sábado, 23 de enero de 2010


Felicitamos a todos los creyentes con ocasion del aniversario del nacimiento del Imam Musa Al-Kádim, la paz sea con él.

Biografia del Imam Musa Al-Kádim
Kitab al-Irshad
del Sheij Al-Mufid

Mención del Imam que vino tras Abu Abdel lah Yafar ibn Muhammad, la paz sea con él, de quién fue hijo, de la fecha de su nacimiento, las pruebas de su Imamato, los años que vivió, la duración de su califato, la fecha de su muerte y las causas de la misma, el lugar en que se encuentra su tumba, el número de sus hijos y una selección de los relatos que hablan de él.

Como hemos mencionado previamente, el Imam, tras el fallecimiento de Abu Abdel lah Yafar, la paz sea con él, su hijo Abu Al-Hasan, Musa ibn Yafar Abd us-Sáleh, la paz sea con él, fue el siguiente Imam, tanto por su perfección y las superiores cualidades que reunía, como por la designación de su padre para que ocupase el Imamato y por las claras señales en tal sentido que él poseía.
Él nació en Al-Abwá el año ciento veintiocho de la hégira y falleció en Bagdad en la carcel de Sindí bin Sháhik el seis del mes de Rayab del año ciento ochenta y tres de la hégira, a la edad de cincuenta y cinco años.
Su madre fue una esclava llamada Hamida al-Barbariya.
El periodo de su califato y de su permanencia en el Imamato tras su padre fue de treinta y cinco años.
Fue conocido como Abu Ibrahím, Abu Al-Hasan y Abu Alí y también como Abd us-Sáleh y Al-Kádim (el que contiene su ira) la paz sea con él.

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6/2 Sobre su designación para el Imamato realizada por su padre, la paz sea sobre ambos

Entre quienes han transmitido las palabras de Abu Abdel lah As-Sádeq, la paz sea con él, designando a su hijo Abu Al-Hasan Musa para el Imamato, de las maestros (shuyuj) que pertenecían al circulo de compañeros de Abu Abdel lah y al grupo especial más íntimo e interno de ellos, el formado por aquellos doctores de la ley rectos y más dignos de confianza en sus testimonios, que Dios esté satisfecho de ellos, se encuentran Al-Mufaddal bin Umar al-Yuufí, Muád bin Kazír , Abde Rahmán bin al-Huyyách, Al-Feid bin al-Mujtár, Yaqub as-Sirách, Suleyman bin Jálid, Safwán al-Yamál y otros que, de mencionarlos a todos, alargarían en exceso este libro.
Su designación también ha sido relatada por sus hermanos Isháq y Alí hijos de Yafar, que fueron dos de los hombres de nobles cualidades y prudentes y no se encuentran dos hombres que disientan de ello.

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Y relató Musa al-Sayqal que Al-Mufaddal bin Umar, Dios esté satisfecho de él, dijo: «Estaba yo con Abu Abdel lah, la paz sea con él, y llegó Abu Ibrahím Musa, la paz sea con él, que era entonces un jovencito, y Abu Abdel lah me dijo: «Comunica a tus compañeros dignos de confianza que la autoridad le pertenece a él (refiriéndose a Musa).»

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Y relató Zabít, que Muád bin Kazír dijo: «Dije a Abu Abdel lah: «Pido a Dios que otorgó a tu padre un hijo como tú para ocupar esta posición, que te otorgue un hijo antes de que mueras que pueda ocupar esta misma posición después de ti.»
Él dijo: «Dios ya lo ha hecho.»
Yo le dije: «¿Quién es? ¡Doy mi vida por ti!»
Él señaló a su hijo Abd as-Sáleh que estaba durmiendo y que era todavía un niño y dijo: «Es ese que duerme.»

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Y Abu Alí Al-Uryání relató, que Abde Rahmán bin Al-Huyyach dijo: «Fui a ver a Yafar ibn Muhammad, la paz sea con él, a su casa. Estaba en la habitación que usaba como sala de oraciones. Rezaba una súplica y a su derecha estaba su hijo Musa ibn Yafar siguiendo su oración.
Yo le dije: «¡Que Dios acepte el sacrificio de mi vida por ti! Tú sabes cómo he dedicado mi vida a tu servicio ¿Podrías decirme quien será el Imam (Walí ul-Amr) después de ti?»
Él dijo: «¡Oh Abde Rahmán! Este Musa se ha puesto la armadura y está listo para llevarla.»
Yo le dije: «Después de eso ya no necesito saber nada más.»

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Y relató Abdel Aalá, que Feid bin al-Mujtár dijo: «Le dije a Abu Abdel lah: «Toma mi mano y aléjala del Fuego ¿Quién quedará para nosotros después de ti?»
Entonces, entró Abu Ibrahím, que era aun un niño y Abu Abdel lah dijo: «Ese es vuestro señor, así que permaneced junto a él.»

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Y relato Ibn Abu Nayrán que Mansur bin Házem dijo: «Dije a Abu Abdel lah: «¡Doy a mi padre y a mi madre por ti! En verdad, las personas vienen y se van y si eso sucediese quién nos quedaría?»
Y Abu Abdel lah dijo: «Si sucediese eso, éste sería vuestro señor» y golpeó con su mano sobre el hombro derecho de Abu Al-Hasan, que tendría en esa época unos cinco años. Y Abdel lah bin Yafar estaba sentado con nosotros.»

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Y relató Ibn Abu Nayrán, que Isa bin Abdel lah bin Muhammad bin Umar bin Alí ibn Abu Táleb dijo: «Pregunté a Abu Abdel lah, la paz sea con él: «Si algo te sucediese, Dios no lo quiera ¿A quién debería seguir»?
Abu Abdel lah, señaló a su hijo Musa.
Yo dije: «Y si a Musa le sucediese algo ¿A quien debería seguir?»
Él dijo: «A su hijo.»
Yo dije: «¿Y si a su hijo le sucediese algo?»
Él dijo: «A su hijo.»
Yo dije: «Y si a su hijo le sucediese algo y dejase un hermano mayor y un hijo pequeño?»
Él dijo: «A su hijo. Es siempre así.»

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Y Al-Fadl relató, que Táher bin Muhammad, dijo: «Vi a Abu Abdellah, la paz sea con él, reprender a su hijo Abdel lah y decirle: «¿Qué es lo que te impide ser como tu hermano? Juro por Dios que reconozco la luz de su rostro.»
Abdul lah le dijo: «¿Cómo puede ser? Acaso no somos ambos hijos de un mismo padre y su origen y mi origen son uno?»
Y Abu Abdel lah le dijo: «Él es de mí mismo y tú eres mi hijo.»

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Y relató Muhammad bin Sinán que Yaqub Al-Sirách dijo: «Fui a casa de Abu Abdel lah, la paz sea con él, y le encontré junto a la cabeza de Abu al-Hasan Musa que estaba en la cuna. Estuvo jugando con él un largo rato, así que me senté hasta que terminó de jugar con él, entonces me puse en pie ante él y él me dijo: «Acércate a tu señor y salúdale.»
Yo me acerqué a él y le saludé y él me respondió con elocuencia y luego me dijo: «Ve y cámbiale el nombre a la hija que te nació ayer, pues le has puesto un nombre que no le gusta a Dios.»
Me había nacido una hija y le había puesto de nombre Humayrá.
Y Abu Abdel lah me dijo: «Presta atención a lo que te ha dicho.»
Así que le cambié el nombre.»

