miércoles, 28 de octubre de 2009

Comentario de Cuarenta hadices -XL


Sharhe Chehel Hadiz
Imam Jomeiní


Traducción de Raúl González Bórnez

Sexto hadíz
Amor a las cosas mundanales (III)

Sobre los efectos que los placeres de este mundo tienen en los corazones y la manera en que los corrompen


Debes saber que el alma queda marcada por los placeres que disfruta en este mundo y que son la causa del apego de ésta al mundo y que cuanto mayor es el placer mayor es el apego que provoca, hasta que llega un momento que todo el corazón se encuentra atrapado por este mundo y sus encantos. Ese situación es muy decadente. Todos los errores y problemas que sufre la persona vienen provocados por ese amor y atracción, tal como vimos en el noble hadíz recogido en la obra al-Káfí.

Uno de los grandes problemas que causa es, como solía decir nuestro gran maestro y gnóstico, que mi alma sea sacrificada por él, si el amor por este mundo se apodera del corazón de la persona con mucha intensidad, cuando muere y descubre que Dios le separa de aquello que tanto ama y tanto desea, sale de este mundo disgustado y enojado con Él.
Estas terribles palabras deberían ser suficiente motivo para despertar vivamente en la persona el interés por proteger el estado de su corazón. Dios no quiera que la persona se sienta disgustada con el Dueño del favor y verdadero Señor del Reino, pues la forma que esa ira y enemistad con su Señor puede adoptar nadie puede llegar a conocerla excepto Él.
Nuestro gran maestro, quiera Dios alargar su sombra, nos transmitió que su gran padre, al final de sus días, estaba aterrorizado del amor que sentía por uno de sus hijos y que sólo después de muchos ejercicios espirituales logró librarse de esa manera destructiva de amarle y pudo tranquilizarse y partir a la morada de la felicidad eterna. Que Dios este complacido con él.

En Al-Kafi, se recoge un hadíz trasmitido por Talha bin Zaíd, de Abu Abdel lah el Imam As-Sádeq, que dijo:
Este mundo es como el agua del mar: el agua que bebe el sediento solamente incrementa en él la sed hasta que acaba con él.

El amor por este mundo destruye a la persona totalmente y es la causa de todos sus padecimientos y problemas, tanto internos como externos.
También del noble Profeta, las bendiciones de Dios y la paz sean con él y con su familia, fue transmitido:
Las monedas de oro y de plata fueron las que destruyeron a quienes os precedieron y también son las que os destruirán a vosotros.[1]
Suponiendo que la persona no se vea afligida por ningún otro defecto, lo cual es improbable si no imposible, la propia atracción y amor que siente por este mundo serán la causa de sus problemas y la balanza con la que se establecerán las condiciones en las que deberá permanecer en su tumba y en el mundo intermedio (Barzaj). Cuanto menor sea su apego a este mundo más luminosas serán su tumba y su mundo intermedio y menor el tiempo que deberá permanecer en ellos.
Por eso, los amigos de Dios, según se ha recogido en algunas tradiciones proféticas, no permanecerán en el mundo de la tumba más de tres días y eso será por culpa de ese mismo apego natural e innato que sintieron en vida por este mundo.
Otro de los efectos que tiene el apego a este mundo es el miedo a morir. Ese miedo causado por el apego al mundo y por el amor que el corazón siente por él, es altamente condenable y no tiene nada que ver con el temor al regreso ante la presencia divina, que es uno de los atributos de los creyentes. Y la gran dificultad que algunas personas experimentan para morir la produce esa misma presión que es necesaria para eliminar de ella esos apegos y el temor a la muerte.
El gran investigador y analista del mundo islámico y dueño de una gran morada espiritual, Seyed Mir Damád, que Dios ennoblezca su rostro, en su obra Al-Qabasát, que es uno de los libros más notables que existen, dice en uno de sus capítulos:
¡Que la muerte no te atemorice, pues la dificultad para morir reside en ese mismo temor![2]

Otro de los grandes problemas que acarrea el amor por el mundo es que aparta a la persona de las prácticas espirituales y de la adoración y los ritos, reforzando en el su dimensión material y opone la naturaleza física a la obediencia espiritual, destruye su sumisión y debilita su determinación y voluntad, cuando uno de los grandes secretos de la adoración y de las prácticas espirituales es que someten el cuerpo, las facultades físicas y los instintos naturales a la autoridad del espíritu y los hace trabajar según la voluntad del alma y someten su mundo material a su mundo espiritual. Hasta tal punto el espíritu adquiere poder y autoridad e influencia que con su simple voluntad consigue que el cuerpo realice cualquier cosa que le ordene y que se abstenga de cualquier cosa que le prohíba. El mundo corporal y la fuerza física quedan supeditados a la potencia espiritual hasta el punto que pueden realizar cualquier cosa que se les ordene sin la menor dificultad.
Una de las virtudes y de los secretos de la adoración intensa es que facilita la obtención de los objetivos. Gracias a ella, la persona fortalece su determinación y llega dominar el mundo físico. Si su voluntad alcanza su perfección y plenitud y su determinación se fortalece, su dominio sobre el mundo corporal y su fuerza física e interior adquieren características angélicas y devienen similares a las de los ángeles divinos que jamás desobedecen Su mandatos. Obedecen cualquier cosa que Él les ordene y se abstienen de cualquier cosa que Él les prohíba sin que eso suponga ninguna dificultad para ellos. Cuando las facultades físicas de la persona quedan sometidas a su espíritu, desaparecen para ella las dificultades y dan paso a un estado de facilidad y calma. Cuando esto sucede, las siete dimensiones, los siete climas de la naturaleza física quedan sometidos al espíritu y actúan como servidores suyos.
Y debes saber ¡Oh querido! Que la determinación y la voluntad son cualidades muy necesarias y eficaces en ese mundo. La balanza de uno de los niveles del Paraíso, uno de los más elevados, son la determinación y la voluntad y mientras la persona no posee una determinación poderosa y una fuerte voluntas no puede acceder a ese Paraíso y a esa elevada morada espiritual.
En un hadíz encontramos relatado que cuando la gente del Paraíso llega a él, un mensajero divino llega a ellos y les dice: Éste es un mensaje enviado por El que Vive eternamente a quienes vivirán eternamente. Yo soy Aquel que cuando ordena a algo que sea, viene a la existencia. Hoy te he otorgado el poder para que, si ordenas a algo que exista, venga a la existencia.

