domingo, 24 de enero de 2010
La cuestión nacional en Andalucía
Blas Infante, padre de la patria andaluza
24-01-2010
Manuel M. Navarrete
Rebelión
Introducción
Desde las visiones tradicionales del hecho nacional, la existencia de las naciones es algo que puede negarse o afirmarse según existan determinadas características sustantivas (“comunidad de carácter” en Bauer, “lengua diferenciada” en Kautsky, “mercado nacional” en Stalin, etc.) Según este planteamiento escolástico, heredero del positivismo decimonónico, en Andalucía no han existido ni pueden existir movimientos “realmente” nacionalistas, sino como máximo regionalistas. Sin embargo, la existencia de movimientos nacionalistas andaluces ha sido (y es) una realidad desde hace prácticamente un siglo. Hay que aclarar que el nacionalismo andaluz tiene su propia idiosincrasia: en líneas generales ha tendido más al federalismo que al independentismo.
Por supuesto, la independencia es sólo una más de las posibilidades que ofrece la soberanía, que sería el objetivo del andalucismo. El propósito compartido es dignificar la maltratada cultura andaluza y destruir la estructura económica dependiente que padecemos, para lo cual una parte del andalucismo propone un marco ibérico confederal y otra, sobre todo la última generación, el Estado independiente.
Unas pinceladas de historia
La identidad andaluza está claramente singularizada, e históricamente ha servido como base, justificación y marco territorial de distintos movimientos políticos de signo soberanista pero conservador, como la Junta Soberana de Andalucía en 1835. Sin embargo, tras la revolución de 1868, la oligarquía agraria andaluza, asustada por el radicalismo de los jornaleros, sella una alianza con las burguesías del resto del Estado. Desde entonces la clase dominante andaluza será netamente españolista, y aceptará de manera consciente un papel subordinado para Andalucía dentro del capitalismo español.
La identidad popular andaluza será defendida entonces por sectores de la pequeña burguesía urbana, como en la Constitución republicano-federal de Andalucía, en 1883. Pero ésta era una clase todavía débil, además de cobarde.
Heredero fue el andalucismo histórico, que define ya a Andalucía como nación y reivindica un poder andaluz, además de la reforma agraria. Este movimiento, liderado por Blas Infante, tendría un carácter idealista y en algunos aspectos contradictorio. Pero sería muy importante la unión que de lo nacional y lo social haría, afrontando, como vimos supra, el principal problema histórico de Andalucía: la posesión de la tierra. Durante la II República se levantará la demanda autonomista, a la que se opondrá la burguesía. Las Bases estatutarias aprobadas en 1933 suponen un reconocimiento de la identidad andaluza. Paralizado por la derecha, el proceso estatutario es retomado con más fuerza tras la victoria del Frente Popular, pero el golpe fascista de Franco lo interrumpirá. El movimiento sería descabezado con el fusilamiento de sus líderes, especialmente de Blas Infante, ejecutado en el verano de 1936. En noviembre de ese año, las organizaciones obreras de la mayor ciudad libre y no ocupada por las tropas fascistas de toda Andalucía, Málaga, incluyen el derecho de autodeterminación para Andalucía en su programa conjunto.
Tras la transformación de la dictadura fascista en supuesta “democracia”, surge el nuevo nacionalismo. Al amparo de Franco, España se había convertido en un Estado imperialista y monopólico, ingresando más tarde en la OTAN y en la CEE. Los Movimientos de Liberación Nacional adquieren entonces otro carácter de clase. En Andalucía, desde 1977 hasta 1980, el andalucismo es por primera vez un impresionante movimiento de masas, encabezado por el movimiento obrero del campo y la ciudad. Este movimiento no podrá ser frenado ni siquiera por una tremenda represión, que incluyó el asesinato policial. Las principales organizaciones revolucionarias situadas a la izquierda del PCE y del régimen, como fueron el PTE, la LCR, la ORT, el PCPE, el MC, etc., defenderán que Andalucía es una nación periférica oprimida, consecuencia del desarrollo desigual del capitalismo. Los impresionantes resultados del referéndum autonómico de 1980 y la masiva participación en el mismo lo dicen todo.
Las movilizaciones soberanistas y obreras de los años 70 irán perdiendo fuelle, a la par que el resto de movimientos obreros y nacionales del Estado (con la excepción del País Vasco), hasta llegar a la situación de desarticulación popular actual. A pesar de todo, el sindicato que continúa manteniendo el pulso de la lucha de clases en Andalucía, el SOC-SAT, es un sindicato soberanista de izquierdas y nacionalista andaluz.
