. Cuando sus compañeros y familia exteriorizaron su disposición a morir con él, el Imam (P) ruega por ellos a Al·lah para que les conceda la bienaventuranza y les recompense. ¿Por qué eso? ¿Por qué en la noche de ‘Ashurâ’ él envía a Habîb ibn Madzahir Al-As‘adî para reunir unos cuantos hombres de entre las tribus de Banî As‘ad? ¿Cuántos podían ser ellos? Aún cuando él pudiera traer consigo un grupo de cincuenta o sesenta hombres, ¿qué podrían hacer ellos en contra de aquellos treinta mil hombres para revertir la situación?
El Imam Husein (P) esperaba que los efectos de su movimiento se extendieran lo más posible, basándose en la lógica de un mártir, la lógica de un revolucionario. Es por esto mismo que él trajo consigo a su familia, ya que ella sería la encargada de transmitir su mensaje. Una parte del mensaje debía ser llevado por su familia. El mismo Imam Husein (P) se esforzaba en estimular la situación lo más posible para que de esa forma quedara sembrada una semilla que diera sus frutos para siempre en el mundo. Realmente, ¡qué escena más estremecedora!
Los Factores
El factor de la invitación de la gente de Kufa, es el que le da al movimiento su carácter de ayuda y auxilio. El factor de la exigencia de la bai‘ah, es el que le da su carácter defensivo. Y el factor de ordenar el bien y prohibir el mal, es el que le da su carácter de ataque. Obviamente éstos no tienen el mismo valor, sino que cada factor tiene un valor particular en sí mismo y es en esa medida, que sumados, le dan al movimiento su valor total.
El tercer factor ha dado un valor superior al movimiento de Husein (P), valor que le fue conferido por su propio protagonista. Muchas cosas son de valor para el ser humano, y son un adorno. El conocimiento es un adorno, al igual que la jerarquía y la posición, particularmente la jerarquía divina, la que también es motivo de orgullo para las personas. Incluso las cosas materiales que representan esos valores, dan valor a un hombre. Por ejemplo, una vestimenta clerical provee algún significado a pesar de que esa vestimenta por sí sola no implique la condición de religiosa, sabia y piadosa de una persona sino que es un símbolo. Es como si esa persona estuviera diciendo: “yo soy un religioso”. A tal vestimenta se le atribuye ese valor por el hecho de haber sido usada generalmente por gente virtuosa. Lo mismo sucede con la vestimenta de un profesor universitario. Una joya es un adorno para una mujer.
Análogamente, en los movimientos hay muchos factores que le otorgan su valor a los mismos. Los movimientos son diferentes en su naturaleza; algunos son fanáticos, algunos seculares, otros son espirituales y humanos, y todos ellos brindan diferentes valores.
Cada uno de los tres factores contribuye en su medida a darle el valor total del movimiento, principalmente el tercero. A veces aquel a quien se le relaciona dicho valor es el mismo que ha brindado tal valor al movimiento, o sea que él mismo está infundiéndole valor a ese valor. Así como un valor hace que una persona sea portadora de ese valor, a veces la misma persona es la que eleva a ese valor; por ejemplo, la ropa de un religioso. Si alguien me preguntara: “¿Qué es esa vestimenta que llevas puesta?”. Yo respondería: “Es la misma ropa que vestía Ibn Sina (Avicena), de quien el mundo se enorgullece”. Así también para algunas personas la vestimenta de un profesor puede ser una honra, pero podemos encontrarnos con un profesor que tenga un grado de conocimiento tan elevado, que él mismo eleva el valor de esa vestimenta. Para una mujer las joyas son adornos, pero es posible que haya una mujer que sea un adorno para las joyas. Por ejemplo Sa’sa’ah ibn Suhan fue un magnífico orador educado por ‘Alî (P), y Yahiz, que era un letrado de entre los árabes, decía que Sa’sa’ah era un hombre elocuente y la mejor prueba de ello fue cuando ‘Alî (P) lo invitó a ponerse de pie y pronunciar unas palabras. Casualmente fue este mismo hombre quien, profundamente conmovido, pronunció el discurso del funeral durante la inhumación de ‘Alî (P). En la elección de ‘Alî (P) como Califa, este hombre pronunció las siguientes palabras de felicitaciones:
¡Oh, ‘Alî! Tú has adornado el Califato, y le has dado honra. El Califato no te adornó tanto como tú lo adornaste. El Califato no ha elevado más tu posición sino que tú al convertirte en Califa elevaste la posición del Califato. El Califato te necesitó más de lo que tú lo necesitaste. Yo felicito al Califato que permitió tu nombre, y no a ti por convertirte en Califa.
Análogamente, el factor de ordenar lo bueno y prohibir lo malo, dio valor al movimiento y el mismo Imam Husein (P) le confirió valor a éste. La norma de ordenar el bien y prohibir el mal fue enaltecida con una corona de honor porque el Imam Husein la llevó a cabo de tal forma que elevó su valía. El mismo Imam (P) dijo:
Yo decidí prescribir lo bueno y prohibir lo malo y de este modo seguir con la tradición de mi abuelo y de mi padre.
Esto es el Islam, que es una honra para mucha gente. Hay además musulmanes que en el sentido más amplio de la expresión, son un “honra para el Islam”. Fajr-ul Islam (Orgullo del Islam), ‘Izz-ud Dîn (Grandeza de la Religión), Sharif-ud Dîn (Nobleza de la Religión), son apelativos que tienen muchos musulmanes, pero no todos hacen honor a su nombre.
Siete u ocho años atrás fui invitado por la Sociedad Teológica de la Universidad de Shirâz. Uno de los profesores, que puede haber sido un ex-alumno mío, fue el encargado de presentarme. Él dijo al final de sus comentarios: “Si esta vestimenta de religioso es una fuente de honor para otros, este caballero es motivo de orgullo para tal vestimenta”. Yo me molesté mucho y cuando me puse de pie para hablar, pregunté: “¿Qué clase de comentario hiciste? ¿Acaso entiendes bien lo que dijiste? Yo sólo tengo un motivo de orgullo y es mi turbante y mi capa de religioso. ¿Quién soy yo para ser motivo de orgullo para el turbante y la capa? ¿Qué sentido tienen estos vanos cumplidos que os decís unos a otros? Abû Dharr Al-Giffarî puede ser considerado un orgullo para el Islam. De igual manera ‘Ammâr ibn Iâsir y Avicena, fueron un orgullo para el Islam al que hicieron florecer.
El Islam está orgulloso de haber educado hombres con quienes el mundo cuenta hoy; él ha tenido una profunda influencia en la educación y la cultura del mundo. El mundo no puede olvidar el nombre de Jaÿah Nasir-ud Dîn At-Tûsî por muchos de sus descubrimientos referentes a la Luna. Pero ¿qué somos nosotros y qué valor tenemos? Si el Islam puede aceptarnos, estaremos orgullosos. Pero la mayoría de los musulmanes somos una vergüenza para el mundo islámico. Por lo tanto dejemos de lado los cumplidos”.
Podemos decir que Ibn ‘Alî (P) infundió esplendor a los cimientos de la norma de ordenar el bien y prohibir el mal, tanto que podemos decir que le confiere valor a los mismos musulmanes y es algo que no lo digo yo sino que lo dice un claro texto coránico:
«Sois la mejor comunidad que ha salido de entre los hombres, ordenáis el bien y prohibís el mal».
(Âli ‘Imrân; 3: 110)
Las personas deberían estremecerse ante tales expresiones del Corán. Lo que le da valor a la Ummah es el bien que encierra la misma norma de ordenar lo bueno y prohibir lo malo, pero al mismo tiempo es Husein (P) el que infunde su valor a dicha norma. Nosotros los musulmanes, no solo no otorgamos valor a este principio, sino que lo rebajamos cien por ciento al atribuir demasiada importancia a una serie de cuestiones insignificantes, sin dar importancia a asuntos que pueden llegar a convertirse en perjudiciales. Por ejemplo, si el “ordenar el bien” (Al-amr bil ma’rûf) de una persona sólo consiste en decirle a otra que se saque su anillo de oro, se deje la barba, o que no use ropa occidental, eso será apropiado sólo en determinadas circunstancias, como cuando no se observen más faltas que esas. Con ese tipo de cosas se rebaja la norma de ordenar el bien y prohibir el mal, tal como ocurre en Arabia Saudita.[4]
Pero Husein (P) puso atención a asuntos básicos como ordenar lo bueno y prohibir lo malo. Él describió y clasificó todo lo que puede ser considerado como bueno y malo en el Islam. Dijo que el primer pecador (manifiesto) y el más grande en el mundo islámico fue Iazîd ibn Mu’awîiah, ya que el Imam y líder debe ser una persona que cumpla con los mandatos del Corán, establezca la justicia y tenga completa fe en la religión.
El Imam ofreció todo lo que tenía con plena convicción para este principio y con su muerte elevó el valor de la norma de ordenar el bien y prohibir el mal.
Desde el primer día de su partida desde Medina, él habló de “la belleza de la muerte”. ¡Qué magnífica expresión sólo aplicable a la muerte en el camino de la verdad y de Al·lah! Así como un collar engalana el cuello de una mujer, del mismo modo, tal muerte es un ornamento.
Los siguientes versos que leí en el camino, probablemente sean de Farzdaq:
Aunque el mundo es muy hermoso y bello, sin embargo
el otro mundo es mucho más hermoso y bello aún.
Si todas las cosas mundanas deben ser dejadas atrás,
¿por qué el hombre no las otorga a los demás?
¿por qué el hombre no ayuda a los demás?
¿por qué el ser humano no hace el bien?
Si estos cuerpos deben morir, ya sea en el lecho o en la batalla,
¿por qué no morir una hermosa muerte teniendo en cuenta que la muerte de una persona en el camino de Al·lah,
bajo una espada, es mucho más noble y hermosa?
[1] En este ensayo el autor discute la rebelión del Imam Husain (P) como un legítimo sucesor al Califato, en contra de los entonces gobernantes, el Califa Mu’awîiah y su hijo Iazîd. El autor demuestra que esta rebelión fue generada por varios factores, primeramente como un acto de defensa al negarse a jurar fidelidad a Iazîd, quien era considerado una innovación contraria a las tradiciones islámicas. En segundo lugar, toma la forma de auxilio a los seguidores del Imam en Kufa, después de su pedido explícito. En tercer lugar, asumió la forma de ataque en contra de un sistema inmoral a través del principio de “ordenar lo bueno y prohibir lo malo”, un factor que fue el más importante de todos como un eterno mensaje para el mundo entero en todos los tiempos.
[2] Ÿabal At-Târiq (Gibraltar).
[3] Doce sucesores o Califas, el primero de los cuales es ‘Alî (P).
[4] Como dijo Jesús (P) respecto a los fariseos: “Cuelan el mosquito y dejan pasar el camello”.

