jueves, 15 de abril de 2010

EL IMPERIALISMO DE EE.UU EN ORIENTE MEDIO [1]


Samir Amin [2]
publicado en Revista ALIF NÛN nº 80 - Marzo.2010

El análisis aquí propuesto estudia el papel de Oriente Medio en la estrategia imperialista de Estados Unidos a nivel global, en el marco de una visión histórica general del capitalismo que ya he desarrollado en otros trabajos [3] . Desde este enfoque, el capitalismo siempre ha sido, desde su creación y por naturaleza, un sistema polarizado, es decir, imperialista. Esta polarización –la creación de centros de dominio y de periferias dominadas, y su reproducción cada vez más profunda en cada una de las etapas– es inherente al proceso de acumulación de capital que opera a una escala global.

En esta teoría de la expansión global del capitalismo, los cambios cualitativos en los sistemas de acumulación, de una fase de su historia a otra, moldean las formas sucesivas de polarización asimétrica entre los centros y las periferias, es decir, del imperialismo en cuestión. Así pues, el sistema mundial contemporáneo seguirá siendo imperialista (polarizado) en un futuro cercano, en la medida en que su lógica fundamental continúe estando dominada por las relaciones de producción capitalista. Esta teoría vincula el imperialismo con el proceso de acumulación de capital a escala mundial, el cual considero que constituye una sola realidad cuyas distintas dimensiones no son, de hecho, separables. Por lo tanto, difiere tanto de la versión vulgarizada de la teoría leninista según la cual el imperialismo es “la fase superior del capitalismo” (como si las fases anteriores de la expansión global del capitalismo no fueran polarizadas), como de las teorías posmodernas contemporáneas que describen la nueva globalización como “post-imperialista”.

Oriente Medio en el sistema imperialista

El dominio estadounidense de la región tras la caída de la URSS

Oriente Medio, considerado de ahora en adelante junto a las zonas fronterizas del Cáucaso y el Asia Central ex-soviética, ocupa una posición de particular importancia en la geoestrategia y la geopolítica del imperialismo, sobre todo para el proyecto hegemónico de EE.UU. Debe esta posición a tres factores: su riqueza petrolífera, su situación geográfica en el corazón del Viejo Mundo y el hecho de que constituya el eslabón más débil del sistema mundial.

El acceso al petróleo a un precio relativamente barato es vital para la economía de la tríada dominante [4] , y el mejor medio para garantizar este acceso consiste en asegurar el control político de la zona.

Pero la región también tiene su importancia debido a su situación geográfica, pues constituye el centro del Viejo Mundo, a igual distancia de París, Pekín, Singapur y Johannesburgo. En tiempos pasados, el control de este inevitable cruce de caminos otorgaba al califato el privilegio de obtener en su época los mayores beneficios del comercio a larga distancia. Después de la Segunda Guerra Mundial, la región, situada al sur de la URSS, fue crucial en la estrategia militar destinada a aislar el poder soviético. Y la región no perdió su importancia con el colapso del adversario soviético. El dominio de EE.UU en la región reduce a Europa –dependiente de Oriente Medio para su abastecimiento energético– al vasallaje. Con Rusia debilitada, China y la India también fueron sometidas a un chantaje energético permanente. Así pues, el control sobre Oriente Medio permite extender la doctrina Monroe [5] al Viejo Mundo, el objetivo del proyecto hegemónico de Estados Unidos. Pero los constantes y prolongados esfuerzos llevados a cabo por Washington desde 1945 para asegurarse el control de la región, excluyendo a su vez a británicos y franceses, no han llegado a ser coronados con éxito. Podemos recordar el intento fallido de vincular la región con la OTAN mediante el Pacto de Bagdad [6] , y la caída de uno de los más fieles aliados de EE.UU, el sha de Irán.

La razón es sencillamente que el proyecto del nacionalismo populista árabe (e iraní) entró en conflicto directo con los objetivos hegemónicos de EE.UU. Este proyecto árabe esperaba obligar a las grandes potencias a reconocer la independencia del mundo árabe. El movimiento de los no alineados creado en 1955 en Bandung por el conjunto de los movimientos de liberación de los pueblos asiáticos y africanos fue la corriente más poderosa de su tiempo. Los soviéticos comprendieron rápidamente que dando su apoyo a este proyecto podrían retrasar los agresivos planes de Washington.

