jueves, 4 de marzo de 2010
Qatar, un basurero de lujo para reciclaje de alta gama
René Naba
Rebelión
04-03-2010
Traducido para Rebelión por Caty R.
1. Un basurero de lujo para reciclaje de alta gama.
2. La domesticación de Al-Jazeera.
1. Un basurero de lujo para reciclaje de alta gama
El hundimiento económico del principado de Dubai en el otoño de 2009 ha suscitado el temor de un de un derrumbamiento acumulativo de las demás petromonarquías del Golfo, por efecto dominó, y ha arrojado la duda sobre la viabilidad de esos emiratos-espejismos atizando la desconfianza hacia las finanzas islámicas que los países occidentales desean atraer con vistas a dinamizar sus economías convalecientes.
Entre esos emiratos-espejismos de fuerte atractivo y existencia aleatoria, Qatar es en Francia objeto de un entusiasmo proporcional a la proyección fantasmagórica que el emirato propulsa en el imaginario de la clase política, a menudo con desconocimiento de causa.
Todo el mundo habla, pero muy pocos con conocimiento de causa, de un país, sin duda uno de los pocos del mundo, más famoso por sus instalaciones que por sus realizaciones, su historia, su geografía, su literatura o sus bellas artes.
Designado, a elegir, como el país de Al-Jazeera o del CENTCOM, lugar de exilio de los indeseables árabes, Qatar es al mismo tiempo todo eso y mucho más.
Sede del nuevo cuartel general del «Comando Central» estadounidense, el mando del escenario de operaciones que va de Afganistán a Marruecos, y de la cadena transfronteriza árabe Al-Jazeera, Qatar hace que cohabiten en su territorio, en la armonía más discreta, la familia del difunto presidente iraquí Sadam Hussein, el predicador islámico Yussef Al-Qaradawi, uno de los grandes oficiantes de la cadena transfronteriza, y una discreta misión comercial israelí, asumiendo con satisfacción su función de basurero de lujo para reciclaje de alta gama.
Importante productor de petróleo y miembro de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), Qatar rechazó adherirse a la Federación de los Emiratos Árabes Unidos. Así, el país gestiona por su propia cuenta riquezas fabulosas. El entusiasmo de la clase política francesa con respecto a Qatar es comparable al que mantuvo con respecto al Iraq de Sadam Hussein en su época de esplendor y a la avidez de sus interlocutores franceses durante las décadas 1970-1980.
Aquí se acaban las comparaciones. Rodeado por Arabia Saudí al sur y el Golfo Pérsico al norte, este minúsculo principado de 11.427 kilómetros cuadrados puede ser amenazado, nunca amenazador, y siempre tentador.
El emir de Qatar es a Nicolas Sarkozy lo que Rafic Hariri fue a Jacques Chirac, una muleta financiera.
En una insólita distinción el emir de Qatar, Hamad bin Khalifa Al Thani, que dirige el país desde 1995, es el único dirigente árabe –y seguramente del planeta- que ha disfrutado el extraordinario privilegio de copresidir en dos ocasiones, dos años consecutivos (2007 y 2008), el prestigioso desfile militar del 14 de julio, la fiesta nacional de Francia. Sin duda gracias a los precisos y múltiples servicios rendidos a la diplomacia francesa: lubricación de las negociaciones para la liberación de las enfermeras búlgaras de Libia, intercesión en las negociaciones para la liberación del soldado israelí Gilad Shalit, prisionero de Hamás, mediación en el conflicto libanés para la elección de un nuevo presidente e implicación en el acercamiento sirio-libanés y franco-sirio.
