viernes, 4 de septiembre de 2009

YEMEN: La guerra silenciosa




Huseyn Badr al-Din al-Huthi

Yahya Badr al-Din al-Huthi



Tras el 11S, el régimen yemení se ha plegado a las exigencias de la administración estadounidense en su “guerra contra el terror”, que en Yemen se ha traducido en un endurecimiento del control y de la seguridad. Quizás el mejor ejemplo haya sido el conflicto entre el régimen y el grupo de los Huthiyin, que iniciándose como un proceso de agitación y contestación política contra la invasión estadounidense de Iraq y contra el apoyo del gobierno yemení, se acabó convirtiendo en una guerra abierta que ha durado cuatro años.

En julio de 2008, el presidente yemení, Ali Abdallah Saleh, anunciaba “el fin de la guerra” y la intención de calmar la situación, quizás pensando en las elecciones legislativas previstas para abril de 2009. Puede que ciertamente sea el final, pero no hay que olvidar que este conflicto, que comenzó en 2004, ha conocido periodos de alto el fuego y cinco etapas de combates.
A partir de la invasión estadounidense de Iraq, las protestas por parte de la comunidad zaydí yemení contra la política de la administración Bush se dejaron oír en los lugares de culto, especialmente en la Gran Mezquita de la capital, Sanaa, en la que se gritaban eslóganes contra EEUU, contra Israel y, además, contra la corrupción del gobierno yemení, su política aliada de EEUU y su cooperación en la indiscriminada “guerra contra el terror”. El líder de estas protestas era un imam ex-parlamentario del Partido al-Haqq, promonárquico e islamista, Huseyn Badr al-Din al-Huthi, acusado de crear ilegalmente centros religiosos y formar un grupo armado Juventud Creyente (al-Shabab al-Muumin). Este grupo no reconocía el régimen republicano que había acabado en 1962 con el sistema del imamato zaydí que había regido el norte del país. Como consecuencia, al igual que tras la unificación de la República Árabe del Yemen y la República Democrática de Yemen, en mayo de 1990, y la posterior guerra civil (mayo-julio de 1994) el régimen endureció la represión contra las fuerzas políticas del sur, una década después el régimen comenzó a perseguir la contestación política surgida en algunos círculos del zaydismo, doctrina que, curiosamente, sigue el propio presidente. El régimen justificó esa represión con argumentos como que el grupo de al-Huthi había abandonado el zaydismo y abrazado, por influencia iraní, el shiismo duodecimano y que ideológicamente se había acercado a Hizbullah.
La organización Juventud Creyente surgió con la unificación del Yemen y el pluripartidismo político en 1990, cristalizó en 1994 y comenzó creando centros educativos de verano en los que se estudiaban ciencias religiosas de la doctrina zaydí, bajo la supervisión de ulemas zaydíes, en la gobernación septentrional de Saada, y a los que llegaban jóvenes procedentes de otras gobernaciones. Todo era legal en aquellos inicios, cuando no era más que un foro religioso, cultural y educativo sin relación alguna con la acción militar o política y que lo único que pretendía era preparar espiritual y culturalmente a los jóvenes y protegerlos de los “peligros” derivados de su politización, y que quizás surgió para frenar la expansión del pensamiento salafí en la zona de Saada de la mano del fundador del movimiento salafí en Yemen, el sheyj saudí Muqbil al-Wadi‘i.
La organización estaba dirigida por el sheyj Muhammad Yahya Salem Azzam. Sin embargo, el grupo de al-Huthi, cuya máxima autoridad residía en el ulema Badr al-Din al-Huthi, no creía en ese método educativo y comenzó a interferir en las actividades del foro hasta llegar a controlarlo, imponer una nueva jefatura y convertirlo en un grupo con ideología política y dispuesto a recurrir a la violencia. Las diferencias y la división interna surgieron a partir de 1996 centradas en el método educativo, hasta el punto de que los ulemas de Saada intervinieron en la revisión del método. Una sección, la de los fundadores, se inclinaba por ampliar los aspectos científicos y por el estudio del legado intelectual, mientras que otro grupo se centraba en las relaciones entre los estudiantes y la instrucción espiritual. Las diferencias estallaron en 1999 y tras negociaciones entre ambas partes se aceptaron cambios en al-Shabab al-Muumin, entre ellos ampliar sus actividades, de manera que los cursos de verano sólo serían una parte de sus actividades y de ellos se encargaría un grupo diferente cada año. En 2001, el grupo de al-Huthi se negó a devolver la administración de los centros al grupo de Azzam, violando el acuerdo al que habían llegado en 1999. Así, la ruptura interna quedó totalmente plasmada. Un año después, Huseyn Badr al-Din al-Huthi comenzó a lanzar sus eslóganes (¡Muerte a América y muerte a Israel!) para atraerse un mayor número de jóvenes y a radicalizarse. Entonces se sucedieron los conflictos entre las dos tendencias, la de Azzam y la de al-Huthi, por el control de los centros educativos, hasta que estalló el primer acto de la guerra con el gobierno en 2004. Azzam y sus seguidores rechazaron el enfrentamiento con el régimen, que quedó circunscrito a los seguidores de al-Huthi, tanto de dentro del al-Shabab al-Muumin como de fuera de la organización.
