sábado, 22 de mayo de 2010
El BDS, Israel y los afrikaners
Mapa de los territorios palestinos de Cisjordania como si fueran un archipiélago. El mar es Israel y Jordania. (Atlas de Le Monde Diplomatique)
Una comparación incómoda para la política, para el periodismo, para la cultura.
La analogía sudafricana y las llamadas al boicot se abren paso y convencen ya a numerosos escritores y artistas.
21.05.2010
Alberto Arce y Carlos Sardiña
En la Sudáfrica del Apartheid existía un lugar llamado Sun City, trasunto africano de Las Vegas. Una ciudad donde, teóricamente, no existía la discriminación racial. Allí actuaban a cambio de fuertes sumas de dinero reconocidos artistas de renombre internacional. Participaban así en el programa propagandístico diseñado por el gobierno sudafricano para contrarrestar la influencia de la lista de personas que se negaban a viajar al país en solidaridad con los llamamientos al boicot hechos públicos por los líderes del Congreso Nacional Africano de Nelson Mandela o el arzobispo de Ciudad del Cabo, Desmond Tutu.
En 1985 un grupo de músicos (entre ellos U2, Peter Gabriel, Lou Reed o Keith Richards) grabó una canción y filmó un documental titulados “Sun City, Artistas Unidos contra el Apartheid” que pasó a la historia como uno de los momentos fundamentales de la conformación de la opinión pública mundial sobre el régimen afrikaner de Pretoria. Era una campaña de boicot cultural contra el racismo.
Varias décadas más tarde y aunque se trata de uno de los temas más controvertidos, vetados y rechazados por gran parte de la prensa internacional o los líderes políticos mundiales, es cada vez más evidente que la analogía sudafricana, las comparaciones con el régimen de apartheid y los continuos llamamientos de la sociedad civil palestina a una campaña de BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones) contra el estado de Israel ganan espacio en el ya de por sí complejo debate en torno a Oriente Medio. Sin ir más lejos, Elton John, uno de los artistas que nunca quiso escuchar las llamadas a boicotear la Sudáfrica racista es objeto en estos momentos de una fuerte campaña de presión internacional para que cancele su actuación prevista en Tel Aviv. Al mismo tiempo, Elvis Costello declarado que “hay veces en las que el silencio tiene más valor que el ruido” tras de suspender su gira por Israel y sumarse al boicot internacional contra el Estado judío.
¿Cómo surge La estrategia del Boicot, las Desinversiones y las Sanciones?
La Conferencia de Naciones Unidas contra el Racismo de 1973 aprobó la “Convención para la Supresión y Castigo del Crimen de Apartheid”. Reeditada en 1978 y 1983, dicha Convención sirvió como mecanismo para sensibilizar a la opinión pública sobre naturaleza del régimen de Apartheid sudafricano y contribuyó a construir las voluntades políticas que aislaron finalmente al régimen de Pretoria. En 2001 tras la caída del régimen de apartheid, una nueva Conferencia de Naciones Unidas contra el racismo aprobó en ese mismo país la “Declaración y Plan de Acción de Durban para la prevención de la discriminación racial, la xenofobia y otras formas conexas de intolerancia”.
En dicho documento se identifica de manera explícita a la población palestina como uno de los grupos vulnerables víctimas del racismo. Desde entonces, voces tan autorizadas como la del ex-presidente norteamericano Jimmy Carter que publicó en 2006 un libro titulado “Paz, y no apartheid”, han citado la analogía entre el régimen afrikaner de Johannesburgo y el régimen de Tel Aviv. ¿El motivo? El sistema de documentos de identidad que señalan si su poseedor es judío o no, las restricciones en el acceso a las tierras que, en Israel pertenecen en un 93% al Estado y están reservadas exclusivamente a los judíos, el sistema de carreteras de uso exclusivo para colonos en Cisjordania, la ley que impide la reunificación familiar de palestinos residentes en el Estado de Israel o el Muro de separación que Israel construye de forma ilegal según la Corte Internacional de Justicia, en Territorio ocupado, alimentan una comparación que habla de la “bantustanización” de Palestina.
Se está planteando cómo transformar la analogía entre la situación de la Sudáfrica del Apartheid y la de los territorios palestinos ocupados en una campaña internacional de solidaridad basada en la igualdad de derechos civiles para todos los habitantes del territorio. Escritores israelíes como Uri Davis y Michael Warsavsky participaron el 9 de agosto de 2001 en Jerusalén en el lanzamiento del Movimiento contra el apartheid israelí en Palestina (MAIAP), considerado como primera plataforma de movilización en esta dirección.
A partir de este primer movimiento, y a lo largo de varios años, organizaciones sociales, sindicatos, partidos, intelectuales y activistas se reunieron periódicamente -siempre a tres bandas, con participantes palestinos, israelíes e internacionales- hasta publicar en 2005 la que se considera como la más representativa, unitaria e internacionalmente extendida “Llamada a una campaña global de Boicot, Desinversiones y Sanciones al estado de Israel hasta que cumpla con sus obligaciones ante el Derecho Internacional”, que recibió el apoyo de decenas de organizaciones palestinas constituidas en el Comité Nacional Palestino para la Campaña de BDS al Estado de Israel y decenas de organizaciones europeas y norteamericanas cuando se presentó públicamente por primera vez fuera de Palestina en una Conferencia Internacional celebrada en Bilbao en octubre de 2008.
