martes, 2 de marzo de 2010

LA JUVENTUD MUSULMANA EN EL SIGLO XXI [1]


Dr. Abdulaziz Sachedina
Department of Religious Studies
University of Virginia

Abdulaziz Sachedina Una vez finalizado el siglo XX, es el momento de reflexionar sobre nuestros logros y fracasos a la hora de responder al desafío de crear una sociedad sana en la tierra, tal y como lo plantea el Corán. Durante toda su historia, la humanidad ha luchado por lograr esta sociedad ideal. El modelo que persigue el Islam es también un modelo válido para toda la humanidad. La misión de todos los profetas y de todos los sabios ha sido que la humanidad, a través de su perfección espiritual y moral, consiga establecer una sociedad justa.

Pero no ha sido una tarea fácil. Muchas personas han luchado y se han esforzado por hacer de este mundo un lugar mejor para vivir, un lugar donde surjan individuos con una vida espiritual equilibrada, formados sobre la base de profundos valores morales inculcados a través de las principales instituciones de socialización, como la familia, la comunidad, los centros religiosos, etc. A este respecto, el Corán nos recuerda en más de una ocasión que “el hombre sólo recibe aquello por lo que se esfuerza, verá el resultado de su esfuerzo, y luego será recompensado por ello generosamente” (53:39-41). En otras palabras, la humanidad debe seguir esforzándose por obtener su recompensa final y definitiva. ¿Cómo conservar ese ímpetu en la fe, esforzándose por seguir siendo musulmán, es decir, una persona que ha “sometido” todo su ser a la voluntad divina?

¿Por dónde empezar?

Sin embargo, en este esfuerzo por reflexionar sobre nuestra condición, la pregunta es: ¿por dónde empezar en nuestra auto-evaluación? En 1971, el Dr. ‘Ali Shari‘ati –activista y pensador iraní y, en más de un sentido, un verdadero portavoz de la juventud musulmana de los setenta– planteó esta cuestión en una conferencia a los estudiantes de la Universidad Politécnica de Teherán. En la conferencia, Shari‘ati exponía su intención de animar a los estudiantes para que reflexionaran acerca del papel que debían jugar en las condiciones existentes en el Irán del Shah. Aunque el asunto le fue planteado específicamente a la juventud musulmana de Irán, Shari‘ati hacía referencia a un ámbito de actuación mucho más amplio, pues parecía incluir a toda la juventud de la Umma musulmana. Eran los jóvenes musulmanes el principal objetivo de la modernización que estaba teniendo lugar a un ritmo incontrolable en el mundo musulmán. Eran los jóvenes musulmanes quienes se enfrentaban al mayor desafío planteado a su fe, bajo el impacto de la cultura moderna y desacralizada. Los jóvenes musulmanes eran invitados a renunciar a ciertos valores familiares y sociales que formaban parte de su identidad, para adoptar en su lugar un sentimiento de alienación [2] y convertirse en imitadores de todo lo “moderno”, supieran o no lo que significa realmente la “modernidad”.

Por lo tanto, en términos generales, se esperaba que la juventud musulmana, ya fuera de Irán o de otros lugares, reflexionara sobre esta cuestión clave planteada por el Dr. Shari‘ati. Además, esta interesante pregunta era muy apropiada en ese ambiente particular de transformaciones sociales de los años sesenta y setenta que estaban teniendo lugar en todas las sociedades del Tercer Mundo. Estas dos décadas, la de los sesenta y los setenta, estuvieron marcadas por la declaración de independencia de los nuevos estados nacionales de Asia y África, creando nuevas identidades nacionales en la era post-colonial. Había llegado el momento de reflexionar sobre el papel que debía jugar la herencia religiosa, moral y cultural del pasado en la nueva era de racionalismo y secularismo.

Esta nueva era racionalista se caracterizaba por pretender ser la fuente de todos los valores humanos, sin referencia alguna a una autoridad sagrada como Dios o a mensajes revelados como el Corán. Por otra parte, el secularismo redujo el papel de la religión a la esfera privada de los individuos, creando una dicotomía entre lo “espiritual” y lo “mundano”, entre lo “privado” y lo “público” [3] . Negó a la religión y a sus instituciones intermediarias como la “iglesia” cualquier función o influencia en la toma de decisiones políticas en el ámbito público. Bajo el dominio del racionalismo y del secularismo se plantearon preguntas sobre la importancia y el sentido de la religión en la vida del hombre y la mujer modernos. ¿Qué lugar ocuparía la cultura tradicional y su sistema de valores a la hora de definir la educación de los hombres y las mujeres del futuro? ¿Quién estaría al frente de la nueva actividad económica y social, en vista de la separación entre el Estado y la tradicional autoridad religiosa de la “iglesia”? (Quizás, en el contexto islámico deberíamos hablar de la “mezquita”, aunque era más bien la “madraza” la que jugaba el papel de institución religiosa responsable de la educación islámica).