En realidad la historia entre Francia y Qatar viene de lejos y el mérito, al contrario de lo que pudiera parecer, no se debe a Nicolas Sarkozy, que no es más que el ostentoso y llamativo último beneficiario, sino a William Kazan, el hombre de negocios libanés a quien justamente hay que reconocer este mérito (1). Por otra parte, para ser precisos, Qatar es a la Francia de Nicolas Sarkozy lo que el multimillonario líbano-saudí, el antiguo Primer Ministro Rafic Hariri, fue bajo la presidencia de Jacques Chirac antes de que Hariri pereciese en un atentado el 15 de febrero de hace cinco años y Chirac, el único presidente francés que ha comparecido desde el mariscal Philipe Pétain en 1945-46, fuese presentado ante la justicia por un asunto relacionado con dinero ilícito…
Una muleta financiera camuflada por la investidura del príncipe árabe de un papel honorífico de missi dominici relajado y benévolo. Al menos así es como aparece el emir de Qatar ante numerosos observadores.
Por otra parte, el padrinazgo financiero árabe parece una especialidad de los presidentes postgaullistas a juzgar por el número de presidentes franceses que han recurrido a tales prácticas: Chirac con Hariri, Sarkozy con Hamad bin Khalifa y anteriormente Valéry Giscard d’Estaing con el emperador Jean Bedel Bokassa de África Central, un tándem que ha pasado a la posteridad por sus prestaciones en diamantes.
William Kazan, como el antiguo Primer Ministro libanés asesinado Rafic Hariri, vasallo de los saudíes, y lo mismo que el joyero Robert Mouawad, pertenecen a esa raza de libaneses que han amasado sus fabulosas fortunas gracias a una abnegación impecable con respecto a las familias dirigentes de las petromonarquías del Golfo.
Entre William Kazan y Rafic Hariri, dos seres de trayectorias similares, se plantea sin embargo el problema de la duplicidad. ¿Quién es el doble del otro?, ¿Quién es la copia exacta del otro? Sobre Hariri, William Kazan tenía una doble ventaja: su antigüedad en el circuito de la prestación de servicios y la dignidad de embajador gracias a su estatus de compañero de fortuna –después de infortunio- del antiguo emir de Qatar.
Como en un mal cuento de hadas dicho emir, el jeque Khalifa bin Hamad Al-Thani, reinó en su principado durante más de veinte años hasta que fue derrocado por su propio hijo, el príncipe actual. La figura de Bruto no es exclusiva de Roma, también hallamos casos parecidos a la sombra de las torres de perforación (2).
Amigo de Francia, afortunado propietario de un fabuloso y codiciado yacimiento de gas en alta mar, North Dome, el jeque Khalifa, gran señor, gratificó a su abnegado servidor con el codiciado título de embajador itinerante de Qatar en Europa occidental con competencias sobre una docena de países y sobre una multitud de proveedores variopintos cuando Rafic Hariri figuraba en la lista diplomática saudí en París como tercer secretario.
En su lujosa residencia de la avenida Montaigne de París, William Kazan, joyero de profesión, fue también un brillante resplandor del estado de gracia de su mentor de Qatar. La evicción de su soberano acarrearía a William Kazan la pérdida de su inmunidad y el final de su impunidad.
Estuvo en prisión algún tiempo por una oscura historia de faldas, un asunto enojoso puesto al día oportunamente que colmó de satisfacción al nuevo monarca qatarí, una feliz coincidencia que permitió a Francia, tierra de asilo de su padre, entrar en el círculo de los agraciados del hijo sucesor. Un asunto siniestro que al mismo tiempo permitió al multimillonario líbano-saudí Rafic Hariri, fortalecido por su amistad con el presidente Jacques Chirac, eliminar a su rival en los negocios.
Por una cruel ironía del destino, los dos delegados de las petromonarquías murieron en el mismo año, 2005, con seis meses de diferencia. Rafic Hariri de muerte violenta en un atentado el 15 de febrero y William Kazan de cáncer en agosto, el mismo mes de la muerte del rey Fahd de Arabia y de la elección como dirigente de Irán de Mahmud Ahmadinejad.
