jueves, 18 de febrero de 2010

Sujeto histórico y transformación antropológica


Entrevista a Santiago Alba Rico: ...la corriente principal de la historia no pasa por el viejo continente: ¿Donde están los dos centros de decisión de los destinos de la humanidad en estos momentos? En dos lugares: el mundo árabe, donde yo diría que se está jugando la supervivencia material de la humanidad, donde encontramos una resistencia antiimperialista un poco desconcertante (porque desgraciadamente no es de izquierdas) y el otro, América Latina, donde sí que están sucediendo cosas que animan a la esperanza. Creo que se tiene que aprender mucho de lo qué están haciendo en uno y otro lado sin dejar de hacer cosas aquí.

Nodo50
Espai Marx. Septiembre 2009

Te has mostrado especialmente pesimista en relación con la posibilidad de que se establezcan sujetos colectivos revolucionarios aquí en el viejo continente...


Bien, es un problema que no tiene ya que ver sencillamente con procedimientos de control, represivos o de manipulación de los medios de comunicación sino con procesos materiales de erosión de lo qué son los vínculos antropológicos más básicos. Ya no solamente los vínculos políticos sino las mismas condiciones que hacen posible que después acontezcan los vínculos políticos. Estos vínculos antropológicos se han visto minuciosamente destruidos a lo largo de las últimas décadas por un capitalismo que ya no configura sus sujetos en los lugares de trabajo, como decía Gramsci . Él decía que la fábrica era el lugar de la hegemonía y cuando habla del taylorismo o del fordismo (de la racionalización que se introduce en los procesos laborales) considera que la fábrica es el lugar donde se constituye la hegemonía y por lo tanto también la contrahegemonia . Ahora este lugar sería más bien el centro comercial como estandarte de una determinada manera de abordar la realidad, de interiorizar síntesis espontáneas para el abordaje de la realidad.

Esto es hasta tal punto cierto que, por ejemplo, hace unos días un periodista italiano de “ Il Manifiesto”, este diario vinculado a los restos del comunismo italiano, publicó un extensísimo reportaje sobre el consumo de drogas en las fábricas, en las cadenas de montaje de la industria italiana. Y observó una cosa curiosa: las fábricas se han convertido en supermercados, en centros de consumo, ya no son solamente lugares de trabajo. Son ahora lugares dónde circula la droga e incluso de dónde sale la droga que se distribuye después por los pueblos vecinos. Lugares dónde puedes comprar un coche, un Ipod ... La fábrica ya no es un espacio dónde una va a construir su proyecto vital. Antes, incluso si uno no tenía conciencia política, la fábrica formaba parte en cualquier caso de un proyecto vital que te permitía, yo qué sé, casarte, tener hijos, etc. Y al mismo tiempo, evidentemente, era el lugar dónde uno se politizaba; la educación sentimental, la educación política del sujeto se producía en el puesto de trabajo. Hoy la mayor parte de los jóvenes que siguen trabajando en fábricas lo hace para poder seguir consumiendo, no importa el qué. El consumo de cocaína, por ejemplo, alcanza en el caso de Italia al 50% de los trabajadores de las fábricas. Y no se trata, como explicaba Engels a principios del S.XIX cuando hablaba de la situación de los obreros en Inglaterra, de utilizar el alcohol y otros estimulantes para soportar las duras jornadas laborales, sino que, al contrario, la droga forma parte integrante del universo del qué se procede. De esta manera se trabaja por poder consumir y no a la inversa.