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Y relató Ibn Miskán, que Suleiman bin Jáled dijo: «Un día, Abu Abdel lah llamó a Abu Al-Hasan, la paz sea con él, estando nosotros con él, y nos dijo: «Éste es a quien debéis obedecer después de mi. Juro por Dios que es vuestro señor después de mí.»

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Y relató Al-Washá, de Alí bin Al-Huseyn, que Safuán al-Yamál dijo: «Pregunté a Abu Abdel lah, la paz sea con él, quién sería el Imam siguiente y él me dijo: «El señor de este asunto es uno que no habla en vano ni juega.»
Entonces, llegó Abu Al-Hasan, la paz sea con él, junto con un animal destinado al sacrificio de la peregrinación y le iba diciendo: «Prostérnate ante tu Señor.»
Abu Abdel lah le tomó y le abrazó y dijo: «Doy la vida de mi padre y mi madre por éste que no habla en vano ni juega.»

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Y Yaqub bin Yafar dijo: «Me relató Isháq bin Yafar as-Sádeq: «Estaba un día con mi padre y Alí bin Umar bin Alí le dijo: «¡Doy mi vida por ti! ¿En quien deberemos y deberán buscar refugio las gentes después de ti?»
Él dijo: «En el que lleva las dos ropas amarillas y los dos mechones de pelo y que va a aparecer ahora por la puerta.»
No transcurrió más que un momento y aparecieron dos manitas abriendo las dos hojas de la puerta y Abu Ibrahím Musa apareció ante nosotros. Era un niño pequeño y llevaba puestas dos ropas amarillas.»

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Y relató Muhammad bin al-Walíd: «Escuché a Alí ibn Yafar bin Muhammad, As-Sádeq, la paz sea con él, decir: «Escuché a mi padre Yafar bin Muhammad decir a un grupo de sus compañeros cercanos y seguidores: «Tratad bien a mi hijo Musa, pues es el mejor de mis hijos y quien me sucederá cuando yo muera, ya que él es el heredero de mi posición espiritual y la prueba de Dios Altísimo ante toda Su creación, después de mí.»

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Alí ibn Yafar permaneció muy unido a su hermano Musa, fue un devoto seguidor suyo y tomó de él las enseñanzas religiosas con gran interés, y suya es la famosa obra Masáel recogiendo las respuestas a las cuestiones que de él escuchó.

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Pero la información relativa a las cosas que hemos mencionado son muchas más de las que hemos recogido y explicado.

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6/3 Mención de algunas de las pruebas, señales, indicaciones y milagros de Abu Al-Hasan Musa, la paz sea con él

Me informó Abu al-Qásim Yafar bin Muhammad bin Qulaway, de Muhammad bin Yaqub al-Koleyní, de Muhammad bin Yahia, de Ahmad bin Isa, de Abu Yahia al-Wásatí, que Hishám bin Sálem dijo: «Después del fallecimiento de Abu Abdel lah, la paz sea con él, nos encontrabamos en Medina yo y Muhammad bin An-Nuumán Sáheb ut-Táq y las gentes en general pensaban que la autoridad tras Abu Abdel lah recaía en Abdel lah ibn Yafar tras la muerte de su padre. Así pues, fuimos ante él junto con el resto de las personas y le preguntamos cuanto era el impuesto purificador de la riqueza (Zakát) que se debía pagar.
Él dijo: «Cinco dirhams cada doscientos dirhams.»
Nosotros le dijimos: «¿Y sobre cien?»
Él dijo: «Dos dirham y medio.»
Nosotros dijimos: «¡Por Dios! Eso es lo que dicen los Muryía.»
Él dijo: «¡Por Dios! Yo no se lo que dicen los Muryía.»

Así que yo y Abu Yafar al-Ahwal salimos de allí perdidos, sin saber hacia donde dirigirnos. Nos sentamos llorando en un callejón de Medina sin saber que hacer o hacia quien volvernos, diciéndonos ¿Hacia los Muryía? ¿los Qadiríes? ¿los Mutazilah? ¿los Zaydíes? (los Jawárich).
Nos encontrábamos en esa situación cuando vimos a un hombre anciano al que yo no conocía. Él me hizo señas con su mano para que me acercase a él y yo temí que fuese uno de los espías de Abu Yafar Al-Mansur, que andaban por Medina espiando con quién se reunía la gente después de la muerte de Abu Abdel lah Yafar, para detenerle y matarle.
Temiendo que el anciano fuera uno de ellos, dije a Al-Ahwal. «¡Déjame solo! Pues temo por mí y por ti y ese hombre sólo me requiere a mi y no a ti, así que, aléjate de mi para que no se fije en ti.»

Seguí al anciano pensando en que no podría escapar de él. Yo no dejaba de seguirle, pensando que me exponía a la muerte, hasta que me llevó ante la puerta de Abu Al-Hasan Musa, la paz sea con él, y dejándome allí, se marchó. Entonces, un servidor que estaba en la puerta me dijo: «¡Entra! ¡La misericordia de Dios sea contigo!»
Entré y allí estaba Abu Al-Hasan Musa, la paz sea con él, quién, sin darme tiempo a hablar, me dijo: «¡A mí! ¡A mí! No a los Muryía ni a los Qadiríes, ni a los Mutazilah, ni a los Jawárich ni a los Zaydíes.»
Yo dije: «¡Doy mi vida por ti! ¿Se ha ido tu padre?»
Él dijo: «Sí.»
Yo dije: «¿Ha muerto?»
Él dijo: «Sí.»
Yo dije: «¿Y quien nos queda después de él?»
Él dijo: «Si Dios quiere Él te guiará a esa persona.»
Yo dije: «¡Doy mi vida por ti! Tu hermano Abdel lah pretende que él es el Imam después de la muerte de su padre.»
Él dijo: «Abdel lah no quiere que Dios sea adorado.»
Yo dije: «¡Doy mi vida por ti! ¿Quién nos queda entonces después de él?»
Él dijo: «Si Dios quiere Él te guiará a esa persona.»
Yo dije: «¡Doy mi vida por ti! ¿Eres tú esa persona?»
Él dijo: «Yo no he dicho eso.»
Yo me dije: «No estoy haciendo las preguntas de la manera adecuada. Así que le dije: «¡Doy mi vida por ti! ¿Tienes un Imam sobre ti al que debas obedecer?»
Él dijo: «No.»
Entonces, algo, que sólo Dios sabe lo que fue, entró en mí que me hizo mostrarle mis respetos y mi afecto y le dije: «¡Doy mi vida por ti! ¿Puedo preguntarte como solía preguntarle a tu padre?»
Él dijo: «Pregunta y te informare, pero no difundas lo que te diga, porque si lo haces correrá la sangre del sacrificio.»
Yo le pregunte y él era como un océano inagotable de conocimientos.
Yo dije: «¡Doy mi vida por ti! Los seguidores de tu padre están perdidos, permite que les lleve esta noticia y que les invite a seguirte, a pesar de que me has obligado a guardar silencio.»
Él dijo: «Informa de ello únicamente a aquellos que conoces bien y sabes que son gente bien guiada. Y que te prometan guardar silencio, pues si lo publican correrá la sangre del sacrificio.» Y señaló su cuello con la mano.

