jueves, 11 de febrero de 2010

“El excepcionalismo israelí”


El sionismo al desnudo de Shahid Alam

12-02-2010
Kathleen Christison
CounterPunch
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

El punto esencial del libro de M. Shahid Alam, “Israeli Exceptionalism: The Destabilizing Logic of Zionism,” queda claro al abrir el libro en la inscripción de su frontispicio. Del poeta y filósofo persa Rumi, la cita dice: “Tenéis la luz, pero no tenéis humanidad. Buscad humanidad, porque ése es el objetivo.” Alam, profesor de economía en la Northeastern University en Boston y colaborador de CounterPunch, continúa con una declaración explícita de sus objetivos en el primer párrafo del prefacio. Preguntando y respondiendo a la pregunta obvia: “¿Por qué escribe un economista un libro sobre la geopolítica del sionismo?” dice que “podría haber escrito un libro sobre la economía del sionismo, la economía israelí o la economía de Cisjordania y Gaza, pero, ¿cómo me habría ayudado uno de ellos a comprender la lógica fría y las profundas pasiones que han impulsado el sionismo?”

Hasta hace pocos años, la noción de que el sionismo era un movimiento benigno, ciertamente humanitario y político creado con el noble propósito de crear una patria y un refugio para los judíos apátridas y perseguidos del mundo era una suposición virtualmente universal. En los últimos años, especialmente desde el comienzo de la intifada al-Aqsa en el año 2000, cuando la dura opresión de los palestinos ha sido más ampliamente conocida, numerosos israelíes y amigos de Israel han comenzado a distanciarse y a criticar las políticas de ocupación de Israel, pero siguen siendo sionistas convencidos y han tenido problemas para plantear el punto de vista de que el sionismo comenzó bien y que sólo recientemente ha sido corrompido por la ocupación. Alam demuestra claramente, mediante una voluminosa evidencia y un análisis cuidadosamente argumentado, que el sionismo nunca fue benigno, nunca fue bueno – que desde su propio inicio, operó según una “lógica fría” y que, con referencia a Rumi, no tenía “humanidad.” Excepto, tal vez, para los judíos, que es donde el excepcionalismo de Israel y del sionismo entra en juego.

Alam argumenta convincentemente que el sionismo fue un movimiento fríamente cínico desde sus inicios en el Siglo XIX. No sólo sabían los fundadores del sionismo que el país en el que habían fijado sus miras no era un país vacío, sino se propusieron específicamente establecer un “colonialismo excluyente” que no dejaba sitio para los palestinos que vivían allí o para cualesquiera no-judíos, y lo hicieron de maneras que justificaban, e inducían a Occidente a aceptar, el desplazamiento de la población palestina que obstaculizaba su acción. Con una simple sabiduría que todavía escapa a la mayoría de los analistas de Israel y del sionismo, Alam escribe que un “nacionalismo sin hogar” como lo fue el sionismo durante más de medio siglo hasta que se estableció el Estado de Israel en 1948, “es necesariamente un proyecto de conquista y – si es excluyente – de limpieza étnica.”

¿Cómo ha podido el sionismo presentarse como excepcional y salirse con la suya, consiguiendo el apoyo occidental para el establecimiento de un Estado excluyente y, al hacerlo, para el desposeimiento deliberado de la población nativa? Alam plantea tres caminos principales por los que el sionismo ha enmarcado sus reivindicaciones de excepcionalismo a fin de justificarse y obtener el apoyo del mundo, sobre todo de Occidente. Primero, la pretensión judía de ser el pueblo elegido se basa en la noción de que los judíos tienen un derecho divino al país, un mandato otorgado por Dios al pueblo judío y sólo a él. Esta elección divina da a los judíos sin patria, perseguidos durante mucho tiempo, la base histórica y legal para anular los derechos de los palestinos sin un mandato divino semejante y terminar por expulsarlos del país. Segundo, los logros, frecuentemente notables, de Israel en la construcción del Estado han recibido el apoyo occidental y suministrado una justificación más para el desplazamiento de los palestinos “inferiores” por los judíos “superiores”. Finalmente, el sionismo ha presentado a los judíos como poseedores de una historia singularmente trágica y como un país singularmente vulnerable, dando a Israel una justificación especial para protegerse contra amenazas supuestamente singulares a su existencia y en consecuencia para ignorar los dictados del derecho internacional. Frente a la tragedia de los judíos, cualquier dolor que puedan sentir los palestinos por ser desplazados parece menor.