El mercado es pues el principal generador de hegemonía. Esto lo explicaba muy bien Pier Pablo Pasolini en los años setenta cuando decía que lo qué no había conseguido Mussolini en veintitantos años de dictadura fascista lo había conseguido el hedonismo de masas o capitalismo de consumo en muy poco tiempo. El fascismo nunca consiguió centralizar y homogeneizar la cultura; aunque existiera un acatamiento formal, no existía una interiorización del mensaje fascista. Los obreros y los campesinos conservaban sus culturas de resistencia y todo esto ha desaparecido en pocos años. Y también dice una cosa que tiene que ver con el pesimismo del que yo hablaba ayer y que es muy inquietante: "El nuevo hedonismo de masas, el nuevo consumo tecnológico es incompatible con el marxismo humanista". Es así de contundente. Habla en su tiempo básicamente de la televisión, que tuvo este efecto homogeneizador y disolvente de las culturas de resistencia, de las culturas materiales de los barrios y del campo. Pero claro, actualmente esto se puede extender a otras muchas tecnologías, la implantación de las cuales, en contraposición con los años setenta, se ha acelerado vertiginosamente. Por lo tanto, esta descomposición del sujeto colectivo tiene que ver con procesos materiales asociados a la mercantilización general de la existencia y a la aceleración de la renovación de las mercancías. Y en particular de las mercancías visuales, que es un concepto en el cual no se insiste suficientemente en mi opinión. En una sociedad que no distingue entre las cosas de comer, las cosas de usar y las cosas de mirar, el propio consumo de imágenes es sólo una extensión del proceso digestivo. Estamos ininterrumpidamente consumiendo imágenes, consumiendo simulacros, dobles o copias de las cosas que acaban convertidos, por un perverso efecto especular, en los originales que todos aspiramos a imitar. Estamos rodeados de verdaderas copias, a la manera de eidos platónicos invertidos, que han acabado por reemplazar completamente la realidad mediante un formato que es espontáneamente nihilista: miramos el mundo como lo hacen los pilotos de un bombardero, que sólo miran las cosas para destruirlas y al mismo tiempo que las destruyen. Encender la televisión, encender el ordenador, escribir un mensaje en el móvil, pasearse por un aeropuerto rodeados de pantallas encendidas, todo esto contribuye igualmente a este confinamiento del individuo en un aparato digestivo totalitario en el contexto del cual no podemos mirar, si no es para desnudar de existencia lo que miramos. En este sentido, es difícil pensar en un mundo así y pensar al mismo tiempo en la supervivencia de la compasión, la solidaridad, el compromiso... son cosas que están material y radicalmente excluidas del horizonte...

Pero, sin ánimo de provocar, si "Nada que pensar" es un grito [anti posmoderno] dirigido a los que se vendieron en la transición y abandonaron el marxismo, este discurso tan pesimista y radical epistemológicamente que considera que la imagen ha exorcizado la realidad, que se ha abolido el tiempo y el espacio... no viene a reproducir un discurso posmoderno?

No lo reproduce sino que lo denuncia allí donde ha dado tantas vueltas que se ha pasado de rosca, allí donde ha dado por supuesta la descomposición de la razón a partir de los propios procesos inmanentes de la razón, que es de alguna manera lo qué pretende el discurso posmoderno. Hemos llegado a un punto en el qué se ha producido un cierre categorial que debemos asumir para poder denunciarlo. Hay que asumirlo porque de otra manera no queda claro que el enemigo ya no es (por mucho que siga siendo necesario) una policía represiva o un Estado que ilegaliza partidos y que sigue torturando en las prisiones o deteniendo a jóvenes militantes antiglobalización en el mundo entero sino nuevas formas de dominación que son las que configuran el sujeto. La represión se encarga más bien de neutralizar, de combatir los residuos resistentes. Si alguien se resiste a ser configurado por estos procesos materiales, entonces sí que se convierte en un terrorista contra el cual se aplica toda una batería de medidas represivas y legales. Ahora bien, es importante ver que todos estos procesos materiales del capitalismo, de lo que se llama la sociedad hiperindustrial , son decisivos a la hora de construir nociudadanos enfrentados entre ellos.

En relación con el segundo aspecto, es verdad, a mí me preocupa mucho que al final nos encerremos, yo el primero, en discursos desmovilizadores, porque el pesimismo puede serlo mucho. El miedo y la alarma nunca se sabe como gestionarlas porque pueden tener los dos efectos: sacudida o indiferencia. Pero creo, en primer lugar, que hay que recordar una cosa que puede ser muy poco estimulante, en relación con el contexto europeo, pero que es también un ejercicio de modestia que nos conviene hacer desde Europa: y es el de entender que la corriente principal de la historia no pasa por el viejo continente: ¿Donde están los dos centros de decisión de los destinos de la humanidad en estos momentos? En dos lugares: el mundo árabe, donde yo diría que se está jugando la supervivencia material de la humanidad, donde encontramos una resistencia antiimperialista un poco desconcertante (porque desgraciadamente no es de izquierdas) y el otro, América Latina, donde sí que están sucediendo cosas que animan a la esperanza. Creo que se tiene que aprender mucho de lo qué están haciendo en uno y otro lado sin dejar de hacer cosas aquí.