Salí de su presencia y encontré a Abu Yafar Al-Ahwal, que me dijo: «¿Qué te ha sucedido?»
Yo le dije: «La guía.» Y le relaté lo que había sucedido.
Luego, nos encontramos a Zurára y a Abu Basír y les llevamos ante él y ambos escucharon sus palabras y le hicieron sus preguntas y reconocieron su Imamato.
Luego, encontramos a numerosos grupos y todo aquel que llevamos ante él reconoció su Imamato, excepto el grupo de Ammar as-Sábátí.
Abdel lah mantuvo sus pretensiones pero sólo unos pocos le siguieron.»

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Me informó Abu Al-Qásem Yafar ibn Muhammad ibn Qúlúyá, de Muhammad bin Yaqub, de Alí ibn Ibrahím, de su padre, que Ar-Ráfií dijo: «Tenía un hijo del hermano de mi padre, llamado Al-Hasan bin Abdel lah, que era un asceta y una de las personas más pías de su época.
El Sultán estaba pendiente de él debido a la seriedad de su actitud religiosa y a su criterio y, algunas veces, iba junto al Sultán para denunciar algún asunto que le molestaba siguiendo el principio de «Ordenar el bien y censurar el mal» y él se lo aceptaba debido a su rectitud religiosa.
Las cosas transcurrían así hasta que un día entró en la mezquita y se encontró con Abu Al-Hasan Musa, la paz sea con él, que le pidió que se acercase, cosa que mi tío hizo. Entonces, él le dijo: «¡Oh Abu Alí! Nada amo más que aquello en lo que tú estás y eso me hace muy feliz, excepto por que no posees un verdadero conocimiento de Dios. ¡Busca el conocimiento de Dios!»
Mi tío le dijo: «¡Doy mi vida por ti! ¡Qué es el conocimiento de Dios?»
Él le dijo: «Ve a aprender las leyes de Dios y el hadíz profético.»
Él dijo: «¿De quién?»
El Imam le dijo: «De los doctores de la ley de Medina y luego ven a relatarme los hadices que hayas aprendido.
Mi tío fue y escribió lo que aprendía. Luego, vino y se lo leyó y el Imam lo rechazó todo y le dijo: «Ve a buscar el conocimiento de Dios.»
El hombre era una persona sinceramente preocupada por su religión y no dejó de atender las observaciones que le hacia Abu Al-Hasan hasta que un día salió para visitar unas tierras que tenía y se encontró con él por el camino y le dijo:
«¡Doy mi vida por ti! En verdad, te necesito para que me guíes ante la presencia divina, así que infórmame de lo que necesito saber para obtener el conocimiento de Él.»
Entonces, Abu Al-Hasan, la paz sea con él, le informó de la posición de Alí Emir Al-Muminín y de sus derechos y de lo que era necesario que él supiera. De la posición de Al-Hasan y de Al-Huseyn, de Alí ibn Al-Huseyn, de Muhammad ibn Alí y de Yafar ibn Muhammad, la paz sea con todos ellos, luego calló.
Él le dijo: «¡Doy mi vida por ti! Entonces, ¿Quién es hoy el Imam?»
Él dijo: «¿Si te lo digo lo aceptarás?»
Él dijo: «Sí.»
´ El Imam dijo: «Soy yo.»
Él dijo: «¿Hay alguna cosa que lo pruebe?»
El Imam le dijo: «Ve hasta aquel árbol –y señaló hacia unos árboles Umm Guilán- y dile: «Musa ibn Yafar dice que vayas junto a él.»
Él dijo: «Fui allí y se lo dije y juro por Dios que vi como en la tierra se abría un surco por el que él árbol se deslizó hasta pararse ante él. Luego, él le hizo señas para que regresase a su sitio y el árbol volvió.»
Y dijo: «Entonces mi tío creyó en él. Luego se dedicó al silencio y a la adoración y nadie le volvió a ver hablar después de aquello.»

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Relató Ahmad bin Mehrán, de Muhammad bin Alí, que Abu Basír dijo: «Le dije a Abu Al-Hasan Musa ibn Yafar: «¡Doy mi vida por ti! ¿Cómo se conoce al Imam?»
Él dijo: «Por sus características. La primera de ellas es algo por lo cual su padre le ha dado la preferencia y por la que ha indicado que él es la prueba de Dios para la humanidad.
Después, que si se le pregunta cualquier cosa podrá responder. Y si la persona calla, él le dirá lo que sucederá en el futuro. Y también en que hablará a cada persona en su propio idioma.»
Luego dijo: «¡Oh Abu Muhammad! Te daré una prueba antes de que te pongas en pie para marchar.»

Un instante después llegó ante él un hombre del Jorasán. El jorasaní se dirigió a él en árabe, pero Abu Al-Hasan le respondió en persa.
Así que, el jorasaní le dijo: «Juro por Dios que lo único que me impidió dirigirme a ti en persa fue el pensar que no podrías hablarlo con fluidez.»
El Imam le dijo: «¡Alabado sea Dios! Si no pudiese hablarlo con fluidez para responderte, no poseería la superioridad sobre ti sobre la que se basa mi derecho al Imamato.»
Luego dijo: «¡Oh Abu Muhammad! En verdad, no existe lenguaje que el Imam ignore, ni de los humanos ni de los pájaros, ni de ningún otro ser que tenga alma.»

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Y relató Abdel lah bin Idrís que Ibn Sinán dijo: «Sucedió que, un día, Ar-Rashid envió unas vestimentas a Alí bin Yaqtín para agasajarle con ellas. Entre ellas iba una capa de seda negra recamada en oro, como las que llevan los reyes.
Cuando los regalos llegaron a Abu Al-Hasan, la paz sea con él, aceptó el dinero y las vestimentas pero rechazó la capa de seda y se la devolvió con el mismo mensajero que Alí bin Yaqtín le había enviado y le escribió lo siguiente: «Guárdala y que no salga de tus manos, pues te llegará una situación en que tendrás necesidad de ella.»
Alí bin Yaqtín sintió herida su suspicacia, sin entender la razón de todo ello, pero guardó la capa.
Después de un tiempo, sucedió que el comportamiento de Alí bin Yaqtín con uno de sus criados, que ocupaba una especial posición, sufrió un cambio y este criado abandonó su servicio y, como este criado conocía la inclinación que Alí bin Yaqtín sentía hacia Abu Al-Hasan Musa, la paz sea con él, y sabía de los regalos que continuamente le hacía, enviándole dinero, trajes, delicadezas y otras cosas, informó de ello a Ar-Rashíd, diciéndole: «En verdad, que él reconoce a Musa ibn Yafar como su Imam y todos los años le entrega el quinto de sus riquezas y también le envió, en tal y tal ocasión, la capa de seda con que el Gobernador de los Creyentes le había agasajado.»
Ar-Rashid se puso furioso al escuchar aquello y enfadadísimo dijo: «Descubriré la verdad de todo esto y si es tal y como tú has dicho, acabaré con él.»
Hizo llamar a Alí bin Yaqtín inmediatamente y, cuando éste se presentó ante él, le dijo: «¿Qué has hecho con la capa que te regalé?»
Él dijo: «¡Oh Gobernador de los Creyentes! Se encuentra en mi poder. La tengo guardada en una caja sellada y perfumada. Cada mañana la abro y la observo para obtener las bendiciones que de ella emanan. La beso y la vuelvo a dejar en su sitio. Y lo mismo hago cada noche.»
Ar-Rashid dijo: «¡Haz que la traigan inmediatamente!»
Alí bin Yaqtín dijo: «Desde luego ¡Oh Gobernador de los Creyentes!» Y envió a por ella a uno de sus criados, diciéndole: «Ve a tal habitación de mi casa y toma la llave de mi armario y ábrelo. Abre tal cajón y tráeme la caja cerrada y sellada que hay en él.»
Cuando el sirviente regresó con la caja sellada, la puso ante Ar-Rashid y éste ordenó que se rompiera el sello y se abriese.
Cuando la abrió, vio que en ella se encontraba la capa bien doblada y perfumada y la ira de Ar-Rashid se calmó. Entonces, le dijo a Alí bin Yaqtín: «Devuélvela a su sitio y tú también regresa en paz. Nunca más creeré lo que me digan contra ti, después de esto.»
Y, tras su partida, ordenó que le enviasen un magnífico regalo y que a su criado le diesen mil latigazos pero, cuando éste había recibido cerca de quinientos, murió.»