Desde entonces la luna de miel continúa sin contratiempos. Nada se le niega al emir en Francia, ni el hotel Lambert (3) ni el hotel Raphael en París, ni un segundo hotel privado en la calle Courcelles, a dos pasos del Elíseo, ni una impresionante residencia de verano en Chateauneuf-Grasse en los Alpes Marítimos, que ofrece un bello panorama hasta la bahía de Cannes. Poseedor del 25% del capital de la sociedad limitada del casino municipal de Cannes, Qatar también se convirtió en socio titular de la célebre carrera hípica del Premio del Arco del Triunfo y en segundo accionista del grupo Vinci.
Por su parte Qatari Diar, un fondo de inversión propiedad al 100% de Qatar Investment Authoruty, el fondo soberano de Qatar, está comprometido en negociaciones exclusivas con Cegelec (antigua filial de Alcatel) para la compra de ese peso pesado especializado en los servicios vinculados a la energía, la electricidad y la renovación de las vías ferroviarias en Marruecos. Qatari Diar está omnipresente en el plano internacional, en Marruecos, en Egipto y en todo Oriente Medio, y además en Gran Bretaña en el sector inmobiliario, como en el distrito de Carnary Wharf en Londres.
A cambio Francia dispone en Qatar de una escuela de gendarmería y un duplicado de la Escuela Saint-Cyr, la academia encargada de formar a los oficiales superiores de los Emiratos. Una escuela que ya cuenta con el prestigio de la formación del príncipe heredero qatarí. Entre otros beneficiarios de la hospitalidad de Qatar figura la hermana de la ex ministra francesa de Justicia Rachida Dati, destinada en el servicio del patrimonio, una estructura ubicada bajo la autoridad de la esposa del emir de Qatar, la jequesa Mozah, recientemente elegida miembro de la Academia de las Bellas Artes de Francia.
Lo mismo que el polémico ex director de Reporteros sin Fronteras (4), Robert Ménard, a la presidencia de una problemática fundación para la defensa de la libertad de prensa, de la que desertó después de un año debido a su poca relevancia frente a la estructura paralela puesta en marcha por un auténtico experto que ennoblece la profesión periodística, el fotógrafo Sami al-Hajj, de la cadena Al-Jazeera, ex recluso de la cárcel de Guantánamo y fundador del «Guantanamo Center» para la defensa de la libertad de prensa.
La única disonancia en este escenario idílico fue el intento de poner en marcha en marzo de 2009 un «CRIF musulmán», una estructura del Islam laico en Francia por iniciativa de una subprefecta, Malika Benlarbi, a sugerencia del consejero presidencial Henri Guaino. El intento no llegó muy lejos después de la protesta del Consejo Francés del Culto Musulmán (CFCM) que vio una «injerencia en los asuntos internos franceses» y una amenaza directa a su representatividad.
La oscilación es constante en el emirato, hasta el punto de que algunos juzgan esa dualidad como una muestra de duplicidad, una señal de propósitos inconfensables; así es en el tándem CENTCOM/Al-Jazeera. Y lo mismo con Francia. La amistad con Sarkozy ha permitido al presidente francés erradicar cualquier sensibilidad pro árabe en la administración prefectoral y en el aparato audiovisual francés al mismo tiempo que una notable promoción de personalidades pro israelíes.
La lista es larga, va de Bernard Kouchner, flamante ministro de Asuntos Exteriores obligado en su debut a una vergonzosa normalización con el genocida de Ruanda, Paul Kagame, a raíz de las revelaciones sobre sus conexiones de negocios con los dictadores africanos; a Dominique Strauss-Khan (FMI) quien todos los días al levantarse se pregunta qué puede hacer por Israel y no por Francia, su país; a Arno Klarsfeld (Gabinete del presidente) reservista del ejército israelí; a Pierre Lellouche (Asuntos Europeos); a François Zimerav, ex vicepresidente de la comisión de estudios políticos del CRIF (Consejo Representativo de las Asociaciones Judías de Francia, N. de T.) y embajador para los derechos humanos, pasando por Christine Ockrent (directora general de la radio y televisión públicas); Philippe Val (France Inter); y la última reclutada Valérie Hoffenberg, directora para Francia del American Jewish Committee (Comité Judío Estadounidense) y enviada especial de Francia al proceso de paz de Oriente Próximo.