¿Qué cosas? Hemos pasado muchas veces a lo largo de la Historia por periodos de inmersión como éste. Aquí pienso que lo básico en estos momentos es lo que hace la gente joven como vosotros en muchos lugares: recuperar las condiciones antropológicas de la resistencia. Estamos casi a cero, como si nos hubiesen arrancado los bosques, las hierbas, el humus mismo y estuviésemos en un terreno árido y despojado, completamente desnudo. Así que lo qué debemos hacer es trabajar sabiendo que el tiempo apremia pero que en cualquier caso se necesita tiempo y trabajo para recuperar las condiciones antropológicas necesarias para la articulación de nuevos sujetos, sin olvidar que no podemos confundir –como a veces ocurre en ciertos sectores de la izquierda- las condiciones con las soluciones: la solución a la existencia de Repsol, Exhon , Roche o Montsanto no puede ser que cuatro amigos se reúnan en un bar para hacer un seminario sobre Marx mientras se beben unas cañas, pero la posibilidad a largo plazo de acabar con estos enormes enemigos tiene también algo que ver con el hecho de hacer eso, de recuperar los espacios, los cuerpos, de hacerlos converger en un mismo lugar, de ponerlos a discutir. Es el trabajo que toca hacer ahora: restablecer casi desde cero las condiciones antropológicas que permiten la articulación de la respuesta. Y eso pienso que sí se está haciendo y que se ha entendido bien desde algunos espacios de la izquierda en el Estado español. Entender que ya no podemos contar con partidos con representación parlamentaria de los que se pueda esperar nada y que hay que trabajar desde abajo. Hay palabras peligrosas que los que provenimos de una tradición sólida, marxista, institucionalista, utilizamos y que dan un poco de miedo a algunos, como la palabra comunidad.

En relación con eso, ayer decías que el programa político debe ser conservador en el terreno antropológico, reformista en el institucional y revolucionario en el económico. ¿Crees que los movimientos sociales europeos posmuro responden a estas características? ¿La nueva explotación masiva de la tecnología, con el uso brutal de las nuevas redes sociales de internet, se adecua al concepto de conservadurismo antropológico que defiendes?

Yo creo que no. No se está haciendo y por diversos motivos. Me gustaría distinguir primero entre la izquierda líquida, negrista, enfocada más bien a la reivindicación del deseo, la multitud, la espontaneidad, que insiste efectivamente en el carácter emancipador de todos los procesos tecnológicos que acompañan el capitalismo, y otra más sólida, más bien institucionalista, de la cual yo formo parte pero que sigue en algunos aspectos también atrapada en tradiciones que se han demostrado fracasadas. Estas dos posiciones están muy acantonadas en discursos escasamente abiertos.

Primeramente, ¿por qué conservadores en terreno antropológico? Bien, pues en eso sí que pienso que comenzamos a estar bastante de acuerdo estas dos izquierdas. Después de décadas en las cuales la izquierda marxista se limitó a replicar e incluso acelerar los principios desarrollistas y productivistas del capitalismo pienso que ahora eso ya lo hemos superado y entendemos que es una concepción que conduce a un suicidio global. Así pues, en este aspecto, hay acuerdo. Tenemos que cambiar de modelo energético, pero también recuperar modelos de relación básicos que tienen que ver con los cuerpos, con la reterritorialización de las resistencias, y es en los aspectos vinculados a esto último donde puede haber algunas discrepancias entre lo que yo he llamado líquidos y sólidos, pero en términos generales hay acuerdo.