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Y relató Muhammad ibn Ismail, que Muhammad ibn Al-Fadl dijo: «Existen diferencias en los relatos de nuestros compañeros sobre el pasar la mano húmeda sobre los pies al hacer la ablución y si debe hacerse desde el empeine hacia la punta de los dedos o de la punta de los dedos hacia el empeine.
Alí bin Yaqtín escribió a Abu Al-Hasan Musa, la paz sea con él, lo siguiente:
«¡Doy mi vida por ti! Nuestros compañeros tienen diferencias sobre cómo se debe pasar la mano sobre los pies al realizar la ablución. Así pues, si lo ves conveniente, escríbeme de tu propia mano como debo de hacerlo, si Dios quiere.»
Abu Al-Hasan, la paz sea con él, le escribió:
«He entendido lo que me mencionabas sobre las diferencias en lo relativo a la ablución.»
«Lo que te ordeno es que la hagas de la siguiente manera: «Debes enjuagar tu boca tres veces y aspirar agua por tus narices y luego soltarla tres veces. Debes lavar tu cara tres veces, haciendo que el agua penetre por tu barba hasta llegar a la piel y lavar tus manos hasta el codo tres veces y pasar la mano húmeda por toda la cabeza y por fuera y dentro de tus orejas y lavar tus pies hasta el empeine tres veces. Y no hagas nada distinto a esto.»

Cuando la carta llegó a Alí bin Yaqtín, éste se sorprendió de lo que se le ordenaba en ella, pues difería de lo que la comunidad aceptaba como correcto, pero se dijo: «Mi maestro sabe mejor lo que dice y yo debo obedecer sus órdenes.»
Así que hacía sus abluciones de esa manera y eso provocó que lo shiítas seguidores Abu Al-Hasan, la paz sea con él, estuviesen en contra de ello.

Mientras, informaron a Al-Rashid sobre Alí bin Yaqtín y le dijeron: «Es un rafidí y se opone a ti.»
Así que Ar-Rashid dijo a uno de sus íntimos: «Me llegan muchas acusaciones contra Alí bin Yaqtín diciendo que se opone a mi y que se inclina hacia los rafidíes, pero no he visto nada censurable en el servicio que me presta. Le he puesto a prueba varias veces y nunca he podido encontrar nada sospechoso en su proceder y quisiera vigilar su comportamiento sin que él se diera cuenta, para que no pueda estar prevenido.»
Le dijeron: «¡Oh Gobernador de los Creyentes! Los rafidíes realizan sus abluciones de manera diferente a como lo hace la generalidad, reducen su ejecución y no verás que lavan sus pies, así que puedes ponerle a prueba observando cómo realiza sus abluciones sin que se de cuenta de que le vigilas.»
Él dijo: «¡Es cierto! Esa es la manera de saber claramente cuales son sus creencias.»
Dejó que pasase algún tiempo y, un día que Alí bin Yaqtín estaba ocupado con algún trabajo en su casa, entró en ella cuando era el tiempo de la oración y encontró a Alí bin Yaqtín sólo, en una habitación de la casa, ocupado en realizar las abluciones y oraciones.
Ar-Rashid se quedó tras la puerta de la habitación para poder observar a Alí bin Yaqtín sin que éste le viese a él.
Alí bin Yaqtín pidió que le trajesen agua para la ablución y se enjuagó con ella la boca tres veces, la aspiró por las narices otras tres, y se lavó su cara haciendo que el agua penetrase entre los pelos de su barba y lavó sus manos tres veces hasta los codos, pasó sus manos sobre toda su cabeza y sus orejas y lavó sus pies.
Cuando Ar-Rashid, que le estaba observando, vio aquello, salió de su escondite para que Alí bin Yaqtín pudiese verle, mientras le decía en alta voz: «¡Oh Alí bin Yaqtín! ¡Miente quien pretende que tú eres uno de los rafidíes!»
Y de esa manera se arregló la situación que Alí bin Yaqtín tenía ante Ar-Rashid.
Entonces le llegó otra carta de Abu Al-Hasan, la paz sea con él, en la que le decia:
«¡Oh Alí bin Yaqtín! De ahora en adelante ya puedes hacer tus abluciones como Dios manda: Lava tu rostro una vez obligatoriamente y una segunda voluntariamente; lava tus brazos desde el codo hasta la punta de los dedos, de la misma manera; pasa los dedos de tu mano humedecida por la parte superior de tu cabeza, desde la coronilla hacia delante y por la parte superior de tus pies, desde la punta de los dedos hasta el empeine.
Aquello por lo que había que temer ya ha cesado. Queda en paz.»

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Y relató Alí bin Abi Hamza Al-Batáiní: «Abu Al-Hasan Musa, la paz sea con él, salió un día de Medina hacia unas tierras que tenía fuera de la ciudad y yo iba acompañándole. Él iba cabalgando sobre una mula y yo sobre un asno que poseía.
Cuando íbamos por un camino, un león nos salió al paso. Yo me asusté, pero Abu Al-Hasan Musa, la paz sea con él, siguió adelante sin preocuparse por él y vi como el león se comportaba mansamente y ronroneaba.
Abu Al-Hasan se paró junto a él como si estuviese escuchando y el león puso una de sus patas en la grupa de su mula y aquello me hizo sentirme totalmente aterrorizado.
Después, el león se bajó y quedó a su lado. Abu Al-Hasan volvió su rostro hacia La Meca y comenzó a rezar algo, pero movía sus labios de una manera que no me permitía entender lo que decía. Luego, le indicó al león con su mano que ya podía marcharse y el león volvió a ronronear con él durante un largo rato y Abu Al-Hasan decía: «Amén, Amén.»
Finalmente, el león se alejó hasta que mis ojos le perdieron de vista.
Abu Al-Hasan continuó su camino y yo le fui siguiendo.
Cuando ya estábamos lejos del lugar, me puse a su altura y le dije: «¡Doy mi vida por ti! ¿Qué era lo que quería ese león? Juro por Dios que temí por tu vida y me sorprendió la manera en la que él actuó.»
Abu Al-Hasan dijo: «Él me salió al paso para que yo le pidiese a Dios que facilitase el parto de su pareja y yo lo hice. Luego me preguntó si yo sabía si le nacería un macho y yo le informe de ello. Entonces, él me dijo: «¡Ve con la protección de Dios! Dios no permitirá que ninguna bestia salvaje te moleste a ti, ni a tus descendientes ni a ninguno de tus seguidores.» Y yo dije: «Amén.»

