lunes, 17 de agosto de 2009

¿Qué pasa con los centros de menores?


En los centros de menores cerrados se producen malos tratos de todo tipo: físicos, psicológicos e incluso ambientales

No a O'Belen
16-8-2009
www.kaosenlared.net/noticia/que-pasa-con-centros-menores

Recientemente la llamada opinión pública se ha visto sacudida al presentar el Defensor del Pueblo su Informe sobre centros de protección de menores con trastornos de conducta y en situación de dificultad social, en el que se denuncia la terrible situación que viven los menores en los llamados centros terapéuticos.

Lo mismo ocurre en los centros de reforma. Los centros de reforma están destinados al cumplimiento de medidas judiciales, es decir, donde se interna a los menores condenados por haber cometido algún delito. En los centros terapéuticos se interna a aquellos menores a los que se diagnostica un trastorno de conducta, menores que no han cometido ningún delito pero que son psiquiatrizados. En estos centros se interna a niños incluso menores de 10 años, y que al estar en situación de protección, no tienen un tiempo definido de internamiento, pudiendo estar encerrados hasta la mayoría de edad.

Así, antes de profundizar en la institucionalización de los niños, convertidos al instante en menores, es necesario puntualizar brevemente algunas ideas: en primer lugar es necesario reiterar la muy dudosa capacidad de los psicólogos para etiquetar a los niños que se encuentran en situación de pobreza. son diagnósticos de escasísima base científica que sirven a intereses de índole muy distinta a los que luego haremos referencia.

Asumida la ausencia de base científica, nos ocupamos a continuación de otro equívoco socialmente aceptado: el concepto de delincuencia juvenil no es más que un equívoco rentable formado a base de extrapolaciones injustas, atribuciones erróneas y sobre todo estudios interesados a cargo de instituciones determinadas encargadas de garantizar la estructura social efectivamente existente.

Si nos ceñimos a la realidad y dejamos de lado eufemismos, buenas intenciones y neolenguas de las leyes escritas pensando siempre en el bien posterior del menor, sólo podemos decir que ambos tipos de centros no son sino cárceles para niños (estando además los terapéuticos en un limbo jurídico), cumpliendo exactamente la misma función que tienen las prisiones para adultos: venganza institucionalizada y ocultamiento de las consecuencias de la exclusión social generada por el sistema socioeconómico capitalista. Las consecuencias sobre el individuo encarcelado son igualmente destructivas.

Malos tratos en los centros de menores

En los centros de menores se producen malos tratos de todo tipo; físicos, psicológicos e incluso ambientales.

La propia estructura arquitectónica de los centros es maltratdora o contenedora como aseguran los inventores del nuevo lenguaje sobre menores. Todas las instalaciones se diseñan pensando en la vigilancia y las medidas de seguridad, no en su habitabilidad. Las habitaciones son celdas, generalmente con graves problemas de ventilación debido a las ventanas de seguridad. Las celdas de aislamiento, "mazmorras medievales" según Múgica, son indescriptibles. Todas las dependencias se rigen por la seguridad, todo a base de puertas metálicas, ventanas de seguridad, cerrojos y demás. Los espacios de los que disponen los menores son mínimos, y su libertad de movimientos es nula. Incluso para ir al baño se abren y cierran puertas, cerrojos, controles, etc.

El mobiliario, muy limitado, suele estar bastante deteriorado y es de tipo carcelario (camastros de metal amarrados al suelo, lavabos metálicos, etc). Las carencias materiales son la norma, al igual que los problemas de climatización (frío/calor).

En definitiva, los centros son físicamente hostiles e inhóspitos. La estancia en ellos es sensorialmente muy desagradable, a todos los niveles. Y debemos recordar que estos centros son instituciones totales, de donde los chavales no pueden salir, quedando mucho tiempo todo su mundo reducido al interior del centro. Por tanto, su mundo físico se limita a un entorno hostil, desagradable, incómodo, despersonalizador... y no pueden cambiar esta situación. Estas condiciones ambientales generan por sí solas un continuo malestar, elevados niveles de ansiedad y como dicen los propios chavales, mucho "agobio".