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De Pearl Harbor al 11-S


Provocaciones y pretextos para la guerra imperialista

James Petras
Rebelión
04-06-2008
Traducido del inglés para Rebelión por S. Seguí


En una democracia imperialista, la guerra no puede declararse con un simple decreto presidencial; exige el consentimiento de unas masas fuertemente motivadas y dispuestas a aceptar los sacrificios humanos y materiales que conlleva. Los líderes imperialistas tienen que crear sentimientos de injusticia y moralidad visibles y de gran carga emocional a fin fomentar la cohesión nacional y superar la oposición natural a las muertes tempranas, la destrucción y la perturbación de la vida civil, así como la brutal militarización que acompaña a la sumisión al dominio absolutista por parte de los militares.
La exigencia de inventarse una causa es particularmente evidente en los países imperialistas, por cuanto su territorio nacional no está amenazado. No hay un ejército de ocupación a la vista que oprima a las masas del país en su vida cotidiana. El enemigo no perturba la vida normal de cada día, como lo haría el reclutamiento forzoso. ¿Quién estaría dispuesto, en tiempo de paz, a sacrificar sus derechos constitucionales y su participación en la sociedad civil hasta sujetarse a una ley marcial que impidiera el ejercicio de todas sus libertades civiles?
La tarea de los gobernantes imperiales consiste en inventarse un mundo en el que el enemigo que vayan a atacar –por ejemplo, una potencia emergente como Japón— sea presentado como un invasor; o cuando se trate de movimientos revolucionarios –los comunistas chinos o coreanos— en guerra civil contra un gobernante satélite del imperio como un movimiento de agresión; o bien como una conspiración terrorista vinculada a movimientos antiimperialistas o anticoloniales islámicos o laicos. Las democracias imperialistas del pasado no tenían necesidad de consultar a las masas o de ganarse su apoyo en sus guerras expansionistas; contaban con ejércitos voluntarios, mercenarios y súbditos coloniales dirigidos y mandados por oficiales coloniales. Sólo con la confluencia del imperialismo, de las políticas electorales y de la guerra total surgió la necesidad de conseguir además el consentimiento y el entusiasmo que permitan llevar a cabo el reclutamiento masivo y obligatorio.
Dado que todas las guerras imperiales de Estados Unidos se han librado en ultramar, – lejos de cualquier amenaza de ataque o invasión— los gobernantes estadounidenses se hallan ante la particular tarea de conseguir un casus belli inmediato, espectacular e hipócritamente defensivo.
Con este objetivo, los presidentes de EE UU han creado circunstancias, inventado incidentes y actuado en complicidad con sus enemigos, a fin de excitar el belicoso temperamento de las masas en favor de la guerra.
El pretexto para las guerras son actos de provocación que ponen en marcha una serie de contramedidas por parte del enemigo, que luego se utilizan para justificar una movilización militar masiva por parte del imperio y legitimar así la guerra.
Las provocaciones maquinadas por los Estados requieren la complicidad uniforme de los medios de comunicación de masas en el periodo previo a la guerra abierta, es decir requieren que se presente a la potencia imperial como víctima de su propia y confiada inocencia y sus buenas intenciones. Las cuatro guerras imperiales principales libradas por Estados Unidos en los últimos 67 años recurrieron a provocaciones, pretextos e intensa propaganda por parte de los medios de comunicación de masas con el fin de movilizar a éstas en favor de la guerra. Un ejército de académicos, periodistas y expertos de los medios de comunicación reblandecen al público en preparación para la guerra por medio de escritos y comentarios demonizantes. Todos y cada uno de los aspectos de los objetivos militares se presentan como el mal total –y por ende, totalitario–, en el que hasta la más benigna política está vinculada a unos fines demoníacos del Estado en cuestión.
Dado que el enemigo en ciernes no tiene ningún lado bueno y, peor aún, dado que el Estado totalitario controla todo y a todos, no es posible ningún proceso de reforma interna o de cambio. De ahí que la derrota del mal total sólo pueda alcanzarse mediante la guerra total. El Estado y el pueblo convertidos en objetivos deben ser destruidos a fin de ser redimidos. En pocas palabras, es preciso disciplinar la democracia imperial y convertirla en un monstruo militar basado en la complicidad de las masas con sus crímenes de guerra imperial. La guerra contra el totalitarismo se convierte en el vehículo de control estatal total necesario para la guerra imperial.
En las guerras contra Japón, Corea, Vietnam y la guerra post 11 de septiembre contra un régimen nacionalista, laico e independiente de Iraq y la república islámica de Afganistán, el gobierno estadounidense, con el apoyo uniforme de los medios de comunicación y el Congreso, provocó una respuesta hostil por parte de sus objetivos y maquinó un pretexto en el que se basó la movilización masiva para unas guerras sangrientas y prolongadas.

Provocación y pretexto en la guerra contra Japón.
El presidente Franklin Delano Roosevelt (FDR) puso muy alto el listón en materia de provocación y creación de pretextos capaces de socavar el sentimiento mayoritariamente contrario a la guerra, y de unificar y movilizar el país para el conflicto. Robert Stinnett, en su brillante y documentado estudio Day of Deceit: The Truth About FDR and Pearl Harbor (El día del engaño. La verdad sobre FDR y Pearl Harbor) demuestra que Roosevelt provocó la guerra con Japón al seguir metódica y deliberadamente un programa de ocho pasos de hostigamiento y bloqueo contra Japón desarrollado por el comandante Arthur H. McCollum, director del Departamento de Extremo Oriente de la Oficina de Inteligencia de la Marina de Estados Unidos. En el estudio se presenta una documentación sistemática de los telegramas estadounidenses en los que se informaba del seguimiento de la armada japonesa hacia Pearl Harbor, que demuestran claramente que Roosevelt supo de antemano del ataque japonés a la citada base, al haber seguido cada paso de la flota japonesa a lo largo de su recorrido.
Peor aún, Stinnett revela que al almirante H.E. Kimmel, encargado de la defensa de Pearl Harbor, se le negó el acceso a los decisivos informes del espionaje estadounidenses relativos a los movimientos de aproximación de la flota japonesa, con lo que le impidió la defensa de la base. El ataque furtivo de los japoneses, que produjo la muerte de más de 3.000 militares estadounidenses y la destrucción de un gran número de buques y aviones, provocó con éxito la guerra que FDRoosevelt había deseado. En la etapa anterior al ataque, el presidente Roosevelt había ordenado la ejecución del memorando de octubre de 1940 elaborado por los servicios de inteligencia de la Marina y cuyo autor fue el citado McCollum, con las ocho medidas concretas equivalentes a acciones de guerra, entre otras el bloqueo económico de Japón, el suministro de armas a los enemigos de Japón, impedir a Tokio el acceso a determinadas materias primas de valor estratégico para su economía, y la denegación de acceso portuario, con todo lo cual se provocaba la confrontación militar. Para superar el rechazo generalizado a la guerra, Roosevelt necesitaba que Japón cometiese una acción espectacular, destructiva e inmoral contra una base militar estadounidenses claramente defensiva que convirtiese a la pacifista opinión pública norteamericana en una máquina de guerra cohesionada, indignada y biempensante. De ahí la decisión presidencial de rebajar la defensa de Pearl Harbor al negar al almirante Kimmel, datos básicos sobre el previsto ataque del 7 de diciembre de 1941. El precio pagado por EE UU fue de 2.923 muertos y 879 heridos, y una acusación y juicio contra el almirante Kimmel por negligencia. A cambio, Roosevelt consiguió su guerra. El exitoso resultado de la estrategia de Roosevelt condujo a medio siglo de supremacía imperial en la región de Asia y el Pacífico. Sin embargo, un resultado no previsto fue la derrota de las tropas imperiales japonesas y estadounidenses en China continental y en Corea del Norte por los victoriosos ejércitos comunistas de liberación nacional.