Según Muhammad Azzam, las diferencias también fueron ideológicas: los huthíes pensaban que bastaba con tener un imam que enseñara a la comunidad lo que ésta precisara, sin necesidad de estudiar El Corán o la Tradición del Profeta, bastaba con tener un imam, un jefe, un dirigente o un “modelo”, por ejemplo Huseyn al-Huthi quien se autocalificaba no como imam sino como “modelo” (qidwa).
Durante décadas, el Estado yemení ha sido incapaz de extender su autoridad a muchas zonas rurales, sujetas al control tribal, en un país en el que según las estadísticas hay entre 50 y 60 millones de armas; y tampoco ha podido ejercer un control sobre la educación religiosa. Las penurias económicas, el descontento social, la falta de identificación con el régimen o la política exterior del gobierno han empujado a muchos jóvenes hacia la contestación islamista al tiempo que el gobierno intentaba la no politización de los lugares de culto.
Cronología de una crisisEn 2004, estalló la crisis política en la provincia septentrional de Saada, fronteriza con Arabia Saudí y con unos 700.000 habitantes, entre la oposición y las autoridades gubernamentales cuando el disidente Huseyn al-Huthi encabezó un alzamiento contra el gobierno que fue respondido rápida y contundentemente por el ejército y la policía. Las autoridades clausuraron las escuelas religiosas a las que vinculaba con los actos de violencia.
La rebelión también traslucía un conflicto interno de la élite zaydí: el propio Presidente, Abdallah Saleh, es zaydí, aunque de una categoría inferior a la de Huseyn al-Huthi, que es un sayyed, es decir descendiente del Profeta, y por lo tanto podía poner en duda la legitimidad del Presidente. Al mismo tiempo, las críticas procedentes de círculos shiíes y sunníes sobre la no aplicación de la sharia, a pesar de ser la fuente de la legislación, se sumaban a esta “rebelión”. El grupo de al-Huthi decía luchar contra la discriminación sufrida y por la agresión del gobierno.
Todo comenzó como una contestación popular contra la invasión estadounidense de Iraq. Al-Huthi encabezaba esa protesta vertiendo duras críticas contra la administración Bush y contra la corrupción del gobierno yemení. El 4 de junio de 2004, al-Huthi y sus seguidores organizaron una manifestación ante la embajada de EEUU en Sanaa que fue duramente reprimida por las fuerzas de seguridad, provocando dos muertos, uno de ellos un adolescente. Este suceso marcó el inicio de la primera guerra entre el régimen y las milicias armadas del grupo al-Shabab al-Muumin, dirigidas por el sheyj Huseyn Badr al-Din al-Huthi, el 18 de junio de 2004 en la zona montañosa de Marran y en otras zonas de Saada.
Ese mismo mes, las fuerzas de seguridad asediaron a al-Huthi y a sus seguidores, tras fracasar la comisión de mediación propuesta por el Presidente para convencer a al-Huthi de que se entregara a las autoridades. Tres semanas después el régimen ofreció una recompensa de 54.000 dólares por la captura de al-Huthi, que en esos momentos contaba con unos 3.000 hombres armados. En tres meses de combate los muertos llegaban ya a 600, la mediación había fracasado y el Presidente, que intentaba reunir en torno suyo a los ulemas e imames, afirmó que al-Huthi se había desviado de los valores del islam y que sus ideas eran sectarias y racistas.