Este agobio se vuelve insoportable al estar la vida en el centro totalmente regulada por la normativa interna (la escrita y la no escrita, una especie de "tradición de centro"). Aunque existen variaciones entre la de un centro y otro, todas son muy similares. Estas delirantes normativas, cuya aplicación es capaz de desquiciar al adulto más estable, se basan en una durísima y absurda disciplina cuya única finalidad es anular por completo la resistencia y la voluntad del menor. El menor ni siquiera puede decidir cuándo ir al baño, cuándo beber agua o cuando y sobre qué temas hablar con sus compañeros. En algunos centros esta situación es llevada hasta la psicosis permanente, llegando a prohibirse todo contacto físico del menor con los demás menores o con los trabajadores del centro. Incluso se llega a sancionar la "comunicación visual no autorizada" como manera de prevenir que los menores "preparen algo".

Este ambiente terriblemente opresor convierte la existencia del menor en un esfuerzo continuo por evitar ser sancionado. Algo prácticamente imposible, ya que aunque mantenga una constante alerta, el acoso y derribo "educativo" de los trabajadores le llevarán a perder los nervios en alguna ocasión, empezando así el ritual sancionador, llevando al menor a un auténtico infierno.

Aislamiento

El abanico de posibles sanciones es amplio (sobre todo en los centros terapéuticos, donde la falta total de control externo posibilita que todo tipo de vejaciones se cuelen como medidas educativas creativas). Pero sin duda la estrella es la separación de grupo. Bajo este eufemismo se esconden las penas de aislamiento, que pueden durar hasta siete días consecutivos. Pero como las sanciones se pueden ir acumulando, los periodos de aislamiento se encadenan y el menor puede llegar a pasarse meses en aislamiento. Para un menor es muy fácil terminar en esta situación, ya que un insulto, una mala contestación, la negativa a obedecer una orden, eructar o "mirar de manera desafiante" conlleva separación de grupo.

El aislamiento es una tortura, un atentado directo contra la dignidad y la salud mental de cualquier persona, más para un niño. De hecho, es relativamente frecuente que durante el aislamiento se produzcan conductas autolíticas, y se dispara el riesgo de suicidio. Este hecho es tan evidente que Naciones Unidas prohibe el aislamiento en el caso de los menores de edad.

Medicación

Otro tema controvertido es la medicación. En los centros terapéuticos y en algunos de reforma, los chavales están literalmente drogados, obligados a ingerir de manera crónica altas dosis de psicofármacos (generando graves problemas a los menores, también a largo plazo). Incluso esta medicación se llega a utilizar como sanción. A todo lo anterior, por tanto, se suma una nueva forma de anulación personal, sibilina pero muy poderosa: la camisa de fuerza química. Muchas veces personal sin formación sanitaria suministra esta medicación, pero generalmente ésta es supervisada por psiquiatras. En realidad esto no tiene gran importancia, Mengele también era médico. Todo esto se hace no sólo vulnerando una vez más la normativa internacional, sino que también se viola la propia legislación española (Ley de Autonomía del Paciente).

Malos tratos físicos

El maltrato físico también es habitual, normalmente camuflado en las llamadas contenciones físicas realizadas por vigilantes de seguridad y/o educadores. Durante estas contenciones, de las que se abusa constantemente siendo muchas veces utilizadas como forma de vejar, someter y agredir al niño, se pueden producir lesiones, ya que suelen realizarse con mucha violencia. Y aunque no sea un fenómeno generalizado, también se producen agresiones físicas directas, en ocasiones auténticas palizas, que por supuesto quedan impunes. Se recurre de manera habitual también a la llamada contención mecánica, que no es más que el engrilletamiento de los niños, llegando en algunos centros a pasar horas e incluso días atados a la cama.


Otras barbaridades educativas

Muchas otras vulneraciones de derechos básicos se cometen en nombre de la normativa. Perder el tiempo de ocio es tan habitual o más que la separación de grupo (además, conlleva que el menor esté separado del grupo mientras los demás menores realizan actividades de ocio). Y aunque el menor no sea sancionado, da relativamente lo mismo, ya que el tiempo libre es muy escaso (el resto del tiempo se emplea en actividades sin ningún tipo de valor real), y siempre está supervisado. Generalmente consiste en estar sentado en una sala viendo la televisión o escuchando música, y se verá o escuchará lo que decida el educador. Y si el educador decide que se juega al parchís, pues se tiene que jugar al parchís. Un ocio controlado, supervisado y siempre en una habitación. Dentro del ocio no se contempla la posibilidad de practicar deporte, ya que esta es una actividad del centro, obligatoria para todos. Salvo los sancionados, que no harán ningún tipo de ejercicio físico (con el aumento de la ansiedad que esto conlleva, y más a estas edades).