Provocación y pretexto en la guerra contra Corea
La incompleta conquista de Asia, tras la derrota del imperialismo japonés a manos de Estados Unidos, y en particular los levantamientos revolucionarios en China, Corea e Indochina, plantearon un desafío estratégico a los constructores del imperio estadounidense. La masiva ayuda financiera y militar que facilitaron a sus satélites chinos no pudo impedir la victoria del Ejército Rojo antiimperialista. El presidente Harry Truman se halló ante un grave dilema: cómo consolidar la supremacía imperial estadounidense en el Pacífico en una era de crecientes levantamientos nacionalistas y comunistas, cuando una gran mayoría de los soldados y civiles estadounidenses, hartos de guerra, exigían la desmovilización y el regreso a la vida y la economía civil. Como Roosevelt en 1941, Truman tenía que provocar una confrontación tal que pudiese dramatizarse como un ataque ofensivo contra Estados Unidos –y sus aliados– y que pudiese servir como pretexto para vencer la generalizada resistencia a otra guerra imperial.
Truman y el mando militar del Pacífico, a cargo del general Douglas MacArthur, optaron por la península de Corea como escenario para la detonación de la guerra. Durante la guerra coreano-japonesa, las fuerzas guerrilleras comunistas habían liderado la guerra de liberación nacional contra el ejército japonés y sus colaboradores coreanos. Tras la derrota de Japón, la revuelta nacional se convirtió en lucha social revolucionaria contra las clases altas coreanas, colaboradoras de los ocupantes japoneses. Tal como señala Bruce Cumings en su clásica obra The Origins of Korean War (Los orígenes de la guerra de Corea), la guerra civil precedió y definió el conflicto antes y después de la ocupación estadounidense y la división de Corea en un Norte y un Sur. Los avances políticos del movimiento nacional de masas, dirigido por los comunistas antiimperialistas junto al descrédito de los colaboradores coreanos de las fuerzas de ocupación, socavaron los esfuerzos de Truman por dividir arbitrariamente el país geográficamente. En plena guerra civil de clases, Truman y MacArthur crearon una provocación: intervinieron para establecer bases militares y un ejército de ocupación estadounidenses, y armaron a los anteriores colaboradores con la ocupación japonesa, de carácter antirrevolucionario. La presencia hostil de Estados Unidos en un mar de ejércitos antiimperialistas y movimientos sociales civiles condujo inevitablemente a la escalada del conflicto social, en el que los satélites coreanos de Estados Unidos llevaban las de perder. A medida que el Ejército Rojo avanzaba con rapidez desde sus bases en el Norte y unía sus fuerzas a los movimientos sociales revolucionarios del Sur se encontró con una feroz represión y matanzas de civiles, trabajadores y campesinos antiimperialistas a manos de los colaboradores de EE UU, de quien recibían el armamento. Ante la inminente derrota, Truman declaró que la guerra civil era realmente una invasión de los coreanos del Norte contra el territorio del Sur. Truman, como Roosevelt estaba dispuesto a sacrificar a las tropas estadounidenses colocándolas bajo el fuego directo de los ejércitos revolucionarios, a fin de militarizar y movilizar la opinión pública estadounidense en defensa de sus avanzadillas imperiales en la parte septentrional de la península de Corea.
En los preparativos de la invasión estadounidense de Corea, Truman, el Congreso y los medios de comunicación llevaron a cabo una campaña de propaganda y purga de las organizaciones pacifistas y antimilitaristas en toda la sociedad civil estadounidense. Decenas de miles de personas perdieron sus empleos, centenares fueron encarceladas y centenares de miles fueron puestos en listas negras. Los sindicatos y las organizaciones cívicas fueron copados por individuos favorables a la guerra y al imperio. La propaganda y las purgas facilitaron la propagación del peligro de una nueva guerra mundial, so pretexto de que la democracia estaba amenazada por el totalitarismo comunista en expansión. En realidad, la democracia había sido degradada en preparación de una guerra imperial destinada a sostener a un satélite y conseguir una cabeza de playa militar en el continente asiático.
La invasión estadounidense de Corea en sostén de su tiránico satélite fue presentada como una respuesta a la invasión de Corea del Norte contra Corea del Sur, y a la amenaza a nuestros soldados defensores de la democracia. Las elevadas pérdidas sufridas por las tropas estadounidenses en retirada desmintieron las declaraciones del presidente Truman de que esa guerra imperial era sólo una operación policial. A finales del primer año de la guerra imperial, la opinión pública se volvió contra la guerra y pasó a considerar a Truman como un guerrerista mentiroso. En 1952, el electorado optó por el general Dwight Eisenhower y su promesa de terminar con la guerra, y en 1953 se logró un armisticio. El uso de una provocación militar por parte de Truman para detonar un conflicto con los ejércitos revolucionarios coreanos triunfantes y luego la manipulación del pretexto de un supuesto peligro para las fuerzas estadounidenses le permitió lanzar una guerra pero no conseguir una victoria completa: la guerra finalizó con una Corea dividida. Truman abandonó la presidencia en desgracia y descrédito, y en la opinión pública predominó el antibelicismo durante el siguiente decenio.