Una promoción paralela a la destitución de Bruno Guigue (administración prefectoral), la expulsión del catedrático Vincent Geisser y la evicción de Richard Labévière (Média France), así como de Waheeb Abu Wassil, el único palestino del aparato mediático exterior francés.
Es lo mismo en el plano internacional. Ubicándose en la punta de lanza del combate para la defensa de las causas árabes, Qatar, en virtud del principio de la oscilación política es uno de los pocos países árabes que sin embargo acoge una discreta misión comercial israelí.
Así, el emir de Qatar ha sido el primer dirigente árabe que viajó a Líbano desde el anuncio del alto el fuego líbano-israelí en agosto de 2006 y asumió la reconstrucción de localidades del sur de Líbano destruidas por los israelíes. Y el principado fue además el anfitrión de la cumbre árabe para la ayuda a la reconstrucción de Gaza. Pero a pesar de sus larguezas y la hospitalidad de Al-Jazeera hacia las voces discordantes árabes, a raíz de la cumbre de Doha el emir se vio obligado a cerrar la misión israelí tras la destrucción del enclave palestino por los israelíes en enero de 2009, por el riesgo de acusación de duplicidad.
Por su parte Al-Jazeera mantiene una deferencia hacia su país anfitrión, por lo que nunca ha preguntado por la presencia en su suelo de la misión israelí, ni por la del cuartel general del «Central Command» estadounidense ni por la propulsión de personalidades pro israelíes a los principales engranajes de la administración diplomática francesa. Una deferencia semejante a la que demuestran los vectores occidentales con respecto a sus gobiernos respectivos, especialmente la cadena Fox con respecto a la administración de Bush hijo o las cadenas públicas o privadas francesas con respecto al poder político en Francia.
El honor se pone a salvo al precio de algunos arreglos con la libertad de expresión. Así se permite a Qatar por su proclamada amistad con Francia, sin pasado colonial en la zona, hacer alarde de su independencia tanto frente al hermano mayor saudí como frente al pesado tutor estadounidense, a Iraq o a Egipto. Un malabarismo que le permite flirtear, sin riesgos, con Irán, contiguo al campo de gas de alta mar de Qatar, y con las demás bestias negras de Occidente –el movimiento islámico palestino Hamás y el movimiento chií libanés Hizbulá-, todos los contestatarios al orden hegemónico israelí-estadounidense en el espacio árabe, pero dentro de los límites de las reglas del juego impuesto por su protector estadounidense, so pena del regreso del bastón, como lo demostró el intento de desestabilización de Al-Jazeera durante la invasión estadounidense de Iraq en 2003.
Notas:
(1) Véase Rafic Hariri, un homme d’affaires premier ministre, René Naba, L’Harmattan, 2000, especialmente el capítulo V «Les ombres du passé»
(2) El golpe de Estado de 1995 tenía fuertes connotaciones petroleras. British Petroleum, que había cometido el error de retirarse de Qatargas en 1992, proyectaba recuperar sus posiciones arrebatadas por la firma estadounidense Mobil. Jordania, una criatura de Gran Bretaña, le hizo un gran servicio enviando más de 600 militares y material de guerra para apoyar al golpista, el propio hijo del emir, cerrando la frontera e impidiendo de esa forma cualquier refuerzo para el príncipe reinante. La intervención jordana constituyó un caso flagrante de injerencia extranjera, pero nadie la denunció nunca en la medida en que servía los intereses anglosajones. Pensemos en la tempestad que se desencadenó contra Siria diez años después, cuando el atentado contra Rafic Hariri en febrero de 2005.
(3) El hotel Lambert está situado en la proa de la isla de San Luis. Sus planos fueron diseñados por Louis Le Vau, maestro de obra de Vaux-le-Vicomte. Antiguamente propiedad de la familia Rothschild, el hotel hospedó, en particular, a la pareja mítica del cine francés de la década de los 60 Henri Vidal y Michéle Morgan.