En ocasiones se utilizan formas encubiertas de maltrato físico, como obligar a realizar ejercicio hasta la extenuación. Se permiten los registros con desnudo integral, y en algunas ocasiones se ha denunciado que los menores son obligados a realizar flexiones mientras se encuentran completamente desnudos en presencia del personal del centro.

A todo esto hay que sumar el trato despectivo, humillante, los insultos, la violencia verbal, los continuos gritos y amenazas, etc, que son el pan nuestro de cada día.

El acceso a la cultura se mutila en nombre de la educación, ya que el equipo del centro también se convierte en tribunal inquisidor que decide incluso qué lecturas, películas o tipo de música pueden ser contraproducentes para el supuesto proceso educativo que se está llevando a cabo con el menor. Es tan lamentable que podemos ver a educadores escuchando determinadas canciones para discernir sobre su idoneidad para los menores. Por supuesto todo tipo de material político está vetado.

Las comunicaciones del menor con el exterior están muy limitadas, tanto las visitas como las llamadas telefónicas (contraviniendo una vez más las indicaciones de Naciones Unidas). Sólo las personas previamente autorizadas podrán comunicar con el menor, y por regla general sólo se autoriza a familiares directos (pareja, amigos, etc. suelen quedar así excluídos del mundo del menor durante su encierro). Esto es especialmente grave en los centros terapéuticos, donde al no haber control judicial, la decisión sobre las comunicaciones recae exclusivamente en el equipo directivo del propio centro. En teoría la correspondencia es libre, pero no es infrecuente que sea leída y/o retenida si lo consideran oportuno.

En cuanto a la formación, en teoría importante para esa entelequia que llaman reinserción, poco hay que decir, salvo que existe más en el papel que en la realidad. El modelo de escuela que ya fracasó con el menor antes de su encierro, difícilmente va a funcionar entre rejas. Y más ante la falta de medios de todo tipo. En los centros terapéuticos muchas veces los niños no están escolarizados (recordemos que hablamos de criaturas incluso de ocho añitos). En cualquier caso, sólo parece garantizarse, en reforma, la Educación Secundaria Obligatoria, y para menores de dieciséis años. En general, el acceso del menor a la cultura (fundamental para su desarrollo) se considera una pérdida de tiempo. Y la formación laboral se suele limitar a la explotación del menor, al que se le encomiendan las labores de mantenimiento del centro que deberían desarrollar los inexistentes equipos de mantemiento profesionales. En algunos centros la explotación laboral es más directa, al realizar éstos trabajos de manufactura de productos que se venderán en el mercado y cuyos beneficios económicos obviamente nunca repercutirán en los chavales.

Consecuencias

El paso de los chavales por estos centros de aniquilación personal no resuelve ninguno de los problemas reales que tenían antes de ser privados de libertad, y que no eran pocos.

No podemos olvidar el perfil de estos muchachos. Aunque últimamente se esfuercen en tergiversar la realidad y tratar de convencernos de que los menores internados en centros son jóvenes de clase media, descontrolados porque nunca han tenido límites en casa sino que han sido colmados de caprichos y parabienes y por eso se han convertido en "pequeños dictadores", la verdad es bien distinta. Sin olvidar que cada niño es especial, único e irrepetible, es fácil encontrar un hilo conductor en la vida de la mayoría de estos chicos: la pobreza y la exclusión social. Provienen de barrios marginales, nacidos en el seno de familias con muchas carencias de todo tipo, donde el paro crónico de los progenitores y sus consecuencias psicosociales son la tónica general, donde con frecuencia asoman el abuso del alcohol y otras drogas. Casi invariablemente, estos chicos son también víctimas del fracaso escolar (del que no está demás recordar que no son culpables), lo que determinará que sus recursos cognitivos sean generalmente limitados a la hora de resolver problemas de la vida diaria.