Pero esta época llegó a su fin, debido en primer lugar a que el proyecto del nacionalismo populista en el mundo árabe agotó rápidamente su potencial de transformación, y los poderes nacionalistas se transformaron en dictaduras carentes de esperanza o de planes de cambio [7] . El vacío creado por esta deriva abrió el camino para el Islam político y las autocracias obscurantistas del Golfo Pérsico, los aliados preferidos de Washington. La región se ha convertido en uno de los eslabones más débiles del sistema global, siendo vulnerable a una intervención externa (incluyendo la militar) que los regímenes actuales, debido a su falta de legitimidad, son incapaces de contener o rechazar. La región era y sigue siendo una zona de máxima prioridad (al igual que el Caribe) en la división geomilitar americana del planeta, una zona donde Estados Unidos se ha atribuido el “derecho” a intervenir militarmente. Y desde 1990, sin duda no se ha privado en absoluto de ese “derecho”.

Estados Unidos opera en Oriente Medio en estrecha cooperación con sus dos incondicionales y fieles aliados: Turquía e Israel. Europa ha sido obligada a mantenerse a distancia de la región y a aceptar que Estados Unidos sea el defensor de los intereses vitales de la tríada, es decir, el suministro de petróleo. A pesar de los signos evidentes de irritación tras la guerra de Irak, en esta región, los europeos siguen navegando en la estela de Washington

El papel de Israel y de la resistencia palestina

El expansionismo colonial de Israel constituye un verdadero desafío. Israel es el único país del mundo que se niega a reconocer sus fronteras como definitivas (y por esta razón no debería tener derecho a ser miembro de las Naciones Unidas). Como Estados Unidos en el siglo XIX, reclama el derecho a conquistar nuevas áreas para expandir su colonización y tratar a las personas que han vivido allí durante miles de años como si fueran “pieles rojas” [8] . Israel es el único país que declara abiertamente no sentirse obligado a cumplir las resoluciones de la ONU.

La guerra de 1967, planeada en 1965 con el beneplácito de Washington, perseguía varios objetivos: iniciar el colapso de los regímenes nacionalistas y populistas, romper la alianza de éstos con la Unión Soviética, obligarlos a reposicionarse según los términos impuestos por EE.UU, y abrir nuevos territorios a la colonización sionista [9] . En los territorios conquistados en 1967, Israel ha instaurado un sistema de apartheid inspirado en el de Sudáfrica. [10]

Es aquí donde los intereses del capital dominante coinciden con los del sionismo. Un mundo árabe rico, poderoso y moderno pondría en cuestión el derecho de Occidente a saquear los recursos petrolíferos árabes, los cuales son necesarios para continuar con el derroche asociado a la acumulación capitalista. Por lo tanto, los poderes políticos en los países de la tríada –todos ellos fieles servidores del capital transnacional dominante– no desean un mundo árabe moderno y poderoso.

Así pues, la alianza entre las potencias occidentales e Israel se apoya sobre la sólida base de sus intereses comunes. Esta alianza no es el producto de los sentimientos de culpa europeos a causa del antisemitismo y los crímenes nazis, ni de la habilidad del “lobby judío” para explotar estos sentimientos. Si las potencias pensaran que sus intereses se podrían ver perjudicados por el expansionismo colonial sionista, pronto encontrarían los medios para superar su complejo de culpa y neutralizar ese lobby. Sobre esto no cabe ninguna duda, excepto entre quienes creen ingenuamente que la opinión pública en los países democráticos impone sus puntos de vista sobre las potencias. Sabemos que la opinión pública también puede ser manipulada. Israel ni siquiera sería capaz de resistir más de unos pocos días las medidas más suaves de un bloqueo como el que las potencias occidentales infligieron a Yugoslavia, Irak o Cuba. Por tanto, si existiera la voluntad, no sería difícil hacer entrar en razón a Israel y crear las condiciones de una verdadera paz. Pero esa voluntad no existe.