En septiembre de 2004, Huseyn al-Huthi murió, junto con su hermano Ibrahim, en la ofensiva lanzada por el ejército y el conflicto armado se interrumpió temporalmente. Debido a la imposición por parte del régimen de un rígido cerco informativo sobre lo que ocurría en Saada, las cifras de muertos eran meras conjeturas, aunque se hablaba entonces de unos mil muertos en esos tres meses.
En marzo de 2005 estalló la segunda guerra. Los “rebeldes” estaban dirigidos por Abdelmalik al-Huthi, hermano de Huseyn, apoyado por otro hermano, Yahya, y por Abdallah Aydh al-Razami y Yusuf Madani, mientras que el padre, Badr al-Din al-Huthi, ya octogenario, ejercía como guía espiritual. El gobierno respondió con artillería pesada y la cifra de muertos aumentó (400 en dos semanas, según Amnistía Internacional), centenares de personas fueron detenidas y cientos de escuelas religiosas cerradas. Dos meses después, el Presidente anunció que el líder de la rebelión renunciaba a la violencia y llamó a celebrar un diálogo nacional para pasar página. El líder militar de Juventud Creyente, Abdallah al- Razami, se rindió el 23 de junio de 2005 tras una mediación de líderes tribales, acogiéndose a una amnistía a cambio del cese de hostilidades. Esta segunda guerra acabó con una tregua entre ambas partes: en septiembre de 2005 el Presidente anunció una amnistía general a cambio de que entregaran las armas y bajaran de las montañas; así, fueron puestos en libertad varios cientos de seguidores de al-Huthi y el Estado se dispuso a pagar compensaciones a los afectados por los combates.
Esta tregua duró poco tiempo, ya que el 1 de noviembre de 2005 se reanudaron los enfrentamientos, la tercera guerra, que duraron hasta principios de febrero de 2006. La liberación de 627 rebeldes un mes después a cambio de afirmar su lealtad al gobierno y prometer buena conducta, contribuyó a una cierta distensión que fue rota por el gobierno el 18 de agosto de 2006, cuando el ejército lanzó un ataque con taques y artillería pesada contra posiciones de los huthíes.
Tras enfrentamientos esporádicos, la cuarta guerra se desencadenó el 27 de enero de 2007, cuando los militantes huthíes utilizaron lanzagranadas para atacar instalaciones gubernamentales en pleno proceso de las elecciones presidenciales. En febrero hubo mediaciones de imames de la zona y también de Qatar. Gracias a esa mediación, el 16 de junio de 2007 se firmó un acuerdo entre el gobierno y el grupo de al-Huthi que, aunque no puso fin a la violencia, incluía un alto el fuego y autorizaba a los huthíes a tener el control de grandes zonas de las que quedaba marginado el Estado. El acuerdo comprometía al gobierno a ejecutar un programa de reconstrucción con financiación extranjera, especialmente qatarí, a cambio de la entrega de las armas pesadas, del exilio temporal de los líderes de la revuelta y del reconocimiento por parte de los huthíes del sistema republicano. En virtud de este acuerdo los partidarios de al-Huthi podrían formar un partido político. El 9 de agosto, y mientras seguía habiendo cierta tensión entre ambas partes por la ralentización en la aplicación del acuerdo, Abdallah al-Huthi envió un mensaje de reconciliación al presidente yemení en el que comparaba la ideología del grupo con la de Hizbullah. Sin embargo, los enfrentamientos se reanudaron y se siguieron de forma esporádica, al tiempo que la comisión mediadora mantenía paralizadas sus actividades y el gobierno iba progresivamente concentrando cada vez más tropas en la gobernación.
El acuerdo de DohaHubo negociaciones para la aplicación del acuerdo en julio de 2007 pero llegaron a un callejón sin salida en noviembre, hasta el punto de que la delegación qatarí se retiró de las conversaciones. Sin embargo, a principios de febrero de 2008 Qatar acogió una nueva ronda de conversaciones tras la reanudación de los enfrentamientos. Las negociaciones culminaron en la firma de un nuevo acuerdo en Doha para su aplicación en junio, lo que provocó un revuelo en el Parlamento en el que la mayoría había votado por la solución militar del conflicto, por considerar que cualquier solución política mermaba la soberanía del Estado y por las sospechas generadas sobre el texto del acuerdo ya que en ningún momento se hicieron públicas las cláusulas del mismo. En virtud del Acuerdo, ambas partes se comprometían a su aplicación: retirada del ejército de las zonas habitadas, abandono por parte de los rebeldes de sus refugios en las montañas y la entrega de las armas; amnistía general que incluiría a todos los seguidores de al-Huthi, salvo los detenidos por delitos de sangre; se garantizaría el regreso a sus hogares; los rebeldes deberían liberar a los retenidos; Abdelmalik y sus seguidores podrían refugiarse en Doha a cambio de no realizar ninguna actividad política o informativa en contra del gobierno yemení. El gobierno se comprometía a reconstruir la gobernación y pagar compensaciones a los afectados por la guerra con ayuda financiera de Qatar; respetar la libertad de expresión y el derecho de los huthíes a crear un partido político, si bien Abdelmalik al- Huthi no ha mostrado un interés especial por la creación de un partido y sí por el cese de la represión política, intelectual, económica y de seguridad que sufre el grupo, al que no se le permite publicar sus libros, ni abrir sus escuelas religiosas.
