viernes, 22 de mayo de 2009
Fugger Rothschild y Rockefeller Banqueros judíos guerra y petróleo
“Carlos I de España y V de Alemania y Felipe II no crearon ningún banco estatal, encontrándose íntimamente ligados a los banqueros privados. Cuando Felipe II volvió a España, en 1559, su mayor preocupación durante la década siguiente fue ordenar sus finanzas. Sus consejeros sugirieron muchas direcciones, pero el análisis final recomendaba invariablemente el camino hacia los banqueros alemanes Fugger (Fúcar en cast.), los genoveses o los Malvenda.
Los Fugger alemanes acuñaban moneda, con licencia imperial, en España desde 1535; se les concedió también la administración de las minas de mercurio de Almadén y las minas de plata de Guadalcanal, en Andalucía, así como la explotación de las fincas de las Ordenes Militares. Esta concesión significaba dejar bajo control extranjero grandes extensiones de tierra de cereales, pastos, derechos de peaje (portazgos, pontazgos...) y arriendos agrícolas.
Para ello los Fugger trajeron a sus propios empleados alemanes, metódicos y cuidadosos. En vez de invertir su dinero en empresas productivas nacionales, como hacían los Fugger en Augsburg con sus beneficios de las minas de Schwartz, los Austrias españoles lo dilapidaron en empresas extranjeras.
Como no eran suficientes (para cubrir el déficit público) ni los ingresos ordinarios ni los extraordinarios, el Estado se vio obligado a recurrir a otras fuentes, ante todo mayores créditos, que sólo agravaron el problema con sus aniquiladores tipos de interés (¡hasta el 70%!); luego, a unilaterales declaraciones de bancarrota, repetidas en 1557, 1575, 1596, 1607, 1627 y 1647.
Estas declaraciones suponían nuevos empréstitos de la banca extranjera, en cada vez peores condiciones para España.
Al mismo tiempo que los precios se inflaban –desde 1596 a 1601 subieron un 143%, cuatro veces los de 1501-1520, los salarios reales eran un 20% inferiores en 1550 que entre 1501 y 1520, y siguieron descendiendo hasta 1600 en que la rebaja era de un 12%. Durante la mayor parte del siglo XVI la vida fue muy difícil para el pobre español, para la masa asalariada española; la revolución de los precios fue un golpe cruel que rebajó todavía más su ya bajo nivel de vida”.
Los Rothschild de Frankfurt
En 1744 nace, en Frankfurt del Maine, Meyer Amschel (Anselmo) Rothschild, banquero judío alemán y agente de la corte de Hesse-Cassel. Falleció en 1812, tras haber financiado a los absolutistas y contrarevolucionarios, amasando una inmensa fortuna, como los Krupp y los Armstrong, con la producción y venta de armas y la financiación de los absolutismos y las guerras coloniales en todo el mundo.
Los Krupp habían conseguido fabricar el primer cañón pesado fundido en una sola pieza en 1847. Guillermo II concedió a Gustav Krupp el título de barón von Bohlen und Halbach y se hizo llamar, con su licencia, Krupp von Bohlen. Tomó el control de la empresa y obtuvo el monopolio del armamento pesado durante la I Guerra Mundial y, después de 1933, fue uno de los principales financiadores del nazismo y el III Reich de Adolf Hitler. Sus fábricas se nutrieron de mano de obra esclava, como Siemens y otras.
Los hijos de Amschel Rothschild abrieron negocio bancario en las principales sedes europeas:
Amschel Rothschild (1773-1855) heredó la de Frankfurt, hasta 1901.
Salomon (1774-1855) fundó la de Viena, desaparecida en 1931.
Nathan, el mejor preparado y más hábil, se instaló en Londres, donde fundaría el Grupo Royal Dutch Shell y llegaría a fijar los precios de un petróleo que su familia monopolizaba en Europa, y los Rockefeller en América.
Entre ambas familias, casualmente judías, acaparaban el petróleo mundial, ya en 1900.
Karl (1788-1855) abrió una rama en Nápoles y James (1792-1868), en París.
El hijo más joven, Edmond, del Rothschild francés, James, era considerado el experto en petróleo de la familia. Edmond se reunió con Theodor Hertzl para tratar sobre la financiación de la inmigración judía masiva a Palestina, en 1896. Hertzl buscó la ayuda de Rothschild en la financiación de esta inmigración masiva.
