sábado, 12 de junio de 2010
Del 8-J a la huelga general
12-06-2010
Isaac Salinas
En lluita / En lucha
Todos los periódicos y espacios de noticias de radio y televisión de la burguesía abrieron el día 9 con un único titular: ‘Fracaso del 8-J’. El objetivo es claro: estas empresas privadas y públicas, que en la mayoría han aplicado reducciones de personal, presupuestos y sueldos tienen pavor a que se abra un ciclo de luchas que pueda suponer un freno a sus planes de negocio.
Nadie podía esperar que, después de seis años de paz social con el gobierno y con muchos votantes del PSOE dudosos entre defender sus derechos y hacerle el juego al PP, la huelga fuera total en toda la administración pública. A esto hay que sumarle tres factores que se yuxtaponen: el carácter parcial y confuso de la convocatoria (que dejaba sin cobertura a sectores como los autobuses públicos y la Renfe); el escaso esfuerzo de movilización de las estructuras sindicales, tanto para organizar asambleas en los centros de trabajo como para distribuir propaganda, organizar piquetes, etc., unido a la falta de músculo organizativo de CCOO y UGT; además de los servicios mínimos abusivos; y que el decreto-ley ya ha sido aprobado.
Aún así, las manifestaciones fueron masivas, y en muchos sectores el número de huelguistas fue elevado. La huelga ha servido para acumular fuerzas; para demostrar que, si se apuesta por movilizar, la gente responde –como en los Ferrocarrils de la Generalitat y en muchos ayuntamientos–. Las direcciones de CCOO y UGT saben que se juegan mucho, pero a la vez tienen serias discrepancias sobre la conveniencia de hacerle una huelga al PSOE. La semana pasada todavía albergaban esperanzas de conseguir una reforma laboral honrosa que les permitiera salvar la cara. Así encararon la movilización del 8-J como un aviso a Zapatero. En cierta manera, han utilizado de manera lamentable e inadmisible la movilización del sector público como moneda de cambio en la partida de la reforma laboral.
No obstante, y a pesar de que las direcciones de CCOO y UGT habían apostado por una huelga light, en Barcelona hubo piquetes unitarios que quemaron neumáticos cortando la Diagonal e irrumpieron en una oficina de Marsans (hasta ayer perteneciente al jefe de la patronal), con cuyo mobiliario volvieron a cortar la Diagonal. La Universidad Autónoma de Barcelona fue paralizada por piquetes unitarios de trabajadores del PAS, profesores y estudiantes, así como la de Sevilla. En la localidad catalana de Salt, los trabajadores del hospital hicieron una acampada. En Aragón, la Intersindical de Aragón/Colectivo Unitario Trabajadores convocaron asamblea de huelga en una fábrica el 8 de junio. Estas pequeñas acciones muestran bien a las claras que existen núcleos dispuestos a luchar. En un contexto de movilización continuada, podrían extenderse fácilmente.
Punto de inflexión
Las movilizaciones del 8-J han sido con diferencia las más multitudinarias desde el estallido de la crisis (ver las diferentes crónicas en www.enlucha.org). Si bien con fuertes limitaciones, la previsión de que entramos en un nuevo ciclo de luchas podría demostrarse cierta, especialmente si finalmente llega a ser cierto el rumor que habla de una convocatoria de huelga general a finales de este mes.
Al final de la manifestación del 8-J en Madrid, Cándido Méndez (UGT) negaba que ésta fuera un ensayo para la huelga general. Tanto él como Toxo (CCOO) acuñaron un discurso lamentable, por conciliador con la gestión de Zapatero. Sin embargo, especialmente tras el fracaso de la última reunión entre gobierno, patronal y sindicatos sobre la nueva reforma laboral y la próxima aprobación de ésta el día 16 por ‘decretazo’, la convocatoria de la huelga general parece ya un mal inevitable para las cúpulas sindicales, al menos para CCOO.
Es responsabilidad de la izquierda radical presionar por la convocatoria de una huelga general antes de julio y preparar un plan de acción de cara a esa jornada. En este sentido, de convocarse la huelga debemos impulsar una semana de acciones del 21 al 28 de junio allí donde sea posible, así como piquetes masivos, con el objetivo de desbordar a CCOO y UGT y que la salida anticapitalista a la crisis que proponemos tenga el máximo eco posible. Debemos situar en primer plano nuestro rechazo a la reforma laboral, pero también a la reforma de las pensiones, al copago en sanidad y a los demás recortes.
La izquierda anticapitalista, y sobre todo los sindicatos combativos, deben dejar de un lado el sectarismo. Fue un gran acierto tanto del SAT como de la CUSC acudir a las movilizaciones unitarias en Andalucía con el objetivo de reivindicar la necesidad de una huelga general. Ahora más que nunca, el sindicalismo combativo tiene la oportunidad de contactar y atraer a sus filas a muchos trabajadores hastiados de la política claudicante de CCOO y UGT.