Por otro lado, ambas partes se comprometían a no revelar los detalles del acuerdo. Ese acuerdo fue firmado por Abdelkarim al-Eriani, consejero político del Presidente, por el jefe de la zona militar del norte, el general Ali Muhsin al-Ahmar, y por el sheyj Saleh Hibra y Yahya al-Huthi en representación de los huthíes. A pesar de la firma, el ejército continuaba con acciones armadas, según denunció Abdelmalik al- Huthi el mismo mes de febrero.
El 21 de marzo de 2008, el gobierno yemení publicó el texto del acuerdo firmado en Doha el 1 de febrero de ese mismo año. En marzo, la Comisión encargada de la aplicación del Acuerdo proseguía sus esfuerzos para que se aplicara la cláusula referida al abandono, por parte del grupo de al-Huthi, de las zonas pactadas y la entrega de las armas pesadas y medias, y también el despliegue del ejército en las zonas abandonadas por los huthíes.
Pero en mayo de 2008 estalló la quinta guerra. En julio se puso en marcha una nueva comisión para resucitar el Acuerdo de Doha, tras un pacto entre el gobierno y los jefes tribales en medio de otras iniciativas para pacificar la zona encabezadas por jefes tribales de las gobernaciones de Saada y también de Amrán y de la zona de Bani Hashish próxima a la capital, a las cuales se había extendido el conflicto armado. La nueva comisión estaba formada por representantes de partidos de oposición, ulemas, parlamentarios, senadores y miembros de organizaciones de la sociedad civil.
El fin de la guerra El 17 de julio, el presidente yemení anunció el fin de las operaciones militares en la gobernación de Saada contra los “rebeldes huthíes”, prometiendo que la guerra no volvería a estallar de nuevo. Esta vez hubo un canal de comunicación directa entre Abdelmalik y el Presidente durante las semanas previas a la declaración. Según algunos analistas se llegó a ese acuerdo entre ambas partes porque el gobierno quería evitar a toda costa una posible injerencia saudí, ya que los rumores apuntaban a que el vecino del norte pretendía crear una especie de ejército popular en Yemen para combatir a los huthíes, lo cual podría representar un peligro para el gobierno yemení a corto o medio plazo. Quizás el Presidente puso fin a la guerra, para utilizar a los huthíes en su próximo enfrentamiento con la Agrupación al-Islah en las próximas elecciones. Además puede haber otros enemigos en perspectiva: las tendencias salafíes (lo que estaría bien visto por Occidente), la corriente liberal (ajustes de cuentas locales), el ejército (sustituir a la vieja jefatura, y de hecho la guerra contra los huthíes ha servido para destituir a un jefe militar de alta graduación que dirigió los combates en Saada).
El grupo de al-Huthi aceptó la propuesta porque incluía varias de sus peticiones: retirada de las tropas y alto el fuego, condiciones que permitirán al movimiento tomarse un respiro y recuperarse.
A principios de agosto el jefe de los huthíes, Abdelmalik Badr al-Din al-Huthi, envió un mensaje al presidente yemení que contenía el compromiso del grupo con los diez puntos impuestos por el presidente tras el anuncio del fin de la guerra:
Alto el fuego.
Apertura de los caminos, desactivación de las minas y entrega de las mismas al Estado.
Abandono de los refugios en las zonas montañosas, las granjas y las viviendas de los ciudadanos.
Poner punto final a las manifestaciones armadas y a las provocaciones en todas las provincias de la gobernación de Saada.
Entrega de armas medianas y pesadas al Estado.
Permitir el regreso de los desplazados.