El pretexto del incidente del golfo de Tonkín y la guerra de Indochina
La invasión y la guerra de Estados Unidos contra Vietnam forman parte de un proceso prolongado que comenzó en 1954 y duró hasta la derrota final de 1975. De 1954 a 1960 Estados Unidos envió asesores militares para entrenar el ejército del corrupto, impopular y fracasado régimen colaboracionista del presidente Ngo Dinh Diem. Con la elección del presidente John F. Kennedy, Washington aumentó drásticamente el número de asesores militares, comandos –los llamados boinas verdes– y escuadrones de la muerte (Plan Phoenix). A pesar de la intensificación de la participación estadounidense y su papel preponderante en la dirección de las operaciones militares, el subalterno ejército survietnamita estaba perdiendo la guerra contra Fuerzas Armadas Populares de Liberación (Viet Cong) y el Frente de Liberación Nacional de Vietnam del Sur (FNL), que contaban con el apoyo claro de la abrumadora mayoría del pueblo vietnamita.
Tras el asesinato del presidente Kennedy, Lyndon Johnson asumió la presidencia y se halló ante el inminente colapso del régimen títere vietnamita y la derrota de su protegido, el ejército de Vietnam del Sur.
Estados Unidos perseguía dos objetivos estratégicos con la guerra de Vietnam. El primero estaba relacionado con el establecimiento de una serie de gobiernos satélites y bases militares en Corea, Japón, Filipinas, Taiwan, Indochina, Pakistán, Birmania septentrional (por mediación de los señores del opio, descendientes del Kuomingtang, y los secesionistas shan) y Tíbet, con el objetivo general de rodear a China, desarrollar operaciones de comandos en el interior de este país con ayuda de las fuerzas militares subordinadas, y bloquear el acceso de este país a sus mercados naturales. El segundo objetivo estratégico en la invasión y ocupación estadounidense de Vietnam era parte de su programa general de destrucción de los poderosos movimientos nacionales de liberación y antiimperialistas existentes en Asia del Suroeste, en particular en Indochina, Indonesia y Filipinas. El objetivo era la consolidación de regímenes clientelares que permitiesen establecer bases militares, desnacionalizasen y privatizasen sus materias primas y proporcionasen apoyo político y militar a la construcción del imperio estadounidense. La conquista de Indochina era parte esencial de dicha construcción imperial en Asia. Washington contaba con que al derrotar al país más potente del Sureste asiático y el movimiento antiimperialista más importante de la zona, los países vecinos, en particular Laos y Camboya, caerían fácilmente.
Washington tuvo que hacer frente a múltiples problemas. En primer lugar, debido al colapso del régimen y el ejército títeres survietnamitas Estados Unidos tuvo que proceder a una escalada masiva de su presencia militar, en la que sus propias fuerzas sustituyeron a las del régimen títere y extendieron e intensificaron sus bombardeos a Vietnam del Norte, Camboya y Laos. En pocas palabras, convirtió una guerra encubierta y limitada en una guerra masiva y de dominio público.
El segundo problema fue la reticencia de importantes sectores de la opinión pública estadounidense, en particular los estudiantes universitarios –y sus progenitores de clase media y clase trabajadora–, que se hallaban ante el reclutamiento obligatorio y que eran opuestos a la guerra. La escala y la amplitud de la participación militar prevista y considerada necesaria para vencer en la guerra imperial requería un pretexto, una justificación.
El pretexto debía ser concebido de modo que pudiese presentarse a los ejércitos invasores estadounidenses en situación de respuesta a un ataque inesperado de una potencia agresora (Vietnam del Norte). El presidente Johnson, el secretario de Defensa, el alto mando de la Marina y la Fuerza Aérea, el Consejo Nacional de Seguridad, todos actuaron de modo concertado. Lo que se conoció como el incidente del golfo de Tonkín partió de una información inventada sobre un par de supuestos ataques, los días 2 y 4 de agosto de 1964, frente a la costa de Vietnam del Norte por parte de las fuerzas navales de la República Democrática de Vietnam contra dos destructores estadounidenses: el USS Maddox y el USS Turner Joy. Utilizando como pretexto el relato inventado de dichos ataques, el Congreso estadounidense aprobó casi por unanimidad la Resolución del Golfo de Tonkín, de 7 de agosto de 1964, que puso en manos del presidente Johnson todos los poderes para desarrollar la invasión y ocupación de Vietnam, que en 1966 llegó a la cifra de 500.000 efectivos militares estadounidenses. La Resolución del Golfo de Tonkín autorizó al presidente Johnson a llevar a cabo operaciones militares en toda Asia suroriental sin necesidad de una declaración de guerra, a la vez que le proporcionaba la libertad de “tomar todas las medidas necesarias, incluso el uso de la fuerza armada, en apoyo de todo miembro o Estado incluido en el protocolo del Tratado de Defensa Colectiva de Asia del Sureste que pida asistencia en defensa de la libertad.”
El 5 de agosto de 1964, Lyndon Johnson se dirigió al país por radio y televisión, y anunció un bombardeo masivo de represalia sobre instalaciones navales norvietnamitas, operación bautizada como Pierce Arrow. En 2005, algunos documentos oficiales hechos públicos por el Pentágono, el Organismo de Seguridad Nacional (NSA) y otros departamentos gubernamentales revelaron que no hubo ataque vietnamita. Al contrario, según el Instituto Naval de Estados Unidos, en 1961 había comenzado ya un programa de ataques secretos a cargo de la CIA contra Vietnam del Norte, que fue retomado por el Pentágono en 1964. Estos ataques marítimos a la costa norvietnamita realizados por medio de patrulleras ultrarrápidas de fabricación noruega (adquiridas por EE UU para la marina títere survietnamita y bajo control directo de la marina estadounidense) fueron parte de la operación. El secretario de Defensa, Robert McNamara, reconoció ante el Congreso que buques de guerra estadounidenses participaron en ataques a la costa norvietnamita antes del llamado incidente del Golfo de Tonkín, desmontando las acusaciones del presidente Johnson de un ataque no provocado. La principal mentira, no obstante, fue la afirmación de que el USS Maddox respondió al ataque de una patrullera norvietnamita. Los buques vietnamitas, según informaciones posteriores de la NSA hechos públicos en 2005, ni siquiera llegaron a acercarse al Maddox y se hallaban a una distancia superior a los nueve kilómetros. El buque estadounidense realizó tres disparos de cañón y luego afirmó haber sufrido daños en su quilla por disparos de una ametralladora calibre 14.5 mm. El ataque del 4 de agosto nunca tuvo lugar. El capitán John Herrick, del USS Turner Joy, afirmó por cable que “muchos de los contactos y disparos de torpedos parecen dudosos… No ha habido contacto visual (de buques norvietnamitas) por el Maddox.”
Las consecuencias del montaje del incidente y la provocación del Golfo de Tonkín fueron la justificación de una escalada de guerra que costó la vida a cuatro millones de personas en Indochina, y que mutiló, desplazó e hirió a varios millones más, además de causar la muerte de 58.000 militares estadounidenses y heridas a medio millón más en un esfuerzo fallido de construcción militarista del imperio. En otros lugares de Asia, los constructores del imperio estadounidense consolidaron sus gobiernos títere: en Indonesia, que tenía uno de los mayores partidos comunistas legales del mundo, un golpe militar diseñado por la CIA, con la aprobación de Johnson, llevó al poder al general Suharto, quien asesinó a más de un millón de sindicalistas, campesinos, intelectuales progresistas, maestros y comunistas (junto a los miembros de sus familias).
Lo llamativo de la declaración de guerra de EE UU en Vietnam es que este país no respondió a las provocaciones de la Marina que sirvieron de pretexto para la guerra. Por consiguiente, Washington tuvo que inventarse una respuesta vietnamita para poder utilizarla como pretexto para la guerra.
La idea de inventarse falsas amenazas militares –como el incidente del golfo de Tonkín— y luego utilizarlas como pretexto para lanzar la guerra contra Vietnam se repitió en el caso de las invasiones de Iraq y Afganistán. De hecho, los creadores de las políticas del gobierno de Bush que lanzaron las dos citadas guerras, intentaron impedir la publicación de un informe realizado por el más alto comandante de la Marina, en el que refería cómo la NSA distorsionó los informes de inteligencia relativos al incidente de Tonkín a fin de cumplir el ardiente deseo del gobierno de Johnson de contar con un pretexto para la guerra.

