lunes, 11 de mayo de 2009
Venezuela: El Estado, el partido y la revolución
11 de mayo de 2009
Martín Guédez (especial para ARGENPRESS.info)
“Sin embargo, es necesario recordar que una economía planificada no
es todavía socialismo. Una economía planificada puede estar
acompañada de la completa esclavitud del individuo.
La realización del socialismo requiere solucionar algunos problemas sociopolíticos
extremadamente difíciles: ¿cómo es posible, con una centralización de
gran envergadura del poder político y económico, evitar que la
burocracia llegue a ser todopoderosa y arrogante? ¿Cómo pueden estar
protegidos los derechos del individuo y cómo asegurar un contrapeso
democrático al poder de la burocracia?”
Albert Einstein
No creo que haya nadie en este mundo que ponga en tela de juicio la superioridad ética del socialismo como contraposición al disparate moral del capitalismo. Aún los defensores del capitalismo como sistema bajan la cabeza ante esta aplastante verdad y se centran para atacar al socialismo en la imposibilidad histórica para construirlo de acuerdo a los resultados obtenidos. El argumento más socorrido es colocar la mirada sobre las experiencias socialistas devenidas en formas de opresión y poder acumulado por una burocracia arrogante.
¿Cómo lograr que en esa necesaria etapa de transición en la cual el Estado debe cumplir la insoslayable tarea de poner todo su poder al servicio de la clase trabajadora éste no termine convertido en un nuevo poder al servicio de sí mismo? He aquí sin duda un delicado problema que debe resolverse con creatividad, solvencia teórica y decisión firme.
El gran objetivo es una sociedad plenamente libre, solidaria, igualitaria, justa y en pleno ejercicio de la soberanía popular. El fin, desde el punto de vista de la infraestructura económica, es una sociedad en la cual cada una de las fases del proceso económico -capital, producción, distribución y consumo- sean de plena propiedad y decisión social directa. La transición obliga a que en principio. y por quizás un largo tiempo, esta propiedad y esta capacidad de decisión sean indirectas, correspondiéndole al Estado una suerte de representatividad transitoria.
Ahora bien, el Estado no es un cuerpo etéreo ni una entelequia. El Estado está encarnado en personas y, por tanto, es susceptible de portar los vicios y las virtudes de estas. Administrar y decidir es poder y el poder es una tentación, a veces irresistible, a la acumulación de riquezas. Una Revolución Socialista, fatalmente desafiada por el tiempo que se agota a cada instante, no puede depender de las fortalezas o debilidades de unos individuos. El pueblo, como sujeto de este proceso revolucionario, no puede enajenar ni transferir una soberanía que le garantice el éxito de sus proyectos. No obstante, este mismo pueblo debe no sólo admitir sino respaldar el papel que al Estado le corresponde en la transición. El problema es entonces lograr que la transición no termine enajenándole su soberanía y su protagonismo al pueblo.
Ernst Bloch, pensador marxista de mediados del Siglo XX, autor de la “Utopía Esperanza”, se plantea probables soluciones para abordar este problema de la transición que a juicio de Albert Einstein son “problemas sociopolíticos extremadamente difíciles: ¿cómo es posible, con una centralización de gran envergadura del poder político y económico, evitar que la burocracia llegue a ser todopoderosa y arrogante? ¿Cómo pueden estar protegidos los derechos del individuo y cómo asegurar un contrapeso democrático al poder de la burocracia?”. En su ensayo, Bloch ofrece fórmulas para que en la transición, el poder soberano del pueblo “transija” pero no entregue, comparta pero no enajene, y sobre todo, no pierda nunca su poder de control sobre el Estado y su funcionariado. Lo llama él “Dones necesarios para un pueblo en marcha”.
En principio, encuentro un grave error que el Partido de la Revolución –salvo el caso del Comandante Presidente- sea al mismo tiempo gobierno y partido. Cuando un cuadro revolucionario ejerce un cargo de importancia dentro del aparato burocrático pierde su capacidad crítica y su fundamental papel de bisagra articuladora entre la misión servidora del Estado y el pueblo al que sirve ¿Cómo evitar que el cuadro-burócrata no sea benévolo –por decir lo menos- en la valoración de su propia gestión y la de sus subalternos?, ¿cómo impedir que ese indudable poder que mana del ejercicio del gobierno no sea mal utilizado en beneficio de sí mismo y de sus incondicionales?, ¿cómo evitar que un gobernador o alcalde no utilice su poder para colocar sus incondicionales en la dirección del partido?, ¿dependerá todo de la calidad ética del cuadro-burócrata?, ¿es suficiente esa garantía para hacer descansar en ella el éxito de la Revolución? ¡La experiencia nos dice rotundamente que no!
El Partido tiene que configurarse con las personas más generosas, entregadas, valientes, heroicas e ideológicamente mejor formadas del pueblo. Le corresponde el invalorable privilegio de ser los constructores de un mundo nuevo, y esa debe ser su recompensa. Deben estar libres de tentaciones de poder de ningún tipo. Deben ser personas con vocación irreductible de servicio a la causa, a la patria y al pueblo, sin más recompensa que la que mana de una conciencia satisfecha plenamente con haber sido en esta vida, personas útiles y buenas. El pueblo, en su conjunto, debe ser el protagonista de su propia redención. Los dones necesarios del Profetismo, el Canto, el Reparador y el de la Autoridad Regia, deben ser, como la Soberanía misma, intransferibles, absolutos e imprescriptibles. Inventamos o erramos ¡INVENTEMOS!.
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