Estas y otras muchas preguntas planteadas por el Dr. Shari‘ati son tan universales que todas las sociedades humanas se han sentido impelidas a solucionar el estado de confusión y desequilibrio a partir de sus propias raíces religiosas y morales. A la sombra de los fenomenales avances tecnológicos durante las últimas tres décadas, los seres humanos han experimentado cambios sociales y culturales muy rápidamente. Estos cambios han sido tan repentinos que han provocado trastornos psicológicos y culturales en muchas personas. Además, la tecnología y, muy en especial, la comunicación interactiva a través de dispositivos electrónicos y su objetivo de construir una “superautopista de comunicación global”, ha influido en nuestra manera de ver el mundo en general, y las relaciones interpersonales en particular. Ciertamente, la religión interviene en todas las etapas de nuestra vida. Regula nuestras relaciones con Dios y con nuestros semejantes. Cuando la religión se convierte en algo insignificante y se reduce a una entre otras muchas formas de expresión cultural, se ven amenazados tanto su valiosa existencia como el tipo de relaciones interpersonales que fomenta su presencia. En su lugar, la codicia personal y ciertas formas extremas de egoísmo engendran egocentrismo y un individualismo que predica “yo soy lo primero”. Si bien la máxima “conócete a ti mismo” tiene su valor, también tiene consecuencias negativas si no nos preocupamos por el bienestar de los demás, tal y como enseña la religión, pudiendo dar lugar a individuos egoístas y egocéntricos.

¿Qué debemos hacer?

A comienzos del siglo XX, ‘Allama Iqbal, el gran filósofo musulmán, había planteado una pregunta similar, insistiendo en la urgente necesidad de cambiar en profundidad el escenario sociopolítico al que se enfrentaba la Umma en la década de 1930, periodo caracterizado por la dominación extranjera y el flagrante imperialismo occidental [4] . El destino futuro de la juventud musulmana que creció en este periodo de confusión se enfrentaba a peligros de una naturaleza diferente. Se trataba del peligro de ser política y moralmente indiferente y no hacer lo bastante para resistir contra la hegemonía política y cultural europea. Se trataba del peligro de someterse ante las poderosas fuerzas de las potencias imperialistas coloniales. Desde el punto de vista de Iqbal, este sentimiento de resignación fomentaba una actitud incluso más peligrosa que los proyectos hegemónicos de los gobiernos colonialistas. Para defenderse, la comunidad musulmana debía buscar la manera de superar la pobre situación cultural en la que se encontraba. Los musulmanes debían ser capaces de defenderse por sí mismos, tanto interna como externamente. Internamente, tenían que revivir su herencia cultural para recuperar el dinamismo de los primeros musulmanes. Externamente, tenían que aprender la ciencia y la tecnología modernas para dominar el sentimiento de impotencia [5] . De ahí el lamento de Iqbal, preguntando a la comunidad musulmana: “¡Orientales! ¿Qué debemos hacer? ¿Qué haremos para seguir siendo musulmanes?”

Cuando comencé a evaluar las necesidades religiosas de nuestros jóvenes en Norteamérica, me di cuenta de que las preguntas planteadas por el Dr. Shari‘ati y por ‘Allama Iqbal no sólo resultan adecuadas hoy en día, sino que están tremendamente vigentes. No obstante, ahora que nos adentramos en el siglo XXI, su vigencia es de un carácter bien distinto, bajo unas circunstancias sociopolíticas muy diferentes. Los musulmanes hemos recorrido un largo camino hasta llegar a este estadio de nuestro desarrollo. A medida que hemos viajado de un continente a otro en busca nuevos hogares que nos permitieran estar a salvo, y de una cultura a otra en busca de una nueva identidad, hemos experimentado trastornos sociales y religiosos de gran envergadura, tanto a nivel individual como comunitario. En nuestros encuentros religiosos, hemos reflexionado sobre nuestros objetivos y los hemos expuesto como comunidad, aunque sea de un modo imperfecto. Opino que, en ciertos asuntos como una valoración crítica de nuestros rituales religiosos o las manifestaciones de nuestra vida cultural, nos hemos explicado bien. En otras cuestiones no hemos conseguido crear canales de comunicación adecuados entre nosotros, como en el caso del futuro enfoque de nuestra religión bajo el impacto de los desafíos sociales a los que debemos enfrentarnos individual y colectivamente.

