Bismillahi rahmani rahim
En esta ocasión limitaré mi discurso al Islam y su relación con la ciencia moderna. Se trata de un asunto muy delicado y extremadamente difícil de abordar. Podría decirse que no es un tema plagado de peligrosos escollos en el camino, pues no se trata de una cuestión política. No levanta pasiones como lo hacen otros asuntos pero, sin embargo, es de gran trascendencia, pues afectará de un modo u otro al futuro del mundo islámico en su conjunto.
Muchas personas piensan que, de hecho, no existe una cuestión tal como el problema de la ciencia con respecto al Islam. Dicen que, no importa lo que sea, la ciencia es la ciencia, que el Islam siempre ha alentado el conocimiento (al-ilm, en árabe), que, por lo tanto, debemos fomentar la ciencia, y que no hay ningún problema al respecto. Pero el problema está ahí, porque desde que en muchos países islámicos los niños comenzaron a estudiar la ley de Lavoiser, según la cual el agua está compuesta de hidrógeno y oxígeno, al regresar a casa por la tarde dejan de hacer sus oraciones. No hay país del mundo islámico que no haya sido testigo de un modo u otro del impacto que de hecho ha provocado el estudio de la ciencia occidental en los principios ideológicos de su juventud. Todos los regímenes del mundo islámico, sea cual sea su inclinación política, desde los gobiernos revolucionarios a las monarquías, desde las seudo-democracias hasta los regímenes totalitarios, gastan su dinero para enseñar a la juventud la ciencia occidental. Esto se debe a que la ciencia está relacionada, en primer lugar, con el prestigio, en segundo lugar, con el poder y, por último, porque sin la ciencia es difícil solucionar ciertos problemas dentro del mundo islámico. Hoy veo a muchos musulmanes entre el público asistente, a muchos de los cuales sus padres, su gobierno o algunas universidades les habrán pagado su educación precisamente para incorporar la ciencia islámica al mundo musulmán. Es por esto que nos encontramos ante un tema que ocupa un lugar bastante importante en las preocupaciones del mundo islámico. En los últimos veinte años, las diversas dimensiones de este problema han comenzado a atraer a algunas de las mejores mentes del mundo islámico.
Por lo tanto, desearía comenzar explicándoles las tres posturas principales que existen en el mundo islámico actual con respecto a la relación entre el Islam y la ciencia moderna, antes de profundizar algo más en mi propio punto de vista. En primer lugar, está la postura reiterada por mucha gente. Estoy seguro de que muchas de las personas de esta sala que no han tenido muchas oportunidades de estudiar las implicaciones filosóficas de su propia tradición, que es el Islam, ni de la ciencia occidental, opinan que podemos estudiar ciencia y luego llevar a cabo las oraciones, amar a Dios y obedecer las leyes de la Shariah, sin que realmente haya ningún problema. Esta postura no es nueva. Es algo que ha sido inculcado en muchos círculos del mundo islámico durante el siglo XIX, a donde históricamente se remonta. Esta postura fue adoptada por Yamaluddin Al-Afghani, quien emigró a Egipto y allí se hizo llamar así (al-afghani, el afgano). [3] El famoso reformador del siglo XIX, bastante inconformista, fue a la vez un filósofo, un político y una figura del panislamismo y de la oposición al Califato. Nadie sabe con exactitud cuáles eran sus posiciones políticas, pero fue sin duda una persona muy influyente en el siglo XIX, y fue el responsable, directa e indirectamente, a través de su alumno Mohammed Abduh, de las llamadas reformas que tuvieron lugar en Egipto en las décadas de 1880 y 1890 de la era cristiana, que corresponden con el inicio del siglo XIV de la era islámica. Resulta bastante curioso que, durante las primeras décadas del siglo XX, Yamaluddin fuese reivindicado a la vez por fuerzas modernistas y antimodernistas, como los Ijwan ul-muslimin (“Hermanos Musulmanes”) de Egipto. [4]