Salida de los huthíes llegados a Saada procedentes de otras gobernaciones.
La entrega de los militares y civiles rehenes a las autoridades locales de Saada.
La devolución de los bienes saqueados durante la revuelta a las autoridades locales y a las fuerzas armadas.
Abdelmalik reconoce en el mensaje que el Estado es el único responsable de imponer la autoridad y la ley en la gobernación.
El grupo se comprometió entonces a preservar la seguridad, la estabilidad y la tranquilidad en la zona. Ya ha comenzado la liberación de presos huthíes y de rehenes, y tanto los huthíes como el ejército han empezado a retirarse de sus posiciones.
Las causas La crisis entre el régimen y el movimiento de los huthíes ha venido dada por motivaciones tanto políticas como religiosas. El grupo considera que la oposición que realiza su “organización cultural”, Juventud Creyente, al control estadounidense y contra Israel, manifestada en sus eslóganes le convirtió en objetivo de ataques y detenciones por parte del régimen, a pesar de que, según manifiesta el propio grupo, respetan la Ley y la Constitución. Acusan al régimen yemení de plegarse a las exigencias de EEUU. Así, su actividad militar es vista como una acción en defensa de sus bienes y posesiones. Piden más libertad doctrinal, y aseguran que el régimen les persigue porque representan políticamente a los hashemíes. Los enemigos de los huthíes les acusan de haber abandonado el zaydismo y haberse pasado a la shia duodecimana, argumento rechazado por los huthíes, que su referente ideológico es Hizbullah, a pesar de que este partido ha negado tener cualquier vínculo con los huthíes, y la revolución islámica iraní. Según los enemigos de al-Huthi, Huseyn Badr el- Din comenzó a cambiar su doctrina, del zaydismo al shiismo ducodecimano, prácticamente desconocido en Yemen, debido a las repetidas visitas que realizó a Irán. En cualquier caso, hay quien opina que Irán utiliza a al-Huthi y a sus seguidores para desestabilizar a un país como Yemen, aliado de EEUU, y también crear turbulencias en esa zona limítrofe con Arabia Saudí con quien las relaciones habían llegado a ser muy tensas, y también hay quien piensa que Yemen agita el fantasma de la influencia iraní en el norte del Yemen para obtener más ayudas de Arabia Saudí.
El régimen les ve como fuera de la ley, considera que se han rebelado contra el sistema republicano y que intentan imponer de nuevo el antiguo régimen del imamato, algo negado por la jefatura del movimiento.
¿Se trata de un conflicto ideológico? Es indudable la existencia de un trasfondo ideológico en el conflicto, dado que han mediado entre las partes personalidades políticas, parlamentarios de diferente signo, con propuestas del régimen como una amnistía general, las compensaciones por los daños y la renuncia a eslóganes como “Muerte a América y muerte a Israel”.
Pero también es cierto que el régimen optó por la solución militar, desoyendo las iniciativas presentadas por los ulemas zaydíes para solucionar los problemas de la gobernación de Saada, como se quejaba un ulema zaydí, el Doctor Murtada Zayd al-Mahturi, presidente del Centro Badr.
Los huthíes han justificado su alzamiento por la marginación que sufre la zona en lo que a proyectos de desarrollo se refiere. La guerra de cuatro años, con periodos de paz intermedios y cinco períodos de enfrentamientos armados, ha dejado tras de sí, según un primer estudio elaborado por la Comisión de Reconstrucción de la Gobernación de Saada creada por el consejo de ministros yemení, graves pérdidas: 4141 viviendas destruidas, total o parcialmente, 64 plantaciones de árboles frutales y 24 granjas avícolas han sufrido daños, 21 instalaciones gubernamentales se han visto afectadas total o parcialmente (escuelas, centros de salud, lugares de culto). Sobre pérdidas humanas no hay todavía datos oficiales, pero se habla de unos mil muertos y varios miles de heridos, entre soldados y civiles, y más de 55.000 desplazados internos, según el Comité Internacional de la Cruz Roja.
