viernes, 4 de septiembre de 2009

Homenaje a Indochina (II)


Rafael Poch-de-Feliu
La Vanguardia.
Laos


Si Vietnam es un país de pujanza y optimismo, un país de esperanza y voluntad, su vecino Laos es como una relajada y amable siesta. En esta época del año, al finalizar la temporada seca, el Mekong fluye apacible a su paso por la plácida capital de la nación. Para alcanzar el agua hay que caminar un buen trecho por la arena, lo que los locales llaman "la playa", un espacio inmenso repleto de chavales jugando al fútbol y de adolescentes paseando.

Admirando la puesta de sol sobre el río, entre la luz difuminada del atardecer desde una terraza con olor a pinchitos de pescado y carne, se puede hacer la lista de lo que no hay en Vientian.

No hay vuelos directos desde Pekín. Tampoco trenes, en Laos no hay ferrocarril. En la prensa de Bangkok, Vientian no figura en la columna de las temperaturas y los pronósticos metereológicos para Asia. Una frase repetidamente escuchada a varios expatriados aquí residentes reza así; "en Vientian... no hay nada que ver". Y otra cosa que no hay es prisa, ese ingrediente necesario de la estupidez humana. Quien llega aquí con planes y adrenalina en el cuerpo se frustra, a menos que se deje llevar por el magnífico ambiente provinciano y el clima ideal.

Vientian es un pueblo grande, capital de un país remoto y montañoso, el único sin salida al mar de Asia sudoriental, con pocas carreteras y habitantes. En esta ciudad, todo el mundo se conoce. En los turbulentos sesenta, cuando la CIA ponía las bases de una guerra genocida, las principales corrientes políticas locales; comunistas, neutralistas, monárquicos y reaccionarios, estaban lideradas por príncipes que eran primos hermanos. Hoy, se genera cierta familiaridad entre los mochileros que hacen escala aquí, después de que sus caminos de lectores gregarios de la misma guía "Lonely Planet" se crucen cuatro o cinco veces en una mañana, por las rutas del nada que ver local, salpicadas de agradables restaurantes. La vida es, sin embargo, imprevisible. ¿Quién habría dicho que, hace unos años, uno podía haberse topado en estas calles hasta con un ex director general de la española guardia civil, sin tricornio, fugado de Madrid por corrupción?

Los periodistas que trabajan en Asia vienen poco a Laos -"noticias", es otra cosa que no hay-. Siendo un régimen de partido único, tampoco hay gran cosa que "denunciar". Los teléfonos no están pinchados, ni se vigila a los extranjeros. Es verdad que a los periodistas se les pone un "acompañante", pero aquí no se palpa gran vocación policial. Hay algún informe de Amnistía Internacional, pero no parecen cosas de mucho calibre para un país en desarrollo. A falta de noticias, está el menú anglosajón vía Internet: aquello que dicen que ocurre en Laos quienes dominan el mercado de la realidad. Desde hace varios años, los dos principales platos de ese menú son la fantasmagórica actividad de los rebeldes Hmong, la etnia montañesa que la CIA utilizó como carne de cañón anticomunista para luego abandonarla, y los proyectos, ecológicamente desastrosos, que los perversos chinos planean, o están realizando, para cargarse el Mekong.

¿Existe una guerrilla Hmong? Oficialmente, no. Sólo algunos "bandidos". Hace cuatro años, hubo una explosión en un bar de Vientian con 13 heridos y en abril del 2003 un ataque contra un autobús en el norte con diez muertos. De vez en cuando se oye alguna explosión en Vientian. La explicación estándar es que son petardos, alguna fiesta. "Debió ser una juerga impresionante, porque la explosión se escuchó a milla y media de distancia", dice un local, recordando la última... Por lo demás, no es que en Laos no pasen cosas, lo que ocurre es que no se entera nadie. Un expatriado con nueve años de residencia, casado con una local y padre de familia numerosa, reconoce que no se entera de nada de lo que se cuece en el país. Le pregunto si entiende su enigmático entorno asiático. "Así", dice señalando una pizca con los dedos.