Observa qué morada espiritual, qué autoridad y qué fuerza espiritual, que hace de su voluntad el lugar teofánico de la voluntad divina y posee el poder de hacer que las cosas salgan de la inexistencia y comiencen a existir.
El poder y la influencia de la voluntad es mejor y mayor que todos los poderes físicos.
Es evidente que ese mensaje no puede ser enviado de manera caprichosa y gratuita. Aquellos cuya voluntad se encuentra sometida a sus deseos animales, cuya determinación está anulada y destruida, no podrán alcanzar jamás esa morada espiritual. Los actos de la Verdad Altísima no son caprichosos: en este mundo responden a un orden basado en la ley de la causalidad, en el otro mundo también. Más aun, ese mundo representa el mayor grado de armonía entre las causas y sus efectos. Todo el sistema del otro mundo está basado en la ley de la causalidad: la influencia de la voluntad debe ser obtenida en este mundo. Este mundo es el campo de cultivo de los frutos que se cosecharán en el otro y la materia prima de todas la bendiciones celestiales y de todas las desgracias infernales.
Por tanto, cada una de las prácticas de adoración y de los ritos religiosos, además de poseer en sí mismos formas celestiales con las que construir el paraíso físico y sus fortalezas, tal y como confirman la razón y la transmisión profética, producen, cada una de ellas, un efecto en el alma y, poco a poco, van fortaleciendo la voluntad de la persona y completando su fuerza. Y, por ello, cuanto más esfuerzo exige la adoración, más beneficiosa es. Afdal ul-‘amáli ahmazu ha: Los actos mejores son los que más esfuerzo exigen.
Por ejemplo, levantarse de la cama para adorar a Dios Altísimo en la noche del frío invierno sacrificando el placer del sueño, hace que el espíritu venza la fuerza corporal y fortalece la voluntad. Si bien, tal esfuerzo en los comienzos resulta una ardua y poco agradable tarea, gradualmente se torna más fácil y poco a poco el cuerpo se pliega con mayor facilidad a la voluntad del alma y podemos ver cómo, la gente que acostumbra realizar tales prácticas, las realiza sin la menor dificultad. Si a nosotros nos da pereza y resulta un problema es porque no tomamos la decisión de llevarlo a la práctica. Si lo realizásemos unas cuantas veces, lo que era una dificultad se convertirá en facilidad. Las personas que se levantan en la noche para adorar a sus señor disfrutan más con ello que nosotros de los placeres mundanos. El alma se habitúa mediante la práctica y el bien es un hábito.
Esta práctica proporciona múltiples beneficios. Una es que la forma que este acto adopta en el otro mundo es tan hermosa que no guarda semejanza con nada de este mundo y no podemos llegar a imaginarla.
Otra es que el alma se torna voluntariosa y fuerte y eso es fuente de grandes beneficios, uno de los cuales ya habéis escuchado.
Otra es que familiariza gradualmente a la persona con la práctica del recuerdo (dikr), la meditación (fikr) y la adoración. Es posible que ello acerque la imaginación de la persona a la realidad y la atención del corazón hacia el Señor del Reino y el amor por la belleza del Amado se torne verdadero y el amor y atracción que el corazón siente por este mundo y por el otro se debilite.
Puede que, si consigue una atracción espiritual y se alcanza un estado, se produzca un encuentro con el sentido real de la adoración y con el verdadero secreto del recuerdo y de la meditación (dikr wa fikr) y ambos mundos pierdan su importancia para él y la teofanía del Amigo elimine el polvo del espejo del corazón. Excepto Dios mismo, nadie puede imaginar qué generoso puede mostrarse con ese siervo Suyo.
Así pues, si la persona fortalece su voluntad mediante ejercicios espirituales, actos de adoración, prácticas rituales y abandono de los deseos carnales, se transforma en un ser poseedor de determinación y voluntad y si se abandona a la desobediencia propia de la naturaleza carnal debilita su voluntad y determinación, como hemos visto anteriormente.
[1] Cfr. Usul al-Káfí, t. II, p. 316, Kitáb al-Imán wa l-Kufr, hadíz 6.
[2] Al-Qabasát, p. 479.

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