Poco después de la derrota en 1967, el presidente de Egipto Anwar Sadat declaró que desde que Estados Unidos tenía “el 90% de los ases en la manga” (expresión del propio Sadat) era necesario romper con la Unión Soviética y reintegrarse en el campo occidental. Afirmó que, al hacer esto, se podría obtener el apoyo de Washington y ejercer suficiente presión sobre Israel como para que entrara en razón. Más allá de estas ideas estratégicas propias de Sadat, cuya incoherencia ha quedado demostrada por los acontecimientos, la opinión pública árabe seguía siendo incapaz en gran medida de entender la dinámica de la expansión global del capitalismo, y aún menos capaz de identificar sus verdaderas contradicciones y debilidades. De hecho, todavía se afirma que “algún día, Occidente comprenderá que, a largo plazo, le interesa mantener buenas relaciones con los doscientos millones de árabes, y decidirá no sacrificar estas relaciones por el apoyo incondicional a Israel.” Esto supone implícitamente pensar que el “Occidente” en cuestión, que es el centro imperial del capital, desea un mundo árabe moderno y desarrollado, en lugar de querer mantener un mundo árabe impotente, para lo cual el apoyo a Israel resulta manifiestamente útil.

La decisión adoptada por los gobernantes árabes –con la excepción de Siria y el Líbano–, la cual, mediante las negociaciones de Madrid y Oslo (1993), los ha llevado a suscribir el plan estadounidense de la llamada “paz definitiva”, no podría haber producido unos resultados distintos a los que ha producido: animar a Israel a consolidar su proyecto expansionista. Al rechazar abiertamente los términos de los acuerdos de Oslo, Ariel Sharon simplemente demostró lo que ya estaba claro: que no se trataba de un proyecto de paz definitiva, sino de abrir una nueva fase en la expansión colonial sionista.

Israel y las potencias occidentales que apoyan su proyecto han impuesto un estado de guerra permanente en la región. A su vez, este estado de guerra permanente refuerza a los regímenes autocráticos árabes. Este bloqueo de cualquier posible evolución democrática debilita las posibilidades de un renacimiento árabe, y de este modo refuerza la alianza del capital dominante con la estrategia hegemónica de Estados Unidos. El círculo se cierra: la alianza entre Israel y EE.UU sirve perfectamente a los intereses de los dos socios.

Inicialmente, el sistema de apartheid desplegado después de 1967 dio la impresión de ser capaz de lograr sus fines: controlar la vida cotidiana en los territorios ocupados mediante las temerosas élites y la burguesía comercial, al parecer con el beneplácito del pueblo palestino. Desde su lejano exilio en Túnez, la OLP, expulsada de la región tras la invasión del Líbano por el ejército israelí en 1982, ya no parecía capaz de poner en duda la anexión sionista.

La primera intifada estalló en diciembre de 1987. Supuso la súbita aparición de las clases populares, y en especial de sus segmentos más pobres, confinados en los campos de refugiados. La intifada estranguló al poder israelí mediante la organización de una desobediencia civil sistemática. Israel reaccionó con brutalidad, pero no logró restaurar su eficaz poder policial ni poner en su sitio a las temerosas clases medias palestinas. Por el contrario, la intifada exigió el retorno masivo de las fuerzas políticas en el exilio, la creación de nuevas formas de organización a nivel local y la adhesión de las clases medias a una lucha comprometida con la liberación. La intifada se inició entre los jóvenes (chebab al Intifada). En principio no se organizaron dentro de redes pertenecientes a la OLP, pero en ningún caso competían de manera hostil contra ellas [11] . Los cuatro componentes de la OLP (Fatah, ferviente seguidor de su líder Yasser Arafat, el Frente Democrático para la Liberación de Palestina, el Frente Popular para la Liberación de Palestina y el Partido Comunista) se lanzaron a la intifada, y por esa razón se ganaron la simpatía de los chebab. Los Hermanos Musulmanes, marginados por su inactividad durante los años anteriores a pesar de algunas acciones de la Yihad Islámica (la cual hizo su aparición en 1980), cedieron su lugar a una nueva expresión de la lucha: Hamas, creado en 1988. [12]

Dado que la primera intifada daba signos de quedarse sin aliento después de dos años, y con una represión israelí cada vez más violenta (incluyendo el uso de armas de fuego contra niños y el cierre de la línea verde [13] para bloquear casi la única fuente de ingresos de los trabajadores palestinos), el escenario estaba ya preparado para la “negociación”. La iniciativa la tomó Estados Unidos, lo cual condujo primero a la Conferencia de Madrid (1991) y luego a los llamados Acuerdos de Oslo (1993). Estos acuerdos permitieron el regreso de la OLP a los territorios ocupados y su transformación en la Autoridad Nacional Palestina. [14]

Los Acuerdos de Oslo preveían la transformación de los territorios ocupados en uno o más bantustanes [15] , integrados definitivamente en el territorio israelí. Dentro de este marco, la Autoridad Nacional Palestina sólo sería un falso Estado –como el de los bantustanes– y, de hecho, la correa de transmisión del régimen sionista.