Todavía estoy esperando ver un diálogo bienintencionado entre todos los grupos y los individuos que representan las diversas formas de vida en Occidente. Todavía deseo ver un análisis inteligente, tolerante y cívico de la diversidad social en Occidente, tanto a nivel religioso como cultural. La diversidad es un elemento tan esencial de nuestra vida en Occidente que ignorarla podría llevarnos a descuidar una estrategia adecuada que nos permita tratar con ella de un modo eficaz y beneficiarnos como musulmanes occidentales. A comienzos del siglo XXI, el hecho es que, después de cuarenta años desde que abandonamos nuestros lugares de origen e intentamos echar raíces en Occidente, todavía nos enfrentamos a muchas cuestiones sin resolver relacionadas con nuestro modo de entender la vida y nuestro grado de identificación con el nuevo entorno social. Estas cuestiones sin resolver incluyen la manera en la cual entendemos nuestra integración en el universo social de Occidente como una de las muchas comunidades religiosas que lo componen, y su impacto sobre el sentimiento religioso de las generaciones futuras [6] . Cuando nos adentramos en el siglo XXI, no nos queda otra opción que, una vez más, retomar la pregunta planteada por el Dr. Shari‘ati, y tal vez reformularla para subrayar el carácter apremiante de la pregunta de Dr. Iqbal: “En las actuales circunstancias, ¿Qué podemos hacer para seguir siendo musulmanes?” (No en el sentido cultural, sino en el sentido literal, es decir, “alguien que se somete a la voluntad de Dios”). Esta pregunta debería conducirnos a investigar de manera realista los medios disponibles para poder aumentar nuestra capacidad de seguir siendo “quienes se someten a la voluntad de Dios”.

Instituciones tradicionales para la socialización

Tradicionalmente, hemos dependido de la familia, la escuela, (la madraza, tanto laica como religiosa) y la mezquita –en ese orden– como los principales canales y las instituciones básicas para transmitir la información necesaria sobre la forma de vida islámica. La familia no sólo fomenta con amor y devoción esos valores que permiten a los seres humanos establecer unas relaciones interpersonales sanas, sino que ofrece los medios para mantener con firmeza estos valores de socialización en periodos de miedo y ansiedad. Este papel protector de la familia prosigue en la escuela, donde los maestros, mediante su compromiso de inculcar la curiosidad intelectual en los niños, han dado un paso adelante demostrando esos nobles valores en las materias y los métodos que han decidido enseñar. A través de las relaciones interpersonales y la conducta ejemplar de su personal, la escuela genera confianza y seguridad para poder afrontar las situaciones y las circunstancias desconocidas de la vida. Por otro lado, la mezquita –y, en la actualidad, el “centro islámico”–, en el contexto de las sociedades occidentales, ofrece el vínculo entre este mundo y el otro, creando de una manera sutil una comunidad de creyentes unidos por el único propósito de estar al servicio de los objetivos espirituales del Islam. Al poner el acento en la dimensión espiritual del ser humano, la mezquita se convierte en la fuente de la fortaleza espiritual tan importante para poder afrontar la dura realidad de la vida humana, llena de contradicciones. Además, invita a los individuos a buscar el equilibrio entre sus ocupaciones de la vida diaria que pueden distraerlos de su objetivo original, y la necesidad de una vida marcada por la espiritualidad y la moral.

En consecuencia, el líder ( imam) de la mezquita actúa, al menos en teoría, como un guía espiritual y moral, mediante su conocimiento y su conducta íntegra. En resumen, el papel asignado a estas tres importantes instituciones es fomentar una sociedad humana sana. La familia, la escuela y la mezquita actúan como mediadoras entre los intereses individuales y colectivos de los musulmanes. Permítanme añadir que estas tres instituciones en concreto se consideran las fuerzas más cohesionadas que impulsan a los jóvenes musulmanes a convertirse en elementos activos para mejorar la sociedad. El papel central asignado por el Islam a la familia en la educación de las futuras generaciones de musulmanes pone de relieve la pesada carga que reposa en todo momento sobre los hombros de esta institución. Más adelante volveremos sobre este asunto.

