viernes, 1 de enero de 2010

Nada tiene tanto éxito como el fracaso



Del cajón de los recuerdos surealistas recuperamos este artículo para disfrute de los lectores

25-01-2005
Saul Landau
Progreso Semanal

El Presidente Bush no permite que las noticias negativas interfieran con su entrega predecible de clichés y slogans. “Irak será libre, habrá más paz en el mundo y Estados Unidos estará más seguro”, anuncia regularmente, a medida que las noticias del caos sangriento emanan desde Irak. Él aseguró el triunfo de su “Ley de Ningún Niño Abandonado” de 2002.
“Estamos comprobando regularmente a cada niño… y asegurándonos de que tienen mejores opciones cuando las escuelas no cumplan”. Sin embargo, los estudios demuestran que las escuelas “charter” –“opciones” – dejaron atrás a muchos niños. Bush nunca tuvo que preocuparse acerca de su futuro financiero, pero insiste dogmáticamente en que la privatización de la seguridad social brindará una mayor seguridad a las generaciones futuras. ¿Cobrando una comisión del 15% del total como corredor?

Los clichés de Bush me recuerdan de cómo mi madre trató de adoctrinarme con el cliché de Shakespeare: “No seas un prestamista ni uno que pide prestado”. Es más, Shakespeare puso esas palabras en boca de Polonio (el futuro suegro de Hamlet), quien continuó diciendo “un préstamo a menudo se pierde a sí mismo y a un amigo”. Pero ¿cómo hubieran sobrevivido Mamá y Polonio en 2005 sin tarjetas de crédito y sin hipotecas, para no hablar de los préstamos para el auto y los aparatos domésticos?

Ella tampoco me dijo que Shakespeare diseñó el personaje de Polonio como un pedante cuya falta de sabiduría práctica demostró ser fatal. Este pomposo chapucero fue un personaje de oropel. Por seguir su lógica simplista –espiar a Hamlet para saber la causa de su enfermedad – se buscó que lo atravesaran mortalmente con la espada.


Al igual que Bush, Polonio poseía una visión unidimensional del mundo; un contraste total con la complejidades de Hamlet. Hamlet reflexionaba acerca de las experiencias, analizaba sus emociones y rechazaba las soluciones fáciles a sus problemas morales y políticos: ¿cómo vengar el asesinato de su padre y castigar a su asesino, el rey que se había casado con su madre? Pero la introversión de Hamlet le hizo ignorar las amenazas a la seguridad de Dinamarca. Su bizantino proceso mental provocó no sólo su propia ruina y la de su amada, sino también la conquista de Dinamarca.


Los líderes norteamericanos contemporáneos hablan con la pomposidad de Polonio, pero carecen de la educación elemental de fundamentos de la moral que Shakespeare dio a su personaje. ¿Cómo interpretarían Bush, Cheney y Rumsfeld la más famosa frase de Polonio: “Sé fiel a ti mismo”?


Para que la verdad emerja en la Oficina Oval, el Congreso tendría que crear el cargo de “bufón de la corte”, un payaso que dice la verdad y que aconsejaría al presidente acerca de las políticas del imperio contemporáneo. Tal payaso que dice la verdad anunciaría: “Nada tiene tanto éxito como el fracaso”.


Él usaría a Bush de ejemplo. Fracasó como estudiante (malas notas y un carácter dudoso) y como joven adulto (adicto y evadió sus responsabilidades). En los negocios, desde la perforación de petróleo hasta la posesión de un equipo de béisbol, Bush invirtió millones de dólares –de propiedad de otra gente. Fracasó, pero sin embargo se hizo más rico, gracias a que republicanos con mucha plata lo salvaron. No obstante, los accionistas perdieron dinero. Los amigos de Bush lo alentaron a que invirtiera $600 000 en los Rangers de Texas. Ganó casi $15 millones cuando se vendió el equipo.


En el 2000 perdió el voto popular en las elecciones presidenciales, pero se apoderó de la presidencia gracias a las trampas en la Florida y a un Tribunal Supremo republicano. Lanzó una invasión contra Irak, la cual él calificó de éxito catastrófico”. Bush aumentó la deuda y el déficit de EEUU hasta niveles récord y dividió la nación más aún de lo que había estado desde la Guerra Civil. Mientras se encontraba al timón del estado, un enorme escándalo corporativo emergió e involucró a su amigo y contribuyente a la campaña de Bush, Ken “Muchachito Kenny” Lay, el Director General de ENRON. Bush quedó como un fracasado moral. Pero no pareció tener importancia.


Antes de las elecciones de 2004, el público también se enteró de que en el nivel económico y social Bush no había entregado nada a la mayoría. Sin embargo, con sus políticas tributarias los asquerosamente ricos se habían hecho más asquerosos.


En cuanto a la política exterior, después del 11/9 Bush logró convertir la inmensa compasión y apoyo mundiales en odio y desprecio sin límites. Aisló a Estados Unidos al retirarse de importantes procesos mundiales, como las discusiones medioambientales de Kyoto y el Tribunal Internacional. También mintió acerca de las razones para invadir a Irak: armas de destrucción masiva y vínculos con los terroristas del 11/9. Si mentir significa fracasar, entonces Bush está más que calificado.


Bush también se tomó más vacaciones –en medio de una guerra– que cualquier otro presidente. Erosionó los cimientos tradicionales de la nación: separación de la iglesia y el estado. Debido a su historial de fracasos, acumuló unos 60 millones de votos en 2004.