Al regresar a Palestina, la OLP –siendo ya la Autoridad Nacional Palestina– logró establecer su propio orden, pero no sin ciertas ambigüedades. La Autoridad absorbió en sus nuevas estructuras a la mayor parte de los chebab, los cuales habían coordinado la intifada. Logró la legitimidad mediante la consulta electoral de 1996, en la que los palestinos participaron en masa (80%); una abrumadora mayoría eligió a Arafat como presidente de la Autoridad. Sin embargo, la Autoridad se mantuvo en una posición ambigua: ¿Estaría de acuerdo en cumplir con las funciones que Israel, Estados Unidos y Europa le habían asignado –es decir, gobernar un bantustán– o se pondría del lado del pueblo palestino que se negó a someterse?

Cuando el pueblo palestino rechazó el proyecto de los bantustanes, Israel decidió denunciar el acuerdo de Oslo –aunque era el propio Israel el que había dictado los términos del mismo– y lo sustituyó por el uso puro y simple de la violencia militar. La provocación en los lugares santos de Jerusalén, diseñada por el criminal de guerra Sharon en 1998 (pero con la ayuda del gobierno laborista, el cual proporcionó los tanques), y la elección triunfal de este mismo criminal a la cabeza del gobierno israelí (y la colaboración de “palomas” como Simón Peres con este gobierno) fue la causa de la segunda intifada.

¿Conseguirá liberarse el pueblo palestino de la sumisión al apartheid sionista? Es demasiado pronto para decirlo. En cualquier caso, el pueblo palestino posee ahora un verdadero movimiento de liberación nacional. Tiene sus propias especificidades; no sigue el estilo homogéneo del partido único (aunque la realidad de los estados con partido único siempre haya sido muy compleja); y tiene elementos que conservan su propia personalidad y su visión de futuro, incluyendo sus ideologías, sus militantes y su clientela, los cuales parecen saber cómo cooperar para liderar la lucha.

El proyecto de EE.UU para Oriente Medio

El desgaste de los regímenes nacionalistas y populistas y la desaparición del apoyo soviético dio a Estados Unidos la oportunidad de implementar su proyecto para la zona.

El control de Oriente Medio es sin duda una piedra angular en el proyecto de Washington para lograr la hegemonía global. Así pues, ¿cómo espera Estados Unidos asegurarse ese control? Hace ya más de una década que Estados Unidos tomó la iniciativa de promover el curioso proyecto de un “Mercado Común para Oriente Medio” en el cual algunos países del Golfo Pérsico suministrarían el capital, mientras otros países árabes ofrecerían mano de obra barata, quedando reservado para Israel el control de la tecnología y las funciones del intermediario privilegiado y agradecido. Aceptado por los países del Golfo y por Egipto, el proyecto se enfrentó, sin embargo, a la negativa de Siria, Irak e Irán. Era por tanto necesario derribar esos tres regímenes para que el proyecto pudiera avanzar. Ahora, el primer paso ya se ha ado en Irak. [16]

La pregunta entonces es: ¿qué tipo de régimen político debe instaurarse para que sea capaz de sustentar este proyecto? El discurso propagandístico de Washington habla de “democracias”. Pero, de hecho, Washington está ocupado en no hacer otra cosa que sustituir a las llamadas autocracias oscurantistas islámicas por desgastadas autocracias populistas y anticuadas, maquillando la operación con bobadas acerca de su respeto por la especificidad cultural de las comunidades. La alianza renovada con el llamado “Islam político moderado” (capaz de controlar la situación con la eficacia suficiente para evitar las derivas terroristas, es decir, las amenazas dirigidas contra, y sólo contra, Estados Unidos) constituye ahora el eje de la opción política de Washington. Es desde esta perspectiva que se buscará la reconciliación con la anticuada autocracia del sistema social de Oriente Medio.