Actualmente, según una encuesta dirigida por la Universidad de Sevilla y publicada en numerosos periódicos andaluces, más de la mitad de los andaluces se muestran favorables a que se reconozca a Andalucía el rango de “nacionalidad histórica”, y sólo un 24% está en contra. De hecho, el Estatuto de Autonomía actual reconoce a Andalucía como “realidad nacional”.
¿Es Andalucía una nación?
A priori, parece obvio que Andalucía cumple de sobra los requisitos que suelen asociarse al concepto de nación. Incluso antes de la propia existencia de esta nación, su actual territorio tuvo una historia pre-nacional hasta cierto punto diferenciada (a pesar de la conquista castellana culminada en 1492), determinada desde antaño por fronteras naturales (Despeñaperros). Tiene un hecho lingüístico diferenciado (pese a la prohibición, tras la aludida conquista, de la aljamía, la lengua romance de Al-Andalus). Tiene una cultura propia, con una poesía lírica (el flamenco), una gastronomía, una psicología y una personalidad propia como pueblo que para nadie está en discusión, porque es self-evident.
Pero a pesar de los años 70, a pesar del SAT e incluso del Estatuto, determinadas visiones actuales de cierta izquierda parecen succionadas por un túnel en el espacio y el tiempo, cayendo de vuelta en el DIAMAT. Según esta visión, Andalucía no podría ser una nación, porque “en el periodo de formación de las naciones” la clase dominante no era la burguesía industrial andaluza, sino “la burguesía terrateniente”, es decir, “la clase que sostiene el feudalismo”, que se opone a la creación de naciones.
El error es mayúsculo. En primer lugar, de igual modo que el capitalismo no surge en todas partes en el mismo punto cronológico, tampoco todas las naciones tienen que formarse en el mismo momento. En segundo lugar, en Andalucía jamás hubo un periodo plenamente feudal: tras la conquista castellana lo que se produce es a lo sumo una señorialización. En tercer lugar, ¿por qué a la clase terrateniente debe corresponder el feudalismo? ¿La actual duquesa de Alba es una señora feudal? ¿Dónde está su ejército? Por último, la historia no es un proceso lineal: no todo pueblo debe pasar por unas etapas forzosamente.
Los MLN como fuerza aglutinante
Es la clásica lectura escolástica y vulgar del marxismo, reducido a dogma teleológico-evolucionista. Sin embargo, el marxismo abierto debe plantearse los problemas de otra manera: en movimiento y en su contexto. De ese modo, descubrirá que la efervescencia del nacionalismo andaluz ha coincidido siempre con la efervescencia del movimiento obrero y popular (Guerra Civil, Transición...) De igual modo, el repliegue del andalucismo ha acompañado siempre al repliegue de la lucha de clases.
Pero descubrirá también que en el resto del Estado español sucede exactamente lo mismo, y si tiene honestidad podrá concluir que los proyectos que han asumido reivindicaciones nacionales de izquierdas han tenido mucho más éxito, en todos los sentidos, que los proyectos estatalistas. ¿Casualidad? Incluso en la actualidad, los distintos sindicatos nacionalistas (CIG en Galicia, LAB en Euskal Herria, SAT en Andalucía...) mantienen, como dijimos, el pulso histórico de la lucha de clases, mientras que el resto se hunde en la impotencia, cuando no practica la más abyecta traición de clase (CCOO, UGT). ¿No será que, en un momento de la historia en el cual el capitalismo amenaza con borrar todas las culturas de la Tierra, el soberanismo y la izquierda se retroalimentan y son dos caras de la misma moneda?
Y es que, a pesar de las interpretaciones economicistas del marxismo, pocos ya ignoran que aparte del capital económico existe un capital simbólico, y que aparte de la lucha obrera existen las luchas ideológica y política, las luchas de género oprimido, las luchas de razas oprimidas, las luchas de nación oprimida, etc. Poco aporta repetir la obviedad de que las organizaciones andalucistas tienen una fuerza tan escasa como las anticapitalistas en general (aunque no más que ellas); sin embargo, existen motivos tanto económicos como culturales para ser y declararse andalucista.
