miércoles, 25 de noviembre de 2009
Comentario de Cuarenta hadices -XLV
Sharhe Chehel Hadiz
Imam Jomeiní
Traducción de Raúl González Bórnez
Séptimo hadíz
La ira (Gadab)
IV- Cómo eliminar las causas que provocan la ira
Una de los remedios básicos para eliminar la ira es erradicar los factores que la provocan. Estos factores son numerosos y solamente mencionaremos aquí algunos de ellos, aquellos que más relacionados están con el propósito de estas páginas.
Uno de ellos es el amor propio, del cual surgen a su vez el amor por las riquezas, la posición social y la distinción y el deseo de imponer la propia voluntad y poder, que son algunas de las causas que contribuyen a alimentar el fuego de la ira, ya que la persona aquejada del amor por estas cosas tiende a darles una gran importancia y a permitir que ocupen un lugar importante en su corazón y si sufre algún percance en alguno de esos terrenos o teme la posibilidad de que eso le suceda, se pone furioso y pierde el control sobre sí mismo. La ambición, la avaricia y el resto de los defectos morales que van ligados al amor propio y al amor por la gloria, hacen que el control de sí mismo escape de sus manos y que sus obras se alejen de los mandatos de la razón y de la ley divina.
Pero si su amor por estas cosas no es demasiado intenso y no presta una atención excesiva a estos asuntos, su tranquilidad y felicidad interior, producto precisamente de su alejamiento de los deseos de posición, fama y cosas semejantes, no le permitirán actuar de manera opuesta a los principios de la justicia y ante las adversidades no le resultará difícil actuar con paciencia, sin perder la calma y sin permitir que una ira desmesurada se apodere de él.
Y si consigue eliminar el amor por las cosas de este mundo de su corazón y extirpa totalmente las raíces de esta materia corrupta de él, el resto de los defectos abandonarán también su corazón y las virtudes morales vendrán a ocupar su lugar.
Otro de los factores que estimulan la ira es que la persona aquejada de ella y del resto de los defectos morales que ella provoca, piensa, debido a su ignorancia y falta de educación, que son cualidades encomiables y atributos positivos. Algunas personas ignorantes confunden la ira con la valentía, la hombría de bien, el coraje y la grandeza y se ufanan de poseerla y se vanaglorian de haber realizado tal y cual hazaña, confundiendo la valentía, que es uno de los más importantes atributos de las personas creyentes y una de las cualidades positivas, con ese defecto moral destructor.
Debemos saber que la valentía es algo muy diferente y que sus causas y fundamentos, sus efectos y consecuencias, surgen de fuentes muy diferentes a las que originan este defecto.
Las fuentes de la valentía son la fuerza moral, la serenidad mental, la moderación, la fe y un corazón alejado de las vanidades mundanas y de sus altibajos. Mientras que la ira surge de la debilidad moral, del desequilibrio mental, de la debilidad de la fe, de la falta de moderación en el temperamento, el amor por las cosas mundanas, la importancia que a estas se da y el temor a perder los placeres que ellas procuran al ego.
Debido a ello, este defecto de carácter es más frecuente aun entre las mujeres que entre los hombres y entre los enfermos que entre los sanos, en los menores que en los adultos, en los ancianos que entre los jóvenes. Mientras que la valentía es lo contrario a esto.
Las personas que sufren defectos de carácter y vicios morales son más fácilmente arrebatadas por la ira que las virtuosas y bondadosas. Así, podemos ver como el avaro, cuando siente amenazados sus bienes y riquezas, se enfurece con mayor facilidad que quien no lo es.
Todo ello tiene que ver con las fuentes de las que surgen la valentía y la ira.
También en sus efectos son diferentes. La persona iracunda cuando se enfurece parece un loco que ha perdido la razón o un animal salvaje que no presta atención a las consecuencias de sus actos, ni las percibe ni razona, atacando y cometiendo todo tipo de tropelías. Pierde el control de su lengua, de sus manos y pies y del resto de los miembros de su cuerpo. Sus ojos, sus labios, su boca componen una expresión tan horrible que si, encontrándose en ese estado, pusiera verse el rostro en un espejo, se avergonzaría de sí mismo. Algunas personas iracundas arremeten contra los animales e incluso destruyen objetos inanimados. Maldicen el aire, el agua, la tierra, la nieve, la lluvia y otros elementos de la naturaleza si algo se opone a sus deseos. Algunas veces hacen objeto de sus iras a plumas, libros, vasos y tazas y los lanzan lejos de sí o los hacen pedazos.
Pero la persona valiente, en todas estas situaciones se comporta de manera opuesta. Actúa con equilibrio mental y tranquilidad de espíritu. Se enfurece cuando es necesario y se mantiene tranquila y paciente cuando es necesario. No se pone impaciente ni furiosa por cualquier cosa. Cuando se enfurece, lo hace en la medida justa y discierne y razona hasta donde debe llevar su venganza. Sabe de qué debe tomar venganza y en qué medida debe hacerlo y cuándo hacerlo y cuándo perdonar.
Cuando se enfurece no pierde el control de su razón, no utiliza malas palabras ni actúa inadecuadamente. Su comportamiento se basa en el equilibrio mental y en las leyes divinas, en lo que es justo y equitativo, de tal manera que, al final, no tenga que arrepentirse de lo que ha hecho.
Por lo tanto, la persona lúcida no debe confundir esta cualidad, que es uno de los atributos de los profetas, de los santos y de los creyentes y una de las conquistas morales de la persona, con la otra, que es uno de los atributos de Satanás, una sugerencia diabólica, una abominación moral y una imperfección del corazón. ¡Que no se equivoque!
Pero, los velos de la ignorancia y del amor al mundo y al ego tornan ciega y sorda a la persona y la llevan a su propia destrucción.
Algunas otras causas para la ira han sido mencionadas, tales como la arrogancia, el orgullo, el endiosamiento, el egocentrismo, la obstinación, la locura, …pero comentar cada una de ellas nos llevaría demasiado tiempo y no sería adecuado hacerlo aquí. Además, es posible que todas ellas o la mayoría, directa o indirectamente tengan su origen en las dos que hemos mencionado.
Alabado sea Dios.
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