Como en otros lugares de la región, los chinos están incrementando su presencia, de acuerdo con su creciente peso especifico. El edificio más grande y suntuoso recientemente construido en Vientian, el feo Centro Cultural inaugurado en el 2000, fue sufragado por ellos con 7 millones de dólares. La pujanza china, que según algunos, amenaza el mercado agrario de Laos con precios más bajos que los locales, "nos va a permitir diversificar una dependencia comercial que antes teníamos hacia Tailandia casi en exclusiva", dice un funcionario. En cualquier caso, China está abriendo su puerta sur para desarrollar su provincia de Yunnan, con varios grandes proyectos de navegación en el Mekong y trazados de nuevas carreteras hacia Birmania y Laos. Esos nuevos ejes van a tener un gran impacto en la transformación de Laos, que hoy exporta fundamentalmente, electricidad, madera y oro, y conoce un crecimiento que ronda el 6%.

Desde que Estados Unidos arrasara Laos con sus bombas, hace 30 años, la mortalidad infantil se ha dividido por tres y los menores de 15 años representan hoy el 45% del censo nacional, por lo que hay niños por doquier, casi siempre con el uniforme colegial azul y blanco. Es un mundo pobre pero aparentemente feliz, en el que salvo catástrofe natural no falta para comer, y en el que la gente sonríe.

La herencia de las bombas

Nahin Long es un remoto pueblo de 500 habitantes del sur de Laos, en la provincia de Saraván, que queda a 800 kilómetros al sur de Vientian. La provincia solo tiene 317.000 habitantes, divididos en 14 etnias y de sus 724 pueblos, 130 están aún por debajo del nivel de pobreza. Es frecuente encontrar lenguas distintas entre pueblos vecinos, y muchas veces los funcionarios de la capital provincial necesitan intérprete. La televisión llegó a Laos en diciembre de 1983, pero en Nahin Long, lo que llegó, el año pasado, fue la electricidad. Los vecinos del pueblo, cuyo nombre significa "Piedra funeraria", disponen de un televisor comunal con el que ven la tele tailandesa, la más popular en Laos. La aldea está compuesta por una sucesión de casas de bambú y madera montadas sobre palafitos, y un templo budista. En la estación seca, la mayor parte del tiempo libre de los campesinos transcurre a la sombra, entre los pilares que sostienen sus casas. El 60% de los campesinos de Laos viven fuera de la economía monetaria. Los pueblos, e incluso las provincias, practican la autosuficiencia.

La agricultura (café y arroz) representa el 70% del ingreso de la provincia de Saraván, que es un microcosmos autosuficiente, excepto en obras públicas, pagadas a medias con el gobierno central. Una sola pequeña central eléctrica en el río Xeset, basta y sobra para el abastecimiento de toda la provincia. Los distritos montañosos del este sólo son accesibles en la estación seca. Dentro de ellos, "a veces los caminos son transitables todo el año", explica el vicegobernador de la provincia, Bounthiam Phommasathit. Es una clara mejora: en los ochenta, toda la provincia, que resultó literalmente arrasada durante la guerra, era una isla mal comunicada.

La mayoría de los mochileros occidentales y australianos que pasan por Laos ignoran que, entre 1964 y 1973, Estados Unidos lanzó sobre el país unos 800 kilos de explosivos por cada uno de los 2,5 millones de habitantes, hombres, mujeres, niños y ancianos, que contaba entonces su población. El motivo de su ignorancia es el mismo por el que sus padres ignoraron en su día la "guerra secreta" del Pentágono contra Laos; no fue declarada, y los medios de comunicación no la mencionaban.

"Querían destruirlo todo", dice Bounpone Sayasenh, 52 años, cinco de ellos destinado en la Ucrania soviética, Director de la agencia nacional UXO-LAO, responsable de la limpieza del territorio nacional de bombas no explosionadas.

"No quedará nada vivo o en pie, que los comunistas puedan heredar", observaba en 1970 el periodista australiano, John Everigham. Se equivocaba; quedaron las bombas.