A continuación, reformistas en el terreno institucional: Por una parte hay toda una tradición marxista que ha interpretado, erróneamente a mí entender, que la democracia es tan solo una trampa tendida por el capitalismo, que el enemigo no es sólo el capitalismo y sus aparatos de producción sino también las mal llamadas superestructuras especulares que reflejarían y reforzarían la sujeción capitalista. Pienso que es un error y por ello hablo de reformismo en el terreno institucional. Gramsci ya entendió muy bien que la democracia, la idea del derecho, el voto universal, la sanidad y la escuela pública, la separación de poderes, son conquistas obreras y campesinas que han costado muchos muertos. No tenemos más que dos alternativas: o la voluntad o la ley. O nos sometemos a la voluntad de otro, confiando en que sea una buena voluntad o nos sometemos a la ley. Naturalmente, reivindicando la ley como aquello que los hombres y las mujeres se han dado a sí mismos cuando están tranquilos, recordando la idea de Voltaire. Estar tranquilos es muy difícil, pero por eso se hacen constituciones, que son decisiones que tienen que ver con aquello que todos compartimos y que no queremos ni debemos estar rediscutiendo constantemente. Democracia no es que una asamblea de Atenas discuta sobre si se tienen que esclavizar a todas las mujeres y niños de la isla de Mitilene que los atenienses acaban de conquistar en las guerras del Peloponeso. Democracia consiste en que eso no se pueda votar y por ello existe una constitución que ha decidido que hay cosas que están fuera de discusión. Aquí vemos que no se puede tocar la constitución para decidir que los pueblos de la península puedan autodeterminarse mientras que el caso terrible de un novio que ha matado a su novia desencadena toda clase de presiones, mediáticas y políticas, en condiciones de “intranquilidad” anímica para restablecer la pena de muerte. Como hay mucho dolor, todos nos solidarizaremos contra la razón misma... Pues no, eso es como concebir la democracia en términos plebiscitarios directos, como en el circo romano. No es cierto, pues, que las leyes las hacen los ricos para dominarnos mejor, las leyes se las hemos arrancado a los poderosos y lo qué hacen ellos es esquivarlas, violarlas, prevaricar, etc. Pero nada se puede reprochar a la idea de ley ni a la democracia. Sería tan absurdo como culpar a los diez mandamientos del aumento de robos a mano armada. Eso no se acaba de comprender bien. Pero, por ejemplo, una de las grandes virtudes de lo qué está pasando en América Latina es precisamente que se ha apostado, por el socialismo, pero con democracia. Y creo que hay todo un debate que afortunadamente se ha trasladado al Estado español y que además donde más y mejor se ha desarrollado es en Catalunya (especialmente desde Espai Marx ) que trata de reivindicar esta tradición republicana que asociaría democracia con socialismo.

Por último, estamos obligados a ser revolucionarios en el terreno económico: Pienso que en eso sí que nos tenemos que poner de acuerdo, no tanto en el supuesto mismo compartido de que el capitalismo es irreformable (precisamente se debe hacer una revolución para que todos podamos descansar y volvernos reformistas), sino en como funcionaría eso que ahora comienza a llamarse el socialismo del S.XXI sin que nadie le haya dado un contenido concreto (formas de propiedad, la división del trabajo, el acceso a los medios tanto de producción como de información...)

¿Por qué consideras que la sociedad capitalista es la primera sociedad primitiva de la historia ?