Yamaluddin estaba muy interesado en la ciencia occidental, aunque conocía muy poco sobre ella, y también le interesaba mucho el renacimiento del mundo islámico. El carácter de su argumentación es absolutamente crucial para entender de qué estoy hablando. El sugirió que es la ciencia en sí misma la que ha hecho a Occidente poderoso y grande. Occidente domina al mundo islámico porque posee este poder, por lo que debe de haber algo muy positivo en esta ciencia. Esta fue la primera parte de su argumentación. En segundo lugar, afirmaba que la ciencia procedía en su origen del mundo islámico y, por lo tanto, la ciencia islámica sería realmente responsable de que Occidente poseyera esa ciencia y de la dominación occidental sobre el propio mundo islámico. Por consiguiente, todos los musulmanes deben reclamar esta ciencia para sí mismos a fin de alcanzar las glorias del pasado y convertirse en una civilización grande y poderosa. Esta es la esencia del argumento bastante amplio ofrecido por Yamaluddin Al-Afghani que, de hecho, iguala la ciencia islámica con la occidental. Además, equipara el poder de Occidente con el poder de la ciencia, lo cual es verdad hasta cierto punto, pero no del todo. Por último, considera que la adquisición de esta ciencia occidental por parte de los musulmanes supone, ni más ni menos, que éstos reclamen una propiedad que de algún modo adquirió otro continente, con lo que simplemente estarían reclamando lo que realmente les pertenece. Este punto de vista tuvo un gran impacto en el mundo islámico, entre los círculos modernistas, y para comprender lo que está pasando en el mundo islámico actual es importante ver las consecuencias que se derivan de todo ello.
Aunque esta charla está dirigida sobre todo a estudiantes, académicos y científicos musulmanes que, en cierto sentido, discuten sobre “problemas domésticos”, estoy seguro de que es positivo el hecho de que estén presentes algunos occidentales cristianos y no cristianos, lo cual es una forma de comprender la lucha de otras civilizaciones por contemplar sus principales problemas. Pero mi charla está realmente adaptada a los problemas internos del mundo islámico, en lo que se refiere a la ciencia. Espero que me disculpen, pues no se trata en ningún caso de una simple charla protocolaria sobre la historia de la ciencia durante el último siglo en el mundo islámico. Lo que deseo es seguir la pista de las tesis de Yamaluddin en el siglo XIX. Los modernistas son uno de los tres grupos más importantes que surgieron durante el siglo XIX en el mundo islámico. Los otros dos son los que ahora son conocidos como fundamentalistas, un término que no me gusta en absoluto pero que hoy en día es muy frecuente, y, por último, quienes creen en cierto tipo de “mahdismo”, una especie de intervención divina de carácter apocalíptico. No me ocuparé de estos dos grupos en este momento. Para nosotros, el más importante a tener en cuenta es el de los modernistas.
Los modernistas asumieron las tesis de Yamaluddin, y durante el último siglo y medio han portado la bandera de un tipo de racionalismo dentro del mundo islámico que simplemente identificará la ciencia moderna con la ciencia islámica y con la idea islámica de conocimiento (al-ilm). [5] Curiosamente, como consecuencia de ello, el mundo islámico ha producido muy pocos historiadores y filósofos de la ciencia durante este periodo de ciento cincuenta años. Ha producido un gran número de científicos e ingenieros, algunos de los cuales son muy brillantes y estudian en las mejores instituciones del mundo, pero prácticamente no ha producido ningún gran filósofo o historiador de la ciencia hasta hace sólo unas pocas décadas. Este problema se dejó de lado simplemente porque se consideró poco interesante e intrascendente, y dentro del sistema educativo islámico más o menos se evitó todo el debate que estaba teniendo lugar en el propio Occidente sobre el impacto de la ciencia en la religión, en la filosofía de la ciencia y sobre el significado de este tipo de conocimiento.
