jueves, 10 de diciembre de 2009
Nuevos avances en la propaganda nuclear
Jueves 10 de diciembre de 2009.
No hace tanto tiempo, desde las páginas CNTeconomía, hemos analizado de forma sumaria el debate que hay en marcha entre promotores de un relanzamiento nuclear y todos aquellos que se oponen. El año 2009 ha dado a luz a nuevos fenómenos de propaganda nuclear por parte de las instituciones y de los aparatos mediáticos.
Es cierto que, mientras tanto, y dentro del Estado español, el vetusto conglomerado nuclear no ha conseguido ganar puestos, ni en el terreno empresarial, ni tampoco en la erosión de una opinión pública que hasta el momento se muestra refractaria a todo lo que implica la industria del átomo. No obstante, los esfuerzos propagandísticos se incrementan, los heraldos del renacimiento atómico intentan refinar sus argumentos, se pretende normalizar la imagen de la industria nuclear aumentando su presencia en los medios y ofreciendo como novedad una dudosa transparencia en todo lo que concierne la tecnología nuclear.
En efecto, una de las nuevas estrategias que se están dando en el Estado español para acercar a los ciudadanos a la realidad de la energía nuclear es la de intensificar la información, intentando romper el tabú de una industria célebre por su habitual secretismo y por la oscuridad que en general rodea todos sus manejos. ¿Conseguirán estos nuevos propagandistas hacer que la industria nuclear aparezca como una realidad cercana y hogareña ante el respetable público? Desde luego, no dejan de hacer esfuerzos. Uno de los diarios más leídos del Estado, El País, se ha colocado a la vanguardia de esta nueva estrategia. Uno de los reportajes que ofreció en marzo, dentro de las páginas de su dominical, mostraba justamente una serie de imágenes explícitas del interior de las usinas nucleares. El mensaje era claro: el ciudadano de hoy, progresista y responsable, tiene el deber de asomarse sin miedo a las entrañas de un reactor nuclear. Tiene que comprender que la satisfacción de ciertos servicios implica la aceptación de un riesgo para su salud y su vida. En lugar de imponer por la fuerza a la población los efectos de una industria opaca y peligrosa, se trata ahora de implicar al ciudadano, apelando a su participación y a su comprensión. Desde luego, y llegado el momento, se empleará la fuerza.
Hemos visto como esta treta de la información y la transparencia se utilizaba en algunos pueblos de Guadalajara, donde amas de casa eran invitadas a viajes pagados para visitar almacenes de residuos nucleares en el Norte de Europa. El hecho podría resultar esperpéntico sino fuera realmente dramático.
Pero también ha nacido una sociología nuclearista que se desvive por auscultar la conciencia pública para dar con las claves del rechazo o el miedo colectivo a todo lo que huele a nuclear. Algunos sociólogos aparecen en los medios, aparentando estar muy apesadumbrados por el lamentable estado de ignorancia en el que se encuentra el ciudadano “de a pie” en todo lo que se relaciona con la industria nuclear y, en general, en todo lo que concierne el mundo de la energía. Uno no deja de sentir esperanzas cuando ve que estos investigadores sociales hacen todo lo posible para sacarnos de nuestro embrutecimiento y de nuestra radiofobia ancestral. Es evidente que nuestro adoctrinamiento y nuestra manipulación han sido hasta ahora muy deficientes, es necesario por tanto que estos nuevos expertos de la opinión elaboren tácticas más avanzadas de persuasión. Sospechamos que el carácter esencial de esta nueva táctica será el de hacernos creer que podremos, si nos esforzamos un poco, compartir la responsabilidad y el conocimiento de los Sabios y Expertos. Nada más fácil que engañar a alguien al que previamente se le ha hecho creer que es muy inteligente y que su opinión tiene un enorme peso.