Cada avión B-52 arrojaba 32.000 kilos de bombas de hasta 1.500 kilos, además de napalm, fósforo o defoliantes. Las bombas de fragmentación, todavía en uso en Irak y Afganistán, estaban especialmente diseñadas para multiplicar las víctimas indiscriminadas. Cada una de ellas se descomponía en 670 pequeñas bombas del tamaño de una pelota de tenis ("bombitas") y cada "bombita" contenía 370 proyectiles.

En Laos se lanzaron unos 80 millones de esas "bombitas", pero entre el 10% y el 30% de ellas no estallaron, por lo que en tierra quedaron entre 8 y 25 millones de unidades. Dos terceras partes del territorio de Laos están actualmente "contaminadas" por esos y otros artefactos. Su presencia determina la vida del 25% de las aldeas del país, el más pobre de Asia sudoriental.

"Antes de construir una escuela, o un puente, o de trazar una carretera, o de cultivar una zona, hay que limpiarla palmo a palmo", explica Bounpone. "En 1996 hicimos un estudio de impacto según el cual supimos que 15 de las 18 provincias del país están contaminadas. Hasta el 2013 queremos limpiar las zonas agrícolas más productivas para incrementar la producción de arroz, pero el problema persistirá durante 50 o 100 años", dice.

En el restaurante del Señor Soulideth, en los alrededores de Saraván, las chuletas se asan sobre la carcasa de una bomba de fragmentación estadounidense de más de dos metros de largo. La barbacoa no es el único uso que los campesinos de Laos han aprendido a hacer de la munición que la guerra les dejó en herencia. El herrero de Nonsavad, otro pueblo de los alrededores, usa como yunque un proyectil de artillería de 155 milímetros. En otros lugares, se confeccionan lámparas de petróleo con minas, o se usan los proyectiles de mortero como lastre en los tejados vegetales, o las carcasas de las grandes bombas de hasta 1.200 kilos dispuestas verticalmente sostienen como pilares las casas de madera y bambú.

Las provincias de Saraván y Xiang Juang recibieron el grueso de aquella lluvia de bombas de nueve años. De la capital de Saraván, que lleva el mismo nombre y hoy cuenta con 80.000 habitantes, "solo quedó en pie una casa". En Xiang Juang, "no quedó nada que el hombre hubiera construido", explica Liam Mesxavy, coordinador provincial de UXO-LAO.

Desde 1997 la organización, ayudada por la ONG MAG (Mines Advisory Group), ha destruido 77.432 artefactos, entre ellos: 30.000 mortíferas "bombitas", 783 minas y 200 grandes bombas de aviación de entre 100 y 1.250 kilos de peso. El Señor Vilisack, 39 años, padre de tres hijos, un técnico de UXO-LAO de Saraván, es, probablemente, la persona que más bombas grandes ha desactivado y detonado del mundo. Ha participado en la desactivación de 235 bombas y detonado 57.

"Por destruir un petardo del IRA, en Inglaterra te convocan al palacio de Buckingham y te condecoran, pero este hombre lo hace cada semana desde hace siete años con artefactos tremendos", observa Paul Standford, un ex sargento artificiero del ejército británico que trabaja para MAG en Laos. En 1997, MAG recibió el premio Nobel de la paz, y ha venido formando los equipos de UXO-LAO en las dos provincias mártires de Laos. El trabajo de estos experimentados equipos ha conseguido reducir la mortandad ocasionada por la munición no explosionada. Hasta 1997, cuando comenzaron su trabajo, en Saraván se registraban entre 50 y 70 víctimas por año, actualmente son alrededor de una docena, pero es una labor tan meritoria como desesperante. Desde 1997 han limpiado 416 hectáreas en Saraván, pero la provincia tiene un millón de hectáreas, y la mayor parte de ella está contaminada por la munición. Es tanta la cantidad de bombas y artefactos explosivos no detonados que hay en el suelo, que, treinta años después del fin de la guerra, los campesinos siguen cultivándola entre bombas, mientras sus hijos van al colegio y juegan, entre munición no explotada.

