sábado, 17 de octubre de 2009

Obama ante el precipicio


Los tipos duros no necesitan bailar en Afganistán

17-10-2009
William J. Astore
TomDispatch.com
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Corría el año 1965 y el Presidente Lyndon B. Johnson se enfrentaba a una difícil decisión. ¿Debía intensificar la guerra en Vietnam? ¿Debía decir “sí” a la petición de los comandantes estadounidenses de que enviara más soldados? ¿O debía cambiar de estrategia, reducir el compromiso estadounidense, incluso retirarse del todo, una decisión que le ayudaría a concentrarse en sus principales prioridades internas, “La Gran Sociedad”, que confiaba en poder conformar?

Todos sabemos lo que sucedió. LBJ escuchó a los generales y a los expertos en política exterior e intensificó la guerra, con trágicas consecuencias para Estados Unidos y calamitosos resultados para el pueblo vietnamita como destinatario final del armamento estadounidense. Enfangado cada vez más profundamente en Vietnam, LBJ perdería pronto el norte y finalmente la voluntad, negándose en 1968 a presentarse a la reelección.

El Presidente Obama se encuentra ahora al borde de un precipicio similar. ¿Debería consentir en la petición del General Stanley A. McChrystal de enviar entre 40.000 y 60.000, o más, soldados estadounidenses a Afganistán? ¿O debería alentar una nueva estrategia, reducir nuestro compromiso, o incluso retirarse del todo, una decisión que le ayudaría a centrarse en el sistema sanitario nacional, entre otras importantes prioridades internas?

Me temo que la suerte está echada. Evidentemente, en su “guerra de necesidad”, Obama ha descartado ya siquiera considerar una opción de “reducción”, mucho menos una de retirada y, probablemente, se decidirá por un programa de “escalada ligera” que necesitará más tropas (aunque no tantas como las que McChrystal exige), más instructores estadounidenses para el ejército afgano e incluso un nuevo incremento de la guerra a base de aviones-robot sobre las fronteras pakistaníes, además de nuevas acciones de operaciones especiales.

Al fracasar de tal manera en su primera gran prueba como comandante en jefe, es posible que Obama se asegure una presidencia que le dure un mandato, y algún día se le considerará un hombre como LBJ, cuyos mejores sueños se rompieron contra las olas de una guerra imposible de ganar.

La ortodoxia convencional: Escalada militar

Podríamos preguntarnos a quién está escuchando Obama cuando adopta su decisión sobre la estrategia a seguir en Afganistán y los niveles de tropas. Podría asegurarse que, por supuesto, no está oyendo a los escépticos. Ni a los libres pensadores, ni a los equivalentes de Mary McCarthy o Norman Mailer. No, sin duda está escuchando a los generales y almirantes, o a los ex generales y almirantes que ahora ocupan importantes puestos “civiles” en la Casa Blanca y en Beltway [*].

Al parecer, y considerando sus acciones, Obama ha abrazado la ortodoxia convencional propia de los altos oficiales militares, ya estén en activo o retirados; como dicen por los pasillos del Pentágono, de los “expertos en la materia” en lo que se refiere a estrategia, guerra e incluso política exterior.

¿Acaso no conocemos más detalles? ¿Acaso no sabemos, como Glenn Greenwald nos recordó recientemente, que la revisión de la estrategia del General McChrystal fue escrita por una “comunidad de política exterior amante de la guerra” en la que los habituales de siempre –“los Kagan, un representante del Brookings, Anthony Cordesman, alguien del Rand”- se reunieron para defender la necesidad de enviar más tropas y de extender la guerra?

¿Acaso no sabemos, como Tom Engelhardt nos recordó hace poco, que entre los asesores “civiles” de Obama figuran “Karl W. Eikenberry, un teniente general retirado que es embajador de EEUU ante Afganistán; Douglas Lute, un teniente general que es el asesor especial del presidente sobre Afganistán y Pakistán (apodado el “zar de la guerra” por mantener la misma posición durante la administración Bush), y James Jones, un general retirado de la Marina, que es asesor de seguridad nacional, por no hablar del Secretario de Defensa Robert Gates, ex director de la Agencia Central de Inteligencia”? ¿Nos sorprende, pues, que cuando “hay que adoptar decisiones importantes en relación al ejército, [nosotros] le volquemos funcionalmente a ellos también la política exterior”? ¿Y que ellos, a su vez, opten siempre por más tropas, más dinero y más guerra?

Una persona a la que este estado de cosas no hubiera cogido por sorpresa hubiera sido Norman Mailer, que murió en 2007. Veterano de guerra, afamado autor de la novela bélica “The Naked and the Dead” (1948), así como de un informe sobre las protestas de la era Vietnam que ganó el Premio Pulitzer: “The Armies of the Night” (1968), en el que se autoproclamaba un tipo duro que no bailaba, Mailer presenció (y diseccionó) el equivalente a Vietnam en los sucesos afganos actuales. Volviendo a 1965, Mailer afirmó rotundamente que la mejor opción que EEUU tenía era “salir de Asia”. Y punto.