Tal vez, el régimen haya llegado a solucionar la crisis con los huthíes, pero le esperan otras: la ola de conservadurismo, manifestada en la creación de la Organización al-Fadila, una organización casi parapolicial encargada de velar por las buenas costumbres y que ha contado con la bendición de uno de los máximos dirigentes del islamismo yemení, Abdelmeyid al-Zendani; el enfrentamiento con la oposición, reagrupada en el Bloque del Encuentro Común (Takattul al-Liqa al- Mushtarak) que incluye al-Islah, el Partido Socialista, la Organización Unionista Popular Naserista (al-Tanzim al-Wahdawi al-Shaabi al-Naseri), la Unión de Fuerzas Populares (Ittihad al-Qiwa al-Shaabiyya) y el Partido de la Verdad (Hizb al-Haqq), y con el debate sobre la ley electoral y las elecciones legislativas previstas para el 2009 como caballo de batalla. A ello hay que añadir el reto que supone la presencia de células al-qaedistas y los disturbios en el sur como resultado del ostracismo al que han sido condenadas las fuerzas políticas sureñas y la cada vez mayor presencia de la corriente salafí en el país. Además, nada garantiza la estabilidad, el abandono definitivo de las armas y de la solución militar en Saada. Es más, hay una “tensión verbal” entre ambas partes que se acusan de incumplir el Acuerdo de Doha y quedan muchos aspectos pendientes: las compensaciones a los afectados, la retirada de las zonas montañosas y de las instalaciones estatales ocupadas por los huthíes, la reconstrucción y la recuperación de los servicios fundamentales prestados a los ciudadanos, la entrega del armamento pesado de los huthíes, la liberación de los rehenes y el esclarecimiento del paradero de los detenidos o desaparecidos (la Organización Yemení de Defensa de los Derechos y las Libertades asegura, en un comunicado del 19 de agosto, que hay 135 detenidos y varias decenas de desaparecidos desde que acabó la guerra).
Huseyn Badr al-Din al-Huthi nació en 1956 en la aldea de Al al-Sayfi, en la zona de Hydan, en la gobernación de Saada (240 kms. al noroeste de Sanaa), seis años antes de la revolución que acabó con el imamato. El imamato había gobernado el país como prolongación del Estado zaydí que pervivió once siglos y se había fundado en las montañas de Saada para posteriormente extender su influencia por el país. Perteneciente a una familia que remonta su linaje a los hashemíes (descendientes del Profeta), su padre, Badr al-Din al-Huthi, está considerado como una de las máximas autoridades de la shia zaydí en Yemen. Estudió en las escuelas sunníes de Saada que gestionaban los islamistas yemeníes que luego se transformarían, en 1990, en la Agrupación al-Islah, en la órbita de los Hermanos Musulmanes, aunque también recibió enseñanza religiosa de la mano de su padre y de los ulemas zaydíes. Después estudió Legislación Islámica y Derecho en la Facultad de Sharia de la Universidad de Sanaa, pero en 1992 se decidió por el activismo político y fue uno de los fundadores del Partido al- Haqq (La Verdad), partido de oposición creado por ulemas, intelectuales y jefes tribales pertenecientes a la corriente zaydí, que contó con el apoyo de otras fuerzas políticas para contrarrestar la influencia y poder de al-Islah, entonces aliado del partido gubernamental, el Congreso Popular General. En 1993 fue diputado por la gobernación de Saada, pero renunció a presentarse en las elecciones de 1997, dejándole paso a su hermano Yahya Badr al-Din, que se presentaba por el Congreso Popular General, un año después de que Huseyn, su padre y centenares de seguidores se dieran de baja del Partido al-Haqq. Se dedicó entonces a la gestión de la actividad del Foro al-Shabab al- Muumin (Juventud Creyente) y se trasladó a Sudán para cursar estudios de postgrado y doctorarse en Ciencias del Corán. Los que le conocieron dicen que era brillante, con amplios conocimientos islámicos pero con puntos de vista extremistas. En 2000 dimitió de la gestión de al-Shabab al-Muumin. En 2003, cuando comenzó a expandirse el activismo del grupo por diferentes ciudades yemeníes, empezó a encabezar manifestaciones y lanzar eslóganes en las mezquitas (Muerte a América y muerte a Israel) lo que provocó los primeros enfrentamientos con las fuerzas de Seguridad. Fue entonces cuando arrancó el proceso de radicalización, favorecido por la cada vez mayor intransigencia del régimen, lo que desembocó en el conflicto armado que estalló el 18 de junio de 2004. Huseyn Badr al-Din al-Huthi murió en la primera fase bélica del conflicto, en septiembre de 2004.