Otro punto clave es no sólo reivindicar una huelga general aislada, sino encuadrada en un calendario de movilizaciones dirigido a echar atrás los recortes ya legislados y prevenir los que vendrán. La contención del gasto social y el déficit públicos –y los consiguientes recortes sociales– se están mostrando como la opción predilecta de los gobiernos e instituciones neoliberales de la UE, profundizando y extendiendo así el horizonte de una crisis que va para largo.
Debemos evitar caer en el terror que intentan inspirarnos anunciando cada mañana nuevas medidas de recorte de derechos. Ahí juega un papel clave la existencia de un plan de lucha, que contemple movilizaciones sostenidas en el tiempo y progresivas. Es necesario apretar a la CES (Confederación Europea de Sindicatos) para que la jornada de lucha europea del 29 de septiembre sea una realidad en las calles, así como reforzar el combate ideológico contra el neoliberalismo.
Aún tenemos un largo camino por recorrer para conseguir que la rabia acumulada, cada vez más desbordante, se transforme en una lucha frontal contra los recortes sociales del gobierno, siguiendo el ejemplo de Grecia. Sin embargo, no siempre se avanza a la misma velocidad. En cuestión de unos meses, la situación podría cambiar rápidamente. Hay que convencer al máximo de trabajadores y trabajadoras de que tienen mucho más que perder si no acuden a la huelga y que movilizarse ahora es una cuestión de urgencia. Es clave mostrar que las luchas de ahora no sólo nos afectan a los y las que estamos aquí ahora, sino que son las que van a modelar el futuro de las próximas generaciones. Para ello, avanzar en la construcción de una nueva izquierda es también cada vez más urgente, ya que sin duda ese referente –ahora inexistente– nos haría mucho más fácil hacer llegar nuestras reivindicaciones a capas más amplias de la población y activar a más gente para la lucha.
Grecia y el Estado español no son casos aislados. Los recortes se extienden a una vertiginosa velocidad por toda Europa; los gobiernos de Alemania, Gran Bretaña, Portugal, Hungría, Italia... están adoptando la misma línea dura que Papandreu y ZP. Al fin y al cabo, la crisis es sistémica y, aunque de manera desigual, afecta a todas las economías. De ahí la necesidad de organizar movilizaciones a escala europea.
A diferente ritmo se extienden las revueltas populares. En Grecia ya han hecho cinco huelgas generales en lo que va de año y, sin embargo, no han logrado echar atrás los planes de ajuste estructural del FMI. A día de hoy, los estados claudicantes ante los mercados internacionales (es decir, ante el poder financiero) no van a desistir fácilmente de sus planes de recorte. De esta manera, en el Estado español una huelga general no será suficiente para echar atrás todas las medidas antisociales del PSOE; es por ello necesario concebirla no como un fin, sino como un inicio.
Sin embargo, para hacer dos días de huelga primero es necesario hacer uno. Además, no podemos perder de vista que las huelgas generales convocadas desde la Transición han tenido en algunos casos una gran repercusión. La huelga general de 1988 logró que el gobierno de Felipe González retirara la reforma por el abaratamiento del despido y la generalización de los contratos ‘basura’ para jóvenes, e incluso se elevó el gasto social. En 2002, la huelga general contra el ‘decretazo’ del PP logró que se introdujeran modificaciones parciales en la reforma, algunas de ellas muy importantes, como la relativa al PER en Andalucía.
Por otra parte, aunque en el marco laboral no ha habido grandes victorias (aunque sí victorias más o menos pequeñas en empresas en lucha), sabemos que con la movilización podemos construir un mundo mejor, como hicimos echando al ‘gobierno de la guerra’ del PP y forzando a ZP a retirar las tropas de Iraq. Ahora más que nunca debemos relacionar las luchas mostrando, por ejemplo, que las tropas en Afganistán, el Líbano y otros destinos internacionales deben volver y reducirse el presupuesto militar drásticamente para invertirlo en bienestar social.
La clase trabajadora en el Estado español se ha acostumbrado demasiado a las derrotas; sobre todo los y las más jóvenes, que no han vivido aquellas otras épocas de fortaleza y éxitos en la lucha. Pero ganar es posible, también hoy. Establecer un calendario de luchas y avanzar hacia la unidad entre las distintas fuerzas sindicales y políticas combativas son condiciones sine qua non para revertir la relación de fuerzas entre el neoliberalismo de ZP, la UE y el FMI por un lado, y la izquierda consecuente, por el otro.
Fuente: http://www.enlucha.org/?q=node/2216
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