Es curioso, porque se habla de sociedad de consumo como si fuera algo deseable cuando hay una contradicción en los términos, entre sociedad y consumo. Consumo es el escalón animal del ser humano, la esclavitud biológica del ser humano. Necesitamos consumir para renovar nuestras fuerzas vitales. Eso es lo qué hacen básicamente los animales. Por lo tanto, una sociedad que es sólo de consumo es la más biológica y primitiva que podemos imaginar, una sociedad que dedica todos y cada uno de sus instantes, de sus gestos, de sus acontecimientos exclusivamente a reproducirse biológicamente. Una sociedad que no distingue entre las cosas de comer, de usar y de mirar porque se las come todas indistintamente, ya sea la carne o las catedrales o los paisajes, es una sociedad de pura subsistencia. Y contrariamente a lo qué se pensaba, nunca antes ha habido sociedades tan primitivas como para ser consideradas de pura subsistencia. ¿Y cuál es la trampa mortal de todo esto? Volvemos aquí a hablar del pesimismo y la destrucción de los procesos de construcción de sujetos colectivos. La trampa es que el capitalismo se reproduce a base de aumentar las libertades. O sea, no es como el Antiguo Régimen, un modelo en el que el instrumento privilegiado era la represión, en el que se tenía que obligar a los esclavos a golpe de látigo a ir a las plantaciones. Desde el punto de vista formal, el capitalismo está muy bien estructurado a partir de eso que llamamos contrato, según el cual si uno decide no atender la llamada del despertador y no ir al trabajo es libre de hacerlo, aceptando –claro- que pasa así a ser un parado, lo que es algo aún peor en una sociedad capitalista que ser explotado por un empresario. Por lo tanto, en este aspecto no existe ningún elemento represivo.

Por otra parte, en el ámbito no de la producción sino del consumo, lo que ha hecho el capitalismo es atar a los sujetos como funciones de reproducción del sistema mediante el aumento permanente de las libertades. Es el sistema más tolerante del mundo: tolera al mismo tiempo el vegetarianismo y el canibalismo, el racismo y el antirracismo, el pacifismo y la violencia. Eso lo explicaba muy bien Günter Andersen en "Hombres sin mundo" cuando decía que la característica del consumo mercantil es que todos lo aceptamos todo a condición que alguien ofrezca dinero para comprarlo en el mercado. Este principio se traduce en manifestaciones extremas de corrupción mental y nihilismo, como en el hecho de que haya mujeres que subastan su virginidad por internet o que se vendan residuos corporales de actores y actrices. La existencia se reduce precisamente al mercado. Lo que no se puede vender es residual y por lo tanto inmoral. Todo lo qué adquiere existencia lo adquiere sólo en el mercado y en la medida en que la adquiere deviene moral y legítimo. Por eso mismo, atentar contra el carácter mercantil de las cosas es atentar contra la tolerancia y la libertad y en definitiva contra la existencia misma de los objetos. La particularidad, pues, del capitalismo es que se reproduce a base de aumentar las libertades. ¿Frente a eso qué haces? Y eso es algo que la izquierda tiene que plantear. La izquierda tiene que reivindicar un cierto puritanismo, una cierta represión. Porque vivimos en el sistema más “libertario” que hay, porque la libertad básica que ha traído es la libertad del hambre, la libertad de tener siempre hambre. Y eso es, si lo llevamos al campo del psicoanálisis, como si hubiese triunfado el "ello" –lo más instintivo y primitivo- sobre el " superego ". La cultura y la civilización consisten en su raíz en la represión del "ello".

Tenemos que plantearnos un poco la batalla en estos términos. Fidel es un ejemplo muy claro de alguien que siempre ha entendido perfectamente el carácter necesariamente puritano de las izquierdas emancipadoras. Porque destruir es muy bonito, es bellísimo, mantener las ciudades en un eterno mediodía con un malgasto lumínico increíble, es maravilloso. Cambiar de móvil cada tres meses aunque eso cueste la vida a millones personas en el Congo que están a miles de kilómetros de aquí también es una delicia. En consecuencia, de lo que se trata es de convencer a los humanos de que conservar es no sólo más útil sino también más bonito. Y cuando Fidel, en aquel famoso discurso de 2007 en la universidad se pasa horas explicando como se tienen que cambiar las bombillas y cuánto dinero se va a ahorrar, la gente piensa "ya está este viejo desvariando con sus manías de pueblerina tacaña…". Es un discurso que en nuestro mundo, en Europa, no está bien visto, es menospreciado. Estamos acostumbrados a la destrucción generalizada que acompaña a la obsolescencia programada y simbólica de las mercancías. Es el apocalipsis permanente ofrecido como la cosa más deseable y bonita del mundo. El "ello" triunfante. Y frente al "ello" hay que recordar a Fidel, porque la supervivencia del planeta está en juego. ¿Pero como puedes convencer a la gente de eso? En Europa estamos cometiendo el mayor atentado suicida de la historia, que no es el de las Torres Gemelas, es sencillamente ir al Carrefour a hacer la compra. ¡Y suicidarse con chocolatinas, hamburguesas y móviles es tan placentero! El peligro es éste y lo vemos también en Cuba: hay una fractura generacional y los jóvenes en estos momentos perciben como retórico y moralista el discurso de la revolución. Claro, ponte tú a predicar puritanismo no consumista y austeridad a jóvenes que están deseando dejarse explotar tres meses en una fábrica para poder comprarse el último modelo de Ipod o la pantalla plasma.