Senderos de guerra

El puente de bambú está ahí, atravesando el río de rápidas aguas, pasada la impetuosa cascada, en medio de la jungla. ¡Qué elegante es!, con su base vegetal trenzada y su pasamanos de caña. ¡Y qué frágil parece! Tiene unos 150 metros, y, cuando se inicia el cruce, se diría demasiado largo para ser estable, pues basta el peso de una persona para que se balancee. Pero, enseguida, uno suelta la barandilla, que al principio agarra con prevención, al constatar que, pese a su flexibilidad y balanceo, es una construcción sólida, que no va a ceder.

Un entramado similar permitió a éste pueblo soportar tanto sufrimiento, entrelazando su férrea voluntad y su gran capacidad de resistencia. La naturaleza campesina y la general predisposición a sacrificar sus vidas, hacían invencibles a aquellos soldados y guerrilleros de Indochina en su lucha contra la última tecnología de destrucción. Suena poético, pero el precio pagado fue terrible.

En las carreteras de los distritos de Ta Oi y Samouai de Saraván, al sur de la "Carretera número 9" se revela un paisaje devastado; los bosques no crecen, o son raquíticos, por la acción de los defoliantes y los cráteres de las bombas aun recrean un panorama lunar. Apartarse de la carretera es peligroso por la cantidad de proyectiles y bombas sin explotar que hay. Los dos distritos son la zona más pobre de la provincia precisamente porque hace treinta años la "Ruta Ho Chi Minh" pasaba por aquí.

La ruta fue un laberíntico corredor de caminos y senderos de miles de kilómetros que iba del norte al sur de Vietnam, a través del territorio de Laos, protegido por los bosques, selvas y alturas de la Cordillera Annamita. Por esa red circulaba el tráfico de tropas, combustible, armas y suministros, para los combatientes del sur, por lo que fue uno de los principales objetivos de los bombardeos en Indochina. Para la población local, frecuentemente empleada en su mantenimiento, la vida bajo las bombas se hizo rutina.

Vilisack, que entonces era un niño de seis años, recuerda que los bombardeos aéreos destruyeron su pueblo. Todos tenían que huir hacia las montañas, vivir en agujeros y recoger el arroz de noche, entre las incursiones de los B-52. Su hermano mayor de diez años, sufrió quemaduras de una bengala de aviación, y ocho de los quince muertos registrados en el pueblo eran familiares suyos.

"Nuestros padres nos decían que habíamos nacido en una época maldita", recuerda Vilisack, un hombre de mirada risueña y bondadosa, que se formó como soldador tres años en Halle, una ciudad de la antigua Alemania Oriental.

En la ruta se desarrolló toda una artesanía de astucias para eludir, despistar y confundir a los aviones, sus sofisticados sensores, radares, ordenadores y visores. La "cocina sin humo, Hoang Cam", que llevaba el nombre de su inventor, enterrada y con toda una serie de chimeneas subterráneas que diluían el humo para no ser advertida desde el aire. Los simuladores de ruido, que burlaban a los bombarderos, recreando el sonido de los motores de los camiones, o de voces humanas, junto a las "orejas electrónicas", los sensores que los estadounidenses lanzaban en paracaídas para escuchar los ruidos de la jungla y orientar a sus aviones.

Recursos para el descanso descubiertos por los combatientes, como las flores y raíces de "rosa canina", la marijuana de la selva. Mezcladas con tabaco, colocaban a los soldados, diluyendo en los vapores de la imaginación los horrores y sufrimientos de la jornada. La sopa de larvas de termita y gusanos de tierra, un remedio contra la malaria que el ejército popular aprendió de los indígenas de Laos.

Hazañas legendarias, como la del soldado de comunicaciones, Tran Van Tang, una especie de correo de la ruta. En diez años caminó 20.000 kilómetros por la cordillera Annamita, sobreviviendo a todo tipo de peligros, entre ellos dos ataques... de tigre. En el primero se encaramó a un árbol, mientras el animal rondaba abajo rugiendo hasta que se cansó; en el segundo se lanzó directamente al río desde su hamaca, cuando la fiera se abalanzó sobre él mientras dormitaba.