El pretexto del 11 de septiembre y las invasiones de Iraq y Afganistán
En 2001, la gran mayoría del público estadounidense estaba preocupado por una serie de problemas internos: la recesión económica, la corrupción empresarial (Enron, WorldCom, etc.), el estallido de la burbuja punto com o cómo evitar un nuevo enfrentamiento militar en Oriente Próximo. No se percibía en Estados Unidos ningún interés en ir a la guerra por Israel, ni lanzar una nueva contra Iraq, especialmente después de la derrota y humillación de este país diez años antes, y de las brutales sanciones económicas que se le habían impuesto. Las compañías petroleras estadounidenses negociaban nuevos acuerdos con los países del Golfo y tenían en perspectiva, con algo de suerte, un Oriente Próximo estable y en paz con el único borrón de Israel y sus salvajes ataques contra los palestinos y sus amenazas a sus adversarios. En la elección presidencial del año 2000, George W. Bush fue elegido a pesar de haber perdido en la votación popular, en gran parte gracias a manejos electorales (con la complicidad del Tribunal Supremo) que impidieron el voto de parte de la población de raza negra en Florida. La belicosa retórica de Bush, y su énfasis en la seguridad nacional, tuvo ecos sobre todo en sus asesores sionistas y en el lobby pro israelí; el resto de estadounidenses hizo oídos sordos. Esta brecha entre los planes para Oriente Próximo de sus principales cargos sionistas en el Pentágono, la oficina del vicepresidente y el NSC, y las preocupaciones del pueblo estadounidense en general con sus problemas internos era llamativa. Ni los artículos de los periódicos sionistas, ni la retórica y la teatralidad anti árabe y anti musulmana proferida por Israel y sus portavoces en EE UU tenían repercusión sobre la opinión pública. En general, nadie creía en una amenaza inminente para la seguridad nacional por un ataque terrorista catastrófico, definido como un ataque con armas químicas, biológicas o nucleares. La opinión pública estadounidense estimaba que las guerras de Israel en Oriente Próximo y la exigencia por parte de sus voceros en Estados Unidos de una intervención no formaban parte de sus vidas ni de los intereses nacionales.
El principal desafío de los militaristas del gobierno de Bush era cómo hacer que la opinión pública estadounidense apoyase el nuevo programa bélico para Oriente Próximo a falta de cualquier tipo de amenaza visible, creíble e inmediata por parte de un país soberano de Oriente Próximo.
Los sionistas gozaban de posiciones privilegiadas en todos los puestos clave de gobierno como para lanzar una guerra ofensiva de alcance mundial. Tenían ideas claras sobre qué países atacar (los adversarios de Israel en Oriente Próximo), habían definido la ideología pertinente (guerra contra el terrorismo, defensa preventiva), habían proyectado una secuencia bélica, y habían vinculado su estrategia bélica regional a una ofensiva militar global contra todo tipo de gobiernos, movimientos y líderes opuestos a la construcción imperial por los medios militares estadounidenses. Lo único que necesitaban era coordinar a la élite para facilitarle un incidente terrorista catastrófico que pudiera desencadenar la nueva guerra mundial que habían expuesto y defendido públicamente.
La clave del éxito de la operación consistía en incitar a los terroristas y en propiciar una negligencia calculada y sistemática, marginando deliberadamente a los agentes de los servicios secretos y los informes de organismos de inteligencia que identificaban a los terroristas, sus planes y sus métodos. En subsiguientes audiencias de investigación, era preciso fomentar la imagen de negligencia, ineptitud burocrática y fallos de seguridad a fin de cubrir la complicidad del gobierno en el éxito de los terroristas. Era absolutamente esencial contar con un elemento que permitiera movilizar un apoyo masivo y ciego al lanzamiento de una guerra mundial de conquista y destrucción centrada en los países y los pueblos árabes y musulmanes, y este elemento era un acontecimiento catastrófico del que pudiera responsabilizarse a éstos.
Después del choque inicial del 11 de septiembre y la campaña propagandística desencadenada, que saturó los hogares estadounidenses, algunos elementos críticos comenzaron a cuestionar los preparativos del atentado, especialmente cuando algunos informes de organismos de inteligencia nacionales y extranjeros comenzaron a difundir que los responsables estadounidenses de las políticas tenían informaciones claras de los preparativos del ataque terrorista. Tras muchos meses de presión popular sostenida, el presidente Bush procedió a crear una comisión de investigación de los hechos del 11 de septiembre, presidida por antiguos políticos y funcionarios gubernamentales. Philip Zelikow, académico y ex funcionario gubernamental, destacado defensor de la defensa preventiva (es decir, la política de guerra ofensiva promovida por los militantes sionistas del Gobierno), fue nombrado director ejecutivo encargado de preparar y redactar el informe oficial de la Comisión de Investigación del 11 de septiembre. Zelikow estaba al corriente de la necesidad de un pretexto –como el del 11 de septiembre– para lanzar una guerra permanente de ámbito mundial que él mismo había recomendado. Con una sagacidad que sólo podía venir de alguien familiarizado con el montaje que condujo a la guerra, Zelikow había escrito: “Como Pearl Harbor, este acontecimiento dividiría a nuestro pasado y nuestro futuro en un antes y un después. Estados Unidos (sic) podría responder con medidas draconianas, reducción de las libertades civiles, una mayor vigilancia de los ciudadanos, la detención de sospechosos y la utilización de fuerza letal (tortura)”, (véase Philip Zelikow y otros, Catastrophic Terrorism – Tackling the New Dangers, Foreign Affairs, 1998).
Zelikow dirigió el informe de la Comisión que eximió al gobierno de todo conocimiento o complicidad en el 11-S, pero que convenció a pocos estadounidenses, al margen de los medios de comunicación y el Congreso. Las encuestas realizadas en el verano de 2003 sobre los datos y las conclusiones de la Comisión mostraron que una mayoría de la opinión pública estadounidense, especialmente la población neoyorquina, expresaba públicamente un alto grado de desconfianza y rechazo. El público sospechaba de la complicidad del Gobierno, especialmente cuando se reveló que Zelikow había consultado a algunas de las principales figuras investigadas, como el vicepresidente Dick Cheney y el gurú presidencial Karl Rove. En respuesta a los ciudadanos escépticos, Zelikow tuvo un rapto de locura y calificó a los no creyentes de “gérmenes patógenos cuya infección debía combatirse.” Con un lenguaje que recordaba la retórica social-darwinista hitleriana, se refirió a las críticas al encubrimiento de la Comisión como “bacterias que pueden infectar el cuerpo entero de la opinión pública.” Sin duda, este berrinche pseudocientífico reflejó el miedo y asco que Zelikow siente por los que lo involucraron con un régimen militarista que inventó el pretexto para una guerra catastrófica en favor del Estado favorito de Zelikow: Israel.
A lo largo de la década de 1990, la construcción imperial desarrollada por EE UU e Israel había tomado una renovada virulencia: Israel siguió despojando a los palestinos y ampliando sus asentamientos coloniales; y George Bush senior invadió Iraq y destruyó sistemáticamente la infraestructura económica militar y civil de este país, a la vez que fomentaba la creación del estado satélite de Kurdistán, tras la adecuada limpieza étnica, al norte del país. Como su antecesor, Ronald Reagan, el presidente George H. Bush dio su apoyo a fuerzas irregulares anticomunistas en su conquista de Afganistán, fuerzas que libraron una guerra santa contra un gobierno laico nacionalista y de izquierdas. Al mismo tiempo, intentó equilibrar la construcción imperial por vía militar con la expansión del imperio económico estadounidense, sin ocupar Iraq y tratando, sin éxito, de frenar la expansión colonial israelí en Cisjordania.
Con la llegada de Bill Clinton a la presidencia, se retiraron todas las trabas a la construcción militar del imperio. Clinton provocó una destructiva guerra balcánica, bombardeó sin piedad y desmembró Yugoslavia, bombardeó periódicamente Iraq y amplió las bases militares estadounidenses en los Emiratos Árabes. Bombardeó la principal fábrica de productos farmacéuticos de Sudán, invadió Somalia e intensificó el criminal boicot económico a Iraq que produjo la muerte de unos 500.000 niños. En el seno del gobierno de Clinton, algunos sionistas liberales pro Israel se unieron a los constructores del imperio en posiciones clave para la elaboración de políticas. La expansión militar y la represión israelíes alcanzaron nuevas cotas a medida que los colonos judíos financiados por EE UU y las fuerzas militares israelíes, fuertemente armadas, asesinaban a adolescentes palestinos desarmados que protestaban contra la presencia en los territorios ocupados durante la primera Intifada. En otras palabras, Washington amplió su penetración y ocupación militar en los países y las sociedades árabes, desacreditando y debilitando así el poder de sus gobiernos satélites sobre sus respectivos pueblos.
Estados Unidos puso fin a la ayuda militar que había dado a los grupos armados anticomunistas islámicos de Afganistán, una vez alcanzados los objetivos estadounidenses de destrucción del régimen laico apoyado por la Unión Soviética (acompañada por el asesinato de miles de maestros.) Como consecuencia de la financiación estadounidense se creó una vasta y desestructurada red de combatientes islámicos bien entrenados dispuestos a la lucha contra otros regímenes. Muchos de ellos fueron trasladados por el gobierno de Clinton a Bosnia, donde los combatientes islámicos combatieron en una guerra por delegación y separatista contra el gobierno central, laico y socialista, de Yugoslavia. Otros recibieron financiamiento para desestabilizar Irán e Iraq, y fueron considerados por Washington como fuerzas de choque para futuras conquistas militares estadounidenses. No obstante, la coalición imperial de Clinton, formada por colonialistas israelíes, combatientes mercenarios islámicos y separatistas kurdos y chechenos se deshizo a medida que Estados Unidos e Israel avanzaban hacia la guerra y la conquista de Estados árabes y musulmanes, y Estados Unidos ampliaba su presencia militar en Arabia Saudí, Kuwait y los Estados del Go-lfo.
No fue fácil vender la construcción del imperio basado en el dominio militar contra Estados nación existentes; ni al público estadounidense, ni a los constructores del imperio basado en el mercado de Europa Occidental y Japón, ni a los emergentes de China y Rusia. Washington tuvo que crear las condiciones para una provocación de gran envergadura, que superase o debilitase la resistencia y oposición de los constructores del imperio rivales. Más concretamente, Washington necesitaba un acontecimiento catastrófico capaz de dar la vuelta a la opinión pública, que se había opuesto a la primera guerra del Golfo y que luego apoyó una rápida retirada de las tropas estadounidenses de Iraq en 1990.
Los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 sirvieron a los fines de los constructores militaristas del imperio de Estados Unidos e Israel. La destrucción del World Trade Center y la muerte de casi 3.000 civiles sirvió de pretexto para una serie de guerras coloniales, ocupaciones coloniales y actividades terroristas en todo el mundo, y consiguió el apoyo unánime del Congreso estadounidense a la vez que desencadenaba una campaña de propaganda masiva en todos los medios, a favor de la guerra.