(4) La face cachée de reporters sans frontières. De la CIA aux Faucons du pentagone, Aden, de Maxime Vivas.
Para saber más: El Golfo Pérsico árabe, chivo expiatorio ideal de la quiebra del sistema financiero occidental
2. El intento de domesticación de Al-Jazeera
a) Al-Jazeera, un papel determinante en la opinión pública internacional
La creación de Al-Jazeera constituye un buen ejemplo del equilibrismo diplomático de ese pequeño país frente a las ambiciones de los protagonistas del juego regional y el intento de domesticación de la cadena transfronteriza árabe constituye a este respecto un caso de manual.
«Al-Jazeera», cuyo nombre se forjó en referencia a «Al-Jazeera Al Arabia», la verde Península Arábiga, el espacio geográfico que aglutina a los principados petroleros del Golfo, Arabia Saudí y Yemen, la antigua «Arabia Feliz» de los primeros tiempos del Islam, es obviamente, en efecto, una consecuencia rebelde del orden mediático saudí, tanto como lo es por otra parte, en el plano político, Osama Bin Laden, una consecuencia rebelde de la hegemonía saudí sobre el orden interno árabe.
El lanzamiento de la cadena en 1996, al año siguiente de la hemiplejía que golpeó al rey Fahd, el hermano mayor saudí a cuya sombra se cobijó el emir golpista de Qatar, respondía a tres objetivos:
- Redimir a los ojos de la opinión pública árabe al emir de Qatar de la pesada tutela occidental que patrocinó su parricidio político.
- Dotar al principado de una fuerza mediática disuasoria con el fin de marcar su territorio en el plano energético dentro de la constelación de las petromonarquías del Golfo.
- Luchar contra la hegemonía saudí en la esfera árabe apoyándose parcialmente en un equipo periodístico formado fuera de la órbita de la censura árabe –el servicio árabe de la BBC (British Broadcasting Corporation)-, víctima de la arbitrariedad saudí (1).
En menos de diez años Al-Jazeera cumplió sus objetivos rompiendo el monopolio del relato mediático en poder de los medios occidentales desde la llegada de la información masiva, hace medio siglo, y propulsándose al rango de gran rival de los grandes vectores occidentales, determinante de la opinión pública árabe y artífice del debate pluralista dentro del mundo árabe.
Un auge que ha conducido a los estadounidenses a intentar sistemáticamente su domesticación, particularmente desde la guerra de Afganistán. En vano.
Todo empezó con un disparo de advertencia: el 7 de octubre de 2001, un mes después de los atentados contra Estados Unidos, la CNN firmó un acuerdo de «asociación exclusiva» con la filial estadounidense de Al-Jazeera, «News Gathering», en el que ésta garantizaba a la cadena de referencia internacional de información continua un «contrato de suministro prioritario» de documentación, especialmente de los vídeos, que recogía las declaraciones de Osama Bin Laden, el jefe de al-Qaida, de la que la cadena de Qatar tenía prácticamente la exclusividad debido a la presencia en Kabul de un corresponsal permanente desde mucho tiempo antes del desencadenamiento de las hostilidades.
La administración estadounidense respondió de inmediato exigiendo a las grandes redes estadounidenses (ABC, CBS, NBC, CNN y Fox) que no difundieran los mensajes televisados de Bin Laden en nombre de los imperativos de la seguridad nacional y acompañando dicha prohibición con una protesta diplomática ante el gobierno de Doha contra la «retórica incendiaria» de la cadena árabe.
El paso a la acción llegó un mes después con el bombardeo de la sede de Al-Jazeera en Kabul en plena ofensiva estadounidense contra los talibanes. A título de daño colateral, el cómodo argumento cada vez más utilizado desde la primera guerra de Iraq (1990-91) para justificar de vez en cuando los patinazos premeditados.