Todo un cuerpo de ejército, el 559, se dedicaba a mantener el transporte a lo largo de la ruta, a mantener sus senderos, carreteras y puentes, frecuentemente construidos como calzadas de piedra sumergidas bajo el lecho de los ríos para no ser vistos desde el aire.

Del millar de misiones de B-52 realizadas mensualmente -más de treinta misiones diarias-, la mayoría tenían como objetivo la "Ruta Ho Chi Minh". Lo que se destruía durante el día se reparaba por la noche o bajo la protección de la niebla. Si no había niebla, se creaba. Quemando bosque, rastrojos o utilizando un líquido llamado C-4, se levantaban grandes cortinas de humo contra la aviación, capaces de cubrir artificialmente el cielo durante cuarenta minutos para facilitar el paso de convoyes por zonas visualmente desprotegidas.

Centenares de miles de toneladas transportadas a pie, en bici, en camión o a lomos de elefante, con más de dos millones de hombres y mujeres trabajando para mantener abiertas las comunicaciones. La ruta, su continuidad operativa pese a los miles de toneladas de bombas lanzadas, su trazado, múltiple y repleto de falsas pistas para despistar a los aviones, era un misterio para el enemigo. Se enviaron decenas de comandos para revelarlo, pero muy pocos de ellos regresaban y los testimonios de quienes lo hacían, apenas aclaraban el asunto.

Ngo Ban, hoy un anciano, sirvió 31 años en el ejército, desde 1950 hasta 1981, casi siempre en tiempo de guerra. Durante la "guerra de América", que es como aquí se llama a la "guerra de Vietnam", para distinguirla de la de los franceses, los chinos y los jmers, fue comisario político. Formaba soldados y guerrilleros en el norte y los acompañaba al frente para entregarlos a sus camaradas del Viet Cong. Para llegar a Vietnam del Sur, iban por la Ruta Ho Chi Minh. Primero en tren hasta 300 kilómetros al sur de Hanoi, luego montaban en los camiones "Zil", conducidos por una compañía femenina que los llevaba hasta cerca del Paralelo 17, la frontera con Vietnam del Sur. Allí comenzaba un viaje a pie de tres meses, una verdadera odisea.

La marcha se iniciaba a las siete de la mañana, con un guía al frente de la columna que habría el paso. El que cerraba la columna se encargaba de volver a colocar las ramas y el follaje en su posición natural, para borrar trazos del sendero. Avanzaban 20 kilómetros al día, hasta alcanzar el siguiente punto de etapa, donde cambiaban de guía y se comía.

"Lo primero que se hacía al llegar, era cavar, cavar y cavar. Cuanto más profundo más seguro. A veces aprovechábamos las trincheras y refugios del contingente precedente, pero frecuentemente estaban destruidas por el anterior bombardeo y había que rehacerlas". Solo después de cavar, se podía comer y descansar.

Cada soldado cargaba entre 35 y 40 kilos; arroz, una mosquitera, la hamaca, un impermeable, el arma y las municiones, y un botiquín que contenía: venda, desinfectante, repelente contra los mosquitos y un antitérmico para la malaria. Los oficiales cargaban menos.

"A siete días de nuestro destino tuvimos que parar porque cada 15 minutos había una oleada de B-52. En los minutos entre bombardeo y bombardeo cavábamos más profundo. Así desde las ocho de la tarde, hasta las cuatro de la mañana. Los que morían era porque no se enterraban bien, porque abandonaban su refugio para cambiar de posición en pleno bombardeo, o por impacto directo".

Los nichos de cada soldado se cavaban en círculo. En el centro del círculo en el que se encontraba Ngo Ban y otros diez soldados enterrados, cayó una bomba de 500 kilos, pero no explotó. "Quedó clavada en el suelo, de lo contrario, habríamos muerto todos. A la mañana siguiente, vi que entre los 600 hombres del batallón sólo habíamos tenido ocho muertos y once heridos". De esos 600, solo llegaron a destino 450, no por los bombardeos, sino por la malaria.