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Los relatos de este tipo son numerosos. Basten los que hemos mencionado como prueba de lo que queríamos demostrar.
Y la benevolencia pertenece a Dios Altísimo.

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6/4 Mención de algunas de las cualidades, virtudes y méritos que le diferenciaban y distinguían de los demás

Abu Al-Hasan Musa, la paz sea con él, era la persona más religiosa de su época y la más versada en las leyes, la más generosa y la de espíritu más noble.
Fue relatado que él pasaba las noches rezando y unía esas oraciones con la oración obligatoria del amanecer y luego seguía rezando hasta la salida del Sol y, a veces, permanecía rogando a Dios y hablando con Él con su frente en el suelo y sin levantar su cabeza hasta cerca del mediodía.
En sus súplicas decía frecuentemente: «¡Oh Dios! Te pido que me otorgues la facilidad en el momento de la muerte y el perdón cuando se haga el recuento de mis actos.»
Y lo repetía muchas veces.
Otra de sus súplicas era:
«Inmensos son los pecados de Tu siervo. Qué tu perdón sea, pues, mayor.»
Y permanecía llorando de temor de Dios hasta el punto que su barba se empapaba con sus lágrimas.
Era la persona más amable que existía con sus familiares y cercanos.
Por las noches, salía a buscar a los pobres de Medina y les llevaba dinero, harina y dátiles y se lo hacía llegar sin que ellos supiesen quién era el que se lo entregaba.»

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Me informó el noble Abu Muhammad Al-Hasan bin Muhammad bin Yahia diciendo: «Me relató mi abuelo Yahia ibn Al-Hasan ibn Yafar: Me relató Ismaíl bin Yaqub: Me relató Muhammad bin Abdel lah Al-Bakrí:
«Fui a Medina buscando cobrar una deuda pero no pude conseguirlo, así que, me dije a mí mismo: «He de ir a ver a Abu Al-Hasan Musa, la paz sea con él, y quejarme de mi situación ante él.»
Lleno de resentimiento, fui a verle a sus tierras y salió a recibirme. Con él se encontraba un joven sirviente portando una cesta con algo de carne adobada. Nadie más estaba con él. Él comió y yo comí con él. Luego, me preguntó sobre mis necesidades y yo le relaté mi asunto. El entró y volvió a salir al instante y le dijo a su joven sirviente que se fuese. Luego, extendió su mano hacia mí y me entregó una bolsa que contenía trescientos dinares. Después, se puso en pie y se marchó. Yo también me puse en pie, subí a mi montura y me fui.»

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Me relató el noble Abu Muhammad al-Hasan bin Muhammad, de su abuelo, que otro de sus compañeros y maestros dijo: «Un hombre de la familia de Umar Ibn Al-Jatáb se encontraba en Medina molestando a Abu Al-Hasan Musa, la paz sea con él, y cuando le veía le insultaba y maldecía a Alí, la paz sea con él.
Un día, algunos de sus compañeros le dijeron: «Permítenos que matemos a ese pecador.» Pero él les prohibió hacer tal cosa de manera terminante y les reprendió duramente.
Luego, pregunto por el descendiente de Umar y le dijeron que vivía en unos campos de cultivo de las afueras de Medina.
Montó en su animal y se dirigió al campo del Umarí y entró en él montado en su burro.
Cuando el Umarí le vio le gritó que mo entrase en su tierra, pero Abu Al-Hasan no le hizo caso y se acercó a él montado en su burro.
Bajó de él y se sentó a su lado sonriente y le dijo: «¿Cuánto has pagado por esta tierra?»
El Umarí dijo: «Cien dinares.»
Él dijo: «¿Y cuanto esperas obtener de ella?»
Él dijo: «No se lo que aun no ha ocurrido.»
Él dijo: «Sólo te he preguntado cuánto esperas obtener.»
Él dijo: «Espero obtener doscientos dinares.»

Aquel hombre dijo: «Entonces, Abu Al-Hasan sacó una bolsa que contenía trescientos dinares y se la entregó diciéndole: «Esto es lo que has pagado por ella y lo que esperas obtener por ella. ¡Que Dios te otorgue lo que esperas obtener!»
Entonces, el Umarí se puso en pie, le besó la cabeza y le pidió que le disculpase por sus insultos.
Abu Al-Hasan le sonrió y se marchó.

El hombre dijo: »Cuando Abu Al-Hasan fue a la mezquita encontró al Umarí sentado allí.
Cuando el Umarí le vio dijo: «Dios sabe mejor a quien entregar Su mensaje.»

Y aquel hombre dijo: «Sus compañeros se acercaron a él y le dijeron: «¿Qué ha sucedido? Tú solías hablar de una manera muy diferente a esta.»
Él les dijo: «Ya habéis escuchado lo que he dicho ahora.» Y comenzó a hablar a favor de Abu Al-Hasan.
Ellos comenzaron a discutir con él y él con ellos.
Cuando Abu Al-Hasan regresó a su casa, aquellos que le habían dicho de matar al Umarí le preguntaron lo que había sucedido y él les dijo: «¿Qué era mejor, lo que vosotros querías o lo que yo quería? Yo he solucionado su asunto con la cantidad que os he dicho y con ello he eliminado su mala actitud.»

***

Los sabios han mencionado que Abu Al-Hasan, la paz sea con él, solía viajar llevando siempre doscientos o trescientos dirhams en su monedero y que sus limosnas eran por esas cantidades.

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Ibn Ammar y otros transmisores han relatado que cuando Ar-Rashid partió para la peregrinación y se estaba acercando a Medina, los notables de la ciudad salieron a su encuentro.
Musa Ibn Yafar, la paz sea con él, salió también a su encuentro montado en una mula, por lo que Ar-Rabií le dijo: «¿Qué es ese animal con el que sales a recibir al Gobernador de los Creyentes? Si fueses tras alguien con él, no lo alcanzarías y si te buscasen a ti no podrías escapar.»
Él dijo: «Es un animal que se inclina ante la altivez de los caballos pero que se eleva frente a la insignificancia de los burros. Y lo mejor en todos los asuntos es el término medio.»

***

Se relató que, cuando Harún Ar-Rashid entró en Medina, se dirigió a visitar la tumba del Profeta, las bendiciones de Dios sean con él y con su familia. Iba acompañado de un grupo de personas.
Cuando llegó ante la tumba de Profeta, dijo: «La paz sea contigo ¡Oh Mensajero de Dios! La paz sea contigo ¡Oh primo mío!» Queriendo con ello mostrar ante las gentes la dignidad de su linaje.
Entonces, se acercó a la tumba Abu Al-Hasan, la paz sea con él, y dijo: «La paz sea contigo ¡Oh Mensajero de Dios! La paz sea contigo ¡Oh padre mío!
El rostro de Harún Ar-Rashid se demudó y se vio claramente como se llenaba de ira.