La política de provocaciones militares
Los diez años durante los cuales se mató de hambre a 23 millones de árabes iraquíes con el boicot económico de Clinton, acompañado de intensos bombardeos, fueron una constante provocación a las comunidades y los ciudadanos árabes en todo el mundo. El apoyo al despojo sistemático de las tierras de los palestinos, acompañado de la violación de los lugares sagrados islámicos de Jerusalén fue una grave provocación que desencadenó docenas de ataques suicidas en represalia. La construcción y el funcionamiento de las bases militares estadounidenses en Arabia Saudí, país en el que se halla la ciudad santa de La Meca, fue una provocación para millones de musulmanes creyentes y practicantes. El ataque y la ocupación estadounidense e israelí del sur del Líbano y la matanza de 17.000 libaneses y palestinos fue una provocación para los árabes.
Gobernados por pusilánimes gobiernos sometidos a los intereses estadounidenses e incapaces de dar respuesta a la brutalidad israelí contra los palestinos, los ciudadanos árabes y los creyentes musulmanes se han visto impulsados sin cesar por los gobiernos de Bush y, especialmente, Clinton a responder a sus continuas provocaciones. Frente a la decisiva desproporción de su potencia de fuego respecto al avanzado armamento de las fuerzas de ocupación estadounidenses e israelíes (helicópteros artillados Apache, bombas de 2.500 kilos, aviones asesinos no tripulados, transportes acorazados, bombas de racimo, napalm y misiles) la resistencia árabe e islámica dispone solo de armas ligeras: fusiles automáticos, lanzagranadas, misiles katiusha de corto alcance y poca precisión, y ametralladoras. La única arma que poseen en abundancia como represalia son las suicidas bombas humanas.
Hasta el 11 de septiembre, las guerras imperiales contra las poblaciones árabes e islámicas tuvieron por escenario los objetivos y las tierras ocupadas en las que vivía, trabajaba y compartía sus vidas la gran masa de población. En otras palabras, todos (la mayor parte, en el caso de Israel) los efectos destructivos de sus guerras (asesinatos, destrucción de viviendas y poblaciones enteras y pérdidas humanas) fueron producto de las acciones bélicas de EE UU e Israel, países inmunes a una acción de represalia en su propio territorio.
El 11 de septiembre de 2001 se produjo el primer ataque a gran escala árabe-islámico coronado por el éxito sobre territorio estadounidense en esta prolongada y unilateral guerra. La precisa sincronización del 11-S coincide con la llegada a los puestos decisorios en la política bélica estadounidense para Oriente Próximo de una serie de sionistas extremistas, colocados en los más altos puestos del Pentágono, la Casa Blanca y el Consejo Nacional de Seguridad (NSC), y que dominaban las políticas del Congreso hacia Oriente Próximo. Los antiimperialistas árabes e islámicos estaban convencidos de que los constructores militaristas del imperio estaban poniendo a punto un asalto frontal de todos los centros restantes de oposición al sionismo en Oriente Próximo, entre otros Iraq, Irán, Siria, Líbano meridional, Cisjordania, Gaza, así como Afganistán en Asia meridional y Sudán y Somalia en África del Noreste.
Este programa de guerras ofensivas había sido esbozado por la élite sionista estadounidense, encabezada por Richard Pearle, para el Israeli Institute for Advanced Strategic and Political Studies en un documento de política titulado A Clean Break: A New Strategy for Securing the Realm (Una oportunidad clara. Nueva estrategia para proteger el Reino). El documento fue elaborado en 1996 para el primer ministro israelí de extrema derecha Benjamin Netanyahu antes de su toma de posesión.
El 28 de septiembre de 2000, a pesar de las advertencias de muchos observadores, el general Ariel Sharon, infame autor de la masacre de refugiados palestinos en los campos de Sabra y Chatila, profanó la mezquita de Al Aqsa, en Jerusalén, acompañado de todo su equipo de mando militar, lo que constituyó una deliberada provocación religiosa y le reportó la elección como primer ministro por el partido de extrema derecha Likud. Esta acción condujo a la segunda Intifada y a la salvaje respuesta de los israelíes. El total apoyo de Washington a Sharon simplemente reforzó la creencia generalizada entre los árabes de todo el mundo de que la solución sionista basada en purgas étnicas masivas formaba parte del programa de Washington.
El grupo coordinador entre los constructores de imperio estadounidenses y sus socios en Israel ha sido el influyente grupo sionista especializado en políticas públicas, autor del documento titulado Proyecto para un Nuevo Siglo Americano (PNAC), de 1998, en el que se establece una hoja de ruta detallada de la dominación de Estados Unidos sobre el mundo, que, como por casualidad, se centraba sólo en el Oriente Próximo y coincidía exactamente con la visión de Tel Aviv de una región dominada por Israel y Estados Unidos. En 2000, los ideólogos sionistas del PNAC publicaron un documento de estrategia titulado Rebuilding America’s Defenses (Reconstruyendo las defensas de Estados Unidos) que establecía las directrices que los nuevos responsables sionistas seguirían exactamente a su llegada a los más altos niveles del Pentágono y la Casa Blanca. Las directrices del PNAC establecían, entre otros, la creación de bases militares avanzadas en Oriente Próximo, el aumento del gasto militar del 3% al 4% del PIB, un ataque militar destinado a derrocar a Sadam Hussein, y una confrontación militar con Irán utilizando el pretexto de las amenazantes armas de destrucción masiva.
El programa del PNAC no podía llevarse a cabo sin un acontecimiento catastrófico del tipo Pearl Harbor, tal como percibieron enseguida los constructores militaristas del imperio, los israelíes y los responsables sionistas de las políticas estadounidenses. La negativa deliberada por parte de la Casa Blanca y sus 16 organismos de inteligencia, así como del Departamento de Justicia, de hacer un seguimiento de algunos informes precisos relativos a la entrada en el país de terroristas, su entrenamiento, financiación y planes de acción fue un caso de negligencia planificada. El propósito consistía en permitir que el ataque se produjese, e inmediatamente lanzar la mayor oleada de invasiones militares y actividades de terrorismo de Estado desde el final de la guerra de Vietnam.
Israel, que había identificado y mantenido bajo estrecha vigilancia a los terroristas, aseguró que la acción se realizaría sin interrupción. Durante los ataques del 11-S, sus agentes llegaron a registrar en vídeo y fotografía las torres del WTC en el momento de las explosiones, a la vez que bailaban de alegría en anticipación de la adopción por Washington de la estrategia militarista de Israel para Oriente Próximo.

La construcción militarista del imperio y la conexión sionista
La construcción militarista del imperio precedió a la llegada al poder en el gobierno de Bush de la Configuración del Poder Sionista (1) (Zionist Power Configuration, ZPC), y la persecución de sus fines, tras el 11-S, la realizaron al unísono la ZPC y los militaristas estadounidenses de siempre, como Donald Rumsfeld y Dick Cheney. Las provocaciones contra los árabes y los musulmanes que condujeron a los ataques fueron inducidas conjuntamente por Estados Unidos e Israel, y la actual ejecución de la estrategia militarista hacia Irán es otra empresa conjunta de los sionistas y los militaristas estadounidenses.
Lo que sí aportaron los sionistas, que no tenían los militaristas estadounidenses, fue un lobby organizado y masivo, dotado de financiación, propagandistas y respaldo político a la guerra. Los principales ideólogos gubernamentales, expertos de los medios de comunicación, académicos, redactores de discursos y asesores de guerra venían en gran parte de las filas del sionismo estadounidense. Los aspectos más perjudiciales del papel sionista en la ejecución de la política de guerra tienen que ver con la destrucción y el desmantelamiento del estado iraquí. Los responsables sionistas de las políticas promovieron la ocupación militar estadounidense y apoyaron la presencia militar masiva estadounidense en la región en vistas de sucesivas guerras contra Irán, Siria y otros adversarios de la expansión israelí.
En su empeño de una construcción militarista del imperio, con arreglo a la versión de Israel, los militaristas sionistas en el gobierno de Estados Unidos superaron las expectativas anteriores al 11-S, con un aumento del gasto militar que pasó del 3% del PIB en 2000 al 6% en 2008, con un crecimiento del 13% annual desde 2001 a 2008. Como resultado, el déficit presupuestario estadounidense alcanzará los diez billones de dólares (10.000.000.000.000) en 2010, lo que duplica el déficit de 1997 y conduce la economía de Estados Unidos y el imperio económico de este país a la bancarrota.
Los responsables de las políticas sionistas-estadounidenses han mostrado una total ceguera ante las desastrosas consecuencias económicas para los intereses estadounidenses en el extranjero, por cuanto su principal consideración estratégica son las políticas estadounidenses que potencien el dominio militar israelí en Oriente Próximo. El coste en sangre y dinero de la utilización del potencial militar estadounidense para destruir los adversarios de Israel les trae sin cuidado.
Para alcanzar el éxito del proyecto imperial militarista-sionista de un Nuevo Orden en Oriente Próximo, Washington tenía que movilizar toda la población en favor de una serie de guerras contra los países antiimperialistas y antiisraelíes de Oriente Próximo y otras zonas. Y a fin de proponer como objetivo los muchos adversarios de Israel, los sionistas estadounidenses inventaron el concepto de guerra global contra el terrorismo. El clima existente en la opinión pública estadounidense e internacional era decididamente hostil a la idea de desencadenar una serie de guerras, para no hablar de seguir ciegamente a los extremistas sionistas. El sacrificio de vidas estadounidenses por el poder de Israel y la fantasía sionista de una esfera de prosperidad compartida estadounidense-israelí que dominase todo Oriente Próximo no podía conseguir el respaldo público estadounidense, y mucho menos el del resto del mundo.
Los principales responsables de las políticas, en particular las élites sionistas, elaboraron la idea de un montaje que sirviese de pretexto, un acontecimiento que fuese un gran choque para el pueblo y el Congreso de Estados Unidos, y provocase un estado de ánimo temeroso, irracional y belicoso, que permitiese sacrificar vidas y libertades democráticas. Conseguir que la opinión pública estadounidense apoyase un proyecto imperial de invasión y ocupación de Oriente Próximo requería otro Pearl Harbor.