"La malaria era mucho más peligrosa que las bombas, los hombres caían como moscas, algunos se restablecían y podían continuar. Otros quedaban postrados en las etapas en sus hamacas. Por la mañana, los oficiales pasaban la mano por el fondo de las hamacas para ver si estaba caliente y húmedo, del sudor, las heces y orines, señal de que los usuarios estaban vivos. Muchos morían allá. En otro transporte, de los 600 solo llegaron a destino 28, todos enfermos, incluidos los oficiales. Cuando llegamos hasta la zona B-2, no muy lejos de Saigón, recibimos la noticia de que Ho Chi Minh había fallecido, era el 2 de septiembre de 1969".

Retengo una frase del relato de Ngo Ban. "La vida en la ruta era muy alegre", dice, "unos bajaban (al frente) y otros regresaban, hombres y mujeres, todos jóvenes, en las etapas se intercambiaba información, se hacían amistades y amores, pero la política era evitar el contacto entre los que iban a entrar en combate y los que salían..." ¿Por qué "evitar el contacto"?

Lo aclara el escritor ex combatiente, Bao Ninh. Los que "salían" del frente, eran hombres rotos, casi siempre supervivientes de unidades diezmadas, que habían perdido, diariamente, compañeros, presenciado escenas horribles de cuerpos destrozados, quemados vivos por el napalm. Hombres que llevaban las súplicas de camaradas queridos pidiendo que los remataran para dejar de sufrir, metidas en los sesos. Soldados heridos que arrastraban a otros heridos, hambrientos, agotados, enfermos, con las ropas hechas jirones... con el mal de guerra en el cuerpo y en la mente. Su contacto con los "nuevos" se evitaba para evitar el contagio de esa terrible enfermedad llamada "mal de guerra", la enfermedad de las almas rotas y la desmoralización.

Bao Ninh fue uno de los diez raros supervivientes de los 500 jóvenes que componían su brigada, la gloriosa 27 Brigada del ejército regular del norte. Su novela "El mal de guerra" ("The Sorrow of War", no traducida al español), es fundamental para entender la historia. Leyéndola se comprende que, si a uno le importa la historia, hay que empezar por remitirse a las fuentes locales y olvidarse de la anecdótica producción cinematográfica estadounidense. Supuestas "joyas" como "Apocalypse Now", de Francis Ford Coppola, son bien poca cosa. ¡Cuánto dinero y talento artístico para eludir la realidad esencial! ¿Cómo es posible perder el tiempo con los éxtasis de aquel coronel loco, con las escenas de cama de una francesa y un oficial estadounidense, o con el estúpido surf en la playa? Los vietnamitas, las verdaderas víctimas y los verdaderos héroes, son paisaje. Pura calderilla. La experiencia de un simple estudiante adolescente de Hanoi movilizado, supera con creces todos aquellos sofisticados infiernos.

El relato de Bao Ninh no precisa la menor imaginación ni fantasía, porque el autor descarga, página tras página, su propia experiencia. Su trama presenta el caótico desorden propio de una mente atormentada. En esa novela, "cualquier página podría ser la primera o la última", porque el texto fluye solo. La juventud no vivida, sus fantasías sexuales, el hombre roto... El autor no la ha escrito para ganar dinero u obtener éxitos, reconocimiento, un premio, sino animado por el más genuino impulso creador; para liberarse de sus propios demonios y porque debe cumplir, con ella, "su última aventura como soldado", una misión sagrada, encargada por los mismos espíritus y fuerzas que le eligieron a él como absurdo superviviente de "batallas en las que, aparentemente, era imposible salir con vida". Bao Ninh ha presenciado más cadáveres, cuerpos destrozados y carnicerías, ha perdido más compañeros, que cualquier otro escritor -como Víktor Nekrasov en su "En las trincheras de Stalingrado", otra obra maestra- y descarga, frase a frase, todo el daño que la guerra le ha dejado en el alma. De ahí su enorme fuerza dramática, su gran calado humano, multiplicado por la sencillez. Una de las mejores novelas de guerra jamás escritas.