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Relató Abu Zayd: «Me informó Abdel Hamíd que Muhammad ibn Al-Hasan preguntó a Abu Al-Hasan Musa, la paz sea con él, en presencia de Ar-Rashid, que se encontraba en La Meca: «¿Es permisible para el peregrino consagrado con las ropas de la peregrinación situarse bajo la sombra del paraguas de su camello?»
Imam Musa, la paz sea con él, le dijo: «No es permisible para él si lo hace a propósito.»
Muhammad ibn Al-Hasan le preguntó: «¿Es permisible que camine por la sombra a propósito?»
El Imam le dijo: «Sí.»
Entonces, Muhammad ibn Al-Hasan se rió de ello y Abu Al-Hasan Musa le dijo: «¿Te sorprendes de las costumbres del Mensajero de Dios y te burlas de ellas?
El Mensajero de Dios se aprovechaba de las sombras naturales estando consagrado con las ropas del peregrino y caminaba buscando la sombra aunque estaba consagrado para la peregrinación.
¡Oh Muhammad! Las leyes de Dios no se deducen por analogía y quien pretende deducir una leyes por medio de otras se extravía del camino recto.»
Muhammad ibn Al-Hasan calló y ya no hizo más preguntas.»

***

La personas que relataron tradiciones proféticas recogidas de Abu Al-Hasan Musa, la paz sea con él, son numerosas, pues, como ya dijimos, él era la persona más sabia de su época en las leyes divinas, quien mejor conocía el Libro de Dios y quien mejor lo recitaba.
Cuando él recitaba el Corán, las gentes de Medina que le escuchaban, lloraban y se entristecían debido al sentimiento y la profundidad con que lo hacía.
Las gentes de Medina le llamaban “La Joya de quienes pasan las noches rezando” (Zayn al-Mutahayyidín) y Al-Kádim, por su capacidad de soportar el enfado y su paciencia frente al comportamiento que los tiranos opresores tenían con él, hasta el momento en que fue asesinado, mientras le tenían prisionero y encadenado.

***

6/5 Mención de las causas por las que le mataron y algunas noticias sobre ello

Las causas por las que Harún Ar-Rashid detuvo, encarceló y mató a Abu Al-Hasan Musa, la paz sea con él, se encuentran recogidas en el relato de Ahmad ibn Abdel lah ibn Ammár, que lo recogió de Alí ibn Muhammad An-Núfalí, de su padre y de Ahmad ibn Muhammad ibn Saíd y Abu Muhammad Al-Hasan ibn Muhammad ibn Yahia, de sus maestros, que dijeron:
«La causa por la que Harún Ar-Rashid ordenó detener a Abu Al-Hasan Musa, la paz sea con él, es que Ar-Rashid había llevado a su hijo a recibir clases de Yafar ibn Muhammad ibn Al-Ashaz y Yahia ibn Jálid ibn Barmak tuvo envidia de él debido a ello.
Se dijo: «Si el califato pasa a él, se acabará mi autoridad y la de mi hijo.»
Así que, comenzó a tramar un plan contra Yafar ibn Muhammad, de quien se decía que era seguidor de los Imames.
Consiguió entrar en su casa y hacerse íntimo amigo suyo. Le visitaba con frecuencia y fue conociendo sus asuntos que, después, comunicaba a Ar-Rashid, añadiendo todo lo que podía difamarle ante él.
Un día, Yahia ibn Jálid dijo a alguno en quien confiaba: «Preséntame a alguien de la familia de Abu Táleb que no disfrute de una situación desahogada y que me pueda decir lo que necesita.»
Le indicaron a Alí ibn Ismaíl ibn Yafar ibn Muhammad y Yahia ibn Jálid le llevó algo de dinero.
Musa ibn Yafar, la paz sea con él, amaba mucho a Alí ibn Ismaíl y solía enviarle regalos y tener atenciones con él.
Yahia ibn Jálid fue metiendo a Alí ibn Ismaíl el deseo de ir a ver a Ar-Rashíd y le prometió que éste le trataría bien, hasta que Alí ibn Ismaíl decidió hacerlo.
Musa ibn Yafar, la paz sea con él, lo supo, le llamó y le dijo: «¡Oh hijo de mi hermano! ¿Dónde vas?»
Él dijo: «A Bagdad.»
Él dijo: «¿Qué quieres hacer?»
Él dijo: «Tengo deudas y no tengo medios.»
Musa le dijo: «Yo cubriré tus deudas y haré por ti lo que necesites.» Pero él no le prestó atención y comenzó los preparativos para el viaje.
Abu Al-Hasan hizo que le llamasen y le dijo: «¿Te vas?»
Él dijo: «Sí. Tengo que hacerlo.»
Él dijo: «Mira ¡Oh hijo de mi hermano! Ten temor de Dios y no delates a mi hijo.» Y ordenó que le entregasen trescientos dinares y cuatro mil dirhams.
Cuando se levantó y se fue, Abu Al-Hasan Musa, la paz sea con él, dijo a quienes estaban con él: «Juro por Dios que perjudicará a mi sangre y delatará a mi hijo.»
Entonces, le dijeron: «Dios haga que demos nuestra vida por ti. ¿Tú sabes que él hará eso y le hacer regalos y tienes atenciones con él?»
Él les dijo: «Sí. Me relató mi padre, que su padre le dijo que el Mensajero de Dios, las bendiciones de Dios sean con él y con su familia, dijo: «Si alguien corta sus los lazos familiares contigo, tu debes volver a unirlos, pues si los cortas, Dios cortará sus lazos contigo.»
Por eso yo quiero unirlos aunque el quiera cortarlos conmigo. Si el corta sus lazos conmigo, Dios los cortará con él.»

Y dijeron: «Partió Alí ibn Ismaíl hasta encontrarse con Yahia ibn Jálid. Le dio información sobre Musa ibn Yafar, la paz sea con él y el se la llevó a Ar-Rashid añadiendo lo que le pareció conveniente.
Finalmente, llevó a Alí ibn Ismaíl a ver a Ar-Rashid y éste le preguntó sobre su tío y él le dio información contra él y le dijo: «Le llega dinero del Oriente y del Occidente y ha comprado por treinta mil dinares una tierra a la que ha puesto de nombre Al-Yasír.
El dueño anterior de la tierra, en el momento de la venta, le dijo que no tomaría el dinero que le ofrecía, sino que quería tanto y tanto y él ordenó que le trajesen el dinero y le entrego los treinta mil dinares que él quería por la venta.»
Ar-Rashid escuchó sus palabras y luego ordenó que le fueran entregados doscientos mil dirhams para que pudiese hacerse una casa en la zona. El eligió para ello una de las provincias del Este y allí esperó a que le llegase el dinero prometido.
Todavía estaba esperándolo cuando, un día, fue al servicio, aquejado de una disentería, y se le salieron todos los intestinos y el se desmayó.
Trataron esforzadamente de volvérselos a introducir en el cuerpo, pero no pudieron conseguirlo.
Estando en esa situación, llegó el dinero que había estado esperando y él dijo: «¿Y qué puedo hacer ahora con él si me estoy muriendo?»

