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miércoles, 14 de abril de 2010

La orden dictada por el ejército israelí permitirá deportaciones masivas desde Cisjordania


14-04-2010
Amira Hass
Haaretz
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Con el pretendido objetivo de evitar que se produzcan infiltraciones, esta semana entrará en vigor una nueva orden del ejército israelí que posibilitará la deportación de decenas de miles de palestinos desde Cisjordania, permitiéndole también presentar acusaciones que pueden acarrear sentencias de cárcel de hasta siete años.

Cuando la orden entre en vigor, decenas de miles de palestinos se convertirán automáticamente en delincuentes criminales que serán probablemente severamente castigados.

Teniendo en cuenta las actuaciones de las autoridades encargadas de la seguridad a lo largo de la última década, es muy posible que los primeros palestinos contra quienes se utilicen las nuevas normas sean aquellos cuyos documentos de identificación lleven como domicilio la Franja de Gaza –gente nacida en Gaza con sus niños nacidos en Cisjordania- o contra aquellos que hayan nacido en Cisjordania o en el extranjero que, por diversas razones, hayan perdido su estatuto de residencia. También es probable que se utilicen contra las esposas de palestinos nacidas en el extranjero.

Hasta ahora, los tribunales civiles israelíes han impedido de vez en cuando la expulsión de esos tres grupos de Cisjordania. Sin embargo, la nueva orden les coloca bajo la jurisdicción única de los tribunales militares israelíes.

La nueva orden define como infiltrado a cualquier persona que entre ilegalmente en Cisjordania, así como a “cualquier persona que esté presente en la zona y no tenga un permiso legal”. La orden lleva al extremo la definición original de infiltrado de 1969, por la que el término sólo se aplicaba originalmente a los que permanecieran ilegalmente en Israel después de haber pasado por países entonces clasificados como estados enemigos: Jordania, Egipto, Líbano y Siria.

El lenguaje de la orden es a la vez general y ambiguo, y estipula que el término infiltrado se aplicará también a los residentes palestinos en Jerusalén, a los ciudadanos de países con los que Israel tiene lazos de amistad (como los EEUU) y a ciudadanos israelíes, ya sean árabes o judíos. Todo esto dependerá de la valoración de los comandantes de las Fuerzas Armadas israelíes sobre el terreno.

El Centro Hamoked para la Defensa de los Individuos fue la primera organización por los derechos humanos en hacer advertencias contra la orden, que se firmó hace seis meses por el entonces comandante de las fuerzas armadas en las áreas de Judea y Samaria, Gadi Shamni.

Hace dos semanas, la directora de Hamoked, Dalia Kerstein, envió al Mando Central de las fuerzas terrestres, Avi Mizrahi, una petición para que aplazara la orden, teniendo en cuenta “los inmensos y graves cambios que iba a imponer en los derechos humanos de gran número de personas”.

Según las disposiciones, “se presume que una persona es un infiltrado si está presente en un área sin un documento o permiso que atestigüe su presencia legal en la zona sin una justificación razonable”. Tal documentación, se dice, debe haber sido “emitida por el comandante de las fuerzas armadas en las áreas de Judea y Samaria o de alguien que actúe en su nombre”.

Sin embargo, las instrucciones no son nada claras sobre si los permisos se refieren a los que están actualmente en vigor o también se refieren a los nuevos permisos que los comandantes militares deban dictar en el futuro. Las disposiciones tampoco son claras en cuanto al estatuto de los que tienen documentos de residencia de Cisjordania, e ignora la existencia de la Autoridad Palestina y los acuerdos que Israel firmó con ella y con la OLP.

La orden estipula que si un comandante descubre que un infiltrado ha entrado recientemente en un área determinada, “puede ordenar su deportación antes de que transcurran 72 horas desde el momento en que se le entrega por escrito la orden de deportación, con la condición de que el infiltrado sea deportado al país o zona desde donde se infiltró”.

La orden permite también procedimientos penales contra sospechosos de infiltración que pueden acarrear sentencias de hasta siete años de cárcel. Los individuos que puedan probar que entraron legalmente en Cisjordania pero que no tenían permiso para permanecer allí, serán también juzgados pudiéndoseles condenar a sentencias máximas de tres años. (Según la actual ley israelí, los residentes ilegales reciben por lo general sentencias de un año).

La nueva disposición permite también que el comandante del ejército en la zona requiera que el infiltrado se pague el coste de su propia detención, custodia o expulsión, hasta un total de 7.500 nuevos shekels [alrededor de 1.500 €].