Yahya Badr al-Din al-Huthi, hermano de Huseyn, el primer dirigente de la revuelta, y de Abdelmalik, al actual líder del movimiento, es diputado por el Congreso Popular General, el partido gobernante, desde 1997. Desde finales de 2004 se encuentra exiliado en Alemania. En junio de 2008, el Parlamento decidió por segunda vez (la primera fue en febrero de 2007) retirarle la inmunidad parlamentaria para ser llevado ante la justicia. El Ministro de Justicia, en una nota dirigida al Parlamento, le acusó de participar en la creación de una banda armada, incitar a la revuelta armada, a desobedecer la Ley, a la rebelión contra el régimen, apoyar actos terroristas y de sabotaje en algunas provincias de la gobernación de Saada y de espionaje a favor de terceros países.
El Zaydismo es un movimiento shií que se separó de la corriente principal en el siglo IX después de la muerte del cuarto imam, Ali Zayn al-Abidin, ya que los zaydíes reconocieron como sucesor a su hijo menor, Zayd Ibn Ali, y no al hermano mayor Muhammad al-Baqir que fue aceptado por la mayoría como quinto imam. Zayd fundó su movimiento inicialmente en la ciudad iraquí de Kufa. Después de tomar parte en varias rebeliones shiíes encabezadas por los descendientes de Ali, en la segunda mitad del siglo IX los zaydíes fundaron dos Estados en regiones montañosas alejadas del poder central: en las montañas de la costa meridional del Mar Caspio y en las montañas septentrionales de Yemen, en la zona de Saada. Este último fue fundado en el 897 por el Imam al-Hayy. Aunque intentaron varias veces extender su dominio a otras regiones, a lo largo de su gobierno los imames lucharon, sobretodo, para defenderse de las otras dinastías (Abbasíes, Fatimíes, Ayyubíes y Mamelucos) sobreviviendo a todas ellas. Lucharon también contra los Otomanos, que invadieron el país en 1536, hasta expulsarlos en 1635 conquistando el sur del país y realizando la expansión territorial más amplia de su historia.
En el siglo XVII la capital se movió de Saada a Sanaa y los imames zaydíes siguieron gobernando Yemen como un Estado islámico aislándolo lo más posible de las influencias extranjeras. Los Otomanos invadieron de nuevo el país a mitad del siglo XIX pero nunca llegaron a completar la ocupación del norte, ya que en las áreas de influencia zaydí los imames conservaron su autonomía política y espiritual. El imam Muhammad (1891-1904) cambió el milenario imamato electivo por una dinastía hereditaria y su hijo, el imam Yahya (1904-1948), prosiguió la lucha de su padre contra los otomanos. El moderno Estado de Yemen adquirió su independencia en 1918 y el imam pudo gobernar todo el país. Los últimos años de su gobierno vivieron una fase de crisis, con el estancamiento de la economía, el aumento de la emigración y la formación de los “Yemeníes Libres”, un movimiento nacionalista en el exilio que en 1948 asesinó al imam. El alzamiento fue derrotado por su hijo, el imam Ahmad (1948-62) que venció otra revuelta en 1955. Con la muerte del imam Ahmad en 1962, un grupo de oficiales nacionalistas tomó el poder en Sanaa y proclamó la Republica Árabe de Yemen. Los monárquicos se solidarizaron con el imam al-Badr, el hijo de Ahmad que escapó de Sanaa, y estalló una guerra civil entre el gobierno republicano, apoyado por Egipto, y las tribus promonárquicas apoyadas por Arabia Saudí. Tras la retirada de Egipto, a raíz de la derrota de 1967 ante Israel, y tras varios magnicidios, en 1979 Ali Abdallah Saleh se convirtió en Presidente y consiguió reconciliar a los diferentes grupos. Aunque Yemen se había convertido en una República, el baluarte zaydí se mantenía en las montañas autogobernándose bajo el paraguas del gobierno central.
La cuestión de la sucesión del Profeta, el califato o el imamato, es el punto central de la separación entre zaydíes y sunníes. Los zaydíes consideran que el Profeta designó secretamente a Ali como su sucesor, así pues el nombramiento de Abubakr, primero, y Omar, después, como califas es considerado un acto de infidelidad. Cualquier descendiente de Ali puede ser elegido imam por sus meritos personales, no se reconoce esta figura como infalible, sino todo lo contrario, debe demostrar sus habilidades para gobernar, debe ser una persona íntegra, piadosa y valerosa, y si es injusto es legítima la rebelión para restablecer el derecho y la justicia.
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