La ortodoxia no convencional: Sacar al ejército

¿Puede Obama encontrar el coraje y la sabiduría necesarios para sacar a nuestras tropas de Afganistán? Por cortesía de Normal Mailer, aquí van tres pistas no convencionales que estarían apuntando en esa dirección:

No combatas una guerra, y por supuesto no extiendas una guerra, en un lugar que no significa mucho para los estadounidenses. En palabras que podrían aplicarse fácilmente hoy a Afganistán, Mailer escribió en 1965: “Vietnam [para los estadounidenses] es un lugar anónimo. ¿Cuántos estadounidenses han visitado alguna vez ese país? ¿Quién puede decir qué lengua se habla allí, o que industrias pueden existir, o incluso cómo es el país? No nos importa. No estamos interesados en lo vietnamita. Si combatiéramos una guerra con los habitantes del planeta Marte, el pueblo estadounidense se implicaría emocionalmente más.
¡Cuidado con la cascada de dominós y metáforas engañosas, ya sea en el Sudeste Asiático o en cualquier otro lugar! La teoría del dominó mantenía que si Vietnam, entonces dividido en norte y sur, se unía bajo el comunismo, otros países asiáticos, incluidos Tailandia, Filipinas, quizá incluso la India, caerían también inevitablemente en el comunismo, justo como las fichas de un dominó. En vez de ocurrir eso, fue el comunismo el que cayó o, de forma alterna, se transformó en una versión con la que podíamos hacer negocios (por parafrasear a la ex Primera Ministra británica Margaret Thatcher).
No podemos hablar metafóricamente de dominós desplomándose en el actual escenario de operaciones de Af-Pak. Sin embargo, nuestros temores vienen provocados por una imagen igualmente engañosa: Si Afganistán cae ante los talibanes, seguramente le seguirá Pakistán, abriendo una Caja de Pandora nuclear a los terroristas anti-estadounidenses en la cual, en nuestra febril imaginación, las pistolas humeantes se convertirán de nuevo en hongos atómicos.

A pesar de las febriles charlas sobre dominós cayendo de su época, Mailer siguió inconmovible. Tal retórica sugiere, escribió en 1965: “Que no estamos protegiendo una postura de baluartes relacionados sino que estamos intentando ocultar el hecho de que tales baluartes están a punto de desaparecer, que no son dominós sino castillos de arena, y que está en marcha una oleada nacionalista. Es curioso que la política exterior utilice metáforas en defensa de una guerra; cuando las metáforas son imprecisas, no son más que un timo”.

A esto yo añadiría que, al considerar siempre a los países y a los pueblos como dominós que por las acciones –o la inacción- de EEUU se levantan o se derriban, exageramos inmensamente nuestra intervención y ponemos de relieve nuestro engreimiento. Y antes de meternos en la inevitable discusión de “¿Quién perdió Afganistán?” o “¿Quién perdió Pakistán?”, resulta demasiado obvio decir que nunca, ni por un momento, fuimos dueños de esos países ni de esos pueblos.

Los palos y las zanahorias pueden funcionar juntos para mover a un caballo testarudo, pero no a un pueblo orgulloso determinado a encontrar su propio camino. Como Mailer señaló, con un giro diferente: “Bombardear un país al mismo tiempo que le estás ofreciendo ayuda es tan repulsivo moralmente como golpear a un niño en una avenida y parar de hacerlo para pedirle un beso”.
Como nuestros aviones teledirigidos Predator y Reaper escudriñan el terreno afgano allá abajo y lanzan misiles para decapitar terroristas mientras nos llevamos, involuntariamente, a un montón de inocentes con ellos, nos consolamos a nosotros mismos ofreciendo ayuda a los afganos para colaborar en la mejora y reconstrucción de su país. Da la casualidad de que cuando la hidra enemiga pierde una cabeza, le crece sencillamente otra en su lugar y los daños colaterales sólo provocan una nueva generación de buscadores de venganza. Mientras tanto, la ayuda prometida va a parar a manos de las corporaciones multinacionales o es desviada por corruptos funcionarios gubernamentales, dejando bien poco a los campesinos afganos, desde luego no lo suficiente como para poder ganar su lealtad y menos aún sus “corazones y mentes”.

Si continuamos hablando con bombas mientras engrasamos las palmas de las manos con dólares, no conseguiremos más que unas cuantas explosiones a cambio de nuestros 228.000 millones de dólares (y seguimos contando).

¿Qué hubiera pasado si LBJ hubiera escuchado a Mailer en el 65?