***

Ese mismo año, salió Ar-Rashid para realizar su peregrinación. Cuando llegó a Medina ordenó detener a Abu Al-Hasan Musa, la paz sea con él.
Se dijo que, cuando él llegó a Medina, Musa ibn Yafar salió a recibirle entre el grupo de los nobles de la ciudad. Después de ello, regresó a la mezquita como era su costumbre.
Harún Ar-Rashid fue a la mezquita por la noche. Se acercó a la tumba del Profeta, las bendiciones de Dios sean con él y con su familia, y dijo: «¡Oh Mensajero de Dios! Te pido que me perdones por algo que quiero hacer. Quiero encarcelar a Musa ibn Yafar porque él quiere dividir a tu comunidad y provocar derramamiento de sangre.»
Luego, ordenó su detención. Le prendieron en la mezquita y le llevaron ante él. Él ordenó que le atasen y pidió que trajesen dos tiendas de viaje. Colocaron cada una de ellas sobre una mula y a Abu Al-Hasan dentro de una de ellas.
Las dos mulas salieron juntas de la casa con las tiendas cerradas. En un punto del camino, la caballería se dividió y parte de ella se fue con una de las mulas en dirección a Basra y la otra parte con la otra de las mulas en dirección a Kufa.
Abu Al-Hasan iba en la mula que se encamino hacia Basra.
Ar-Rashíd obró de aquella manera para que las gentes no supiesen con certeza qué había sido de Abu Al-Hasan, la paz sea con él y ordenó a los hombres que escoltaban a Abu Al-Hasan que se lo entregasen a Isa ibn Yafar ibn Al-Mansur, que se encontraba entonces gobernando en Basra. Se lo entregaron y él le tuvo detenido durante un año.

Ar-Rashíd le escribió entonces una carta ordenándole que le matase. Isa ibn Yafar llamó a algunos de sus cercanos en cuya lealtad confiaba y les hizo partícipes de lo que Ar-Rashíd le había escrito y ellos le aconsejaron que se abstuviera de hacer tal cosa y que tratase de conseguir el perdón para él. Así que, Isa ibn Yafar escribió a Ar-Rashíd y le dijo:
«El asunto de Musa ibn Yafar y su permanencia en mi prisión ha durado largo tiempo y me ha permitido estar bien informado de su situación.
Le he colocado espías alrededor durante todo este tiempo y no he descubierto que él haga otra cosa que ocuparse de sus actos de adoración.
Le puse alguien que escuchase lo que decía en sus súplicas y no suplica contra ti ni contra mí, ni nos menciona en su súplicas con maldad y para él mismo sólo suplica perdón y misericordia.
Así pues, envíame a alguien a quien yo pueda entregárselo y, si no, permite que le deje libre, pues, en verdad, me disgusta mantenerle encarcelado.»

Y se ha relatado que algunos de los espías de Isa ibn Yafar le comunicaron que le escuchaban muchas veces diciendo en sus súplicas, mientras estaba detenido: «¡Oh Dios! Tu sabes bien que yo muchas veces te pedía que me concedieses tiempo libre para dedicarlo a adorarte y Tú me lo has concedido. Así pues, alabado seas.»

Ar-Rashíd decidió tomarle de Isa ibn Yafar y enviarle a Bagdad. Le puso en manos de Al-Fadl ibn Ar-Rabií y junto a él permaneció un largo tiempo. Entonces, Ar-Rashíd le pidió algo relacionado con su asunto y él se negó, por lo que Ar-Rashid le escribió ordenándole que se lo entregase a Al-Fadl ibn Yahia. Así lo hizo y éste le hospedó en algunas de las habitaciones de su casa y le puso un vigilante.
Él, la paz sea con él, pasaba su tiempo dedicado a la adoración y solía pasar toda la noche rezando y leyendo el Corán, realizando súplicas y estudiando y la mayoría de los días ayunando, sin retirar su rostro del lugar de oración (mihrab), de manera que Al-Fadl ibn Yahia le hizo la vida cómoda y le trataba con generosidad.

Cuando Ar-Rashíd tuvo noticias de ello, estando en Raqqa, le escribió censurándole por hacer la vida fácil a Musa y le ordenó que le matase, pero el se abstuvo de hacer tal cosa y eso enfureció a Ar-Rashid.
Llamó a su servidor Masrúr y le dijo: «Sal a la posta ahora mismo hacia Bagdad y ve rápidamente a ver cómo se encuentra Musa ibn Yafar. Si encuentras que está en una situación cómoda y confortable, entrega esta carta a Al-Abbas ibn Muhammad y ordénale que actúe conforme a lo que en ella se le dice. Y entrégale esta otra carta a Al-Sindí ibn Sháhik en la que se le ordena que obedezca a Al-Abbás ibn Muhammad.»

Masrúr así lo hizo y llegó a casa de Al-Fadl ibn Yahia sin que nadie supiese a lo que iba. Así que fue junto a Musa ibn Yafar, la paz sea con él, y le encontró tal y como le habían informado a Ar-Rashíd, por lo que fue rápidamente junto a Al-Abbás ibn Muhammad y a Al-Sindí ibn Sháhik y les entregó ambas cartas, quienes, sin esperar a que el mensajero partiese, fueron cabalgando a casa de Al-Fadl ibn Yahia y él les acompañó muy perplejo y sorprendido.
Al-Abbas ibn Muhammad ordenó que trajesen un látigo y dos pequeñas plataformas en las que amarró a Al-Fadl y Al-Sindí le desnudo y le dio, ante él, cien latigazos que le cambiaron el color con el que había entrado, mientras pedía ayuda a derecha e izquierda.

Y Masrúr escribió a Ar-Rashíd relatándole lo sucedido y éste le ordenó que entregase a Musa ibn Yafar, la paz sea con él, a Al-Sindí ibn Sháhik.
Y Ar-Rashid convocó una numerosa reunión en la que dijo: «¡Oh gentes! Al-Fadl ibn Yahia se ha opuesto a mí y a la obediencia que me debía por lo que yo le maldigo y a quien yo maldigo Dios le maldice.»
Y todos le maldijeron desde todos los rincones hasta que la estancia y la casa misma tembló con las maldiciones.

La noticia llegó a Yahia ibn Jálid y este cabalgó hasta llegar a Ar-Rashíd y, entrando por otra puerta diferente a la que usaba la gente, fue a situarse tras Ar-Rashíd sin que éste se diese cuenta. Entonces, le dijo:« ¡Oh Gobernador de los Creyentes! Escúchame con atención.»
Así que se volvió hacia él muy asustado.
Él le dijo: «En realidad, Al-Fadl es joven y yo me ocuparé de él como desees.»
Entonces, el rostro de Ar-Rashíd se relajó y, volviéndose hacia la gente, dijo: «Es verdad que Al-Fadl se opuso a mí en un asunto y yo le he maldecido, pero él se ha arrepentido y se ha vuelto a mi obediente, así pues, aceptad su amistad.»
Ellos dijeron: «Nosotros somos amigos de quien tú seas amigo y enemigos de quien tú seas enemigo, así que le tomamos de nuevo como amigo.»