Hubo unas pocas excepciones. Kamal Ataturk llegó al poder en Turquía y auque en muchos aspectos fue brutal, salvó al país de la desaparición. Sabemos lo que hizo con el Islam en Turquía, pero tuvo una cierta intuición, cierta visión de las cosas. [6] Lo primero que hizo fue decir que, si Turquía quería valerse por sí misma como un Estado moderno y “secular”, debía aprender sobre la historia de la ciencia occidental. Por eso, cuando George Sarton, estudioso e historiador de la ciencia, fundó un programa de doctorado en historia de la ciencia por la Universidad de Harvard, pionero en los Estados Unidos, Ataturk fue el primero en enviar a un estudiante, de modo que la primera persona que se doctoró en historia de la ciencia por la Universidad de Harvard fue un turco, Aideen Saeeli. El todavía vive y es el decano de los historiadores de la ciencia turcos.
Hubo excepciones, pero, por lo general, las fuerzas modernistas en el mundo islámico decidieron ignorar y pasar por alto la consecuencias filosóficas y religiosas de la ciencia occidental, y consideraron que el Islam podría manejar el asunto mucho mejor que el Cristianismo. A su juicio, algo no marchaba bien en el Cristianismo, pues éste se había sometido a las presiones de la ciencia y el racionalismo modernos en el siglo XIX, algo que no iba a ocurrir con el Islam. Algunos pensadores occidentales, de hecho, habían seguido esta tendencia del pensamiento. Uno de los filósofos franceses del siglo XIX más ferozmente anticristianos y antirreligiosos, Ernst Renan, quien fue conocido como una especie de patriarca del racionalismo en la filosofía francesa decimonónica, escribió un libro sobre Averroes (Ibn-Rushd) que hoy en día es un clásico y que ahora se ha reimpreso en Francia, después de 140 años. [7] En él afirma exactamente el mismo tipo de cosas y dice que Averroes representa el racionalismo que condujo a la ciencia moderna. Representa el pensamiento arabo-islámico, y la teología occidental, que simplemente no entendía esto, siempre ha sido un impedimento para el desarrollo de la ciencia moderna. Por lo tanto, hablando en términos generales, se creó una especie de alianza psicológica y filosófica entre los pensadores modernistas musulmanes y los filósofos antirreligiosos occidentales. Esto es algo que requiere un profundo análisis, de modo que permítanme pasarlo por alto. No es un asunto básico de mi argumentación, aunque debe tenerse en cuenta.
Esta actitud ha ido proliferando gradualmente partiendo de unos pocos centros que enviaron personas a Occidente y a las modernas instituciones educativas del mundo islámico como Darul Fanooni en Irán, la Universidad de Panyab, la Universidad Fuad I en El Cairo, la Universidad de Estambul, etc, y poco a poco alcanzó al conjunto del mundo islámico. En la actualidad, todos los jueves por la tarde se puede escuchar en la radio de El Cairo a uno o dos famosos profesores, de hecho musulmanes muy devotos y queridos por los cairotas, cuyo mensaje central es cualquier versículo del Corán que trate sobre ta'akul o taffakur, es decir, la intelección o el conocimiento. Estos versículos se interpretan “científicamente”, intentando así proteger el Islam con la ayuda de la ciencia, en lugar de usar la revelación islámica y el Corán mismo. Esta es una postura muy firme en el mundo islámico actual y, por tanto, los musulmanes piensan que de hecho no hay ningún problema en lo que respecta al Islam y la ciencia moderna.