El bombardeo terrorista: la Casa Blanca y la complicidad sionista
A todos los niveles del gobierno estadounidense se sabía que extremistas árabes estaban planeando un espectacular ataque armado en Estados Unidos. El FBI y la CIA tenían sus nombres y direcciones; y la consejera nacional de seguridad, Condoleezza Rice, afirmó públicamente que el Ejecutivo sabía que se produciría un secuestro de aviones, pero que pensaban que se trataría de un secuestro tradicional, no de utilizar los aviones como misiles. El fiscal general, John Ashcroft, lo tuvo bien presente y se negó a utilizar vuelos comerciales. Una serie de espías israelíes vivían a unos bloques de viviendas de distancia de algunos de los secuestradores, en Florida, e informaban a su cuartel general de sus movimientos. Organismos de inteligencia de otros países, en particular de Alemania, Rusia, Israel y Egipto, aseguran que proporcionaron información a sus contrapartes estadounidenses sobre el plan terrorista. La oficina del Presidente, la CIA, la DIA y el FBI permitieron que los atacantes prepararan sus planes, consiguieran financiación, llegasen a los aeropuertos, subieran a los aviones y llevaran a cabo el ataque, todos ellos con visados estadounidenses en sus pasaportes, —visados emitidos en su mayor parte en Jeddah (Arabia Saudí), en su día uno de los centros principales de reclutamiento de voluntarios árabes para Afganistán— y algunos convertidos en pilotos formados en Estados Unidos. Tan pronto como los terroristas se hicieron con el control de los vuelos, la Fuerza Aérea recibió notificación del secuestro, pero algunos altos cargos inexplicablemente retrasaron cualquier acción destinada a interceptar los aviones, permitiendo así que los atacantes alcanzasen sus objetivos: el World Trade Center y el Pentágono.
Los constructores militaristas del imperio y sus aliados sionistas aprovecharon inmediatamente el pretexto que les ofrecía un ataque militar por parte de terroristas no vinculados a un Estado para lanzar una ofensiva militar de alcance mundial contra una serie de países soberanos. En 24 horas, el senador ultrasionista Joseph Lieberman, en un preparado discurso, instó a que Estados Unidos atacase Irán, Iraq y Siria, sin tener ninguna prueba de que cualquiera de estos países, todos ellos miembros de pleno derecho de las Naciones Unidas, estuviese detrás de los secuestros de aviones. El presidente Bush declaró la guerra global contra el terrorismo y lanzó la invasión de Afganistán, a la vez que aprobaba un programa de asesinatos y secuestros extraterritoriales y extrajudiciales, y de torturas en todo el mundo. Era evidente que el Gobierno estaba poniendo en funcionamiento una estrategia defendida públicamente y elaborada por los ideólogos sionistas mucho antes del 11-S. El presidente consiguió un apoyo casi unánime del Congreso a su primera Patriot Act (Ley Patriótica), por la que se suspendían en el país libertades democráticas fundamentales. Pidió también que determinados Estados satélites y aliados de Estados Unidos implementasen su propia versión de esta ley autoritaria antiterrorista, con el fin de perseguir, enjuiciar y encarcelar a todos y cada uno de los oponentes de la construcción imperial de EE UU e Israel en Oriente Próximo y en cualquier otro lugar. En otras palabras, el 11 de septiembre de 2001 se convirtió en el pretexto de un virulento y sostenido esfuerzo para crear un nuevo orden mundial centrado en un imperio gobernado por Estados Unidos y un Oriente Próximo organizado en torno a la supremacía israelí.

Provocaciones y pretextos: la guerra de Israel y EE UU contra Irán

Las largas, interminables, costosas y fracasadas guerras de Iraq y Afganistán han socavado el apoyo internacional e interno al proyecto sionista del Nuevo Siglo Americano. Los militaristas estadounidenses y sus asesores e ideólogos tenían que crear un nuevo pretexto para sus planes de sometimiento de Oriente Próximo y especialmente de ataque a Irán. Así, han recurrido a una campaña de propaganda sobre el programa de energía nuclear para uso civil de Irán, y han preparado pruebas falsas de la participación directa de Irán en apoyo de la resistencia iraquí a la ocupación estadounidense. Sin ningún tipo de prueba, han asegurado que Irán ha suministrado las armas con las que se ha bombardeado la Zona Verde estadounidense en Bagdad. El lobby israelí ha afirmado que el entrenamiento y las armas iraníes han contribuido a la derrota de los mercenarios iraquíes que Estados Unidos desplegó en la ciudad meridional de Basra. Los principales sionistas del Departamento del Tesoro han organizado un boicot económico mundial contra Irán, e Israel ha conseguido el apoyo de los principales líderes demócratas y republicanos del Congreso para un ataque sobre ese país. La pregunta que cabe hacerse ahora es si la mera existencia de Irán es ya un pretexto suficiente, o bien será necesario un incidente catastrófico.

Conclusión. Provocaciones y guerras imperiales: Detrás de cada guerra imperial hay una gran mentira
Una de las implicaciones políticas más importantes en nuestro debate sobre el uso por parte del gobierno de EE UU de provocaciones y engaños para lanzar guerras imperiales es que la gran mayoría del pueblo estadounidense se opone a las guerras de ultramar. Las mentiras gubernamentales al servicio de las intervenciones militares son necesarias para socavar la preferencia del pueblo estadounidense por una política exterior basada en el respeto a la autodeterminación de las naciones. La segunda implicación, sin embargo, es que los sentimientos pacíficos de la mayoría pueden ser superados rápidamente por la élite política por medio de engaños y provocaciones, debidamente amplificados y dramatizados en una constante repetición a través de la voz unificada de los medios de comunicación de masas. En otras palabras, los pacíficos ciudadanos estadounidenses pueden transformarse en militaristas chovinistas mediante la propaganda por los hechos, en virtud de la cual la autoridad ejecutiva enmascara sus acciones militares de agresión como acciones defensivas, y la respuesta del enemigo como una agresión gratuita contra un país tan amante de la paz como Estados Unidos.
Todas las provocaciones y los engaños del Gobierno están formulados por una élite cercana al Presidente, pero son ejecutados por una cadena de mando compuesta por un grupo que va de varias docenas a algunos centenares de operadores, la mayor parte de los cuales toman parte conscientemente en el engaño del público y raras veces llegan a desenmascarar el ilegal proyecto, sea por miedo, lealtad u obediencia ciega.
Ha resultado ser falsa la idea de los partidarios de la integridad de esta política de guerra de que dado el número tan alto de participantes, alguien puede filtrar el engaño, las provocaciones sistemáticas y la manipulación del público. En el momento de la provocación y la declaración de guerra, cuando el Congreso aprobó por unanimidad la Autoridad Presidencial para usar la fuerza, pocos o ningún escritor o periodista planteó preguntas básicas. Los ejecutivos, operando bajo el manto de la defensa de un país pacífico ante traicioneros enemigos a los que no se ha provocado, consiguieron siempre la complicidad o el silencio de los críticos en tiempo de paz que prefieren enterrar sus reservas e investigaciones en tiempos de amenazas a la seguridad nacional. Pocos académicos, escritores o periodistas están dispuestos a arriesgar su situación profesional, cuando todos los jefes de redacción y propietarios de los medios de comunicación, los líderes políticos y sus propios colegas profesionales babean afirmando que “hay que estar unidos junto a nuestro Presidente en tiempos de amenaza mortal sin precedentes a la nación…” como sucedió en 1941, 1950, 1964 y 2001.
Con excepción de la Segunda Guerra Mundial, cada una de las subsiguientes guerras produjo una profunda desilusión política en la población, llegando incluso al rechazo de los montajes que en un primer momento justificaron la guerra. El desencanto popular con la guerra condujo en cada caso a un rechazo temporal del militarismo… hasta el siguiente ataque no provocado y la subsiguiente llamada a las armas. Incluso durante la Segunda Guerra Mundial se dio la indignación civil masiva contra el mantenimiento del gran ejército y hubo manifestaciones a gran escala al final de las hostilidades exigiendo el regreso de los soldados a la vida civil. La desmovilización tuvo lugar a pesar de los esfuerzos del Gobierno por consolidar un nuevo imperio basado en la ocupación de países de Europa y Asia, tras las derrotas de Alemania y Japón.
La realidad estructural subyacente, que ha conducido a los presidentes a inventarse pretextos para la guerra, está basada en una concepción imperial militarista. ¿Por qué no respondió Roosevelt al desafío económico-imperial japonés potenciando la capacidad estadounidense de competir y producir de una manera más eficiente, en lugar de apoyar un boicot provocador sugerido por el declive de las potencias coloniales en Asia? ¿No será que, bajo el capitalismo, una economía deprimida y estancada y una fuerza de trabajo desempleada sólo pueden ser movilizadas por el Estado para una confrontación militar?
En el caso de la Guerra de Corea, ¿no era más viable que una potencia todopoderosa, como los EE UU de postguerra, ejerciese su influencia mediante inversiones en un país pobre, semiagrario y devastado –pero unificado— tal como hizo en Alemania, Japón y otros lugares tras la guerra?
Veinte años después de haber gastado centenares de miles de millones de dólares y de haber sufrido 500.000 muertos y heridos en la conquista de Indochina, el capital europeo, asiático y estadounidense entra en Vietnam pacíficamente a petición del propio gobierno, acelerando su integración en el mercado capitalista mundial mediante las inversiones y el comercio.
Es evidente que la no tan noble mentira de Platón, al modo como la practican los presidentes imperiales estadounidenses para engañar a sus ciudadanos con altos fines ha conducido al uso de medios sangrientos y crueles para alcanzar fines grotescos e innobles.
La repetición de pretextos inventados para entrar en guerras imperiales está incrustada en la estructura dual del sistema político de Estados Unidos: un imperio militarista y un amplio electorado. Para conseguir el primero es preciso engañar al segundo. El engaño es posible mediante el control de los medios de comunicación de masas cuya propaganda de guerra llega a cada hogar, oficina y aula con un mismo mensaje, determinado centralizadamente. Los medios de comunicación socavan lo que queda de información alternativa facilitada por líderes de opinión primarios y secundarios en las comunidades, y corroe los valores y la ética personales. Mientras que la construcción militarista del imperio ha producido la muerte de millones de personas y el desplazamiento de decenas de millones, la construcción económica del imperio impone sus propias exacciones en términos de explotación masiva del trabajo, la tierra y los medios de vida.
Tal como ha sucedido en el pasado, cuando las mentiras del imperio se descubren el desencanto público se instala y las invocaciones de nuevas amenazas ya no movilizan la opinión pública. A medida que la continua pérdida de vidas y los costes socioeconómicos erosionan las condiciones de vida, la propaganda de los medios de comunicación pierde su efectividad y aparecen las oportunidades políticas. Del mismo modo que después de la Segunda Guerra Mundial, Corea, Indochina y, hoy, las de Iraq y Afganistán, se abre una ventana de oportunidad política. Las mayorías exigen cambios en las políticas, quizás en las estructuras y, ciertamente, un final a la guerra. Se abren posibilidades para el debate público del sistema imperial, que constantemente recurre a las guerras, junto a las mentiras y provocaciones que las justifican.