En definitiva, niños que desde la cuna han vivido en un ambiente hostil y estimularmente empobrecido, con la violencia social añadida que supone su situación de exclusión social (recordar aquí que la condición de excluido es un hecho pasivo, no se elige sino que viene impuesta). Estos poderosos condicionantes llevan al niño a ir adquiriendo unos patrones de conducta y pensamiento que le permiten sobrevivir con normalidad en este ambiente anormalizado, pero que choca con los patrones ideales de conducta y pensamiento de los no excluidos.

Las relaciones que el niño establece con el medio van generando una estructura de personalidad determinada en la que podemos reconocer ciertos rasgos identitarios (siempre teniendo en cuenta que cada niño es único e irrepetible). Dentro de estos rasgos sobresalen algunos de especial relevancia:

Comenzamos por un rasgo cuya relevancia obliga a dejarlo aquí sistematizado:la confusión de rasgos de su perfil psicológico y fisiológico que denotan un evidente retraso, y de características que dejan entrever una biografía en la que el niño ha debido hacerse cargo de responsabilidades anticipadamente. En definitiva, no se trata de un crecimiento acelerado o excesivamente lento sino, más exactamente, de una distorsión completa de su desarrollo a todos los niveles: fisiológico, cognitivo y emocional fundamentalmente.

La capacidad de digerir el sufrimiento y la soledad. Si tuviéramos que buscar un origen desde el que fundamentar un estudio de la personalidad de los adolescentes que nos ocupan, quizá fuera la soledad su piedra angular. Una soledad que muchos de ellos cuando comienzan a madurar asumen como innegociable, imposible de eliminar. A esta soledad va siempre adherida la fuerza interior para digerir dolores de cualquier índole, como si ellos fueran un ingrediente necesario para construir el día a día; conviven con él quizá porque les falta la estima necesaria para acudir al adulto más cercano y quejarse, pero esto sólo se explica desde la certeza aprendida de que sus dolores nunca son lo primero para nadie a su alrededor. Cobra aquí especial relevancia la crueldad de la ausencia de figuras de referencia dentro de los educadores, tal y como trataremos más adelante.

Desatención selectiva: han desarrollado mecanismos psíquicos para desatender todo aquello que no les resulta adaptativamente útil desde su situación de excluidos. Tienen una espectacular habilidad para reconocer situaciones o ambientes cercanos a la clandestinidad, están sobreadaptados a situaciones de tensión o de conflicto, pero, a la vez, se muestran incapaces de seguir el discurso del maestro durante una clase entera o demuestran una indiferencia total hacia todo lo relacionado con los aprendizajes inútiles desde su condición de excluido.

Otro rasgo de singular relevancia es la actitud defensiva y la agresividad como mecanismo de defensa. Para comprender porqué saltan instintivamente estos resortes incluso cuando desde nuestra perspectiva están injustificados, exponemos la cadena causal que los genera: primero son las condiciones de explotación y la falta de calidad de vida; como consecuencia el desequilibrio vivencial entre satisfacciones y frustraciones, y cuando esto es muy frecuente, la consiguiente vivencia de la realidad como intolerable; luego la necesidad de poner en juego mecanismos de defensa basados en una aparente dureza emocional.

Extrema dependencia o falta de autonomía. Podemos asumir la autonomía como el rasgo fundamental de la madurez del sujeto. Esta autonomía, que nos permite sentirnos a un tiempo solos y dueños de nuestro proyecto vital, es justamente aquello que hemos logrado merced a un proceso de maduración cognitiva y afectiva que a estos niños les ha sido negada desde siempre: las relaciones que los adultos han generado con ellos y que los centros reproducen sistemáticamente han estado basadas en la dominación y en el abuso y nunca han logrado un espacio en el que establecerse y ser respetados, en ninguna de las esferas de su vida. Para ser autónomo es necesario haberse sentido antes a salvo en algún lugar y en algún momento y esto es justamente aquello de lo que estos niños adolecen.

Tomando como punto de referencia estos rasgos identitarios que el contexto ha generado se produce su catalogación de delincuente juvenil que puede ir acompañada de un diagnóstico psiquiátrico sobrevenido.