Frente al despliegue del proyecto estadounidense, los europeos han inventado su propio proyecto, bautizado como “Unión para el Mediterráneo”. Un proyecto decididamente cobarde, lleno de un parloteo incoherente que, por supuesto, también propone la reconciliación de los países árabes con Israel. Al excluir a los países del Golfo del diálogo euro-mediterráneo se está aceptando que la administración y el control de estos últimos países sea una responsabilidad exclusiva de Washington.

El agudo contraste entre la enérgica audacia del proyecto estadounidense y la debilidad del proyecto europeo es un buen indicador de que en el atlantismo [17] realmente existente hoy en día no hay lugar para una responsabilidad compartida en la toma de decisiones, la cual situaría en igualdad de condiciones a Estados Unidos y Europa. Toni Blair, quien se convirtió en el defensor de la construcción de un mundo unipolar, pensaba que era capaz de justificar esta opción pues, según él, el atlantismo estaría basado en un supuesto reparto de responsabilidades y funciones. La habitual arrogancia de Washington revela que esta esperanza es ilusoria, por no decir que ha sido desde su inicio un esfuerzo malintencionado para engañar a la opinión pública europea. El realismo de la afirmación de Stalin según la cual “los nazis no supieron donde debían detenerse” es también aplicable a quienes ejercen el control en Estados Unidos. Blair alberga unas esperanzas sólo comparables a las de quienes confiaban en la supuesta capacidad de Mussolini para aplacar a Hitler. ¿Es posible otra opción para Europa? ¿Ha comenzado ésta a tomar forma? El discurso de Chirac sobre un mundo “atlántico unipolar”, que al parecer él entiende de hecho como sinónimo de la hegemonía unilateral de Estados Unidos. ¿anuncia la construcción de un mundo multipolar y el final del atlantismo? Para que esta posibilidad se haga realidad, primero sería necesario que Europa se librara a sí misma de las arenas movedizas en las cuales se desliza y se hunde.

BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA


- Mahdi Elmandjra, Humillación: El Islam sometido por Occidente , Almuzara, Córdoba, 2005.
- Samir Kassir, De la desgracia de ser árabe , Almuzara, Córdoba, 2006.
- Pedro Martínez Montávez, Pretensiones occidentales, carencias árabes , Cantarabia, Madrid, 2008.
- Ferrán Izquierdo Brichs (Ed.), Poder y regímenes en el mundo árabe contemporáneo , Bellaterra, Barcelona, 2009.

NOTAS.-


[1] Traducción, extracto y adaptación del artículo publicado en: http://findarticles.com/p/articles/mi_m1132/is_6_56/ai_n8704500/
(Nota de la Redacción).

[2] De padre egipcio y madre francesa, Samir Amin nació en El Cairo (Egipto) en 1931 y es uno de los pensadores neomarxistas más prolíficos y brillantes de su generación. De 1947 a 1957 estudió en París, obteniendo un diploma en Ciencias Políticas (1952) antes de graduarse en Estadística (1956) y Economía (1957). Crítico con el comunismo soviético, el capitalismo y la globalización, Amin ha publicado numerosos libros sobre macroeconomía y geoestrategia, muchos de ellos traducidos al castellano. (Nota de la Redacción).

[3] Clases y naciones en el materialismo histórico, El Viejo Topo, Barcelona, 1979; El Eurocentrismo, Siglo XXI, México, 1989; Más allá del capitalismo senil , El viejo topo , Barcelona 2003; The Liberal Virus , Monthly Review Press, Nueva York, 2004.

[4] En otra parte de este ensayo no traducida aquí, el autor define la “tríada” como “los centros del sistema capitalista mundial: Estados Unidos, Europa Occidental y Central, y Japón.” (Nota de la Redacción).

[5] La doctrina Monroe, sintetizada en la frase “América para los americanos”, fue elaborada por John Quincy Adams, aunque atribuida a James Monroe en el año 1823. Estaba dirigida principalmente a hacer saber a las potencias europeas que Estados Unidos no toleraría ninguna interferencia o intromisión de éstas en el continente americano. (Nota de la Redacción).