Epílogo
Esta visión telegráfica de la elaboración de la política imperial refuta la idea vulgar y convencional de que el proceso de toma de decisiones que conduce a la guerra es abierto, público y se desarrolla de acuerdo con las normas constitucionales de una democracia. Al contrario, tal y como es habitual en muchos ámbitos de la vida política, económica, social y cultura, pero especialmente en los asuntos de guerra y paz, las principales decisiones las adoptan una pequeña élite presidencial, y lo hace a puerta cerrada, a salvo de miradas y sin consultar, en abierta violación de las disposiciones constitucionales. El proceso que conduce a provocar el conflicto en busca de objetivos militares nunca se plantea abiertamente ante el electorado, y no hay ningún tipo de investigación, en ningún caso, por medio de comités independientes de investigación.
La naturaleza cerrada del proceso de toma de decisiones no empaña el hecho de que estas decisiones son públicas en la medida en que son adoptadas por cargos públicos, electos o no, en instituciones públicas, y en que afectan directamente al público. El problema es que al público se le mantiene en la oscuridad en lo tocante a los intereses imperiales que están en juego, y al engaño que lo induce a someterse ciegamente a las decisiones para la guerra. Los defensores del sistema político no están dispuestos a enfrentarse a los procedimientos autoritarios, las mentidas de las élites y los objetivos imperiales no explícitos. Los apologistas de los constructores militaristas del imperio etiquetan, de un modo irracional y peyorativo, a los críticos y escépticos como teóricos de la conspiración. En su mayor parte, los académicos de prestigio se conforman estrechamente a la retórica y las afirmaciones inventadas por los ejecutores de la política imperial.
En todo momento y lugar, grupos, organizaciones y líderes se reúnen a puerta cerrada antes de mostrarse públicamente. Una minoría de responsables o defensores de las políticas se reúnen, debaten y esbozan procedimientos y tácticas para conseguir una decisión favorable en las reuniones oficiales. Esta práctica común tiene lugar cuando se han de adoptar decisiones vitales, sea en los consejos escolares locales o en las reuniones de la Casa Blanca. Etiquetar el relato de pequeños grupos de funcionarios públicos que se reúnen y toman sus decisiones en reuniones públicas cerradas (en las que los programas, los procedimientos y las decisiones se toman antes de las reuniones públicas abiertas) como teorización conspiratoria equivale a negar la manera como funciona habitualmente la política. En otras palabras, los etiquetadores de conspiraciones son o bien ignorantes de los procedimientos más elementales en política o son conscientes de su papel en la cobertura de los abusos de poder de los mercaderes estatales del terror.

Profesor Zelikow, ¿y ahora qué?
La principal figura del círculo gubernamental de Bush que promovió activamente un nuevo Pearl Harbor y fue, al menos en parte, responsable de la política de complicidad con los terroristas del 11-S fue Philip Zelikow. Éste, un destacado defensor de Israel, es un académico gubernamental cuya área de conocimiento entra en el nebuloso ámbito del terrorismo catastrófico, que ha permitido a los líderes políticos estadounidenses concentrar sus poderes ejecutivos y violar las libertades constitucionales par conseguir sus guerras ofensivas imperiales y desarrollar el mito público. El libro de Philip Shenon The Commission: The Uncensored History of the 9/11 Investigation (La Comisión: historia no censurada de la investigación del 11-S) explicita con claridad el estratégico papel de Zelikow en el gobierno de Bush antes del 11-S, el periodo de negligencia cómplice, después de los hechos, durante el periodo de guerra global y en los intentos gubernamentales por enterrar su complicidad en el ataque terrorista.
Antes del 11-S, Zelikow presentó un proyecto del proceso de toma del poder por el ejecutivo hasta límites extremos con vistas a una guerra de ámbito mundial. Establecía una secuencia en la que el acontecimiento terrorista catastrófico facilitaría la total concentración del poder, seguida del lanzamiento por Israel de guerras ofensivas (todo ello admitido públicamente por él mismo). En el periodo anterior al 11-S y las múltiples guerras, Zelikow formó parte del Consejo de Seguridad Nacional, como consejero en materia de seguridad nacional de Condoleezza Rice (2000-2001), quien tenía conocimiento riguroso de los planes terroristas de apoderarse de vuelos comerciales, como la misma Rice admitió en público (secuestros convencionales, en sus propias palabras). Zelikow fue una pieza clave en la salida del experto en contraterrorismo Richard Clark del NSC, único organismo que seguía la operación terrorista. Entre 2001 y 2003, fue miembro de la Junta asesora del Presidente en materia de inteligencia internacional. Este fue el organismo que no había dado seguimiento ni continuidad a los informes clave de inteligencia que identificaban los planes terroristas. Zelikow, tras tener un papel importante en el sabotaje de los esfuerzos de los servicios secretos se convirtió en el principal autor de la Estrategia Nacional de Seguridad de los EE UU, en 2002, que recomendaba la política de Bush de invasión militar de Iraq, y que ponía en el punto de mira a Siria, Irán, Hezbolá, Hamas y otros países y entidades independientes árabes y musulmanes. El citado documento de Estrategia Nacional de Seguridad de Zelikow fue la directiva más influyente en la formulación de las políticas terroristas estatales del gobierno de Bush. También ajustó estrechamente las políticas de guerra de EE UU a las aspiraciones militares regionales del Estado de Israel desde su fundación. Esto demuestra la razón de las palabras del ex primer ministro israelí Benjamin Netanyahu en la Universidad Bar Ilan, en el sentido de que los ataques del 11-S y la invasión estadounidense de Iraq habían sido acciones beneficiosas para Israel (Haaretz, 16.4.2008.)
Por último, Zelikow, en tanto que persona designada personalmente por Bush como director ejecutivo de la Comisión del 11-S, fue el encargado de coordinar con la oficina del vicepresidente el camuflaje de la política del gobierno de complicidad con los atentados. Si bien Zelikow no está considerado como un peso pesado académico, su papel central en el diseño, la ejecución y la cobertura de los acontecimientos que estremecieron al mundo el 11-S y el periodo inmediatamente posterior lo señalan como uno de los más peligrosos y destructivos influyentes políticos en la formulación y lanzamiento de las catastróficas guerras de Washington, pasadas, presentes y futuras.

1. “ La Configuración del Poder Sionista (ZPC) cuenta con más de 2.000 funcionarios a tiempo completo, más de 250.000 activistas, más de 1.000 multimillonarios donantes políticos que contribuyen con sus recursos a los dos partidos estadounidenses en el Congreso. La ZPC proporciona el 20% del presupuesto de ayuda militar exterior estadounidense destinado a Israel, más del 95% del apoyo del Congreso al boicot israelí y las incursiones de su ejército en Gaza, Líbano y la opción militar preventiva contra Irán. La invasión estadounidense y la política de ocupación en Irak, incluyendo la falsificación de las pruebas que justificaban la invasión, estuvo fuertemente influenciada por altos funcionarios devotamente leales y vinculados a Israel.” Cf. J.Petras in http://xymphora.blogspot.com/2007/07/zionist-power-configuration.html

James Petras publicará en breve un nuevo libro: Zionism and US Militarism, Clarity Press, Atlanta.
S. Seguí pertenece a los colectivos de Rebelión y Cubadebate.
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar el nombre del autor y el del traductor, y la fuente.

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