Pero también existe la postura contraria. Los ulemas, eruditos religiosos del mundo islámico opuestos a las tesis modernistas, desdeñan la ciencia por completo. Así, tenemos una dicotomía en el mundo islámico, en la cual los modernistas rechazan estudiar las implicaciones filosóficas y religiosas de la introducción de la ciencia occidental en el mundo islámico, y los ulemas clásicos y tradicionales, aunque también hay unas pocas excepciones, rechazan tener nada que ver con la ciencia moderna. Esto ha dejado un gran vacío en la vida intelectual de la comunidad islámica, que todo musulmán sufre de un modo u otro. Muchas personas piensan que toda la culpa es de los ulemas, pero yo no lo creo, y pienso que también es responsabilidad de las autoridades que tienen en sus manos el poder político y económico, los cuales, de hecho, suelen ir de la mano.
Un tercer elemento a añadir es que a la vez que la ciencia moderna se difundía por el mundo islámico también lo hacía el movimiento wahabi. Este movimiento nacido en Arabia y de carácter reformista y puritano está asociado con el nombre de Mohammed ibn Abdul Wahab, y todavía es muy poderoso en Arabia Saudita. El wahabismo, de hecho, dio nacimiento a ese país con la unión entre las regiones de Neyd y el Hiyaz en 1926-27 y hunde sus raíces en el siglo XVIII, cuando vivió su fundador, difundiendo también su modo de pensar por Egipto y Siria. [8] Igualmente, el movimiento salafí en la India y otros lugares también deseaba interpretar el Islam de manera muy racional y simple, oponiéndose a la especulación “filosófica” y a toda la tradición de la filosofía islámica. Casi todos estos movimientos han tenido que ver con los aspectos más problemáticos del impacto de la ciencia moderna sobre la fe y la perspectiva filosófica del Islam. Es interesante que los ulemas wahabíes del siglo XIX no mostraran ningún interés en absoluto hacia la ciencia y la tecnología modernas y que sea hoy en día cuando, como no, Arabia Saudita tenga uno de los mejores programas de enseñanza de ciencia y tecnología en el mundo islámico. En el siglo XIX, esas mismas personas se mantuvieron firmes contra los modernistas, y los ulemas musulmanes tradicionales sentían que, en lo que respecta a la ciencia moderna, estaba justificada esa oposición.
Esta situación dio un giro de ciento ochenta grados en nuestra época. Hoy en día, las personas con este tipo de educación no quieren tener nada que ver con un debate sobre las implicaciones filosóficas de la ciencia, pues muchos se identifican con la postura de Al-Afghani, según la cual ciencia simplemente equivale a al-ilm y no es necesario preocuparse por sus implicaciones. Esta es una postura muy importante que he intentado aclarar para ustedes de manera bastante detallada, pues todavía está muy viva en el mundo islámico actual.
La segunda postura dentro del mundo islámico de hoy en día, sostenida por cierto número de pensadores muy interesantes e importantes, es que, de hecho, el problema de la confrontación entre la ciencia moderna y el Islam no es en absoluto un problema intelectual, sino más bien ético. Todos los problemas de la ciencia moderna –la posibilidad de lanzar bombas atómicas, la creación de tecnologías que esclavizan o que hacen posible guerras como la del Golfo, etc...– no son responsabilidad de ésta, sino de su aplicación éticamente incorrecta. Por lo tanto, se debería separar la ciencia moderna de sus implicaciones éticas y del uso que Occidente le haya podido dar, tomándola y usándola dentro de otro sistema ético. Esta es una opinión que existe y es bastante frecuente en muchos lugares. La mayoría de las nuevas universidades islámicas establecidas en todo el mundo islámico, como la Universidad Islámica de Malasia, la Universidad Islámica de Pakistán o la Universidad Umm-ul Quran en La Meca, tratan de insistir en este punto de vista. Por ejemplo, todas las universidades de Arabia Saudita están enseñando ética islámica a sus estudiantes, con la esperanza de que, una vez que empiecen a aprender ciencia e ingeniería, las adopten e integren en este sistema ético.