El temor de que los palestinos con domicilio en Gaza sean los primeros en ser perseguidos por esta orden se basa en las medidas que Israel ha adoptado en los últimos años para restringir su derecho a vivir, a trabajar, a estudiar e incluso a visitar Cisjordania. Esas medidas violan los Acuerdos de Oslo.

Desde 2007, según una decisión del comandante en Cisjordania que no se apoyaba en la legislación militar, los palestinos con dirección en Gaza deben solicitar un permiso para permanecer en Cisjordania. Desde el año 2000 se les viene definiendo como visitantes ilegales si tienen dirección en Gaza, como si fueran ciudadanos de un estado extranjero. A muchos de ellos se les deportó a Gaza, incluidos los nacidos en Cisjordania.

En la actualidad, los palestinos necesitan permisos especiales para entrar en zonas cercanas al muro de separación, aunque sus hogares se encuentren allí, y hace ya tiempo que se les está expulsando del Valle del Jordán sin necesidad de autorización especial alguna. Hasta 2009, los jerosolimitanos orientales necesitaban permiso para entrar en el Área A, territorio, en teoría, bajo control de la Autoridad Palestina.

Otro grupo que se teme va a resultar especialmente dañado por las nuevas normas son los palestinos que se trasladaron a Cisjordania siguiendo la normativa de la reunificación familiar, que Israel dejó de autorizar hace ya varios años.

En 2007, a base de un cierto número de peticiones de Hamoked y como gesto de buena voluntad hacia el Presidente palestino Mahmoud Abbas, decenas de miles de personas recibieron tarjetas de residencia palestina. La AP distribuía las tarjetas, pero Israel tenía el control exclusivo de quién podía recibirlas. Sin embargo, miles de palestinos permanecieron clasificados como “visitantes ilegales”, incluidos muchos que no son ciudadanos de ningún otro país.

La nueva orden es el último paso dado por el gobierno israelí en años recientes para exigir permisos que limitan la libertad de movimiento y residencia anteriormente concedidos mediante las tarjetas de identificación palestinas. Las nuevas regulaciones son especialmente radicales, permitiendo medidas penales y la expulsión masiva de los palestinos de sus hogares.

La oficina del portavoz del ejército dijo en respuesta: “Las enmiendas a la orden para impedir las infiltraciones, firmadas por el Mando Central de las fuerzas del ejército de tierra, se emitieron como parte de una serie de manifiestos, órdenes y nombramientos en Judea y Samaria, en lengua hebrea y árabe, como se requiere, y se expondrán en las oficinas de la Administración Civil y en los despachos de los abogados de los tribunales militares de Judea y Samaria. El ejército israelí está preparado para cumplir la orden, que no se aplicará a los israelíes sino a los visitantes ilegales en Judea y Samaria”.

Fuente: www.haaretz.com/hasen/spages/1162075.html

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jueves, 11 de marzo de 2010

Balance de la operación Plomo Fundido: Desproporcionado


11-03-2010
Amira Hass
Haaretz
Traducido para Rebelión por LB

Durante una pausa en una conferencia en Tel Aviv, alguien se acercó a mí para preguntarme sobre Gaza y la operación Plomo Fundido. Solemos pensar que el tema está siendo enterrado, pero aquí está, viene a perseguirnos de nuevo. Eso fue hace cosa de un mes. Para proteger la privacidad de una persona que se involucró en la conversación, omito detalles sobre la fecha, hora y lugar exacto donde tuvo lugar.

La persona que me preguntó sobre Gaza se halla realizando un doctorado en filosofía política, y en el curso de su investigación ya había hablado con soldados que participaron en el ataque contra la Franja de Gaza. "¿Sabía el ejército que estaba atacando objetivos civiles?", me preguntó. No tengo la menor duda sobre ello, le respondí. El ejército, la Administración Civil y el servicio de seguridad Shin Bet disponen de información detallada sobre cada casa y familia. Tenemos acceso al censo de la población palestina, incluida la de la Franja de Gaza, desde direcciones hasta altura, color de ojos y número de niños. La Administración Civil y el Shin Bet tienen información adicional sobre los habitantes de prácticamente todas las casas. Saben cuándo fue la última vez que el propietario de una fábrica de cemento solicitó un permiso de salida, saben quién está enfermo y a quién se permitió salir de Gaza para recibir tratamiento médico. Tienen los números de teléfono fijo y móvil de los habitantes de Gaza. Las computadoras del ejército israelí, del Ministerio de Defensa y del Ministerio del Interior acumulan toda esa información. El ejército dispone de mapas detallados de cada barrio, así como de croquis y fotografías aéreas, y toda esa información ha sido cruzada con los nombres de los habitantes.