Razones económicas
Como explicaba Pedro Antonio Honrrubia Hurtado, con una tasa de paro del 25% (muy superior a la media del Estado, 18%); con una tasa de analfabetismo del 18% (superior al 15% que teníamos en 1982); con un 20% de las personas nacidas en Andalucía viviendo fuera, en la emigración, por motivos económicos; con un mercado interior en el que el 90% de los productos que se consumen no están elaborados en el interior de nuestras fronteras (frente al 68% del País Vasco y el 63% en Cataluña, por ejemplo), siendo en su mayoría productos fabricados por empresas del Estado español; con un sector financiero controlado por los grandes bancos españoles; con el negocio de los seguros destinado a engrosar las arcas de las potentes empresas españolas del sector; con unos servicios diarios (luz, teléfono, Internet, gasolina, butano, etc.) en manos de empresas españolas; con un turismo preso de los tour-operadores extraestatales y las multinacionales españolas; con una agricultura diseñada para satisfacer los intereses marcados por Europa y por el Estado; con un sector de la construcción (pública y privada) dominado por empresas españolas; en definitiva, con una economía esclava y sumisa a los intereses del Estado, ¿quién puede decir que a día de hoy Andalucía no siga siendo un claro ejemplo de economía inserta en una estructura colonial-dependiente según el modelo centro-periferia?
Telefónica, Endesa, Repsol, La Caixa, Mercadona, el BBVA, Banesto, Iberdrola, Gas Natural, BSCH, ACS, Dragados, Sol-Meliá, NH Hoteles, Alsina Graells, RENFE, Iberia y demás empresas españolas que hacen caja diariamente en sectores claves de la economía andaluza y con el dinero del pueblo trabajador andaluz, ¿no son un claro ejemplo de colonización interior económica y estructural? Que sólo el 2% de las empresas que cotizan en las bolsas españolas sean originarias de Andalucía (pueblo que comprende a casi el 20% de la población del Estado), ¿no es una muestra evidente de que la economía andaluza está subyugada por la estructura capitalista española?
Siguiendo al marxista brasileño Theotonio Dos Santos "por dependencia entendemos una situación en que la economía de ciertos países está condicionada por el desarrollo y la expansión de otra economía a la que está sometida; (...) la relación de interdependencia entre dos o más economías, y entre éstas y el comercio mundial, asume la forma de dependencia cuando algunos países (los dominantes) pueden expandirse y pueden ser autosuficientes, mientras que otros países (los dependientes) sólo pueden hacer lo anterior como un reflejo de tal expansión".
Es precisamente eso lo que se deja entrever en una relación entre dos economías, la española y la andaluza, en la cual el hecho de que la primera de ellas entre en recesión provoca automáticamente el hundimiento de la segunda. La economía andaluza sólo crece en periodos de crecimiento global de la economía española, y siempre manteniéndose en niveles generales de desarrollo muy por debajo de la media estatal, mientras que, en cambio, a medida que la economía española se paraliza los efectos son instantáneos y devastadores en la economía andaluza. Esto constituye una evidente muestra de intercambio desigualitario, en un modelo de desarrollo capitalista fundamentado en las relaciones centro-periferia, que además convierte en ficción toda autonomía formal.
Razones culturales
Vale la pena que leamos las palabras de (nada más y nada menos) José Ortega y Gasset:
Vive el andaluz en una tierra grasa, ubérrima, que con mínimo esfuerzo da espléndidos frutos. Pero además el clima es tan suave, que el hombre necesita muy pocos de estos frutos para sostenerse sobre el haz de la vida. (…) Se dice pronto "holgazanería", aunque es una palabra bastante larga. Pero el andaluz lleva unos cuatro mil años de holgazán, y no le va mal. (…) La famosa holgazanería andaluza es precisamente la fórmula de su cultura. (…) Podrá en el andaluz ser la pereza también un defecto y un vicio; pero, antes que vicio y defecto, es nada menos que su ideal de existencia. Esta es la paradoja que necesita meditar todo el que pretenda comprender a Andalucía: la pereza como ideal y como estilo de cultura.
Puede resultar tremendamente chocante, pero está más que difundida la idea de que el andaluz es de alguna manera un pueblo inferior. Leamos ahora estas palabras del historiador norteamericano Gabriel Jackson, en referencia a la Guerra Civil española de 1936-39:
Hablando en términos militares, esta campaña del Norte no se caracterizó por la ferocidad que había marcado la guerra en Andalucía. Ni los carlistas ni los nacionalistas vascos fusilaban a sus prisioneros. (…) En efecto, no es raro que españoles de las ideologías más diversas se refieran a los andaluces como gentes inferiores. (...) En Andalucía, los oficiales de carrera a menudo se comportaron como si estuvieran dedicados a una operación de exterminio químico. En el Norte miraban a sus enemigos como seres humanos.