Mostraremos un ejemplo de esta afanosa investigación sociológica. Víctor Perez Díaz y Juan Carlos Rodríguez son responsables ambos de diversos estudios donde se analizan las causas del rechazo de los ciudadanos al desarrollo de la energía nuclear. En uno de estos estudios, realizado en el año 2007, y titulado Discusión y opinión pública sobre la energía nuclear en España, los autores constataban la persistencia de una gran mayoría de las personas encuestadas en considerar negativamente todo lo que emana de la energía nuclear. Sin embargo, y siempre según los autores, esta opinión, dejando aparte factores ideológicos, está lastrada por un gran desconocimiento de las cuestiones energéticas. Los ciudadanos carecen de criterio para poder valorar objetivamente las ventajas y desventajas de la energía nuclear. Así señalan:
“Quizá los argumentos esgrimidos entre los contendientes en un debate público puedan transformar en parte las actitudes contrarias a la energía nuclear. Obviamente, si en una encuesta se presenta a la energía nuclear “al desnudo”, el porcentaje de respuestas negativas es superior al caso en que la presenta con algunas de sus ventajas.”
En esta última frase no sabemos que resulta más hilarante, si esta caracterización de “al desnudo” o el adverbio “obviamente”… En efecto, para estos cualificados analistas ¿qué puede significar presentar la energía nuclear al desnudo? ¿Se referirán al espectáculo impúdico de mostrar la cadena de desastres inevitables que conlleva la industria nuclear independientemente de cualquier quimérica ventaja que pueda perfilarse? Y esto es lo más terrible del asunto, que los autores del estudio, en el fondo de su conciencia, tal vez sospechen que la industria nuclear no podría jamás compensar los efectos que produce, mientras que las ventajas presentadas sólo pueden servir para aturdir la opinión y nunca para anular la naturaleza letal de dichos efectos. Lo que, sin duda, no deja de ser un hecho obvio…
En las conclusiones finales de su estudio nos dicen:
“Nuestro análisis sugiere que una hipotética reorientación de esa opinión pública requeriría, sobre todo, una mejora de sus conocimientos. No creemos que para ello baste con la habitual persuasión de arriba abajo, sino que se requiere que la ciudadanía aprehenda estas cuestiones mediante distintos modos de experiencia directa con la tecnología nuclear (de lo que sólo son un ejemplo las visitas a las centrales) y estableciendo una multitud de conversaciones cotidianas y en confianza con profesionales de ese ámbito o próximo a él.”
Para confirmar lo que dijimos antes, la nueva propaganda propone hacer salir de las catacumbas a la casta nuclear, optar por una normalización de esta industria: no bastan ya las visitas guiadas a las plantas nucleares, las charlas, los folletos. Es necesario que la ciudadanía deje de ver a los técnicos y profesionales del tinglado nuclear como apestados o miembros de una secta de juramentados. La mayor comprensión de las cuestiones nucleares aumentará la complicidad del contribuyente.
Todas estas disquisiciones podrían tomarse a broma sino fuera por que son el reflejo de la enorme presión institucional y mediática que existe hoy para imponer diversas estrategias energéticas. En las declaraciones de los pronucleares observamos esa voluntad cínica de desbaratar el lenguaje, de desmontar interesadamente las palabras para hacerlas decir lo que les conviene. Así, desde las páginas de El País, Ana Palacio, vicepresidenta del conglomerado nuclear AREVA, intentaba convencernos de que los residuos nucleares no podrían ser verdaderamente tratados como “residuos” ya que, acudiendo al diccionario, veríamos que “residuo” alude a algo que está gastado, lo que, según Palacios, no se corresponde a la realidad de los residuos nucleares. Según ella, el residuo nuclear es algo “usado” pero no necesariamente gastado o agotado: “el 96% del combustible de uranio es reciclable” declara exaltada. Desde hace décadas, la recuperación y el reciclaje de los residuos ocupan el centro de la utopía nuclearista.
Sobre esa cuestión se explicaba ya lucidamente a mediados de los años noventa Martine Deguillaume en su ensayo La dignité antinucléaire. Essai sur les déchets radioactifs cuando afirmaba:
“Actualmente, y para “no morir de estreñimiento”, la industria nuclear debe encontrar una solución para la gigantesca acumulación de residuos que produce. Se trata de aparentar que es posible “cerrar” (boucler en el original) el ciclo de la energía nuclear de una manera aceptable para el público.
