jueves, 1 de octubre de 2009

Comentario de Cuarenta hadices -XXXV


Sharhe Chehel Hadiz
Imam Jomeiní


Traducción de Raúl González Bórnez

Quinto hadíz
Envidia (Hasad)-III
Algunas malas consecuencias de la envidia


Debes saber que la envidia es una de las más mortales enfermedades del corazón y que, a su vez, es la causa de otras muchas enfermedades del corazón, de la arrogancia y de otras prácticas corrompidas, cada una de las cuales es un terrible pecado y causa suficiente para destruir él sólo a la persona.
Nos ocuparemos de mencionar algunos de ellos que son muy evidentes aunque necesariamente deben existir otros más ocultos que este escritor ignora.

En una tradición auténtica (sahíha) transmitida por Muawia bin Wahab, se relata que dijo Abu Abdel.lah Imam Yafar as-Sádeq, sobre él la paz: La peste de la religión son la envidia, la arrogancia y el orgullo.
Y en una tradición auténtica de Muhammad bin Muslim se recoge que dijo Abu Yafar Imam Muhammad al-Báqer, la paz sea con él: Una persona que comete algo malo en un momento de enajenación puede ser perdonada, pero la envidia devora la fe como el fuego devora la madera.
Es evidente que la fe es una luz divina que convierte el corazón en recipiente epifánico de la Verdad, ensalzada sea Su majestad, tal y como ha sido relatado en los ahadíz qudsí que recogen las palabras divinas:
Ni Mi Tierra ni Mi cielo son suficientes para contenerme, pero el corazón de Mi siervo creyente Me contiene.

Esa luz espiritual, ese destello divino que convierte el corazón en un recipiente más amplio que toda la creación, es lo opuesto a la estrechez y la oscuridad que se establece en el corazón a consecuencia de este turbio defecto. Este sucio e impuro atributo oprime el corazón de tal manera que sus efectos se extienden por todo el territorio interno y externo de la persona. Torna el corazón triste y deprimido, estrecha y oprime el pecho y ensombrece y contrae el rostro. Por supuesto, ese estado anula la luz de la fe y lleva a la muerte al corazón de la persona y cuanto más fuerte se hace más debilita la luz de la fe.
Todos los atributos espirituales y exteriores del creyente están en oposición con los efectos que la envidia tiene, tanto exterior como interiormente.
El creyente posee una buena opinión de Dios y está satisfecho con lo que Él ha otorgado a cada uno de Sus siervos. El envidioso está enfadado con la Verdad Altísima y no acepta Sus disposiciones.
Tal como fue mencionado en el noble hadíz, el creyente no desea el mal para el creyente y le aprecia, mientras que el envidioso es todo lo contrario.
El creyente no está dominado por el amor a las cosas de este mundo, mientras que el envidioso ha caído en ese feo defecto precisamente por su intenso amor por las cosas mundanales.
El creyente no tiene preocupación o temor alguno excepto por lo que tiene que ver con el Origen Altísimo y el retorno a Él, mientras que el miedo y la depresión del envidioso giran en torno a la persona que envidia.
El creyente es abierto y generoso y su humanidad se refleja en su rostro, mientras que el envidioso lleva su frente contraída y sombría.
El creyente es humilde pero el envidioso la mayoría de las veces es arrogante.
Por tanto, la envidia es la peste de la fe y la devora como el fuego devora la madera.
Es suficiente, para establecer la maldad de este vicio, saber que destruye la fe de la persona, que es el capital con el que ésta cuenta para salvarse el Día del Juicio y aquello que da vida al corazón, haciendo de él un pobre desgraciado.
Uno de las grandes faltas que van inseparablemente unidas a la envidia es el enfado con el Creador y el alejamiento de Sus disposiciones y mandamientos.
Hoy en día, los espesos velos de nuestra naturaleza material y nuestra inmersión en el mundo de los sentidos han embotado nuestra percepción, nos han cegado y ensordecido. Ni nos damos cuenta de que estamos disgustados con el Rey de reyes y que nos hemos apartado de Él. Tampoco sabemos la forma que adoptará ese disgusto y alejamiento en el próximo mundo y en la Morada Eterna.
Podemos oír las palabras de Imam As-Sadeq, sobre él la paz, resonando en nuestros oídos:
Y quien sea así, ni Yo soy de él ni él es de Mí.
No comprendemos la desgracia que suponen nuestra aversión hacia Él y el que la Verdad Altísima nos rechace, ni las consecuencias que ello tiene para nosotros.
No hay esperanza de salvación para quien ha sido excluido de la amistad y la protección divinas y ha sido alejado del estandarte de misericordia del Más misericordioso de los misericordiosos.
No disfrutará de la intercesión de los intercesores:
¿Quién puede interceder ante Él sino es con Su permiso?[1]
¿Quién podrá interceder ante Dios por alguien que está enfadado con Él, se ha alejado de la protección que brinda Su amistad y ha cortado los lazos que le unían a Él?
¡Ay de nosotros! ¡Qué terrible calamidad nos hemos ocasionado a nosotros mismos!
A pesar de todo lo que los santos y mensajeros divinos nos advirtieron y de cómo trataron de despertarnos del sueño en el que estamos sumidos, nuestra negligencia y distraimiento se incrementa día a día y también nuestra villanía y desgracia.
Los sabios entendidos en asuntos relativos a la otra vida, nos han dicho que una de las terribles consecuencias de tal comportamiento es el estrechamiento, la opresión y la oscuridad de nuestra tumba, ya que, dicen ellos, la forma que este vicio que oprime el espíritu y el corazón adopta después de la muerte es la opresión y la estrechez y oscuridad de la tumba. Esta situación en la tumba es la consecuencia directa del estado que ese defecto ocasiona.
Ha sido recogido que Imam As-Sádeq transmitió que el Mensajero de Dios, las bendiciones de Dios y la paz sean con él, salió de su casa para asistir al entierro de Sa’ad y vio como setenta mil ángeles participaban en la ceremonia. El mensajero de Dios levantó su rostro hacia le cielo y dijo: ¿Será alguien oprimido como Sa’ad?
Quien transmitió el hadíz dijo al Imam: Doy mi alma por ti. Nos ha sido relatado que era descuidado en la limpieza de su orina.
El Imam dijo: ¡Dios no lo permita! Su única falta era que trataba duramente a su familia.[2]