Los medios de comunicación de masas –sobre todo la televisión– en Norteamérica y en otros lugares de la “aldea global”, juegan un importante papel como transmisores de valores morales entre los individuos y han ejercido un impacto negativo, reemplazando a instituciones tradicionales como la familia, la escuela y la mezquita y convirtiéndose en el único canal para transmitir esos valores a la siguiente generación. Se suponía que estas tres instituciones garantizarían la continuidad y la estabilidad en periodos de profundas transformaciones sociales. Sin embargo, la televisión en particular se ha extralimitado en su función de ayudar a la familia y la escuela a la hora de ofrecer contenidos audiovisuales educativos para los jóvenes y, en su lugar, se ha atrevido a apelar a los instintos más bajos de su joven audiencia. Es suficiente recordar el debate en curso entre los legisladores y la cadenas de televisión para valorar la gravedad de los efectos que esta programación ha tenido sobre la juventud, en una sociedad donde las relaciones familiares son desastrosas. Todo ello ha alarmado a personas de todas las profesiones y condiciones sociales que se preocupan por sus hijos. La situación se ha vuelto crítica debido a las formas extremas de consumismo y a la indiferencia frente a los valores morales. No sería exagerado decir que la sociedad norteamericana, como consecuencia de los medios de comunicación de masas, se ha vuelto autocomplaciente, hedonista, y carente de un imperativo moral en su modo de conducta. El control de los medios de comunicación de masas es tan absoluto que es difícil imaginar un modo de hacer frente a su impacto negativo para poder hacerse cargo otra vez del proceso de desarrollo de la conciencia moral de nuestra comunidad. No hay hogar que pueda escapar al intrusismo de la televisión en el desarrollo moral de nuestra juventud. La situación ha empeorado con la ausencia de la supervisión de los jóvenes por parte de los padres, la cual en su momento fue posible aplicar cuando los padres permanecían más tiempo en casa.

La situación a dado lugar a una crisis de valores a nivel global. Nadie puede escapar al impacto perjudicial de los medios de comunicación, lo cual se ha traducido en un “analfabetismo moral” generalizado. En su estudio crítico titulado Why Johnny Can't Tell Right from Wrong? (“¿Por qué Johnny no puede distinguir lo correcto de lo incorrecto?”), William Kilpatrick ha demostrado que el problema más apremiante de los Estados Unidos es el fracaso a la hora de transmitir el patrimonio moral a la juventud. Kilpatrick da razones convincentes a favor de la educación del carácter en el sistema escolar de los Estados Unidos a través de códigos de conducta y de responsabilidad, a través de sus profesores y mediante conductas adecuadas. Aún cuando la mayor parte de las recomendaciones de Kilpatrick están pensadas para su aplicación en la escuela, es obvio que las raíces de este analfabetismo moral podrían atribuirse a la ausencia de una vida familiar saludable para los jóvenes. Nosotros, los musulmanes, podemos y debemos participar en los programas educativos ejerciendo nuestra influencia a través de asociaciones de padres de alumnos y exigiendo que la escuela desarrolle planes de estudio que mejoren la educación del carácter.

La familia y la mezquita en el mundo occidental

A nivel comunitario, en Occidente realmente sólo disponemos de dos instituciones que puedan proporcionar los imperativos morales deseables y el criterio operativo para definir lo que es bueno o malo para nuestra juventud: la familia y la mezquita. El Islam considera la familia como la institución más importante para mantener una vida saludable desde el punto de vista moral y espiritual. El famoso lema “la familia que reza unida permanece unida” refleja una realidad basada en la experiencia humana de muchas generaciones de familias. Los padres pueden hacer algo más que proporcionar los medios de subsistencia a su familia y educar a sus jóvenes. Ellos son los responsables de desarrollar la personalidad de sus hijos a través de una conducta adecuada. Esta conducta no sólo incluye llevar a cabo juntos los rituales religiosos. También implica ayudar a que los niños desarrollen una conducta moral que incluye el auxilio a los pobres y los hambrientos, el respeto a los derechos de los demás, etc. [7] La cultura desacralizada que domina el universo social de Occidente ha trivializado la religiosidad y el compromiso moral. La juventud actual carece de la guía que le permita seguir el camino adecuado cuando se enfrenta a un dilema moral. La escuela, debido a su insistencia en desarrollar un individuo autónomo que sabe lo que es bueno o malo a través de su propio desarrollo intelectual, ha creado un desierto moral en el que se supone que una juventud inexperta, sin la guía adecuada para afrontar las complejas situaciones humanas, encontrará por sí misma la solución a sus conflictos morales.