Relevo imperial

Song Thap, el pueblo del hoy anciano de manos temblorosas y fresca memoria, Teniente Coronel retirado, Ngo Ban, está situado a unos 40 kilómetros de Hanoi. Sus mil habitantes generan un tremendo trajín de pequeños talleres metalúrgicos, en los que trabajan la tercera parte de ellos, pese a que el censo nacional los contabiliza como "campesinos". Al anochecer, bajo la lluvia, las calles del pueblo son iluminadas por los resplandores de los soldadores, en medio de un tráfico, motorizado y animal, que acarrea planchas y barras de acero. Toda la escoria que sobra de las fundiciones, la compran los chinos, me explican, y a buen precio.

La casa de Ngo Ban es un viejo y gracioso edificio de piedra y madera, perteneciente a la familia desde el siglo XVII. Durante toda su larga vida militar de 31 años, Ngo Ban siempre sintió nostalgia y ansiedad por esta noble casa. Hoy vive en ella, rodeado de sus hijos y nietos, y contempla desde ella su vida como un amplio paisaje que se observa desde las alturas.

La casa sobrevivió a los bombardeos con bombas de fragmentación que el pueblo sufrió en 1968. "Todas las familias del pueblo tuvieron bajas, más de cincuenta heridos entre los seiscientos habitantes con que contaba entonces, pero solo tres muertos", explica. El objetivo no era el pueblo, sino una estación ferroviaria situada a tres kilómetros. "Fue un error", dice.

La guerra de Ngo Ban comenzó en 1950 contra los franceses. En aquella época, todas las casas del pueblo tenían un escondite/refugio y una salida secreta trasera que daba al callejón contiguo, por si había que huir precipitadamente.

El colonialismo francés, tuvo episodios muy crueles en Vietnam. Incluso después de vivir la experiencia de la ocupación alemana de su propio territorio nacional, la democracia francesa empleó en su desmoronado imperio, métodos que no desmerecían a los nazis. En noviembre de 1946, para escarmentar a los vietnamitas tras un incidente aduanero, tres barcos de la armada bombardearon Haiphong, sólo los barrios chino y vietnamita, matando a 6.000 personas, según la estimación francesa (En, Yves Benot, Massacres coloniaux, 1944-1950: La IV République et la mise au pas des colonies françaises. París, 2001)

En 1954 Ngo Ban asistió a los combates de la debacle francesa en Dien Bien Phu, al noreste de Hanoi, donde 15.000 franceses murieron o cayeron prisioneros. Los franceses estaban convencidos de que la artillería vietnamita era "insignificante" y se instalaron en un amplio valle rodeado de alturas. Los vietnamitas llevaron sus cañones a esas alturas a fuerza de brazos, "más de cien hombres arrastraban cada pieza por el bosque montaña arriba". Cuando se dieron cuenta, los cañones disparaban desde arriba convirtiendo el valle en una ratonera. Las piezas de artillería se guardaban en túneles y cuevas para preservarlos de la aviación. También se simularon posiciones de artillería, con cañones de cartón y disparos simulados que atraían el fuego francés. Fue una victoria, una victoria dura con 25.000 soldados vietnamitas caídos -entre ellos la mitad de los 2.500 hombres del regimiento de Ngo Ban- que abrió paso a los acuerdos de Ginebra, la división en dos del país sobre la línea del paralelo 17 y al paulatino relevo del francés por el estadounidense.

En 1954, Graham Greene, había descrito aquel relevo en su novela "El americano tranquilo", que evoca el atentado con coches bomba organizado por la CIA frente al hotel "Continental" de Saigón, en 1952, en el que murieron 8 personas y otras 32 resultaron heridas. En vísperas del 11-S, la versión cinematográfica de "El americano impasible" estaba lista para su distribución en Estados Unidos, pero después del ataque contra las torres gemelas y el Pentágono, en Nueva York y Washington, el presidente de los estudios "Miramax", Harvey Weinstein, decidió archivarla por considerarla "antipatriótica", y los medios de comunicación anglosajones presentaban su estreno como "polémico". El director de la película, el australiano Phillip Noyce, explicó en Hanoi -donde la obra fue estrenada y celebrada como una película occidental rara, por su veracidad y temática- que la mera evocación de un acto terrorista de los que no se suele hablar, entre los muchos perpetrados por la CIA o auspiciados por la Casa Blanca en diversos países del mundo en el último medio siglo, había tenido una hostil recepción durante el pase en Estados Unidos y que los periodistas locales habían estado sondeándole para desenmascarar sus ocultos "sentimientos antiamericanos".

