jueves, 4 de febrero de 2010
Transmitimos nuestras condolencias en ocasión de la llegada del Arbaín del Imam Al-Huseyn ibn Alí ibn Abi Táleb, la paz sea con él.
Una mención de las virtudes de Al-Huseyn ibn Alí, así como del mérito de visitar su tumba y de recordar su tragedia
extraido de Kitab Al-Irshad, Sheij Al-Mufíd.
Relató Saíd ibn Ráshad que Yaalá ibn Murra dijo:
«Escuché al Mensajero de Dios, decir:
« Al-Huseyn es de mí y yo soy de Al-Huseyn. Dios ama a quien ama a Al-Huseyn.
Al-Huseyn es ciertamente un nieto que sobresale entre los nietos.»
E Ibn Lahia relató, de Abu Awána, con una
cadena ininterrumpida que asciende hasta el Profeta:
«El Mensajero de Dios dijo:
«En verdad, Al-Hasan y Al-Huseyn son los dos adornos del Trono y, en verdad, el Cielo mismo dijo:
«¡Oh Señor! Tú ha alojado en mí a los débiles y a los pobres!»
Y Dios Altísimo le contestó: «¿No estás satisfecho de que Yo haya adornado tus pilares con Al-Hasan y con Al-Huseyn?»
Y dijo: «Entonces el Cielo se llenó de alegría como una novia que se llena de felicidad.»
Relató Abdullah ibn Maymun Al-Qadáh que Yaafar ibn Muhammad As-Sádiq, la paz sea con él, dijo:
«Al-Hasan y Al-Huseyn estaban jugando a lucha
libre frente al Mensajero de Dios y éste dijo: «¡Oh Hasan! ¡Agarra a Al-Huseyn!»
Entonces Fátima, la paz sea con ella, dijo: «¡Oh, Mensajero de Dios! ¿Acaso estás animando al mayor contra el más pequeño?»
Y el Mensajero de Dios, respondió: «Es que Gabriel está diciendo a Al-Huseyn: «¡Oh Huseyn! ¡Agarra a Al-Hasan!»
Y relató Ibrahim ibn Ar-Rafií, de su padre, que su abuelo dijo:
«Vi a Al-Hasan y Al-Huseyn, la paz sea con ellos, caminando hacia La Meca en peregrinación y no pasaban junto a ninguna persona a caballo sin que ésta se desmontase y caminase con ellos.
Esto se hizo algo difícil para algunos de ellos y le dijeron a Saíd ibn Abu Waqqas: «Se nos hace difícil ir caminando pero no nos parece bien ir cabalgando mientras estos dos jóvenes señores van a pie.»
Entonces, Saíd dijo a Al-Hasan: «¡Oh Abu Muhammad! Caminar se le hace difícil a un grupo de los que van contigo. Pero cuando las gentes os ven a vosotros dos caminando no les parece bien ir ellos montados. Si vosotros montaseis sería más cómodo para ellos.»
Al-Hasan respondió: «Nosotros no podemos montar porque hicimos un voto de caminar hasta la Casa Sagrada de Dios. Sin embargo, nos echaremos a un lado del camino.»
Y ambos se apartaron a un lado para que la gente pudiese seguir sin ellos.
Y Al-Auzaí relató, de Abdul lah ibn Shadád, que Umm Al-Fadl bint Al-Háriz fue junto al Mensajero de Dios y le dijo: «¡Oh Mensajero de Dios! Esta noche he tenido un mal sueño.»
- ¿Qué fue? -preguntó él.
- Fue muy fuerte -dijo ella-.
- ¿Qué fue? -repitió él-.
- Vi algo como un pedazo de tu cuerpo cortado y puesto en mi regazo -respondió ella-.
El Mensajero de Dios dijo: «Viste bien. Fátima dará a luz un hijo apoyada en tu regazo durante el parto.»
Y cuando Fátima dio a luz a Al-Huseyn, ella dijo: «Ella estaba sobre mi regazo, tal y como el Mensajero de Dios había dicho.»
«Un día entré con Al-Huseyn a presencia de Profeta y le puse sobre sus rodillas y él volvió la cara para otro lado para que yo no le viese.
Los ojos del Mensajero de Dios se llenaron de lágrimas y yo le dije: «¡Oh Mensajero de Dios! Que mi padre y mi madre sean sacrificados por ti. ¿Qué te pasa?»
Él respondió: «Vino a mí Gabriel, la paz sea con él, y me comunicó que mi comunidad matará muy pronto a este hijo mío y me trajo tierra manchada de rojo con su sangre.»
Relató Simak de Ibn Mujárreq, que Umm Salama, que Dios esté complacido con ella, dijo:
«Un día, mientras el Mensajero de Dios estaba sentado, con Al-Huseyn sobre sus rodillas, sus ojos se llenaron de lágrimas de pronto. Yo le dije: «¡Oh Mensajero de Dios! ¿Por qué te veo llorar? Que mi vida
sea sacrificada por ti.»
Él me respondió: «Vino a mí Gabriel, me dio el pésame por la muerte de mi hijo A1-Huseyn y me dijo que un grupo de mi comunidad le matará. ¡Que Dios no les conceda mi intercesión!»