La limpieza étnica de los palestinos que vino como resultado de la necesidad del sionismo de una patria exclusivista no fue una consecuencia infortunada, y por cierto había sido prevista desde hace tiempo por pensadores sionistas y por los dirigentes occidentales que los apoyaban. Alam cita a pioneros sionistas, incluyendo a Teodoro Herzl, que hablaron repetidamente de persuadir a los palestinos “a marchar” o a “plegar sus tiendas”, o a “marcharse silenciosamente.” En años siguientes, los sionistas hablaron de la “transferencia” forzada de los palestinos. En los años treinta, David Ben-Gurion expresó su fuerte apoyo para la transferencia forzosa, alardeando que el “poder judío” crecía hasta el punto en que la comunidad judía en Palestina pronto sería suficientemente fuerte para realizar la limpieza étnica a gran escala (como terminó por tener lugar). De hecho, los sionistas sabían desde el comienzo que no sería posible persuadir a los palestinos de que simplemente se fueran voluntariamente y que se necesitaría la conquista violenta para implantar el Estado sionista.

Los británicos también lo sabían. El partidario sionista Winston Churchill ya escribió en 1919 que los sionistas “dan por seguro que la población local será desplazada para ajustarse a su conveniencia.” En una categórica afirmación de la naturaleza calculada de los planes sionistas y del apoyo occidental para ellos, el secretario de exteriores británico Arthur Balfour, como Churchill otro temprano partidario sionista y también autor de la Declaración Balfour de 1917, que prometió el apoyo británico para el establecimiento de una patria judía en Palestina, escribió que el sionismo “está arraigado en antiguas tradiciones, en necesidades actuales, en esperanzas futuras, de importancia mucho más profunda que los deseos y prejuicios de los 700.000 árabes que ahora habitan ese antiguo país.” Sería difícil encontrar una falsedad parcial más flagrante.

Alam detalla el progreso de la planificación sionista, comenzando con la creación deliberada en el Siglo XIX de una identidad étnica para judíos que sólo compartían una religión y no tenían ninguno de los atributos de la nacionalidad – ni un país, ni un lenguaje o cultura común, ni posiblemente un pool genético común. Al hacerlo Alam cubre brevemente el terreno tratado en detalle por el historiador israelí Shlomo Sand, cuyo libro “The Invention of the Jewish People” [La invención del pueblo judío], al aparecer en inglés sólo meses antes del libro de Alam, destruyó los mitos alrededor de la reivindicación de nacionalidad del sionismo y de un derecho exclusivo a Palestina. Pero Alam va más lejos, describiendo la campaña sionista por crear una “madre patria” sucedánea que, a falta de una nación judía, patrocinaría la colonización de Palestina por los sionistas y apoyaría su proyecto nacional. Después de obtener el apoyo británico para su proyecto, el sionismo se puso a crear una justificación para desplazar a los palestinos árabes nativos de Palestina (quienes, a propósito, poseían los atributos de una nación pero obstruían los propósitos de una creciente maquinaria militar judía, apoyada por Occidente). Entonces y después la propaganda sionista difundió la noción de que los palestinos no eran un “pueblo”, no tenían apego a la tierra ni aspiraciones nacionales, y se presentó a un Occidente desinteresado el desposeimiento de los palestinos como nada más que un pequeño infortunio en comparación con el mandato supuestamente divino de los judíos, los logros “milagrosos” de Israel, y los monumentales sufrimientos de los judíos en el Holocausto.

Encarando lo que llama la “lógica desestabilizadora” del sionismo, Alam plantea el argumento de que el sionismo prospera en medio del conflicto, y ciertamente sólo puede sobrevivir en él. En el primer caso, Alam muestra que el sionismo realmente adoptó la acusación antisemita europea de que los judíos eran un pueblo extranjero. Fue el resultado natural de la promoción de la idea de que los judíos realmente pertenecían en Palestina a una nación propia, y además, de la propagación del temor del antisemitismo, lo que demostró ser un medio efectivo para captar a judíos no atraídos a la causa sionista por los argumentos del sionismo (que representaban la mayoría de los judíos a fines del Siglo XIX y comienzos del Siglo XX). Los primeros dirigentes sionistas hablaban francamente del antisemitismo como medio de enseñar a muchos judíos educados y asimilados “el camino de retorno a su pueblo” y de imponer un apoyo al sionismo. El antisemitismo sigue siendo de muchas maneras el cemento que une al sionismo, que mantiene sometidos a Israel a los judíos israelíes y a los judíos de la diáspora como su supuesta única salvación de otro Holocausto.