En consecuencia, los padres deben asumir un papel activo en el desarrollo moral de sus hijos. Esto puede llevarse a cabo de dos maneras en el marco de la sociedad occidental: en primer lugar, participando plenamente en el desarrollo intelectual de sus hijos hasta que éstos alcancen la madurez. Esta participación incluye aprender a comunicarse con las generaciones más jóvenes a través de sus libros y materiales de lectura, es decir, las fuentes de su formación intelectual y moral. En segundo lugar, ofreciendo formas de entretenimiento constructivas (tanto en el hogar como fuera de él), e implicándose personalmente en la selección de las mismas. Implicarse en este aspecto de la formación moral es muy importante y casi inevitable, pues existe una enorme presión sobre los niños desde fuera de sus hogares para que participen en cierto tipo de actividades aparentemente neutrales. Por otra parte, es precisamente en esta etapa cuando las imágenes creadas por los medios de comunicación a través de la televisión y los videos dejarán su impronta permanente sobre el carácter de los niños, quedando en segundo plano su desarrollo moral. Corresponde a los padres comprender plenamente el impacto de la tecnología mediática, como el video o la televisión, sobre nuestros jóvenes. Los padres que logren comunicarse con sus hijos a estos dos niveles facilitarán también que los jóvenes se comuniquen con sus padres y se dejen aconsejar por ellos antes de adoptar cualquier decisión de carácter moral.

La clave está en desarrollar relaciones con una juventud que está bajo la presión externa constante para someterse a las exigencias que plantea una cultura desacralizada y nihilista. En una época en la que tanto el padre como la madre trabajan fuera de casa, ya sea por necesidad económica o por elección personal, se presta muy poca atención a las relaciones familiares destinadas a cultivar una trayectoria personal repleta de valiosas experiencias que contribuyan a crear una sólida base moral. La capacidad de integrar estas experiencias da sentido a nuestras vidas y a nuestra conducta. El aspecto más impactante de la actual cultura en la que vivimos es descubrir lo mal que se comportan nuestros jóvenes. Esto se atribuye a la falta de comunicación entre padres e hijos. Según el Wall Street Journal (6 de abril de 1990), los padres estadounidenses invierten una media de menos de quince minutos a la semana en dialogar seriamente con sus hijos. Es decir, invierten un promedio de diecisiete segundos al día en comunicarse con ellos. Como resultado, los niños y los adolescente desconocen cada vez más la manera de relacionarse con sus padres, y parecen desobedecer y faltar al respeto a los adultos. En la mayoría de los casos, el mal comportamiento de los niños ha hecho que los adultos eviten su compañía. Las madres están ansiosas por conseguir un empleo tan sólo para alejarse de los niños.

Si hago estas observaciones es porque creo que pueden ayudarnos a comprender los problemas que afrontamos a la hora de educar a nuestros hijos en el entorno de la sociedad occidental. También nos permite darnos cuenta de la dificultad que supone ayudar a nuestros hijos a formar su carácter. Por eso el Islam establece una responsabilidad recíproca entre padres e hijos: los padres amarán a sus hijos y les brindarán su atención y cuidado, y los hijos obedecerán y respetarán a sus padres para merecer ese amor y cuidado. Los padres tienen derecho a trasmitir sus valores a sus hijos. No pueden ser testigos mudos cuando otros elementos sociales (TV, video, etc) tratan de imponer sus propios valores a los niños. La formación del carácter es un asunto importante y ningún padre puede permitirse el lujo de mostrarse indiferente al respecto.