Pasemos ahora al tercer punto de vista, el cual, durante mucho tiempo, no fue planteado por casi nadie, excepto por mí, aunque en los últimos veinte años ha ganado un gran número de adeptos. Según este punto de vista, la ciencia tiene su propia visión del mundo. Ninguna ciencia se crea de la nada. La ciencia moderna surgió en Occidente en unas circunstancias particulares, partiendo de ciertos supuestos filosóficos sobre la naturaleza de la realidad. Tan pronto como hablamos de masa, fuerza, velocidad o aceleración, es decir, los más simples parámetros de la física clásica, ya estamos decidiendo mirar la realidad desde un cierto punto de vista. No existe tal cosa como la masa o la fuerza, al menos no como si se tratasen de una mesa o una silla. Esos son conceptos especialmente abstractos que maduraron durante el siglo XVII sobre la base de una idea muy particular del espacio, la materia y el movimiento desarrollada por Newton. En los últimos veinte o treinta años, los historiadores y los filósofos de la ciencia han demostrado más allá de toda duda que la ciencia moderna tiene su propia visión del mundo. No se ha liberado en absoluto de emitir juicios de valor ni es una ciencia de la realidad puramente objetiva, independientemente del tema de estudio. Está basada en la imposición de determinadas categorías sobre el estudio de la naturaleza, alcanzando un gran éxito a la hora de estudiar ciertas cosas, y también una notable falta de éxito en otras, dependiendo cuáles tomemos en consideración.
La ciencia moderna tiene éxito cuando, por ejemplo, nos habla sobre el peso o la estructura química de una hoja de pino rojo, pero resulta completamente irrelevante a la hora de explicar la razón por la cual esa hoja se ha vuelto roja. La ciencia moderna explica el “cómo”, pero el “por qué” no le concierne. Si un estudiante de física le pregunta a su profesor qué es la fuerza de la gravedad, éste le enseñará la fórmula, pero si le pregunta sobre la naturaleza de esta fuerza, le contestará que la física no se ocupa de eso. Por eso la ciencia tiene mucho éxito en ciertos campos, pero deja de lado otros aspectos de la realidad.
En los años cincuenta, cuando yo estudiaba física en esta universidad –y odio hablar de mí mismo, así que únicamente lo haré durante dos minutos, y sólo porque tiene que ver con el tema que nos ocupa–, Beltrand Russell, el famoso filósofo británico ya fallecido, dio una serie de conferencias en el MIT. Nunca olvidaré cuando fui a una de sus conferencias y afirmó que la ciencia moderna no tiene nada que ver con el descubrimiento de la naturaleza de la realidad, aportando algunas razones. Cuando regresé a casa, no pude dormir en toda la noche. Yo no pensaba que hubiera ido al MIT para hacerme rico, o porque el gobierno iraní me obligara a hacerlo, sino para conocer la naturaleza de la realidad. Y aquí estaba uno de los más famosos filósofos del momento diciendo que eso no era posible. Esto me alejó de la posibilidad de convertirme en físico, e invertí los siguientes años –en paralelo con todos los demás cursos de física y matemáticas a los que debía asistir– estudiando filosofía de la ciencia, tanto aquí como en Harvard. Eso fue lo que realmente me llevó a estudiar filosofía de la ciencia y después filosofía islámica de la ciencia y cosmología islámica, a la que he dedicado los últimos treinta años de mi vida.
