lunes, 23 de noviembre de 2009

Los fiscales contra Wall Street. Una bochornosa sentencia


23-11-2009
Sam Pizzigati
Too Much

Desafortunadamente, los legisladores tampoco lo están haciendo bien: la limitación de los bonus para los ejecutivos de la gran banca ya no funciona y están a plena máquina de nuevo.

Los banqueros de Goldman Sachs, como afirmó el director ejecutivo de esa compañía la semana pasada, están haciendo el “trabajo de dios”. Por estos días, dios debe de estar trabajando de extrañas maneras. Consideremos lo que sucedió unos pocos años atrás, justo antes de que explotase la burbuja en el mercado de los bonos garantizados con hipotecas subprime.

Los poderosos de Goldman Sachs vieron venir el estallido. A finales de 2006, esperando lo peor, comenzaron a “liquidar” su propio stock de activos subprime y, como detallaron los periódicos del grupo McClatchy este mes, apostaron secretamente contra los activos subprime en el mercado de swaps (N. de la T.: específicamente “credit default swaps”, un contrato en el que el comprador paga una prima al vendedor y a cambio recibe un pago si el activo financiero, en este caso activos garantizados con hipotecas subprime, cae en mora).

Simultáneamente, los agentes de Goldman Sachs continuaban cobrando suculentas tarifas ayudando a sus clientes a comprar los mismos activos subprime que sabían que no tenían ningún futuro.

El catedrático del departamento de teología de tu universidad local puede no considerar este tipo de comportamiento de doble rasero como “el trabajo de dios”. Los profesores de tu escuela local podrían incluso cuestionarse si un comportamiento tan descarado podría ser considerado criminal.

La semana pasada, en una corte federal en Brooklyn, los jurados dieron muy buenas noticias a los agentes de Wall Street preocupados por su responsabilidad criminal. Absolvió a dos administradores de fondos del fallido imperio bancario de Lehman Brothers de la demanda de haber estafado a sus clientes –por haberlos instado a mantener su dinero en fondos de inversión cuyas garantías sabían que estaban infestadas de hipotecas basura. (N. de la T.: de los cinco grandes bancos de inversión estadounidenses, Goldman Sachs y Morgan Stanley salieron bien parados, Merryll Lynch y Bear Stern pasaron a manos de bancos comerciales, mientras que Lehman Brothers quebró).

Esos clientes perdieron alrededor de 1,6 mil millones de dólares. De los dos acusados de Lehman Brothers, el de mayor rango en la institución, Ralph Cioffi, se llevó a casa la suma de 32 millones de dólares por administrar este dinero.

Con ese dinero, Cioffi, de 53 años, pudo contratar al mejor abogado que el dinero puede comprar, que hizo bien su trabajo. Pintaron una vívida imagen de los acusados como “chivos expiatorios” de la caída en picado de Wall Street. Al finalizar el juicio, los jurados terminaron viendo a Cioffi más como el “valiente capitán” de un barco naufragando que como un simple estafador.

Una mujer del jurado, en una entrevista después de la absolución, incluso llegó a decir que hubiera sido feliz de haber invertido dinero con los demandados –si lo hubiese tenido-.

Los jurados no sólo absolvieron a los acusados. Lograron un veredicto a la velocidad de la luz: sólo nueve horas. En un complicado caso de cuello blanco, los jurados normalmente necesitan cuatro o cinco días para examinar las pruebas.

A los fiscales federales les llevará bastante más tiempo curarse las heridas. En efecto, el sorpresivo desenlace del juicio –el primero contra altos ejecutivos de Wall Street desde la última crisis– podría significar que nadie irá a juicio jamás por haber cocinado los negocios que llevaron al desplome de la economía mundial.

Los fiscales federales, según coincidieron los noticieros la pasada semana, serán ahora “menos capaces de interponer cargos criminales contra los ejecutivos de Wall Street por su papel en la crisis financiera”.

En otras palabras, los estadounidenses ya no podrán contar con la amenaza de acusaciones criminales para amedrentar directamente a Wall Street.

Desafortunadamente, los estadounidenses tampoco parecen contar con la acción del Parlamento.

La semana pasada, el presidente del comité de bancos del Senado, Chris Dodd, introdujo una reforma de la legislación financiera “radical y largamente demorada” por la que prometía proteger a “los consumidores y a nuestra economía como un todo de otra crisis como la que estamos padeciendo”.

La enmienda de Dodd producirá ciertamente algunos cambios “largamente demorados”. Un ejemplo: la legislación quitará a los grandes bancos privados la autoridad para nombrar a dedo a los funcionarios que irán a los bancos regionales de la Reserva Federal.

“Es una locura”, afirmó Noam Scheiber de New Republic la semana pasada, “que las grandes firmas de Wall Street elijan a los directores de la Reserva Federal de Nueva York, que es a menudo su principal regulador”.

Pero la enmienda de Dodd toma una línea más dura sobre Wall Street que la legislación “admitida por la Casa Blanca” que ha surgido de la misma, y que deja cualquier intento de nueva regulación “radical” sobre Wall Street fuera de la agenda de este año.

Y la enmienda de Dodd, aunque fuese sancionada este año, no haría nada por limitar las enormes recompensas caídas del cielo que a modo de incentivos se les han dado a los miembros de Wall Street para comportarse temerariamente. Estas recompensas, como señaló la semana pasada el analista de Forbes Matthew Goldstein, condujeron a que los dos administradores de fondos de Bearn Stearns absueltos la semana pasada tuvieran esta conducta execrable.

Estos dos, dice Goldstein, no se han comportado nada diferente de lo que sus contrapartes de Wall Street. Todos ellos “son codiciosos por el dinero fácil que se extraía de la deuda garantizada, y otros activos, relacionados con las hipotecas subprime”.

Medio siglo atrás, los altos impuestos sobre las grandes rentas –la mayor tasa impositiva, aplicada a las rentas superiores a los 400.000 dólares, se mantuvo en el 91% por más de 20 años tras la segunda guerra mundial- efectivamente mantuvo la codicia por el “dinero fácil” bajo control. ¿Por qué molestarse especulando para hacer “dinero fácil” si, después de todo, los agentes impositivos no te permitirían conservarlo?

Durante un breve momento durante la pasada primavera, el Congreso pareció ansioso por analizar un tope similar para el “dinero fácil”. En marzo, como recuerda un informe reciente del Institute for Policy Studies, la Casa de Representantes propuso una enmienda que ponía un impuesto del 90% sobre los bonus para los ejecutivos de los bancos rescatados.

Esa enmienda ha desaparecido sin rastro –y los bonus bancarios han regresado rápidamente a los niveles previos a la recesión-. De hecho, como dice una investigación recientemente publicada del Financial News and Wealth Bulletin, los principales 20 bancos de Estados Unidos y de Europa han reservado 224.000 millones de dólares para los pagos y bonus de 2009.

A esta tasa, Goldman Sachs, JPMorgan Chase, Morgan Stanley, Citigroup, y las restantes 16 instituciones financieras que examinó esta investigación van a llenar los bolsillos de sus brillantes líderes con más de 300.000 millones de dólares en 2009; lo suficiente como para superar sus remuneraciones récord de toda su existencia.

“El trabajo de dios” nunca ha sido tan bien pagado.

Sam Pizzigatti edita Too Much, la revista electrónica semanal sobre los excesos y la desigualdad.

Traducción para www.sinpermiso.info: Camila Vollenweider

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