¿Significa eso –preguntó el estudiante de doctorado– que la operación Plomo Fundido es un ejemplo de guerra desproporcionada? Me preguntó si dicha operación encaja en la “estrategia Dahiyeh" del ejército israelí, es decir, la política de atacar la infraestructura civil que, según Israel, es utilizada por los terroristas.

Piensa, por ejemplo, en la escuela americana que se encuentra al norte de Beit Lahia, en la Franja de Gaza, le sugerí. Cuando los israelíes arrojaron una bomba sobre esa escuela, ¿no sabían que era un bastión de los habitantes de Gaza cuya cultura es muy diferente de la de Hamas? Cierto, ya no es un bastión de los altos funcionarios de la Autoridad Palestina (que ahora están en Ramallah o El Cairo), pero sí de padres y madres que desean proporcionar una educación liberal a sus hijos y de personas con medios que pueden permitirse pagar la costosa matrícula de una escuela que parece trasplantada del extranjero. El edificio escolar ocupa una superficie de tres dunams dentro de un área de 36 dunams con parques infantiles y jardines alejados de las zonas residenciales y del bullicio de la ciudad. El guarda de la escuela, Salem Abu Qleiq, murió en el bombardeo. Era uno de los seis guardias empleados permanentemente que trabajaban por turnos.

Cuando quedó claro que el ataque contra Gaza no terminaría pronto, Abu Qleiq preguntó a la administración de la escuela si su familia podía trasladarse al edificio, considerado seguro. Abu Qleiq era consciente de la insistencia de la dirección para que la escuela no fuera utilizada por ningún grupo con segundas intenciones, ya fuera para disparar cohetes Qassam o para esconder a hombres armados. La escuela había llegado a un acuerdo con Hamas a tal efecto. Cuando los israelíes bombardearon la escuela el 3 de enero, la administración del centro suspiró de alivio por haber demorado el permiso [de acceso a las familias que deseaban refugiarse en el recinto]. Eso salvó la vida de la mujer y los hijos de Abu Qleiq.

Mientras hablábamos de todo esto, el guardia de la entrada de la sala de Tel Aviv amablemente preguntó si podía intervenir y corregirme. No tiene usted ni idea de lo que encontramos en la escuela, dijo. "Lo que encontramos", dijo con gran seguridad y conocimiento, con la misma seguridad y conocimiento que exhiben muchos israelíes partidarios del ataque contra Gaza. Di las gracias a mi buena estrella, pues por fin había encontrado a un soldado que me podían proporcionar detalles reales sin pasar por el filtro del portavoz del ejército israelí. Estaría encantada de que me rebatiera lo que yo sabía.

En los días del ataque el portavoz de las FDI me había dicho: "El American College [el error es suyo] del área de Beit Lahia fue utilizado como base central para el lanzamiento de cohetes Qassam desde la zona y como punto de almacenamiento de armas y municiones y, por lo tanto, era un objetivo terrorista". La administración de la escuela rechazó tajantemente esas acusaciones. Ahora estaba a punto de escuchar lo que el guardia de Tel Aviv había encontrado allí.

El guardia me brindó una descripción detallada: "Había una red de túneles debajo de la escuela, algo inconcebible. Matamos allí a doce palestinos armados, habían escondido en el lugar tres kilos de explosivos y habían colocado cables que partían hasta todas las casas de la zona".

Las casas están muy lejos de la escuela, pero eso ciertamente no sería obstáculo para los cables. Por otro lado, la afirmación de que 12 palestinos armados habían sido hallados bajo los escombros me confundió. ¿Por qué el portavoz del ejército israelí no mencionó un dato que avalaría su versión de los hechos? Por otro lado, las jactanciosas declaraciones de Hamas sobre el escaso número de bajas registradas entre sus propias filas nunca me han convencido y, en cualquier caso, nunca se debe confiar en la credibilidad de las cifras facilitadas por fuentes gubernamentales. ¿Y los túneles? Lo cierto es que cuando llegué al lugar tres semanas más tarde no ví restos de túneles ni trazas de que hubieran tratado de ocultarlos. Pero eso no prueba nada.