El jefe de la oficina de la cadena de Qatar en Afganistán es realmente lo contrario de un periodista mundano: Tayssir Allouni, sirio naturalizado español residente en Madrid, fino conocedor de la realidad afgana y debidamente acreditado en Kabul ante los talibanes, fue anteriormente, durante la guerra antisoviética, uno de los principales interlocutores de los combatientes islámicos.
Después del disparo de advertencia vino la época del apaciguamiento seguida de una curiosa labor de seducción e intimidación. Mientras la ofensiva antitalibán tocaba a su fin, una señora más que diplomática, la embajadora de Estados Unidos en Doha Maureen Queen, llevó a cabo una operación de encanto diplomático con ocasión del final del Ramadán. Para transmitir su mensaje, la organización en su residencia de un Iftar, la comida que marca tradicionalmente la ruptura del ayuno musulmán, le dio la oportunidad de recibir como invitado de honor al equipo de redacción de Al-Jazeera al cual acogió con un sonoro halago que hizo palidecer de envidia a todos los escribas de las instituciones mediáticas árabes y occidentales. «Gracias por la admirable prestación periodística que garantizan ustedes últimamente», dijo con adulación al director de la cadena Mohamad Jassem al-Ali.
Sorprendidos por esa insólita calidez en las relaciones entre su cadena y la administración estadounidense los periodistas quisieron informarse de un eventual malentendido, ya que el día anterior el secretario de Defensa Donald Runsfeld había calificado de «espantosas» las prestaciones de Al-Jazeera.
Toda sonrisas la embajadora replicó: «Yo no soy periodista, sino diplomática, y en tanto que estadounidense respeto la libertad de la prensa» (2). Pero en vista del desarrollo posterior se podría apostar a que hará falta más de un Iftar para apaciguar las relaciones entre Estados Unidos y el mundo árabe.
El entreacto duró poco. La presión subió un grado un año después, el 12 de noviembre de 2002. Mientras Estados Unidos movilizaba a la opinión internacional para la invasión de Iraq y buscaba una base de repliegue a su cuartel general de Arabia Saudí, un medio de comunicación saudí, oportunamente, dejó filtrar ese mismo día en su sitio de Internet, Arabic news.com, una información aparentemente extraída de las mejores fuentes estadounidenses y saudíes en la que se informaba de «un intento de golpe de Estado» contra el emir de Qatar, el jeque Hamad Ben Issa al Khalifa, «desbaratado por Estados Unidos».
La lacónica información no mencionaba ni a los autores del intento ni la fecha en la que se desbarató. ¿Quién lo promovió? ¿Cómo se desbarató? ¿Un intento promovido y desbaratado al mismo tiempo por el mismo operador? ¿Un golpe de Estado simulado virtualmente?
Cualquiera que conozca el funcionamiento de la prensa saudí, en especial la censura en tiempos de guerra, sabe que una información parecida, bienvenida por las diplomacias estadounidense y saudí, no habría podido filtrarse nunca sin el consentimiento de las autoridades tutelares, tanto saudíes como estadounidenses. Qatar tomó nota del mensaje y en un gesto de buena voluntad al día siguiente firmó un acuerdo de cooperación con Paraguay, una prestación de servicios que en realidad era una operación de cobertura para los servicios estadounidenses en América Latina.
La presión apareció de nuevo durante la fase final de la ofensiva estadounidense en Iraq: el ocho de abril de 2003, día de la caída de Bagdad, el semanario estadounidense Newsweek anunció a bombo y platillo una información que realmente no tenía relación con la marcha de la guerra: el lanzamiento de una investigación por corrupción contra el ministro de Asuntos Exteriores de Qatar, Jassem ben Hamad ben Jaber que habría estado implicado en el corretaje de un asunto de seguros y el subsiguiente blanqueo de 150 millones de dólares en una cuenta en las islas Jersey (Reino Unido).