Según sus propios organizadores, el BDS es una campaña que pretende “impedir o entorpecer la ocupación militar israelí de Palestina entendida como un proceso histórico y político en sus diferentes plasmaciones sobre el terreno” mientras se convierte en un instrumento de presión que pretende “obligar a ceder al Estado de Israel como sujeto con responsabilidad directa en el mantenimiento de la ocupación a través de sus relaciones y las de sus diversas instituciones con el resto de la comunidad internacional, que mantienen también una responsabilidad indirecta en la ocupación”.
La postura palestina contra la normalización de relaciones con Israel, expresada a través de la Plataforma que promueve el Boicot, es clara: “Rechazamos participar en actividades que limpien la imagen pública de Israel y rechazamos eventos conjuntos en los que no se reconozcan nuestros derechos y el derecho a resistir contra la ocupación israelí. Cualquier evento que no asuma estos principios transmite una falsa imagen de igualdad entre las partes e ignora y legitima la opresión israelí sobre los palestinos. No contribuiremos a ningún evento que menosprecie nuestros derechos o que permita presentar a Israel como algo diferente de lo que en realidad es: un Estado de Apartheid. Y rechazamos los esfuerzos que Israel y sus apologistas realizan para convencernos (…) especialmente de que el conflicto no es más que un síntoma de barreras psicológicas que pueden desaparecer a través del diálogo”.
Artistas que declinan viajar a Israel.
Siguiendo esta lógica, y probablemente influido por decisiones previas como la de Carlos Santana, Gil Scott Heron, poeta y músico norteamericano, autor de “La revolución no será televisada”, ha sido hasta el momento el penúltimo de los artistas en sumarse a dicha campaña en una lista que crece y se actualixa a diario. El pasado 23 de abril anunció sobre un escenario de Londres, que cancelaba su concierto de fin de gira en Tel Aviv “hasta que todo el mundo sea bienvenido para asistir”. El artista respondía así a una serie de cartas publicadas en diversos medios anglosajones pidiéndole que se sumase a la campaña de boicot al Estado de Israel.
Respondiendo al mismo tipo de cartas, escritas y hechas públicas por PACBI (Campaña Palestina de Boicot Académico y Cultural al Estado de Israel) en 2009, Andy Bichlbaum y Mike Bonanno, más conocidos como “The Yes Men” retiraron su película “The Yes Men fix the world”, ganadora del Festival de Sundance, del Festival de cine de Jerusalén, rechazando viajar a presentarla en Israel. En una carta explicaban los motivos que les habían llevado a tomar aquella decisión: “Pese a nuestro sentimientos, no podemos olvidarnos de nuestra tarea como activistas. En la década de los 80 tuvo lugar una convocatoria desde Sudáfrica a los artistas de todo el mundo para boicotear el régimen de Apartheid. Hoy en día hay una convocatoria clara de la sociedad civil palestina al Boicot a Israel. Nuestra posición es responder a ella como directores de cine y como activistas colaborando así en la presión al gobierno de Israel para que cumpla con el derecho internacional”.
Naomi Klein, la autora de No Logo o La doctrina del shock publicó un artículo en The Guardian explicando su modo de sumarse a la campaña de Boicot al Estado de Israel explicando los criterios con los que editaría, en adelante, sus obras en Israel: “Durante ocho años, mis libros fueron publicados en Israel por una editorial llamada Babel. Cuando publiqué La doctrina del shock quería respetar la convocatoria del boicot. Siguiendo el consejo de los activistas palestinos y de escritores como John Berger, que habían adoptado esta opción antes que yo, contacté con una pequeña editorial llamada Al Andalus, formada por activistas fuertemente involucrados en la lucha contra la ocupación desde el interior de Israel y la única editorial israelí que se dedica exclusivamente a traducir literatura árabe al hebreo, y redactamos un contrato que garantiza que todos los beneficios de mis libros permanecerán en Al Andalus. Mi objetivo es boicotear la economía israelí, no a los israelíes”.
En septiembre de 2009 un grupo de personalidades encabezado por Ken Loach, la propia Klein, Viggo Mortensen, Harry Belafonte, Jane Fonda, que se retractaría posteriormente, Danny Glover o Slavoj Zizek anunciaba su boicot al Festival Internacional de Cine de Toronto. ¿El motivo? protestar por su denominado “Foco en Tel Aviv”, un programa de diez películas sobre la capital israelí en la que no aparecía ninguna mención a los habitantes palestinos de la ciudad. Los cientos de firmantes de la “Declaración de Toronto” consideraban que no es correcto utilizar actividades culturales internacionales para “lavar la cara del régimen israelí” a través de programas de colaboración cultural con su Ministerio de Asuntos Exteriores. Sobre todo tras lo sucedido en Gaza pocos meses antes, durante la operación “Plomo Fundido” que comienza a jugar el mismo papel catalizador respecto al Boicot a Israel que la matanza de Sharpeville en Soweto jugó en el caso sudafricano, ese tipo de iniciativas son el detonante de una modificación sustancial de la percepción internacional de quien comete masacres y dificultan su justificación.