No mucho antes de que LBJ cruzara su Rubicón y apoyara la escalada en Vietnam, podría haber decidido la retirada. Mailer escribió:

“Se había preparado el camino para marcharnos: no oíamos hablar más que de la corrupción del gobierno de Vietnam del Sur y de la cobardía profesional de los generales survietnamitas. Leíamos como un ejército Vietcong de 40.000 hombres estaba fustigando a un ejército gubernamental de 400.000 hombres. En nuestros propios periódicos se nos decía cómo el Vietcong se armaba con armas estadounidenses que les llevaban desertores o capturados en batalla con las tropas gubernamentales; sabíamos que era una guerra sin sentido para nosotros”.

Sustituyan “el gobierno de Hamid Karzai” por “el gobierno survietnamita” y “talibanes” por “Viet Cong” y ayer podría haberse escrito el mismo pasaje sobre Afganistán. Sabemos que el gobierno de Karzai es corrupto, que robó el voto en la última elección, que el ejército afgano no es más que un producto de la imaginación de Washington, que sus tropas venden sus armas hechas en EEUU al enemigo. Entonces, ¿por qué nuestros dirigentes fracasan de nuevo a la hora de ver, como Mailer vio con el caso de Vietnam, que esto, es también, claramente, una “guerra sin sentido para nosotros?”

Mailer experimentó como un misterio el implacable egoísmo y la estupidez estratégica de Washington, pero eso no le impidió condenar la decisión del Presidente Johnson de intensificar la guerra en Vietnam. Para Mailer, JBL se le reveló como “un hombre dirigido por la necesidad, un jugador que teme que si se detiene, alguien le va a sacar del juego y su corazón se va a romper con la tensión”. Johnson, como casi todos los estadounidenses, concluía Mailer, era miembro de un grupo minoritario, definido no en términos raciales o étnicos sino en términos de “alienación del yo por un doble sentido de identidad y por tanto a merced de un yo que exige acción y más acción para poder definir los límites más rudimentarios de su identidad”.

Esta deriva estadounidense hacia la autodefinición a través de la acción constante, a través de la aceleración precipitada, incluso a través de la escalada militar, la describía el novelista mediante una especie de metáfora mixta: como “las ciénagas de una plaga” en la que los estadounidenses se han quedado atrapados y continúan hundiéndose. Veía que sólo buscaban aliviar esa condición desesperada a través de una única vía: “masacrar a los pueblos extraños”.

Siendo honesto, no estoy muy seguro de qué hacer aquí con el análisis de Mailer, más emocionalmente “Corazón de la Tinieblas” que fríamente racional. Pero eso es precisamente por lo que quiero que alguien del estilo de Mailer –beligerante, capaz de desbordarse de forma libre, profético, provocativo y profano- aconseje a nuestro presidente. Justo ahora.

Como los expertos militares de Obama blanden su métrica del campo de batalla y piden más fuerza (para usarla, por supuesto, con mayor precisión y habilidad incluso), creo que Mailer podía haberles contestado: “Nosotros pensamos que lo único que ellos entienden es la fuerza. ¿Y si resulta que eso es lo único que nosotros comprendemos?”.

Mailer, no tengo duda, habría tenido el valor de que no le importara nada que le consideran como un ser “débil” para la defensa, porque hubiera sabido que a los estadounidenses no se les había perdido nada en concreto en este combate. Creo que intuitivamente habría reconocido la sabiduría del gran estratega chino Sun Tzu, que escribió hace más de dos mil años en El arte de la guerra que “Conseguir cien victorias en cien batallas no es el colmo de la habilidad”. En cambio, nuestros generales, parecen querer combatir esas cien batallas con muy pocas esperanzas de conseguir someter al enemigo.

Es decir, que lo que Obama necesita, son menos generales y ex generales y más Norman Mailers: más librepensadores sinceros y honestos que no tengan interés alguno en permanecer en la caja pentagonal que hace que el pensamiento de Washington sea tan rígido. Lo que Obama necesita es silenciar los inacabables gritos pidiendo más tropas y más guerra que salen del ejército y de los “expertos” en política exterior que le rodean, para que podamos escuchar las voces de los Mailer de hoy, de los sólidos disidentes actuales. Si así lo hiciera, podría evitar repetir el mayor error de LBJ y podría librarse de tener que sufrir su mismo destino político.

[Nota sobre las fuentes: La mayor parte de las citas de Mailer que aparecen en este artículo se han sacado del discurso que escribió el 25 de mayo de 1965 para el “Día de Vietnam” en Berkeley, California.]

[*] En el caso que nos ocupa, Beltway, se refiere a la autopista que circunda Washington DC en alusión a todo lo relativo al gobierno y políticas estadounidenses.

William J. Astore es un teniente coronel retirado (Fuerzas Armadas de EE.UU.), que colabora habitualmente con Tom.Dispatch. Ha dado clase en la Academia de la Fuerza Aérea y en la Escuela de Postgraduados Navales, y en la actualidad enseña Historia en la Facultad de Tecnología de Pensilvania. Puede contactarse con él en: wastore@pct.edu

Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/175125/william_astore_apocalypse_then_afghanistan_now

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