La elección del objetivo no es una casualidad. Uno de los viejos zorros de la vida política del Golfo, el jeque Jassem ben Hamad, es el inamovible ministro de Asuntos Exteriores de Qatar desde 1992, es decir, un hombre que cuando apareció la acusación llevaba 11 años sirviendo a los dos últimos gobernantes, el padre y el hijo. Por otra parte el jeque Jassem, hijo mayor del ex emir de Qatar, el jeque Jaber ben Hamad, desempeñó un importante papel en el golpe de Estado pro anglosajón que llevó al poder al nuevo emir y demostró que era un hombre sensible a los intereses de las firmas petroleras británicas y estadounidenses (3).
A la cabeza de una inmensa fortuna que le vale el título de hombre más rico del riquísimo Qatar, ubicado en lo más alto del hit parade de las fortunas del Golfo, el jeque Jassem es accionista de la compañía aérea de Qatar «Qatar Airwais» y del fondo de inversiones «Qatari Diar».
Miembro reconocido del establishment estadounidense, el jeque Jassem es socio de la prestigiosa «Brooking Institution», especializada en estudios geoestratégicos sobre Oriente Medio, y por ello un interlocutor habitual de los dirigentes israelíes, especialmente de Tzipi Livni, ex agente del Mosad y ex ministra israelí de Asuntos Exteriores y como tal una de las organizadoras de las guerras destructivas israelíes contra Líbano (2006) y contra el enclave palestino de Gaza (2008).
La elección del objetivo no es insignificante en absoluto. Está destinada a demostrar la determinación de Estados Unidos de «fundir» a cualquiera que se enfrente a su proyecto, incluidos sus mejores amigos, con el fin de acallar cualquier crítica sobre la invasión de Iraq. La neutralización de Al-Jazeera, cuya sede central proyectó bombardear en algún momento Estados Unidos, aparecía entonces como su objetivo prioritario.
Una curiosa información que aparece retrospectivamente como un contrafuego es que mientras la oficina de Al-Jazeera en la capital iraquí era nuevamente objetivo de daños colaterales de la artillería estadounidense, informaciones persistentes daban cuenta de la implicación de la firma Halliburton –de la que Dick Cheney fue el jefe antes de su nombramiento como vicepresidente de Estados Unidos– tanto en transferencias para sobornos en Nigeria como en la sobrefacturación de prestaciones petroleras en Iraq.
b) Al-Jazeera, suprema coartada estratégica de Qatar frente a su sometimiento al orden occidental.
El asunto no llegó muy lejos, pero se entendió el mensaje. Se «blanqueó» al ministro qatarí de Asuntos Exteriores y a continuación el emir de Qatar anunció la expulsión, por sus presuntas relaciones con el régimen de Sadam Hussein, del director general de Al-Jazeera, el mismo a quien felicitó la embajadora estadounidense durante la comida del Ramadán. Al mismo tiempo el corresponsal de Al-Jazeera en Kabul y Bagdad, Tayssir Allouni, fue presentado ante la justicia en España por presuntos vínculos con al-Qaida y uno de los fotógrafos de la cadena, Sami al Hajj, estuvo encarcelado durante ocho años en Guantánamo antes fundar el «Guantanamo Center» para la defensa de la libertad de prensa.
Como un fino trabajo de orfebrería Qatar apareció rehabilitado ante la opinión árabe y Al-Jazeera confirmada en su credibilidad mientras que los estadounidenses obtuvieron el establecimiento de un centro de operaciones en Doha con gran satisfacción, paradójicamente, de Irán y Siria, las dos bestias negras de Estados Unidos en la zona pero aliados de Qatar, y con gran disgusto de Arabia Saudí, irritada por la súbita irrupción de este pequeño principado en la «corte de los grandes».
Un privilegio obtenido al precio de una pesada servidumbre hacia su gran tutor estadounidense, cuya instalación en el principado de la sede del CENTCOM, el mando operativo de las guerras estadounidenses en tierras del Islam (Afganistán, Iraq, Yemen, África oriental) –con infraestructuras infinitamente superiores a la insignificante plataforma aeronaval francesa en Abu Dhabi– garantiza la perennidad del régimen, la supervivencia de la dinastía y del mantenimiento bajo la soberanía de Qatar del gigantesco yacimiento marítimo de gas North Dome, contiguo a Irán.