Vayamos a la actualidad. Veamos esta noticia aparecida hace unos meses en el diario Público:
La diputada del PP en el Parlament Monserrat Nebrera ha afirmado hoy, en relación a las explicaciones efectuadas ayer por la ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, (...) que ésta "tiene un acento que parece un chiste". En el programa "A vivir que son dos días", de la cadena Ser, Nebrera ha añadido que "tiene un problema esta buena mujer y es que tiene un acento que parece un chiste, tiene un problema de comunicación, que se aturulla y hace un lío". "Yo que algunas veces cuando llamo a Córdoba y oigo desde algún hotel que me contestan y no acabo de entender, porque si no estás avezado en hablar en andaluz normalmente pues te cuesta, imagínate cuando además el problema es de comunicación por ser andaluza", ha añadido.
El hecho lingüístico andaluz fue definido por el Doctor y miembro de la RAE Manuel Alvar como un “caos en efervescencia, que no ha logrado restablecer la reordenación del sistema roto” y que “está desgajado de la lengua común porque todas las amarras que formaban la unidad han ido saltando violentamente rotas”. En un Proyecto de Investigación realizado por los profesores de la Universidad de Sevilla Dr. F. J. Pérez Santamaría (experto en Estadística aplicada a las ciencias humanas) y Dr. Miguel Ropero Núñez (especialista en andaluz) los resultados arrojaron el resultado de que, al ser interrogados sobre “¿Cómo llamarías a tu forma de hablar?” sólo un 37% de los encuestados dijo español o castellano, mientras que un 61% dijo andaluz o sevillano.
Sin embargo, a pesar de esta clara conciencia de hablar algo diferente, el 32% de los encuestados consideraba que los andaluces hablamos mal. Es de enorme gravedad (gravedad que suele subestimarse) el hecho de que exista un país en el cual uno de cada tres habitantes considera que su variedad lingüística es, por algún misterioso motivo, una perversión de la natural facultad humana del lenguaje (máxime si consideramos la inexistencia del menor argumento que pueda sustentar tan extraña tesis). Este prejuicio ignorante se basa en el “fetichismo ortográfico”, la creencia de que el habla debe imitar a la escritura cuando es precisamente al revés: la escritura surge para representar e imitar el habla. A cada letra no corresponde un sonido (véase la h; o la u de guerra o queso) y el andaluz, al igual que por ejemplo el francés o el inglés, está simplemente más alejado de la norma ortográfica escrita, lo que no hace ni mejores ni peores a estos sistemas lingüísticos. En el caso del andaluz, esto se debe al conocido motivo de que la norma ortográfica fue diseñada a imitación de la variedad castellana, por encontrarse allí la capital y el centro del poder político, económico y militar. Pedro Carbonero escribió que, si se dice que el andaluz es “español mal hablado”, habría que decir también que el español es “latín mal hablado”.
Se trata, además de un prejuicio debidamente fomentado por la RAE y los medios de comunicación, no sólo en series como Médico de Familia o Los hombres de Paco, sino incluso en la propia televisión andaluza, Canal Sur. Los profesionales de dicho canal emplean únicamente el andaluz cuando se trata de programas de humor, siendo presentados en cambio los telediarios o los programas serios y culturales por personas que imitan grotesca e infructuosamente el habla de los madrileños, lo cual constituye una tremenda catetada.
A modo de conclusión
Si consideramos demostrado que el nacionalismo de izquierdas (en Cuba, en Vietnam, en Euskal Herria), lejos de “dividir a la clase obrera”, de lo que sirve es precisamente de aglutinante; que en el Estado español, como afirmaba Iniciativa Internacionalista, la táctica más adecuada debe ser la unidad entre las fuerzas soberanistas de izquierdas y el anticapitalismo organizado a nivel estatal pero respetuoso con la autodeterminación; que el SAT se halla a la vanguardia del movimiento obrero andaluz; que la andaluza es una economía semi-colonial y dependiente; que Andalucia es culturalmente pisoteada como si el hecho lingüístico andaluz sólo sirviera para contar chistes, y que Andalucía es un pueblo con una identidad nítidamente singularizada, entonces la conclusión sólo puede ser una:
Los andaluces de izquierda marxista debemos defender las posturas del soberanismo andaluz, no necesariamente independentista, pero sí al menos en la línea del SAT: andalucista en lo cultural, comprometido con la consecución de la soberanía económica y alimentaria de nuestra tierra y -por supuesto- respetando, aunque a día de hoy no sea un debate que esté en boga, el derecho de autodeterminación para Andalucía.
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