"¿Tres kilos de explosivos son mucho?", le pregunté al guardia, quien aclaró que había combatido allí como soldado de infantería. Es mucho, me dijo. (Ciertamente, es mucho, me confirmó Noam Chayut, un ex oficial de combate que ahora es un miembro de Breaking the Silence, una organización que recopila testimonios de soldados que han servido en el ejército israelí desde el comienzo de la segunda Intifada.)

"¿Esos tres kilogramos causaron algún daño a nuestros soldados?", le pregunté. Por supuesto, contestó con el aplomo y el conocimiento de alguien que estuvo y combatió allí. Observé que el estudiante de doctorado también escuchaba con atención. Unos minutos antes me había dicho que los soldados con los que había hablado le habían dicho que los palestinos apenas presentaron batalla. Ahora nos estaban ofreciendo otra imagen: el ejército israelí bombardeó la escuela el 3 de enero, en vísperas de la invasión terrestre, luego los combatientes de Hamas, que habían hecho tan excelente trabajo ocultando los explosivos en los túneles (después de todo, no hubo explosiones secundarias), los sacaron de entre los escombros y los utilizaron contra los soldados israelíes. Esta explicación parece tomada directamente de un programa de Al-Aqsa TV, la emisora de Hamas, quizás de una emisión titulada “Cómo vencimos”.

El portavoz del ejército israelí siempre da el número exacto de nuestros caídos. Esto es axiomático. “De los 10 soldados israelíes que cayeron en la operación Plomo Fundido sabemos que cuatro murieron por fuego amigo", le dije al soldado que había estado allí. "Entonces, ¿cuántos de los seis [restantes] murieron allí?" Me respondió de inmediato, con su aplomo y conocimiento característicos: "¿Cómo que seis, cómo que diez? Durante Plomo Fundido murieron muchos más soldados, pero el ejército no nos lo dice".

Fuente: http://www.haaretz.com/hasen/spages/1154870.html

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martes, 20 de octubre de 2009

Una familia perdió 29 miembros en la guerra de Gaza


Envidiamos a los muertos

20-10-2009
Amira Hass
Haaretz
Traducido para Rebelión por Marwan Pérez

Richard Goldstone visitó el barrio de Zaytoun de la ciudad de Gaza a finales de junio para visitar a la extensa familia Samouni, tema tratado aquí [Haaretz] hace pocas semanas (“le alimenté como a un pajarito”, 17 de Septiembre; “Muerte en la familia Samouny”, 25 de septiembre). 29 miembros de la familia, todos ellos civiles, murieron en el asalto de invierno del ejército de Israel, 21 de ellos durante el bombardeo de la casa donde los soldados de las FDI habían reunido a casi 100 miembros de la misma familia un día antes.

Salah Samouni y el propietario de la casa que fue bombardeada, Wael Samouni, enseñaron a Goldstone los terrenos de alrededor, le mostraron las casas devastadas y los huertos desarraigados. En una conversación telefónica esta semana, Salah describió que le había mostrado a Goldstone una foto de su padre, Talal, uno de los 21 muertos en la casa. Le dijo al juez sudafricano -judío y jefe del equipo de investigación de las Naciones Unidas de la operación plomo fundido-, que su padre había trabajado para judíos durante casi 40 años y que cuando se encontraba enfermo, "el empleador le llamaba, le preguntaba por su salud, y le prohibía volver a trabajar antes de haberse recuperado".

Los Samounis estaban seguros que, en caso de cualquier invasión militar en Gaza, siempre se las arreglarían para llevarse bien con el ejército israelí. Hasta 2005, antes de la retirada de Israel de la Franja, el asentamiento judío de Netzarim se encontraba justo al lado, y varios miembros de familia trabajaban allí de vez en cuando. Cuando las patrullas conjuntas israelíes-palestinas estaban activas, soldados israelíes y oficiales de seguridad palestinos a veces les pedían a los Samounis un tractor prestado para aplanar un pedazo de tierra o reparar la calle Salah al-Din (por ejemplo, cuando un convoy diplomático era necesario que pasara). Mientras los miembros de la familia Samouni trabajaban con sus tractores, recopilando la arena, los soldados miraban.

"Cuando los soldados querían que nos fuéramos disparaban por encima de nuestras cabezas. Eso es lo que la experiencia me enseñó ", recuerda Salah Samouni, que perdió a su hija de 2 años en el ataque de las FDI, junto con sus tíos y sus dos padres. Los hombres más viejos de la familia, entre ellos su padre y dos tíos fueron asesinados por soldados del ejército israelí el 4 y 5 de enero; trabajaron en Israel hasta la década de 1990 en diferentes localidades, incluyendo Bat Yam, Moshav Asseret (cerca de Gedera) y la planta "Glicksman”. Todos creían que el hebreo que habían aprendido les ayudaría si fuese necesario en el encuentro con los soldados.