Has hablado de los artilugios no comunistas. ¿Has llegado a alguna conclusión en relación a qué se debe hacer con determinados objetos propios del proceso tecnológico acelerado que parecen incompatibles con el humanismo marxista?

Lo qué me preocupa en primer lugar es una concepción muy interiorizada en el discurso de la izquierda, incluso en el discurso ilustrado marxista original: que el desarrollo de las fuerzas productivas llevará en sí mismo a la liberación y la concepción de la tecnología como espontáneamente emancipadora. Nada es neutral y, al contrario de lo que han pretendido muchas personas de izquierdas, ni la técnica ni la tecnología lo son. Nada que se introduce en este mundo es neutral, desde una caricia, a un cenicero... todas tienen la capacidad de modificar el mundo, aunque sea mínimamente. Porque ningún objeto es sólo el colofón de un proceso inmanente, sino que se introduce en un mundo exterior en el cual hay toda clase de intersecciones posibles. Si tú introduces un martillo en una sociedad que no lo tiene, el martillo mismo (aunque no introduzcas los procesos de producción que te han permitido disponer de este martillo) genera cambios. Si introduces, por lo tanto, ordenadores con conexión a internet, móviles, televisores, ya no te cuento. Estos soportes sólo permiten un determinado espectro de usos e imponen ciertas maneras de utilizarlos. Un martillo no sirve para coser un botón e impone ciertos gestos (cerrar el puño, doblar el brazo, acoplar el cuerpo, imprimir una cierta fuerza...). Y un martillo es una herramienta que, como tal, nos deja aún un grado de libertad bastante grande. Uno puede utilizarlo o no. Si uno tiene que clavar un clavo agradece mucho tener un martillo, pero si no está obligado a hacerlo –por una disciplina interior o una violencia exterior- el martillo no genera por sí solo la necesidad de ir clavando clavos allí donde no se necesita hacerlo. Con el ordenador no pasa eso. Las nuevastecnologías no constituyen herramientas sino órganos, y es muy difícil levantarse por el mañana y decir "hoy intentaré vivir sin mi hígado o mi corazón". Ante ellos tenemos muy poca libertad, y eso no es una cuestión menor.

Estamos pidiendo al mundo que se habitué a navegar por internet cuando la mayoría de la humanidad no sabe aún leer ¿Por qué el libro como tal no ha agotado sus prestaciones y sus potencialidades? ¿Por qué se debe continuar reivindicando la lectura aún cuando parezca una tarea heroica e inútil? Porque nos permite una mayor libertad. Y hay que medir la libertad por la pereza que generan las cosas. O sea, frente a un libro, como ante un martillo, uno debe decidir si lo abre o no, si lo usa o no lo usa. Ante la televisión, el ordenador, el teléfono móvil, casi no hay margen de elección. Yo no he visto a nadie que tenga que promover el uso de internet o la televisión como pasa con la lectura. Fijaos si es esto cierto que hace un año estuve dando una conferencia para bibliotecarios en Cuenca y antes de la intervención habló un tipo ligado a una fundación gubernamental que decía que, al contrario de lo qué se cree, en el Estado español se lee mucho. Ante la perplejidad de la audiencia, el tipo afirmó que las estadísticas consideran un lector habitual a aquél que lee… dos libros el año. Yo le pregunté si él consideraría un espectador habitual de televisión a aquél que la encendiese dos veces el año. O dos por semana. Lo mismo pasa con internet. Se impone solo, sin necesidad de campañas ni propaganda. Eso demuestra claramente hasta qué punto es diferente el uso de una herramienta y el de un órgano. Una televisión apagada es una expresión de violencia infinita. Eso también lo explicaba bien Günter Anders en los años cincuenta; de forma absolutamente precursora escribió un libro de título "La obsolescencia del hombre", y la primera parte está destinada a la televisión y viene a decir: "Dejémonos de tonterías, ante la televisión uno no es libre". Se dirá, bien, uno puede encenderla y apagarla. Pues no. Cuando uno ha introducido un aparato de televisión en su casa ya no es libre de decidir entre estas dos opciones, porque una pantalla apagada es una enorme violencia. Apagar una televisión es como tomar la decisión de practicar la eutanasia a un ser amado. Démonos cuenta de que la televisión está emitiendo las 24 horas del día, es un flujo vital, es como el monitor de un corazón que late. Y eso es una batalla perdida, así que como mínimo pensemos qué significa colocar soportes como éstos en nuestras vidas. Supone asumir la simultaneidad frente a la sucesión, asumir la infinidad potencial ante la finitud que caracteriza el cerebro y el cuerpo humano...