Este acontecimiento dirigió mis esfuerzos a tratar de descubrir el significado de otros modos de observar la naturaleza. En los años cincuenta acuñé el término de “ciencia islámica”, como una realidad viva y no sólo histórica. No me ocupé de la ciencia islámica como si fuera un capítulo en la historia de la ciencia occidental, sino como una forma independiente de observar la obra de la naturaleza. Esta postura generó una oposición casi unánime en Occidente. Si no hubiera sido por el noble apoyo de Sir Hammond Gibb, el famoso islamólogo británico de la Universidad de Harvard, nunca me habrían permitido decir una cosa así. En aquel tiempo, realmente era una blasfemia hablar de la ciencia islámica como una forma independiente de acercarse a la realidad, y no simplemente como un capítulo entre Aristóteles y el siglo XIII. Pero ha llovido mucho desde entonces, y este tercer punto de vista, con sus humildes comienzos en los libros que escribí cuando era un veinteañero, ha ganado mucho apoyo en el mundo islámico. Esta perspectiva se basa en la idea de que la ciencia occidental está muy relacionada con la civilización occidental, al igual que la ciencia islámica lo está con la civilización islámica. Y dado que la ciencia no es una actividad libre de juicios de valor, sería fructífero y posible para una civilización aprender la ciencia de otra civilización, para lo cual debería ser capaz de tomarla y hacerla suya. El mejor ejemplo de ello es exactamente lo que hizo el Islam con la ciencia griega y Europa con la ciencia del Islam –normalmente llamada ciencia árabe, aunque en realidad sea islámica–, practicada tanto por persas como por árabes, y también, en cierta medida, por turcos e indios.
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NOTAS.-
[1] Traducción, extracto y adaptación del texto publicado en http://msa.mit.edu/archives/nasrspeech1.html . Conferencia pronunciada en el la Asociación de Estudiantes Musulmanes del Instituto Tecnológico de Massachusetts (Massachusetts Institute of Technology , MIT) (Nota de la Redacción).
[2] Seyyed Husein Nasr (Teherán, Irán, 1933) es Profesor en el Departamento de Estudios Islámicos de la Universidad George Washington. Filósofo y experto en religiones comparadas, sufismo, filosofía de la ciencia y metafísica, ha escrito multitud de libros sobre el Islam, muchos de ellos traducidos al castellano, entre los que pueden destacarse Hombre y naturaleza , Editorial Kier, Buenos Aires, 1982; Sufismo vivo , Editorial Herder, Barcelona, 1985; Vida y pensamiento en el Islam, Editorial Herder, Barcelona, 1985; El corazón del Islam , Editorial Kairós, Barcelona, 2007; Poemas de la vía mística , Mandala Ediciones, Madrid, 2002. Véase también otras de sus obras: “ La Sharî'a: Ley divina, norma social y humana ”, en revista Alif Nûn nº 28, junio de 2005; “ El significado espiritual del yihad ”, en revista Alif Nûn nº 54, noviembre de 2007; “¿Qué es el Islam tradicional?”, en revista Alif Nûn nos 57 (febrero de 2008) y 58 (marzo de 2008) ; “Ciencia y civilización en el Islam”, en revista Alif Nûn nos 62 (julio de 2008) y 63 (septiembre de 2008) . (Nota de la Redacción)
[3] Para más información sobre la figura de Al-Afghani, véase Tariq Ramadan, El reformismo musulmán , Bellaterra, Barcelona, 2000. (Nota de la Redacción).
[4] Para más información, véase Xavier Ternisien, Los hermanos musulmanes , Bellaterra, Barcelona, 2007. (Nota de la Redacción).
[5] Para más información, véase Douglas Karim Crow, “ Racionalismo e Isla m”, en revista Alif Nûn nº 65, noviembre de 2008. (Nota de la Redacción).
[6] Para más información, véase Thierry Zarcone, El Islam en la Turquía actual , Bellaterra, Barcelona, 2005; VV.AA, Hesperia culturas del Mediterráneo. Especial Turquía , Fundación J.L. Pardo / Tres Culturas, Madrid, 2006. (Nota de la Redacción).
[7] Véase E. Renan, Averroes y el averroísmo , Hiperión, Madrid, 1992. (Nota de la Redacción).
[8] Para más información, véase VV.AA, Hesperia, culturas del Mediterráneo. Especial Arabia Saudí , Fundación J.L. Pardo / Tres Culturas, Madrid, 2007; Pascal Ménotret, Arabia Saudí, el reino de las ficciones, Bellaterra, Barcelona, 2004; Sandra Mackey, Los saudíes , Paidós, Barcelona, 2004. (Nota de la Redacción).
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