Llegados a este punto en el que prevalece la etiqueta social sobre su condición de persona, pasa de ser un niño en peligro a un menor peligroso y por tanto pasa a ser objeto de represión. Y llega al centro de menores. Y allí su vida se convierte en un continuo sinsentido. Porque le han dado el cambiazo: aunque siga llevando muy adentro el paro familiar, el alcoholismo paterno y la desesperación de sus hermanitos, sus problemas pasan a ser los que le marcan en la vida cotidiana del centro. No tiene que preocuparse por tener para comer, sino por evitar el aislamiento y ganarse el privilegio de poder hablar por teléfono con su madre. Ya no tiene que enfrentarse a los problemas reales que le planteaba su dura condición vital, porque ya no tiene vida propia, sino que debe defenderse como pueda de los constantes ataques del centro hacia su condición de persona. Su mundo real desaparece poco a poco de su mente, ya que su mundo pasa a ser la mentira del centro de reeducación (¿qué es eso de reeducar?). Se van debilitando poco a poco sus vínculos sociales, porque ahora vive en la sociedad artificial del centro, con reglas y formas ajenas a la vida real. "Lo de fuera" poco a poco se convierte en algo ajeno al niño.

Cuando recupere su libertad, el chaval tendrá totalmente destruída la poca autoestima que tenía antes de ser preso. Tendrá serias dificultades para relacionarse de nuevo con la gente "de fuera", incluso con los suyos, ya que separar de la sociedad no sólo impide aprender a socializarse correctamente, sino que merma las habilidades previamente adquiridas por el chaval. Muchos de ellos además sufrirán un fuerte estrés postraumático, y mucho tiempo después de estar libre seguirá escuchando los cerrojos al cerrar los ojos. Su afectividad estará embotada, aturdida, descontrolada, y tardará mucho tiempo en recuperarla, si es que alguna vez lo consigue. En resumen, aunque físicamente esté en libertad, su mente puede que siga encarcelada. Y la libertad vigilada posterior al encierro afianzará esta sensación de seguir preso de alguna manera.

Pero cuando el menor recupere su libertad, el paro familiar seguirá presente, al igual que el alcoholismo y todas las carencias de su barrio. Sólo que posiblemente algunos de los suyos ya no estén, o ya no estén para él. Su situación vital será la misma que la anterior a su ingreso en el centro, pero su capacidad de adaptación a esa realidad será menor, y sus lazos sociales estarán más deteriorados. Muchos terminarán en la cárcel, algunos encontrarán una muerte prematura, otros conseguirán salir adelante pero a pesar de y no gracias a su estancia en los centros de menores. Aun así, estos supervivientes, dignos de admiración, también habrán sufrido un gran daño interior, que de una forma u otra les acompañará durante toda su vida.

Comentarios

un educador17-08-2009 13:08

El artículo sólo se queda en la superficie, y no va a la raíz del problema: la privatización de los servicios sociales. La mayoría de estos servicios se han dejado en manos de "asociaciones" ( que al final son simplemente empresas privadas), cuyo principal objetivo es llenarse los bolsillos de dinero publico. La mayoria de estas "asociaciones" tienen una indiscutible relación con el poder politico (PP) y clerical (opus dei y demas chusma), cuya "etica" es de dudosa honorabilidad. La degradacion de estos servicios es paralela e inseparable a su privatizacion, y la precarizacion laboral del colectivo de educadores es otra de sus consecuencias. Criminalizar a los educadores (el eslabon más débil de los trabajadores de los centros), es un discurso "muy facil", y me gustaria ver al autor del articulo currando en un sitio de estos. En todo caso el autor se sorprenderia de la dificil tarea de los educadores, que luchan dia a dia contra viento y marea, y tratan dentro de sus posibilidades de inculcar a estos/as chavales valores progresistas y avanzados (luego tambien hay algunos "educadores" que son basura humana, que mala gente hay en todas partes). En todo caso el autor tiene razón en que la politica general de los centros es basicamente carcelaria (politica dictada por las "asociaciones"), no tienen supervision alguna por parte de las instituciones, y la cosa va de mal en peor...pobres menores

#2.- Réplica de uno de los autores...

Colectivo No a O´Belen17-08-2009 14:37


Prácticamente en todo estoy de acuerdo...de hecho, lo que ha aparecido publicado es la primera parte del articulo (es un artículo mucho más amplio, tiene otras dos partes, una de ellas precisamente para explicar el porqué de esta situación...en cuya raíz obviamente está la privatización).

Solo aclarar que los autores del artículo lo hemos escrito sabiendo lo que es currar en centros de menores, porque somos educadores, ya con varios años de experiencia laboral en todo tipo de centros.

En el fondo, estamos deacuerdo. Un saludo!


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