“Este término “cerrar”, utilizado por los medios oficiales responsables, hace creer que una vez que se ponga en marcha esta solución, todo se terminará ahí. Es un engaño descomunal: no se trataría sino del primer bucle de una espiral que permite perpetuar el “ciclo” nuclear.”
Y conocemos el alcance y la naturaleza de este ciclo. La señora Palacios tal vez piense que uniendo el vocablo “reciclable”, de tan bellas connotaciones a la conciencia pública, al término residuo nuclear, aquel neutralizará mágicamente las consecuencias de éste. Lo de reciclable suena bien, si hacemos que aparezca a menudo en los medios asociado a la industria nuclear acabaremos por creernos nuestras propias fantasías… ¿No lo están intentado al asociar constantemente energía nuclear con “energía limpia”, reducción de CO2, independencia, etc., etc.?
Pero además, los propagandistas pronucleares siguen insistiendo en que su programa es modesto, humilde, tolerante. Sólo desean compartir el famoso “mix energético” junto a las energías fósiles, mientras duren, y a las otras fuentes de energía llamadas renovables. Así se ha formado la irresistible tríada energética donde todo es posible. Coches híbridos que marchan con electricidad y con bioetanol, minicentrales nucleares limpias, parque eólicos ensamblados con centrales de gas de ciclo combinado, enormes complejos electrosolares que dependen de los combustibles fósiles y de su mundo, cometas eólicas, plantas de desalación que utilizan directamente la energía del sol… Los nuclearistas ya no tienen la arrogancia de los tiempos de la Guerra Fría, cuando parecía que la fisión del átomo nos devolvería a la Edad de Oro. Ahora se conforman con poder asegurar algunos puestos en la endiablada transición energética. Muy mal les tienen que ir las cosas para que no consigan arañar algunos decimales de las cuentas de los estados y de los créditos financieros.
Y, sin embargo, las cosas no andan muy bien para el desarrollo de sus proyectos. En Estados Unidos, a pesar de la gran expectativa que hay en torno a un nuevo relance de la industria nuclear, las cosas no acaban de cuajar. La recesión no pone las cosas fáciles a los nuclearistas. Tampoco las dificultades del aprovisionamiento de uranio o de otras materias fisibles.
Pero la cuestión no se detiene ahí. En los últimos meses podemos constatar que el entusiasmo, justificado o no, de los nuclearistas no ha disminuido. Su discurso está muy presente, invierten medios, se mueven. ¿Conseguirán colonizar las mentes de los telespectadores? En Europa el panorama nuclear sigue tomando colorido con las iniciativas de Berlusconi, el debate nuclear en Suecia, la presión del lobby nuclear alemán…
Es evidente que el avance de la propaganda nuclear no significa necesariamente el avance de su industria. Pero el hecho de que gobiernos europeos tomen iniciativas favorables a un relanzamiento nuclear debería servir para alimentar dudas e inquietudes. Es de suponer que no es necesario que veamos desde la terraza como se empieza a construir una planta nuclear al lado de nuestra casa para que empecemos a preocuparnos. Insistimos en el hecho de que las dificultades técnicas y económicas que afronta hoy el renacimiento nuclear no podrían servir para contrarrestar el efecto manipulador y confusionista que ejerce la propaganda sobre la conciencia.
Un nuevo renacimiento nuclear que pudiera tener lugar hoy sería una verdadera catástrofe, incluso si este renacimiento sólo cumple una centésima parte de las expectativas de los nuclearistas. Combatir la propaganda nuclear no consiste tanto en desmontar las falacias de la viabilidad o rentabilidad como de insistir en que cualquier avance del universo nuclear es un avance del despotismo industrial sobre las poblaciones, una amenaza contra su vida y su libertad.
Artículo publicado originalmente en la sección de Economía del número 360 del Periódico de la CNT
Fuente: Economía Crítica y Crítica de la Economía
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