En la misma vena, afirma Alam, los sionistas se dieron cuenta de que a fin de tener éxito en su proyecto colonial y mantener el apoyo de Occidente, tendrían que crear un adversario común tanto para Occidente como para los judíos. Sólo un Estado judío involucrado en guerras en Oriente Próximo podría “infundir vigor a la mentalidad de cruzados de Occidente, su celo evangélico, sus sueños del fin de los tiempos, sus ambiciones imperiales.” Los árabes fueron el enemigo inicial y duradero, y los sionistas e Israel han seguido provocando el antagonismo árabe y dirigiéndolo hacia el radicalismo para orientar la cólera árabe contra EE.UU., para provocar a los árabes a guerras contra Israel, y para fabricar historias de virulento antisemitismo árabe – todo esto específicamente a fin de sostener la solidaridad judía y occidental con Israel. Más recientemente, el propio Islam se ha convertido en el enemigo común, un adversario presentado para que se pueda justificar e intensificar lo que Alam llama “la cooperación “judía-gentil”. La concentración en la hostilidad árabe y musulmana, presentada siempre como motivada por odio irracional en lugar de oposición a las políticas israelíes y de EE.UU. permite a los sionistas distraer la atención de su propia expropiación de tierra palestina y desposeimiento de palestinos y les permite caracterizar las acciones israelíes como autodefensa contra la resistencia antisemita árabe y musulmana.

Alam trata al lobby sionista/Israel como un eslabón vital en la maquinaria que construyó y sostiene el Estado judío. Por cierto, Teodoro Herzl fue el lobista sionista original. Durante los ocho años entre el lanzamiento del movimiento sionista en Basilea en 1897 y su muerte, Herzl tuvo reuniones con una gama notable de manipuladores del poder en Europa y Oriente Próximo, incluyendo al sultán otomano, al emperador Wilhelm II, al rey Victor Emanuel III de Italia, al Papa Pío X, al destacado imperialista británico Lord Cromer y al secretario colonial británico de la época, y a los ministros rusos del interior y de finanzas, así como una larga lista de duques, embajadores y ministros de menor importancia. Un historiador utilizó el término “milagroso” para describir la capacidad de Herzl de conseguir audiencias con los poderosos que podían ayudar al sionismo.

Los lobistas sionistas siguieron trabajando con la misma asiduidad, con resultados igual de “milagrosos” durante todo el siglo XX, ganando influencia sobre la sociedad civil y finalmente sobre los responsables políticos y, lo que es más importante, conformando el discurso público que determina todo el pensamiento sobre Israel y sus vecinos. Como señala Alam: “desde sus primeros días, los sionistas han creado las organizaciones, aliados, redes e ideas que se convertirían en apoyo mediático, parlamentario y presidencial para el proyecto sionista.” Una proporción creciente de los activistas que encabezaban los principales elementos de la sociedad civil, como los movimientos sindicales y de derechos civiles, han sido judíos, y han llegado como consecuencia natural a abrazar los objetivos sionistas. Fundamentalistas cristianos, que en las últimas décadas han suministrado masivo apoyo a Israel y sus políticas expansionistas, crecieron en primer lugar porque fueron “fortalecidos por cada éxito sionista en el terreno” y se han seguido expandiendo con una considerable presión lobista de los sionistas.

La conclusión de Alam – un argumento directo contra los que sostienen que el lobby tiene sólo influencia limitada: “Tiene poco sentido,” en vista de la influencia omnipresente de la influencia sionista sobre la sociedad civil y el discurso político, “mantener que las posiciones pro israelíes de las principales organizaciones estadounidenses… emergieron independientemente del activismo de la comunidad judía estadounidense.” En sus primeros días, el sionismo creció sólo porque Herzl y sus colegas emplearon un fuerte cabildeo en los centros europeos del poder; la dispersión judía en el mundo occidental – y la influencia judía en las economías, la industria cinematográfica, los medios y el mundo académico en los principales países occidentales – son lo que posibilitó que el movimiento sionista sobreviviera y prosperara en los años oscuros de comienzos del Siglo XX; y el cabildeo sionista y la conformación del discurso público son lo que ha mantenido el sitio preferido de Israel en los corazones y en las mentes de los estadounidenses y en los consejos políticos de los políticos estadounidenses.

Se trata de un libro de una importancia crítica. Realza y expande el mensaje innovador del trabajo de Shlomo Sand. Si Sand muestra que los judíos no fueron un “pueblo” hasta que el sionismo los convirtió en uno, Alam lo muestra también y va mucho más allá para mostrar cómo el sionismo y su “nación” fabricada se dedicaron a desposeer y reemplazar a los palestinos y a ganar el vital apoyo occidental para Israel y su “colonialismo exclusivista” que ahora tiene 60 años.

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Kathleen Christison es autora de “Perceptions of Palestine and the Wound of Dispossession” y coautora, con Bill Christison, de “Palestine in Pieces: Graphic Perspectives on the Israeli Occupation,” publicado el verano pasado por Pluto Press. Para contactos: kb.christison@earthlink.ne

Fuente: http://www.counterpunch.org/christison02032010.html

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