El grado de opresión, estrechez y oscuridad que la envidia provoca en el corazón es difícil de encontrar en otros vicios del comportamiento.
De cualquier manera, la persona aquejada de este defecto sufre en este mundo sus consecuencias y perjuicios, sufre la estrechez y opresión de la tumba y también en la otra vida por culpa de ello será desgraciado y recibirá el castigo.
Estos son los perjuicios que la envidia ocasiona, siempre y cuando no provoque además otros defectos morales o induzca a otros comportamientos pecaminosos. Y es infrecuente que eso no suceda y la envidia no sea la causa de otro comportamientos corruptos tales como la arrogancia en algunos casos, como ya vimos, y también la calumnia, el insulto, la vejación y cosas similares, cada una de las cuales son por sí mismas pecados mortales y destructivos.

Por tanto, la persona inteligente debe estar alerta para poner su fe a salvo de ese fuego abrasador y de esa peste destructora y librarse, tanto de la presión sicológica y de la angustia que este pecado provoca al corazón en este mundo, que es en sí mismo un castigo continuo mientras está uno vivo, como de la opresión y estrechez de la tumba y del mundo intermedio y del disgusto de Dios Altísimo. Que piense un poco y se de cuenta de que algo que posee tal poder de corromper debe ser curado y eliminado y más teniendo en cuenta que tu envidia no perjudica en nada al envidiado. Tu envidia no impide que él siga siendo favorecido y agraciado y además le proporciona beneficios, tanto en esta vida como en la otra, ya que tu enfermedad, que es la envidia y la enemistad que sientes hacia él, y tu castigo y tu disgusto le benefician, ya que ve como él es favorecido con bendiciones y tú sufres por ello y eso es en sí mismo una bendición para él. Si tú llegases a saber que el recibe esa segunda bendición, recibirás otro castigo más y otra preocupación mental, lo cual vuelve a ser una bendición para él, y así indefinidamente.
Por lo tanto, mientras tu sufres y te disgustas y te preocupas, él es bendecido y se encuentra feliz y relajado.
En la otra vida tu envidia también le proporciona beneficios, especialmente si va unida a difamación, calumnias y otras insidias parecidas que hacen que tus buenos actos vayan a parar a su cuenta y a ti solo te perjudican mientras a el le proporcionan bendiciones y grandeza.
Si piensas un poco en todo ello, sin duda, te purificaras de toda esa inmundicia y salvarás tu alma de la destrucción.
No creas que los defectos del alma y del comportamiento espiritual no pueden ser eliminados. Eso es un falso concepto que te sugieren tu alma concupiscente y Satanás. Él quisiera apartarte de la senda espiritual que te lleva a la otra vida y te permite corregir los defectos de tu alma. Mientras el ser humano permanece en esta morada de transición y cambio, puede cambiar y corregir todos sus atributos y comportamientos y, aunque sus malos hábitos estén en él fuertemente establecidos, mientras esté en este mundo, puede eliminarlos.
Desde luego, el esfuerzo necesario para ello varía según la intensidad o debilidad de su defecto. Una mala costumbre, cuando se encuentra en sus primeros niveles, puede ser eliminada con un poco de esfuerzo y práctica, como un pequeño brote de palmera que todavía no ha tenido tiempo de echar fuertes raíces y de fijarse con fuerza en la tierra. Pero, una vez que un defecto se fija con fuerza en el alma y se convierte en un atributo establecido de ella, eliminarlo sigue siendo posible, pero requiere de un esfuerzo y una determinación muchísimo mayores. Lo mismo que se necesita de un mayor esfuerzo para arrancar un árbol que se ha hecho viejo y extendido sus raíces.
Cuanto más tarde llegues a la conclusión de que debes eliminar tus defectos espirituales mayor será el esfuerzo, la determinación y el trabajo que necesitarás para conseguirlo.