Las actividades religiosas en la mezquita ofrecen la orientación básica para dar sentido a la vida y el comportamiento de los musulmanes. Los espacios religiosos de la mezquita y la madraza comparten la responsabilidad de establecer sólidas relaciones entre familias, necesarias para una educación saludable de las futuras generaciones. Es a través del matrimonio y la paternidad que el Islam busca impartir educación moral. Como institución para la socialización de los musulmanes, la mezquita asume por tanto un papel central en el desarrollo de la personalidad musulmana. ¿Está cumpliendo la mezquita su verdadera función? Como persona profundamente consciente de hasta qué punto la mezquita ha cumplido con la función que de ella se esperaba en el contexto de la sociedad norteamericana, puedo decir que, en última instancia, es la comunidad la que decide qué desea de esta institución religiosa. Si los miembros de la comunidad se conforman con los rituales religiosos que tradicionalmente se llevan a cabo en la mezquita, entonces la mezquita se limitará a eso. Sin embargo, si la comunidad espera más de la mezquita con respecto al desarrollo moral y espiritual de los jóvenes, deberá planificar actividades de acuerdo a estas expectativas. Y es aquí donde creo que el liderazgo musulmán, tanto a nivel religioso como administrativo, ha fracasado a la hora de reconocer la importancia que debe darse a atraer y mantener a los jóvenes en el Islam. A pesar de que la juventud se enfrenta a las malas influencias en su contacto diario con el mundo exterior, fuera de la seguridad del hogar, la comunidad musulmana sigue sin desarrollar programas específicos en beneficio de la juventud.

Las jóvenes musulmanas se enfrentan a un desafío aún mayor si quieren mantener intactas sus convicciones morales cuando están en la sociedad. Hay muy poca sensibilidad con respecto al modo en que los derechos de las jóvenes musulmanas están siendo violados en una sociedad que considera “anticuado” y “retrógrado” el punto de vista de las mujeres musulmanas con respecto a la moralidad. No es exagerado señalar que, según el Islam, amenazar la integridad personal y moral de una mujer en cualquier sociedad es amenazar la familia, la comunidad e incluso el tejido moral y social de la nación. Tengo la esperanza de que el presente estudio, realizado para evaluar las necesidades intelectuales y socio-religiosas de nuestros jóvenes en Occidente, pueda ser tenido en cuenta a la hora de corregir la actual desidia en este asunto tan delicado. Y aún más importante, espero sinceramente que los líderes de la comunidad adopten las medidas necesarias para fortalecer a la juventud musulmana estableciendo programas en los centros islámicos donde se solicite a las familias musulmanas su participación a todos los niveles de planificación y ejecución. La clave es crear un ambiente interactivo en la comunidad, y no esperar a que la crisis exija esfuerzos menos planificados para corregir la situación. Que Dios nos guíe a todos hacia el camino de la verdadera prosperidad, la “sumisión a la voluntad de Dios”, al-islam.


NOTAS.-


[1] Traducción, extracto y adaptación del artículo aparecido en: http://people.virginia.edu/~aas/article/article2.htm (Nota de la Redacción).

[2] La alienación o enajenación es el fenómeno de suprimir la personalidad, desposeer al individuo de su personalidad o deshacer la personalidad del individuo, controlando y anulando su libre albedrío, para hacer a la persona dependiente de lo dictado por otra persona u organización. El alienado permanece dentro de sí, ensimismado por su desorientación social. (Nota de la Redacción).

[3] Para más información sobre estos conceptos en el Islam tradicional, véase Leslie P. Peirce, “ Mitos y realidades sobre el harén ”, en revista Alif Nûn nº 72, junio de 2009. (Nota de la Redacción).

[4] Para más información, véase Muhammad Iqbal, La reconstrucción del pensamiento religioso en el Islam , Trotta, Madrid, 2002. (Nota de la Redacción).

[5] Para una opinión critica sobre la necesidad de adoptar la ciencia moderna en el mundo islámico, véase Seyyed Husein Nasr, “El Islam y la ciencia moderna”, en revista Alif Nûn nos 70 (abril de 2009) y 71 (mayo de 2009) . (Nota de la Redacción).

[6] Para más información, véase M. Ali Kettani, “ Musulmanes en sociedades no islámicas: retos y oportunidades ”, en revista Alif Nûn nº 44, diciembre de 2006. (Nota de la Redacción).

[7] Para más información, véase Abderraman Cherif-Chergui, “La universalidad de la educación islámica”, en revista Alif Nûn nos 45 (enero de 2007) y 46 (febrero de 2007) . (Nota de la Redacción).

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