Como se informó aquí el mes pasado, el 4 de enero bajo las órdenes del ejército, Salah Samouni y el resto de la familia abandonaron su casa, que había sido convertida en una posición militar, y se trasladaron a otra, a la casa de Wael, que se encuentra al sur de la calle. El hecho de que fueron los soldados quienes les realojaron puede verse en las caras de los niños y las mujeres mayores, y en el hecho que los soldados se pusieron alrededor de las casas sólo a unas decenas de metros, inculcando en la familia cierta confianza, a pesar de los disparos del ejército desde el aire, el mar y la tierra; a pesar del hambre y la sed.

En la mañana del lunes 5 de enero Salah Samouni salió de la casa y gritó en dirección de otra casa del complejo, porque pensaba que los miembros de la familia seguían dentro. Quería que se unieran a él, por estar en un lugar más seguro, más cerca de los soldados. Nada lo preparó para las tres granadas y los misiles que el ejército disparó un poco más tarde.

"Mi hija Azza, mi única hija, de dos años y medio, resultó herida en el primer impacto en la casa", dijo Salah Haaretz. "Se las arregló para decir: Papá, me duele". Y luego, en el segundo golpe, murió, y recé. Todo era polvo y no pude ver nada. Pensé que estaba muerto. Me levanté todo ensangrentado y encontré a mi madre sentada junto a la sala con la cabeza inclinada. Moví su cara un poco, y me encontré con que le había desaparecido la mitad derecha de la misma. Miré a mi padre, cuyos ojos se habían salido. Todavía respiraba un poco, y luego se detuvo. "

Cuando salieron de la casa -heridos, confundidos, aturdidos, temiendo la cuarta batida de disparos o misiles que tirarían pronto- decidieron llegar a Gaza a pesar de los gritos de los soldados desde posiciones cercanas, creían que sólo los cadáveres se quedaban en la casa. No sabían que bajo el polvo y escombros, en una gran sala, nueve miembros de la familia quedaron con vida: la matriarca mayor y cinco de sus nietos y bisnietos -el menor de tres años y el mayor de 16- junto con otro pariente y su hijo. Salieron, algunos de ellos de debajo de los cadáveres.

Cuando recuperaron la conciencia, Ahmad Ibrahim de 16 años y su hermano Yakub de 10, vieron los cadáveres de su madre, cuatro de sus hermanos y su sobrino. Mahmoud Tallal, 16, había perdido un dedo; sangrando, vio que sus padres -Tallal y Rahma- habían sido asesinados. Omar de tres años, hijo de Salah, estaba inconsciente debajo del cadáver de Saffa de 24 años, lo que explicaba qué no le encontrasen durante el terrible momento de pánico al salir de la casa. Ahmad Nafez, 15, recordó que cuando Omar despertó y se arrastró por debajo del cadáver, vio a su abuelo Tallal y comenzó a temblar, gritando: "Abuelo, abuelo, despierta."

El día anterior, Amal, un niña de nueve años, había sido testigo de los soldados irrumpiendo en su casa y matando a su padre, Atiyeh. Ella se había refugiado en casa de su tío Tallal y junto con miembros de la familia se trasladaron a la casa de Wael. Ella no sabía que su hermano Ahmad moría desangrado en los brazos de su madre, en otra casa en el barrio.

Los niños encontraron algunos restos de comida en la cocina. Más tarde, Ahmad Nafez contó a sus familiares cómo Ahmad Ibrahim había ido de cadáver en cadáver - su madre, sus cuatro hermanos y su sobrino entre ellos, sacudiéndoles, golpeándoles, diciéndoles que se levantaran. Tal vez por los golpes, Amal recuperó la conciencia, la cabeza ensangrentada y sus ojos desorbitados en sus cuencas. Gritaba "agua, agua", dijo que quería a su madre y padre, y se golpeaba la cabeza contra el suelo, con los ojos en blanco todo el tiempo.

Es muy peligroso quitar la metralla en la cabeza -es incluso lo que dicen los médicos en un hospital de Tel Aviv-. Ahora todo le duele y seguirá doliéndole: cuando hace frío, cuando hace calor, cuando esté al sol. No será capaz de concentrarse en sus estudios.