Árbol que oculta el bosque del sometimiento al orden occidental, Al-Jazeera apareció 14 años antes de su lanzamiento como suprema coartada estratégica de la dinastía Al-Thani frente a la dominación estadounidense sobre la soberanía de Qatar y sobre sus fuentes de ingresos, dos elementos que hipotecan pesada y permanentemente la independencia de un país falsamente presentado como inconformista pero que sin embargo cumple plenamente su misión de válvula de seguridad al belicismo estadounidense contra el mundo árabe y musulmán.
Notas
(1) El núcleo original del equipo de Al-Jazeera estaba constituido por los veteranos del servicio árabe de la BBC TV arrojado al desempleo por la ruptura del contrato saudí con la cadena Orbit, socia de la cadena inglesa en lengua árabe.
Con una severa falta de de respeto hacia su propia política general informativa, la BBC cedió al insistente cortejo de Khaled Ben Mohamad Abdel Rahman, jefe del grupo de empresas al-Mawarid y se asoció con ese pariente próximo del rey Fahd para lanzar la primera cadena de televisión de información continua en lengua árabe con el sello de la cadena británica y los medios de difusión de la firma saudí «Orbit». El idilio de corta duración, 18 meses, se rompió estrepitosamente con recriminaciones recíprocas entre dos concepciones monárquicas aparentemente irreconciliables. Los saudíes impusieron, en primer lugar, un precio prohibitivo del descodificador, del orden de diez mil dólares, estableciendo una especie de censura económica; después, celosos de la hospitalidad concedida por BBC TV al opositor saudí en el exilio en Londres, Mohamad al-Massari, un físico muy popular en su región de origen, la región petrolera de Damman, rescindieron el contrato poniendo sobre el tapete a casi doscientos empleados de lengua árabe.
A manera de epílogo a este psicodrama de una alianza contra natura, finalmente el opositor saudí fue exiliado a las Bahamas, seguidamente el Reino Unido perdió un contrato militar de varios miles de millones de libras esterlinas y la firma Orbit tuvo que pagar una multa del orden de 100 millones de dólares por ruptura abusiva del contrato.
Véase al respecto «Guerre des ondes, guerre des religions, la Bataille hertzienne dan le ciel méditerranéen», René Naba, Harmattan 1998.
(2) Los falafels y los pasteles libaneses en el menú del Iftar de la embajadora estadounidense en honor de Al-Jazeera. Al-Qods al-Arabi, diario londinense en lengua árabe, de fecha 28 de noviembre de 2001.
(3) Nacido en 1959, el jeque Jassem es padre de 13 hijos (seis varones: Jassem, Jaber, Tamime, Mohammad, Fahd y Falah) y siete mujeres (Nour, Charifa, Lamya, Mayyasah, Mariam, Alanoud y May). En la repartición de los papeles en el poder de Qatar, el jeque Jassem representa la sensibilidad estadounidense frente al emir, presentado como amigo de Francia. Durante la ceremonia de investidura del nuevo presidente libanés Michel Sleimane a continuación de los acuerdos interlibaneses de reconciliación de Doha (mayo de 2008), Bernard Kouchner, ministro francés de Asuntos Exteriores, se colocó al lado de su homólogo egipcio Ahmad Aboul Gheith, abajo, en los bancos laterales del Parlamento libanés mientras que el jeque Jassem presidía, bajo los focos de las televisiones de todo el mundo, en medio del Parlamento libanés al lado del ministro sirio de Asuntos Exteriores, Walid al Mouallem… Anécdota que ilustra la inversión de los papeles en Líbano y la deriva diplomática de Francia mientras que Nicolas Sarkozy al principio de su mandato amenazaba con sus rayos a Siria, ahora ardientemente cortejada.
Fuente: http://www.renenaba.com/?p=2512, http://www.renenaba.com/?p=2534
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