lunes, 19 de octubre de 2009

Soldados españoles: ¿que hacéis en Afganistán?


¿Qué haríamos nosotros si viéramos desfilar por la Diagonal de Barcelona, las tropas de ocupación afganas?

Lunes, 19 de octubre de 2009
Eduardo Luque Para Kaos en la Red

Hace muy pocas fechas se cumplía el octavo aniversario de la ocupación de Afganistán. El país que el ex.-presidente Busch aseguró poder conquistar en pocas semanas, se ha convertido en una pesadilla para las tropas norteamericanas y los países de la OTAN. Afganistán hoy representa realmente los límites del cambio de actitud del gobierno demócrata de los EEUU. En la historia, Afganistán es conocido como la “tumba de los Imperios”. Una vez más está haciendo honor a ese nombre.

El Mar Caspio atesora más de 6 billones de dólares en petróleo y gas. Su transporte es difícil, pues ha de sortear el territorio de los “archimalvados”: Rusia e Irán. La solución es un gaseoducto de 2750 km de largo y un metro y medio de grueso que saliendo del Caspio alcance el Mar Arábigo. Condición indispensable: el control político y militar de la zona. Turkmenistán, Pakistán y sobretodo Afganistán son los objetivos.

Los dificultades puestas por lo “Talibanes afganos”, acrónimo inventando por la prensa, a la penetración de la compañía norteamericana UNOCAL en el territorio afgano, los puso en el objetivo militar de la administración norteamericana. La hecatombe de las “Torres gemelas” dio la excusa imprescindible para el bombardeo y la ocupación militar.

La actual guerra es pues, como tantas veces, una guerra por la explotación de los recursos energéticos. El presidente Obama, continuador de la política de Bush en la región, ha dado la orden de incrementar el número de tropas. Son más de 65000 y alcanzarán fácilmente los 100000; se marcha hacía una vietnamización del conflicto. Paralelamente se presiona a los países europeos para obtener un mayor compromiso militar.

La situación de la población tras 8 años de liberación es dantesca. La corrupción, el saqueo de la población y la miseria más extrema se hacen carta de naturaleza en el país. Afganistán ha alcanzado el triste “record” de ser aún más pobre desde la invasión. El 45% de los niños presenta casos de desnutrición aguda, menos del 50% tiene asegurado el acceso al agua potable, es el segundo país del mundo en mortalidad infantil, el 30% de la población pasa hambre... El país está sufriendo un terrible saqueo a manos de las más de 70 compañías americanas y occidentales: la empresa de Dick Cheney, exvicepresindente de los EEUU, Kellogg, Brown and Root ha facturado hasta el momento más de $20 000 millones de dólares en contratos relacionados con la guerra. A pesar de ello esta guerra asimétrica está muy lejos de ser ganada. El impacto en la opinión pública es relativo puesto que la utilización de muchos inmigrantes en el ejército de EEUU diluye el impacto social. No así el económico, aunque la bajada de sueldos a los militares (de 1200 que cobraban en Irak a 300$) o la obligación de los heridos en combate de pagarse de su bolsillo la alimentación en los hospitales de campaña, pretende reducir los costos. El presupuesto se dispara a medio billón al año.

Las dificultades de los EEUU ha promovido la participación empresarial de otros países en la explotación de los recursos energéticos. Repsol, de la mano de Agip y con el apoyo de grandes bancos españoles, ha entrado en el pastel. A cambio enviamos tropas.

Las tropas españolas en Kirguizistán (apoyo aéreo) y las acantonadas en el desértico valle de Herat defienden uno de los puntos de comunicación del oleoducto tras-afgano proveniente de Turmenistán. Nuestras tropas, más de 12000 soldados que han participado en las sucesivas rotaciones en la zona, ya han sufrido 149 muertos, el último hace muy pocos días, mientras que el costo de esta “democrática guerra” sobrepasa de largo los 400 millones de euros anuales. Estos soldados no defienden la democracia, ni siquiera la reconstrucción (el 97% del personal enviado es militar y no civil).