Has participado últimamente en un debate encendido en relación a las próximas elecciones europeas. Puedes concretarnos tu opinión al respeto ?

Mi posición es de muchísima perplejidad. No creo que tenga nada más que añadir a lo que vosotros mismos pensáis. Yo no he sido nunca militante de ningún partido, vivo en Túnez y desde ahí contemplo siempre con una cierta pesadumbre, debido a mi vinculación a diferentes partidos y sectores de la izquierda del Estado español, el grado de división que existe. Por una parte opino que Izquierda Unida no es refundable , que mejor sería incluso que perdiese la mínima representación institucional que tiene.
Y el malestar en relación a las elecciones tiene que ver con que repentinamente se presenten varias formaciones a las cuales me gustaría votar, cuyos programas prácticamente coinciden y asumo y cuyos candidatos conozco y admiro por igual. Así que me siento como el asno de Buridán, equidistante y paralizado ante dos o tres fuerzas semejantes. Yo creo que eso es una señal también de hasta qué punto la corriente central de la historia no pasa por Europa. Cuanto menos poder tiene la izquierda, cuanto menos hay en juego, más división se produce. Y de esa manera pasamos inmediatamente de Marx a Freud, de la política a la neurosis, porque lo qué está en juego no son los programas y los principios sino las cuotas de poder, las ambiciones personales...

:: Fuente y debate completo: Rebelión

Santiago Alba Rico (Madrid, 1960) estudió filosofía en la Universidad Complutense de Madrid. Entre 1984 y 1991 fue guionista de tres programas de televisión española (el muy conocido La Bola de Cristal entre ellos). Ha publicado artículos en numerosos periódicos y revistas y, entre sus obras, se cuentan los ensayos "Dejar de pensar", "Volver a pensar", "Las reglas del caos" (libro finalista del premio Anagrama 1995), "La ciudad intangible", "El islam jacobino", “Vendrá la realidad y nos encontrará dormidos”, “Leer con niños” y “Capitalismo y nihilismo”, así como dos antologías de sus guiones: “Viva el Mal, viva el Capital” y “Viva la CIA, viva la economía”.
Es también autor de un relato para niños de título "El mundo incompleto" y ha colaborado en numerosas obras colectivas de análisis político (sobre el 11-S, sobre el 11-M, sobre Cuba, sobre Venezuela, Iraq, etc.). Desde 1988 vive en el mundo árabe, habiendo traducido al castellano al poeta egipcio Naguib Surur y más recientemente al novelista iraquí Mohammed Jydair. En los últimos años viene colaborando en numerosos medios, tanto digitales como en papel (la conocida web de información alternativa Rebelión, Archipiélago, Ladinamo, Diagonal etc.). En Venezuela ha publicado junto a Pascual Serrano el libro “Medios violentos (palabras e imágenes para la guerra)” (El Perro y la Rana, 2007). En Cuba ha publicado “La ciudad intangible” y “Cuba; la ilutración y el socialismo”.

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