[6] El Pacto de Bagdad, también conocido como CENTO (Central Treaty Organization: Organización del Tratado Central), se firmó en febrero de 1955 con el patrocinio de EE.UU y establecía una alianza militar entre Irak y Turquía, a la que más tarde se unirían Gran Bretaña, Pakistán e Irán. De esta manera, Oriente Medio entraba de lleno en la guerra fría: por un lado, Turquía, Irán e Irak, y por otro, sobretodo desde la constitución de la RAU (República Árabe Unida) en 1958, Egipto y Siria. La caída de la monarquía iraquí en 1958, como consecuencia del golpe militar del partido BAAZ, provocó que Irak abandonara la organización, pues el nuevo régimen se sentía más cercano a Moscú. La revolución islámica de Irán en 1979 trajo como consecuencia el fin de la organización. (Nota de la Redacción).

[7] Para más información, véase Martin Kramer, “ Nacionalismo árabe: una identidad falsa”, revista Alif Nûn nos 64 (octubre de 2008) , 65 (noviembre de 2008) y 66 (diciembre de 2008) . (Nota de la Redacción).

[8] Para más información, véase Nur Masalha, Israel: teorías de la expansión territorial , Bellaterra, Barcelona, 2002. (Nota de la Redacción).

[9] La guerra de 1967, conocida como “Guerra de los Seis Días”, comenzó con un “ataque preventivo” israelí contra la fuerza aérea egipcia. Al terminar la contienda, Israel había conquistado la Península del Sinaí, la Franja de Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este (incluyendo la Ciudad Vieja) y los Altos del Golán. De todos estos territorios, Israel sólo ha devuelto la Península del Sinaí a Egipto. (Nota de la Redacción).

[10] Para más información sobre las similitudes entre el apartheid sudafricano y el sistema colonial israelí en los territorios ocupados, véase Darryl Lee, “ Retirada y fronteras del sionismo ”, revista Alif Nûn nº 59, abril de 2008. (Nota de la Redacción).

[11] Véase Roswitha von Benda, Los niños de la intifada , Talasa, Madrid, 1991. (Nota de la Redacción).

[12] Para un análisis crítico sobre la organización Hamas, véase Matthew Levitt, Hamás , Belacqva, Barcelona, 2008; Carmen López Alonso, Hamás, la marcha hacia el poder , La Catarata, Madrid, 2007. (Nota de la Redacción).

[13] La llamada “línea verde” es la demarcación que se estableció en el armisticio árabe-israelí de 1949 celebrado entre Israel y sus oponentes (Siria, Jordania, y Egipto), al finalizar la guerra árabe-israelí de 1948. La línea verde separa a Israel de los territorios de Cisjordania y la Franja de Gaza, los cuales serían conquistados por Israel en 1967, durante la Guerra de los Seis Días. El nombre de “línea verde” se deriva del lápiz verde usado para dibujar la línea en el mapa durante las negociaciones. (Nota de la Redacción).

[14] Para más información, véase Edward Said, Gaza y Jericó. Pax americana , Txalaparta, Navarra, 1995; Ignacio Álvarez-Ossorio, Informe sobre el conflicto de Palestina: de los acuerdos de Oslo a la Hoja de Ruta , Oriente y Mediterráneo, Madrid, 2003. (Nota de la Redacción).

[15] Bantustán es el término empleado para designar a cada uno de los veinte territorios que operaron como reservas tribales de habitantes no blancos en Sudáfrica y África del Sudoeste (actual Namibia), en el marco de las políticas segregacionistas impuestas durante la época del apartheid. (Nota de la Redacción).

[16] Véase Tariq Ali , Bush en Babilonia: la recolonización de Irak , Alianza, Madrid, 2004. (Nota de la Redacción).

[17] El atlantismo es una visión política internacional basada en el pacto estratégico-militar entre Europa Occidental y América del Norte (Estados Unidos y Canadá). El atlantismo posee un cierto antieuropeísmo en la medida en que da prioridad a la relación con Estados Unidos frente a los acuerdos entre los propios europeos. Tradicionalmente, el principal defensor de esta política entre los países europeos ha sido Gran Bretaña, y su principal detractor, Francia. (Nota de la Redacción).

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