Y se relató, con otra cadena de narradores, que Umm Salama, que Dios esté complacido con ella, dijo:
«El Mensajero de Dios nos dejó una noche y estuvo lejos por un tiempo. Cuando regresó se le veía despeinado y polvoriento y llevaba algo en su mano. Yo le dije: «¡Oh Mensajero de Dios! ¿Cómo es que te veo lleno de polvo y despeinado?»
Él dijo: «En este tiempo he realizado un viaje a un lugar del Iraq llamado Kerbalá. Allí he visto la muerte de mi hijo A1-Huseyn y de un grupo de mis hijos y de la gente de mi casa. No pude dejar de recoger un poco de su sangre y aquí la tengo en mi mano.»
Él alargo su mano hacia mí y dijo: «¡Tómala y cuídala!»
Yo la tomé y era como tierra roja. La puse en un frasco, cerré su boca y lo guardé.
Cuando Al-Huseyn partió de La Meca en dirección a Iraq, yo sacaba ese frasco cada día y cada noche. Lo olía y lo observaba, pero siempre estaba igual.
Cuando llegó el día 10 del mes de Muharram, que fue el día en que Al-Huseyn fue matado, lo saqué al principio del día y la tierra estaba en su estado de siempre, pero cuando volví mirarlo al final del día, se había transformado en sangre fresca.
Yo grité de pena en mi casa y lloré. Luego contuve mi emoción por temor a que sus enemigos en Medina me oyeran y se regocijaran de inmediato por su desgracia. Lo mantuve en secreto todo el tiempo hasta que llegó el mensajero que trajo las noticias de su muerte, confirmando lo que yo había visto.»
Se recogió que el Mensajero de Dios estaba un día sentado y a su lado estaban Alí, Fátima, Al-Hasan y Al-Huseyn. Él les preguntó: «¿Cómo os sentiríais si, cuando fueseis matados, vuestras tumbas estuviesen dispersas unas de otras?»
Al-Huseyn le dijo: ¿Moriremos de muerte ordinaria o seremos matados?
Él dijo: «No. Tú, hijito mío, serás matado injustamente y tu hermano también será matado injustamente y tu descendencia será dispersada por la Tierra.»
Al-Huseyn dijo: «¡Oh, Mensajero de Dios! ¿Quién nos matará?»
Él dijo: «Las gentes más malvadas.»
Al-Huseyn dijo: «¿Visitará alguien nuestras tumbas después de que seamos matados?»
Él dijo: «Sí. Un grupo de mi comunidad querrá visitaros como una forma de conectarse con Dios.
Y cuando llegue el Día del Juicio iré a ellos y les tomaré en mis brazos y les llevaré a un lugar en el que estarán a salvo de temores y dificultades.»
Y Abdul lah ibn Sharík Al-Ámirí relató: «Cuando Umar ibn Saad entraba por la puerta de la mezquita, yo solía oír a los seguidores de Alí decir: «Ese es el asesino de Al-Huseyn ibn Alí.»
Eso era bastante antes de que él fuera matado.»
Y relató Sálem ibn Abu Hafsa: «Umar ibn Saad le dijo a Al-Huseyn: «¡Oh Abu Abdel lah! Algunas gentes estúpidas han venido a mí afirmando que yo te mataré»
Y Al-Huseyn le dijo: «Ellos no son estúpidos. Son hombres que han visto lo que sucederá en sus visiones acerca del futuro. Sin embargo me complace saber que, excepto muy poco, tú no te comerás los bienes de Iraq después de mí muerte.»
Y relató Yusuf ibn Abida que escuchó a Muhammad ibn Sairín decir: «No había visto al cielo ponerse rojo de esa manera hasta que mataron a Al-Huseyn.»
Y relató Saad al-Askáf que dijo Abu Yafar Imam Muhammad al-Baqer, la paz sea con él:
«El asesino de Yahya ibn Zakariya (Juan el Bautista) fue hijo de adulterio. El asesino de Al-Huseyn ibn Alí también fue un hombre nacido fuera del matrimonio. El cielo no se puso rojo por otras muertes excepto por la de ellos dos.»
Y relató Sufyan ibn Unayna, de Alí ibn Zayd, que Alí ibn Al-Huseyn, la paz sea con él, dijo:
«Salimos con Al-Huseyn y no parábamos en ningún lugar a descansar ni partíamos de allí sin que él recordase a Yahya ibn Zakariya y su muerte y uno de los días dijo:
«Una de las ofensas que este mundo ha hecho a Dios fue el día en que entregaron la cabeza de Yahya ibn Zakariya a una de las prostitutas de Bani Israíl.»
Han sido relatadas las noticias que muestran que ninguno de los asesinos de Al-Huseyn y de sus seguidores, que Dios esté complacido con ellos, se libró de ser matado o de sufrir penalidades humillantes
antes de morir.
***
Al-Huseyn ibn Alí, la paz sea con él, murió un sábado, él décimo día del mes de Muharram del año 61 de la hégira, después de la oración del mediodía.
Fue matado injustamente, estando sediento, mostrando siempre una paciencia ilimitada, tal como hemos explicado.
El día de su muerte tenía cincuenta y ocho años.
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