¡Oh querido! Lo primero que debes hacer es no permitir que los defectos morales o las acciones inmorales penetren en tu recinto interno o externo. Eso es mucho más sencillo que eliminarlos una vez que han entrado en él, de la misma manera en que un enemigo al que no permites que traspase las fronteras de tu territorio o que penetre en tu fortaleza es mucho más fácil de rechazar que si consigue penetrar en él y tomar tus castillos y fortalezas y cuanto más tardes en acudir a defenderte mayor será el esfuerzo que habrás de realizar y más débiles serán tus fuerzas interiores.
Nuestro gran maestro y gnóstico Shahabadí, que mi alma sea sacrificada por él, solía decir que mientras se posee la fuerza y el vigor de la juventud es más fácil enfrentarse y combatir los vicios morales y llevar a cabo las obligaciones propias de todo ser humano. No se debe permitir que esa fuerza se pierda y llegue la vejez, porque entonces será mucho más difícil tener éxito en esa tarea y, suponiendo que podamos conseguirlo, el esfuerzo requerido será mucho mayor.
Por lo tanto, la persona inteligente que medita sobre estos vicios, si no está aquejado por ellos, no dejará que penetren en él y que le contaminen, y si, Dios no lo quiera, han entrado en él, podrá enfrentarse a ellos lo antes posible y no permitir que echen raíces en él.
Si, Dios no lo quiera, han echado raíces en su alma, deberá utilizar toda la fuerza y el esfuerzo necesario para eliminarlos, para que no lleguen a dar sus frutos en el mundo intermedio y en el mundo final, ya que si saliera de este mundo, que es el mundo de los cambios materiales, con esta moral corrupta, su fortaleza habrá escapado de sus manos y habrá de sufrir enormemente para eliminar cada uno de sus defectos morales en el otro mundo o en el mundo intermedio.
En un hadíz del noble Mensajero, las bendiciones y la paz sean con él y con su familia, se recoge que las gentes irán eternamente al Paraíso o al Infierno en función de las intenciones que tuvo en este mundo.[3] Las malas intenciones son la fuente del mal comportamiento y no se puede acabar con éste mientras no se destruya la intención que lo origina. En ese mundo, los atributos se manifiestan con tanta intensidad que o bien es imposible eliminarlos y, en ese caso, el individuo permanecerá eternamente en el Infierno, o, en caso de que puedan ser eliminados bajo la presión y las dificultades del fuego, habrán de transcurrir siglos, según el cómputo divino del tiempo, antes de que puedan desaparecer.
Por tanto, piensa ¡Oh tú, ser inteligente! Algo que, según el computo del tiempo limitado de este mundo, en un mes o en un año de esfuerzo puede ser corregido si te lo propones, puede provocarte la desgracia en este mundo y en el otro si no lo eliminas antes y, finalmente, provocar tu destrucción.
[1] Cfr. Sagrado Corán, 2:255.
[2] Cfr. Koleyní, Furu’ al-Káfí, t. III, p. 236, Libro de las impurezas, sección: Problemas en la tumba y quién será interrogado y quien no, hadíz 6.
[3] Imam Yafar as-Sádeq, recogió de su padre, que dijo Emir al-Muminín Ali: Estaba el Mensajero de Dios, las bendiciones y la paz sean con él y con su familia, sentado un día en la mezquita cuando vino a él un hombre de los judíos y le dijo: Si tu Dios no oprime ¿Cómo es que mantiene eternamente en el Infierno a quien le ha desobedecido solamente un periodo de tiempo limitado? El Mensajero de Dios le dijo: Lo hace basándose en la intención que esa persona tenía. Aquel de quien Dios sepa que su intención, si hubiera permanecido en este mundo mientras el mundo existiese, habría sido desobedecer a Dios poderoso y majestuoso, Él le hará permanecer eternamente en el Infierno por su intención, pues su intención era peor que sus obras. Y de la misma manera quien permanece eternamente en el Paraíso. Pues Dios sabe que si hubiera vivido en este mundo hasta el final de éste, habría obedecido a Dios eternamente. Por tanto, su intención era mejor que sus obras. Así pues, es por sus intenciones por lo que las gentes vivirán eternamente en el Infierno o el Paraíso. Cfr. Al-Tauhíd, p. 398 y 399. Bab al-Atfál, hadíz 14.

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