Después de Dien Bien Phu, Ngo Ban, estudió en la academia militar e ingresó, en 1959, en una brigada especializada en la radiación nuclear y la guerra química, creada en previsión de la próxima guerra con los estadounidenses. Los trajes y máscaras especiales utilizados en la brigada, que eran de fabricación soviética, no estaban hechos para el verano local. "En solo una hora, los hombres se deshidrataban", recuerda Ngo Ban. En 1959, los vietnamitas ya se preparaban para lo peor.

Dos años antes, Henry Kissinger, luego Secretario de Estado de Nixon, había escrito un libro en el que se declaraba a favor de la "guerra nuclear limitada" como instrumento de la política exterior de EEUU (en, "Nuclear Weapons and Foreign Policy", 1957). Nixon, que entonces era vicepresidente, había leído y elogiado el libro. El uso del arma nuclear en Asia formaba parte del debate corriente entre militares y políticos en Estados Unidos, especialmente en la hipótesis de una entrada de China en la guerra, lo que explica la prevención vietnamita.

Los documentos que salieron a la luz años más tarde permiten comprobar la presencia del "debate nuclear" sobre el uso de la bomba atómica a lo largo de la guerra, en conversaciones muy útiles para dibujar el perfil moral de sus autores.

El 25 de abril de 1972, siete meses antes de que arrojaran 20.000 toneladas de bombas sobre Hanoi (equivalente a la potencia lanzada sobre Nagasaki), Kissinger y Nixon hablan en el despacho oval:

Nixon: "Tenemos que dejar de pensar en términos de golpes de tres días (contra la zona Hanoi-Haiphong), para pensar en términos de bombardeos de gran escala mantenidos hasta que... bombardeos sin límite, estoy pensando en cosas que van mucho más allá..., en los diques, en los ferrocarriles, por supuesto en los muelles...
Kissinger: ...estoy de acuerdo.
Nixon: ...debemos emplear una fuerza masiva... (...) ¿cuántos matamos en Laos?
Kissinger: En el asunto laosiano matamos unos diez mil, quince mil....
Nixon: Mira, el ataque contra el norte que tenemos en mente.... centrales eléctricas, todo lo que quede, instalaciones de petróleo, los muelles... y sigo pensando que debemos eliminar los diques ya, ¿cuánta gente se ahogará?
Kissinger: Alrededor de doscientas mil personas.
Nixon: No, no, no... antes usaría la bomba atómica, ¿cómo lo ves Henry?
Kissinger: Me parece que eso sería demasiado.
Nixon: ¿Te preocupa la bomba atómica....? Sólo quiero que pienses a lo grande, Henry, por lo clavos de Cristo."

Días después, cuando Nixon ya había aprobado al detalle la estrategia de bombardeos masivos y bloqueo del norte, con la intención de, en sus palabras, "hacer papilla a ese pequeño país de mierda", el Presidente aborda de nuevo a Kissinger:

Nixon: El único punto en el que no estamos de acuerdo es en lo de los bombardeos. Estás condenadamente preocupado por los civiles y a mí, maldita sea lo que me importan, me traen sin cuidado.
Kissinger: Estoy preocupado por los civiles porque no quiero que el mundo se movilice contra ti como carnicero..."

(En, "Secrets", A memoir of Vietnam and the Pentagon Papers, de Daniel Ellsberg, Nueva York, 2002 - Hay edición vietnamita).

Al final, las bombas atómicas no se emplearon en Vietnam y la "Brigada especial" de Ngo Ban no tuvo que emplearse, pero lo que sí sufrió Vietnam fue la guerra química.

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