“Me han visto tomar decisiones, me han visto en circunstancias difíciles, me han visto llorar, me han visto reír, me han visto dar abrazos”, dijo Bush a USA Today (27 de agosto de 2004). “Y saben quién soy…”


Si, los electores lo sabían. Pero por qué se decidieron por Bush es algo que confunde incluso a la infinitamente compleja mente de Shakespeare. ¿Se identifican millones con Bush porque él se equivoca?


La historia reciente brinda pruebas de que el fracaso es el camino del éxito. Como asesor de Seguridad Nacional y Secretario de Estado bajo los presidentes Nixon y Ford, Henry Kissinger es un gran ejemplo de que el fracaso a los mayores niveles lleva hacia recompensas futuras.


Kissinger ayudó a idear la doctrina Nixon. En la atmósfera posterior a la Guerra de Viet Nam, Kissinger quería una estrategia para reemplazar a las fuerzas de EEUU con potencias sustitutas. Como el público rechazaba la idea de que los militares norteamericanos fueran una fuerza mundial de policía, Kissinger erigió una idea sustituta. Cada región tendría un siervo de EEUU que haría el trabajo sucio. Para aplacar a los críticos Kissinger utilizó el lenguaje de la paz y de los derechos humanos en sus discursos y edictos.


Seleccionó a Irán e Israel como sus centros de poder policial en el Medio Oriente. La influencia del lobby judío podría ayudarlo a eliminar el sentimiento crítico. Irán bajo el Sha, el otro subordinado de EEUU en la región, se convertiría en socio de Israel para mantener el orden en el Medio Oriente –es decir, mantener el flujo de energía y garantizar de que no hubiera revoluciones. Washington podría suministrar las armas pesadas, las que pagaría Irán –no Israel, para ablandar aún más a la oposición interna. En 1979 el régimen del Sha se derrumbó ante una revolución islámica e Israel se convirtió en el único aliado militar de Washington en la región, lo cual ha provocado la violencia y la tensión desde entonces. Al elevar a Israel y no a un país árabe al papel de policía regional, Kissinger garantizó la inestabilidad a largo plazo.


Adicionalmente, Kissinger promovió en 1974 una estrategia para el sur de Europa en la que Estados Unidos dependería de España, Portugal y Grecia como baluartes del anticomunismo. Las tres dictaduras cayeron antes de dos años.


El apoyo de Kissinger a los regímenes autoritarios en todo el Tercer Mundo trajo el horror de la tortura y el asesinato institucionalizados a varios países de Latinoamérica y provocó una red de asesinos (Operación Cóndor). Hasta el día de hoy nadie sabe con certeza cuántos cientos o miles de víctimas hubo en esta siniestra operación de “seguridad nacional”. Él apoyó golpes de estado y guerras sucias que costaron la vida a cientos de miles. Kissinger también lleva sobre sus hombros la carga de millones de vietnamitas y miles de norteamericanos muertos debido a que él prolongó la Guerra de Viet Nam a fin de alcanzar una “paz con honor” que, por supuesto, no logró.


Kissinger creó mayor inestabilidad mundial y organizaciones asesinas que no desaparecieron tranquilamente. A pesar de haber autorizado una carnicería al por mayor, Kissinger continúa recibiendo grandes emolumentos como asesor de negocios y para sentar cátedra en los programas de política. Es más, Bush lo nominó para presidir la Comisión 11/9 –¿quién comprende mejor el terrorismo que el hombre que lo inspiró?


Bush comprendió instintivamente qué tendría éxito al nominar a fracasados para altos cargos. Después de que la Administración Bush se ganara la indignación moral del mundo por torturas a los prisioneros en Guantánamo y Abu Ghraib, Bush nombró para Fiscal General al mismo hombre que le aconsejó acerca de esos vericuetos legales. Como abogado de la Casa Blanca, Alberto Gonzáles postuló las interpretaciones legales que provocaron que funcionarios norteamericanos torturaran, abusaran e incluso mataran a veintenas de prisioneros detenidos durante la guerra contra el terror. Para manchar la reputación internacional del país, Bush promovió a Gonzáles al cargo de fiscal general.


Cuando durante su confirmación a principios de enero los senadores preguntaron a Gonzáles si aún estimaba válida su declaración en un memorando que aseguraba que el presidente no debía sentirse obligado por el derecho internacional o los estatutos nacionales contra la tortura, se negó a comprometerse acerca del poder presidencial para ordenar la tortura e inmunizar a los torturadores. Gonzáles evadió las preguntas acerca de potencias extranjeras que posiblemente torturen a ciudadanos norteamericanos y que usan doctrinas de “seguridad nacional”.


¡Y se salió con la suya! Los que hacen las políticas de guerra no piensan seriamente en las consecuencias de sus acciones. Durante la cena anual de la Asociación de Corresponsales de Radio y TV, Bush hizo una búsqueda grotesca de armas iraquíes de destrucción masiva. “No, no había armas ahí”, bromeó mirando debajo de una silla. “Quizás aquí debajo”, dijo mirando en otra parte. “Esas armas de destrucción masiva tienen que estar en algún lado”.


Los emperadores romanos tenían bufones que les recordaban que no eran Dios. Bush puede que no piense que él es Dios, pero sí cree que Dios le ha hablado. Un bufón le susurraría al oído: “Tienes el poder para destruir el mundo, pero quizás no es Dios quien te habla”, mientras señalaba hacia abajo y guiñaba un ojo –satánicamente.

Landau dirige Medios Digitales en la Universidad Cal Poly Pomona y es miembro del Instituto de Estudios para la Política. Su libro más reciente es El negocio de Estados Unidos: cómo los consumidores reemplazaron a los ciudadanos y de qué manera se puede invertir la tendencia.

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