La implicación de las tropas en Afganistán se inició como ya sabemos con el presidente Aznar y, en la medida que la guerra se recrudece, el gobierno del señor Zapatero, envía más soldados y recursos (a finales del mes de octubre la cifra ascenderá a más de mil doscientos de forma permanente). La alineación de la política del presidente Zapatero con los intereses de EEUU ha sido evidente, fue la segunda decisión en política internacional del actual presidente después de retirar las tropas de Irak. Hace pocos días en una intervención parlamentaria, la ministra de Defensa (habríamos de llamarla ministra de la guerra), justificaba la intervención militar refiriéndose a la ayuda humanitaria promovida por las FFAA. En el conjunto de todas las intervenciones, se han entregado la impresionante cantidad de 169 toneladas de ayuda material, se habían complementado unos 1.200 proyectos de cooperación, se había prestado atención sanitaria a la increíble cifra de 8.000 civiles. El ejército español, sin duda, es una de las ONGD más ineficientes que se conocen. El gobierno, en nombre de la ministra Chacón, ha orillado el término “guerra” aunque el ejército español está en guerra, una guerra colonial por intereses espurios, una guerra de ocupación: ¿Que haríamos nosotros si viéramos desfilar por la Diagonal de Barcelona, las tropas de ocupación afganas?

Eduardo Luque


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Fuera tropas de Afganistas

Colectivo Malatextos Para Kaos en la Red

Hay cuatro cosas que todo el mundo sabe, sin necesidad de revisar la hemeroteca, sobre la guerra de Afganistán.

La primera, que su origen tiene lugar tras los atentados de las torres gemelas, el 11 de septiembre de 2001. Se justificó como colérica respuesta de EEUU contra el terrorismo islamista y el resto de potencias militares occidentales acudió, sumiso, a hacer coro.

La segunda, que se han esgrimido razones que la justifiquen tales como la falta de libertades y la opresión sobre la mujer que ejercían los Talibanes.

La tercera, que si la zona no tuviese ningún valor geo-estratégico y energético, los afganos tendrían el mismo placer de no conocer cómo las gasta la democracia que la inmensa mayoría de regiones del planeta en las que se violan derechos humanos sistemáticamente.

La cuarta, que se ha insistido mucho en denominar a la contienda como misión de paz en lugar de como guerra. Por lo tanto, los muertos que ha generado entre las fuerzas de ocupación han sido difíciles de digerir para la clase política dado que evidenciaban la crudeza del conflicto después de tantos años, y lo “poco agradecidos” que son los afganos cuando se les libera de la opresión y la tiranía.

Así mismo, hay cuatro reflexiones que cualquiera realiza acerca de todo esto.

La primera, que se trata, una vez más, del negocio de la guerra, en el cual se sustenta el actual orden mundial. El sometimiento de la mayor parte de la población mundial por parte de los países enriquecidos se consigue a través de las dinámicas económicas y políticas internacionales y en casos nada excepcionales, a través de operaciones militares que generan, como no puede ser de otra manera, muerte y destrucción.

La segunda, que muerte y destrucción son el pan nuestro de cada día en nuestro maltrecho planeta. En esta coyuntura, las potencias occidentales manejan una arbitraria vara de medir para justificar su violencia y satanizar la de los demás. A través de la propaganda y tertulias radiofónicas al uso pretenden hacer creer a la población que existen guerras por la paz.

La tercera, que cada vez que montan una guerra por la paz con el fin de democratizar y pacificar lo que era un avispero, dan paso a un escenario todavía peor que el que pretendían superar. En el caso que nos ocupa, se encuentran sorprendidos con que los afganos no entienden estas modernas cruzadas y que todavía no tienen tanta fe en el libre mercado como para sentir “gustito” cuando mueren en pro de la democracia formal. Francamente, a un afgano le da lo mismo morir a manos de un talibán que de un marine norteamericano, mandatado en última instancia por Barac Obama.

La cuarta, que es una auténtica vergüenza que otorguen a Barac Obama el premio Nobel de la Paz, dado el militarismo que propugna EEUU, así como la vigencia de la pena de muerte, la persecución a los inmigrantes, ocultaciones y falsas promesas sobre Guantánamo, etc. Ya a nadie le cabe duda de que se trata de un premio conchabado que responde únicamente a los intereses de los poderosos y del capitalismo.

Por lo tanto, hay cuatro cosas que podemos concluir y exigir en nuestro contexto más cercano.

La primera que, mejor hoy que mañana, las fuerzas de ocupación españolas salgan de Afganistán.

La segunda, que ésta será además la mejor forma de garantizar la seguridad de sus tropas, no enviando más, más ahora si cabe, cuando la armada se vuelve cebo para las clases más desfavorecidas por la crisis capitalista.

La tercera, que no queremos estar en guerra contra Afganistán ni aceptamos que las muertes que el ejército español provoca ahí estén justificadas (no oímos las habituales condenas sin fisuras).

La cuarta, que si quieres la paz, no haces la guerra. Trabajas por crear unas relaciones internacionales justas.


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