Entonces, Yahia ibn Jálid partió a la posta hasta llegar a Bagdad. Allí la gente estaba inquieta y difundiendo todo tipo de rumores y él manifestó que había venido a administrar Al-Sawad y a controlar la recolección de los impuestos y se dedicó a esos asuntos durante unos días y luego llamó a Al-Sindí y le dio ordenes respecto a como llevar los asuntos.
Una de las cosas que ordenó a Al-Sindí fue matar a Musa, la paz sea con él, con un veneno puesto en la comida que le llevaba. Y se dice que lo puso en los dátiles frescos.
Cuando Musa comió de ellos sufrió los efectos de veneno. Estuvo tres días aquejado de fiebres y el tercer día murió.
Cuando Musa, la paz sea con él, murió, Al-Sindí ibn Sháhik hizo venir a los doctores de la ley y a los notables de Bagdad, entre quienes se encontraban Al-Haizam ibn Adí y otros, para que le viesen y ellos comprobaron que su cuerpo no presentaba señales de violencia o estrangulación. Al-Sindí les hizo dar testimonio de que había fallecido de muerte natural y ellos lo testificaron.
Después, fue sacado y colocado en el puente de Bagdad y se pregonó: «Éste que ha fallecido es Musa ibn Yafar. ¡Venid a verle!»

Las gentes fueron a observar su rostro después de muerto y existía un grupo que pretendía que Imam Musa era el Qáim al-Muntadar, el Imam esperado que se levantaría para reestablecer la justicia.
Habían considerado que el tiempo que permaneció en prisión era el correspondiente a su ocultación, tal como se había transmitido que sucedería, y por eso Yahia ibn Jálid ordenó cuando murió que se pregonase: «¡Éste es Musa ibn Yafar, el que los rafiditas pretendían que no moriría! ¡Así pues, venid a verle!»

Las gentes vinieron y vieron que estaba muerto. Luego, le llevaron a enterrar al cementerio de Quraix de Puerta At-Taban, que era desde antiguo el cementerio de los Banu Háshim y de los nobles.

Y se relató que, cuando estaba en presencia de la muerte, Musa ibn Yafar, la paz sea con él, pidió a Al-Sindí ibn Sháhik que llamasen a su sirviente mediní que vivía en casa de Al-Abbás ibn Muhammad, junto al mercado de caña de azucar, para que le diese los baños mortuorios y le amortajase, y así lo hicieron.

Al-Sindí ibn Sháhik dijo: «Le pedí permiso para ser yo mismo quien le amortajase, pero no aceptó y dijo: «Yo pertenezco a la gente de la Casa Profética y el pago de las dotes de nuestra mujeres, la peregrinación en compensación por la que nosotros no hayamos realizado y la mortaja cuando fallecemos, solo lo puede realizar uno de nuestros sirvientes puros. Yo tengo preparada mi mortaja y quiero que mis baños purificatorios y la preparación de mi cuerpo para ser enterrado los lleve a cabo mi siervo fulano.»
Y así fue como se hizo.

***

6/6 Relación del número de sus hijos y un breve relato sobre ellos

Abu Al-Hasan Musa, la paz sea con él, tuvo treinta y siete hijos e hijas:

Alí ibn Musa Ar-Rida, la paz sea con él, Ibrahím, Al-Abbás, Al-Qásim de varias Ummuhat Aulád, es decir, madres de hijos que originalmente eran esclavas.
Ismaíl, Yafar, Harún y Huseyn de otra de ellas.
Ahmad, Muhammad y Hamza de otra de ellas.
Abdel lah, Isaac, Ubaydul lah, Zayd, Al-Hasan, Al-Fadl y Suleiman de otra de ellas.
Fátima Al-Kubra, Fátima As-Sugra, Ruqaya, Hakímah, Ummu Abiha, Ruqaya As-Sugra, Kulzúm, Umm Yafar, Lubábah, Zaynab, Jadiya, Alíah, Amanah, Husnah, Baríha, Aisha, Umm Salama, Maymunah y Umm Kulzúm de varias Ummuhat Aulad.

Abu Al-Hasan Alí ibn Musa, conocido como Ar-Rida, la paz sea con él, fue el más virtuoso y noble de los hijos de Abu Al-Hasan Musa, la paz sea con él, él más conocido de ellos, el que poseía mayor rango de todos ellos, el más sabio entre ellos y el que reunía mas cualidades de todos ellos.

***

Ahmad ibn Musa era un apersona noble, majestuosa y pía y Abu Al-Hasan Musa, la paz sea con él, le amaba y le trataba con preferencia.
Le otorgó una tierra, llamada Al-Yasira y se dice: Ahmad ibn Musa, Dios esté satisfecho de él, liberó mil esclavos.

El noble Abu Muhammad Al-Hasan ibn Muhammad ibn Yahia me dijo: «Me dijo mi abuelo: Escuché decir a Ismaíl ibn Musa:
«Salió mi padre con sus hijos hacia una de las propiedades que poseía en Medina –y dijo su nombre, pero Abu Al-Hasan Yahia lo olvidó.
Estábamos en aquel lugar y junto con Ahmad ibn Musa estaban veinte de los sirvientes de mi padre. Si Ahmad se ponía en pie, todos ellos se ponían en pie y si se sentaba, todos se sentaban.
Mi padre le observaba con una mirada tan amorosa que es imposible no recordar.
Ninguno marchó hasta que Ahmad no se hubo ido.»

***

Muhammad ibn Musa era también un hombre virtuoso y recto.

Me dijo Abu Muhammad Al-Hasan ibn Muhammad ibn Yahia: «Me dijo mi abuelo: Me dijo Hásimiah, la sirviente de Ruqaya hija de Musa:
«Muhammad ibn Musa era un hombre que siempre estaba haciendo abluciones y rezando y pasaba las noches purificándose y realizando oraciones.
Podíamos escuchar, en medio de la noche, el sonido del agua cuando realizaba sus abluciones y también el murmullo de sus oraciones. Después permanecía en silencio durante una hora y luego dormía un poco.
Después, volvía a levantarse y se podía oír nuevamente el sonido del agua cuando se purificaba para rezar. Luego volvía a sus oraciones.
Así pasaba las noches hasta la llegada del amanecer.
Siempre que le veía recordaba las palabras de Dios Altísimo: Eran de los que dormían poco durante la noche.

***

Ibrahím ibn Musa era una persona valiente y noble.
Durante el califato de Al-Mamún fue nombrado Gobernador del Yemen, antes de que Muhammad ibn Zayd ibn Alí ibn Al-Huseyn ibn Alí ibn Abu Táleb, que había dado juramento de fidelidad a Abu As-Saráya en Kufa, fuese allí y la liberase y se quedase allí un tiempo, hasta que a Abu As-Sayáyah le sucediese, lo que le sucedió, y él recibiese de Al-Mamún garantías sobre su seguridad.

Todos los hijos de Abu Al-Hasan Musa, la paz sea con él, fueron personas de grandes virtudes y famosos por su nobleza, pero Ar-Rida, la paz sea con él, fue el más sobresaliente de todos ellos en nobles cualidades, como hemos mencionado.


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