No se puede reconstruir cómo pasaron las horas en la casa bombardeada de Wael, algunos permanecieron en un estado de agotamiento y apatía. La primera en recuperarse fue Shiffa, la abuela de 71 años. En la mañana del martes, 6 de enero, se dio cuenta de que nadie iba a venir a rescatarlos pronto. Ni los soldados situados a pocos metros, ni la Cruz Roja, ni la Media Luna Roja ni otros parientes. Tal vez ni siquiera sabían que estaban vivos, concluyó. Su andador había sido doblado y enterrado en la casa, pero se las arregló para salir con dos de sus nietos - Mahmoud (sangrándole las piernas) y el pequeño Omar.

Cojeaban y comenzaron a caminar en las calles silenciosas, entre las casas vacías, algunas ocupadas por soldados. "Los judíos nos vieron desde arriba y nos gritaron que nos fuéramos a la casa", contaba Shiffa. Estaban caminando por la calle y pasaron por la casa de su hermana. Entraron, pero no encontraron un alma viviente. Los soldados -disparando al aire– llegaron después. "les rogamos que se vayan a su casa. ¿Dónde está tu casa? ", Preguntaron. Ella les dijo "allá" y señaló al este, hacia la casa de uno de sus hijos, Arafat, que se encuentra más cerca de la calle Salah al-Din. Los soldados les dejaron continuar "Vimos personas que salían de la casa de Arafat y de la casa de Hijjeh. Todo el mundo estaba algo herido y los soldados disparaban por encima de las cabezas".

En la casa de Hijjeh se encontró a todo el mundo llorando, cada uno con su propia historia de muertos o heridos. "Yo les dije lo que nos había sucedido a nosotros, como todo el mundo se había caído sobre los otros, en montones mezclados los muertos y los heridos." Ella se quedó allí con el resto de los heridos otra noche. Omar recuerda con cariño esta casa: le dieron chocolate allí.

Sólo el miércoles, 7 de enero, el ejército permitió a la Cruz Roja y la Media Luna Roja entrar en el barrio. Ellos aseguran de que habían estado pidiendo entrar desde el 4 de enero, pero el ejércitoI no se lo permitía, ya sea por disparos en la dirección de las ambulancias que trataban de acercarse o por negarse a aprobar la coordinación. A los equipos médicos que se les permitió tuvieron que ir a pie y dejar las ambulancias a un kilómetro o un kilómetro y medio de distancia, y pensando que iban a rescatar a los heridos de la casa de Hijjeh. Pero entonces, la abuela les contó sobre los niños heridos que se quedaron atrás, entre los muertos, en la casa de Wael. El equipo de médicos establecido para rescatarlos no estaba preparado para lo que se encontraron.

El 18 de enero, después de que el ejército dejó la Franja de Gaza, los equipos de rescate regresaron a la vecindad. La casa de Wael fue encontrada en las ruinas: los bulldozers israelíes las habían demolido por completo, con los cadáveres dentro.

En una respuesta general a las preguntas de Haaretz sobre el comportamiento de las fuerzas militares en el barrio de la familia Samouni, el portavoz del ejército israelí dijo que todas las reclamaciones han sido examinadas. "Al finalizar el examen, los resultados pasarán al Abogado General Militar, quien decidirá sobre la necesidad de adoptar medidas adicionales", dijo el portavoz.

Salah Samouni, durante la conversación telefónica, dijo: "Le pedí a [Richard] Goldstone que averiguara una cosa: ¿Por qué el ejército hace esto con nosotros? ¿Por qué se nos saca de la casa a todos, y el oficial que hablaba hebreo con mi padre comprueba que todos éramos civiles - [así que], ¿por qué entonces nos dispararon, nos mataron? Esto es lo que queremos saber ".

Siente que Goldstone ha prestado en su informe una voz a las víctimas. No expone su frustración al enterarse de que el debate sobre el informe había sido aplazado, pero buscó una manera de describir cómo se siente, nueve meses después del hecho.

"Creemos que [estamos] en el exilio, a pesar de que estamos en nuestra patria, en nuestra tierra. Nos sentamos y envidiamos a los muertos. Ellos son los que están en reposo. "


Amira Hass es una combativa periodista de izquierdas que publica en Haaretz. Hija de supervivientes del nazismo, su posición firme frente a la ocupación y sus crónicas desde los territorios ocupados le han valido presiones y amenazas por parte de sectores sionistas radicales.


Fuente: http://www.haaretz.com/hasen/spages/1121720.html

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