La Sudáfrica del Apartheid e Israel: parecidos razonables y amistades peligrosas
Las comparaciones entre Israel y la Sudáfrica del Apartheid son especialmente incómodas para un país que se considera a sí mismo la “única democracia de Oriente Próximo” y hace todo lo posible para que los demás países también le vean así. Sin embargo, la analogía no carece de fundamento y hay motivos de sobra para afirmar que en Israel impera efectivamente un régimen de apartheid. Como señaló recientemente la activista israelí Nurit Peled, el estado israelí “no es una democracia, es una etnocracia”.
Incluso Michael Ben Yair, ex fiscal general de Israel y ex miembro de su Corte Suprema, ha declarado: “Hemos elegido con entusiasmo convertirnos en una sociedad colonial, ignorando los tratados internacionales, expropiando tierras, transfiriendo colonos desde Israel a territorio ocupado, robando y justificando todas nuestras actividades. Al desear con pasión quedarnos con los territorios ocupados hemos desarrollado dos sistemas judiciales, uno progresista y liberal para Israel y otro cruel e injusto para el territorio ocupado. Hemos establecido de hecho un régimen de Apartheid en los Territorios ocupados.”
El arzobispo sudafricano y premio Nobel de la Paz Desmond Tutu ha declarado en numerosas ocasiones que la situación de los palestinos en los territorios ocupados por Israel es similar a la de los negros en Sudáfrica durante la época del apartheid y defiende la campaña de boicot como la mejor estrategia que la sociedad civil mundial puede adoptar para poner fin a las injusticias perpetradas por el estado de Israel. El COSATU (Congreso de Sindicatos Sudafricanos), veterana organización en la lucha contra el apartheid sudafricano, también se ha sumado a la campaña.
El concepto de apartheid no se limita exclusivamente al contexto histórico de la segregación racial vigente en Sudáfrica entre los años 1948 y 1994. Además es un crimen de lesa humanidad reconocido como tal por la “Convención para la Supresión y Castigo del Crimen de Apartheid” aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1973 [pdf]. También el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional aprobado en 1998 contempla el apartheid como un crimen de lesa humanidad en su artículo 7 y considera como tal los “actos inhumanos” contemplados en el propio Estatuto “cometidos en el contexto de un régimen institucionalizado de opresión y dominación sistemáticas de un grupo racial sobre uno o más grupos raciales y con la intención de mantener ese régimen”.
Con esas leyes en la mano, los expertos en derecho internacional Luciana Coconi y David Bondia elaboraron el año pasado un informe [pdf] en el que concluían que “la discriminación a la que se ve sometido el pueblo de Israel constituye crimen de apartheid”. El relator especial sobre la situación de los derechos humanos en los territorios palestinos ocupados, el jurista de origen sudafricano John Dugard, elaboró en 2007 un informe [pdf] en el que afirmaba que las “leyes y prácticas de Israel en los territorios palestinos ocupados son similares a algunos aspectos del apartheid” y “probablemente están contempladas en la Convención para la Supresión y Castigo del Crimen de Apartheid”.
Esa discriminación se traduce en políticas que van desde la “bantustanización” de los territorios palestinos en Cisjordania como consecuencia de la construcción de asentamientos judíos y las carreteras de circunvalación de uso exclusivo para israelíes que los comunican hasta los “asesinatos selectivos” de activistas palestinos, pasando por la restricción de movimientos o las detenciones arbitrarias que sufren los palestinos a diario. Además, los ciudadanos palestinos de Israel, que en teoría deberían disfrutar de los mismos derechos que sus conciudadanos israelíes judíos, sufren una enorme discriminación en lo que respecta al acceso a la educación, la vivienda, el mercado de trabajo o la sanidad.
Por otro lado, los vínculos entre Israel y la Sudáfrica del apartheid no se limitan a una mera analogía entre sus políticas discriminatorias. Ambos regímenes mantuvieron unas estrechas relaciones durante muchos años, después de que la mayoría de países africanos le dieran la espalda a Israel tras la guerra del Yom Kippur de 1973. Los dos estados colaboraron fundamentalmente en el ámbiro armamentístico, hasta el punto de que Israel ayudó en secreto a Sudáfrica a obtener la bomba nuclear. Las relaciones amistosas alcanzaron su apogeo en 1976, cuando el primer ministro John Vorster (un antiguo simpatizante nazi) viajó a Israel, donde el primer ministro Isaac Rabin le recibió con todos los honores y en un banquete de estado brindó “por los ideales que comparten Israel y Sudáfrica y por la esperanza de justicia y una coexistencia pacífica”. Aquel fue el año del célebre levantamiento de Soweto, que reprimieron brutalmente las fuerzas de seguridad sudafricanas y en el que se calcula que murieron unas setecientas personas.
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