Rothschild era, con mucho, la fuente más importante de financiación para los acuerdos judíos en Palestina.
Tras un préstamo al gobierno de Fernando VII, el traidor del paletón, los Rothschild consiguieron, como antes los Fugger, el arrendamiento de las minas de Almadén, teniendo la exclusiva de la venta en el mercado exterior hasta 1922.
En 1815 el emperador austríaco les titulaba como barones.
En 1856 fundaron la Sociedad española mercantil e industrial, y fueron creadores y partícipes principales en la crisis europea y española que siguió a la inversión en carreteras y ferrocarriles, muy por encima de los precios, las posibilidades y las necesidades reales de las poblaciones, que aconteció en el período anterior a la 1ª República española, y que llevó a la ruina los restos de una España expoliada por dinastías de tiranos extranjeros, con las guerras de Filipinas y Cuba.
Almadén es hoy inglesa, de la corporación Canberra, y a punto de ser adquirida mayoritariamente (18%) por Chinalco, de la República Popular China.
En 1873, en Berlín, se repite lo sucedido en París en 1867 y muchas veces ya en Londres:
“La desmedida especulación acabó en hundimiento general. Las compañías quebraron por centenares; las acciones de las que se mantenían fueron invendibles; el desastre era total”.
Y los Rothschild, los Rockefeller y demás grandes especuladores, los mismos que habían cortado la financiación brusca y coordinadamente, obligando al cierre de empresas, se las adueñaron casi gratis, como de cuanto les apeteció en Europa, Asia, África y América.
En 1882, Federico Lane, agente de los Rothschild en Londres, crea la Consolidated Petroleum Company, que vendía el petróleo de todos los productores de Bakú, también los Nobel.
En 1883, los Rothschild registraron en Batum la Caspian and Black Sea Company, en sociedad con los Nobel, hijos del inventor de la dinamita y el TNT. En 1900 Rusia era el mayor productor de petróleo mundial.
Los Nobel embarcaban el petróleo de Rusia por el mar Caspio, mientras que los Rothschild lo hacían por Bakú-Batum hacia el extranjero por ferrocarril, construido -gracias a un muy elevado interés- con la financiación de los banqueros judíos; más tarde, a través del Mar Negro. Los precios del petróleo los ponían los Rothschild, en Londres, donde compraban todo el queroseno del mercado, pagando por anticipado a los productores.
Los Rockefeller
John Davison Rockefeller, el famoso industrial judío americano, nació en Richford, como no podía ser menos, en 1839. Alertado por el potencial energético y comercial del petróleo, como sustituto del carbón, la única fuente de energía industrial hasta la fecha, fundó en 1882 la Standard Oil, dominando en monopolio toda la industria petrolera norteamericana, además del 90% de los transportes petroleros.
Al año siguiente, 1883, las compañías del acero de Inglaterra, Alemania y Bélgica acordaron el lanzamiento de acciones al mercado. Los fabricantes de armamento (Armstrong, Krupp, etc.) pactaron el reparto del mercado mundial, cuya consecuencia fue el primer trust internacional, creado por Nobel en 1886: Dynamite Trust LTd.
Estas asociaciones empresariales tenían dos modelos: Los Kartell, o Cárteles, que suponían un acuerdo de precios entre las fábricas de un mismo producto.
Las Konzern suponían aún una unión más fuerte: la fusión de varias sociedades por acciones con el objetivo de monopolizar un sector.
Tras un período de fusiones se produjo una verticalización de la producción, creando filiales que controlaban las diferentes fases de una actividad. Así, Rockefeller no sólo monopolizaba y tasaba el petróleo sino que poseía empresas de autobuses, transportes y los propios circuitos de venta.
Es entonces cuando estos trust, como ya había sucedido en España con los Fugger y los Rothschild, y antes los Vespucci y tantos más, alcanzan mayor potencia que los propios estados y gobiernos, imponiendo, como en USA, sus intereses a los de la nación. Ello originó un rechazo social creciente que movió a un intento hacia su prohibición, con consecuencias desastrosas para las naciones en lucha tan desigual.
Entre Rockefeller con el petróleo y el transporte, Carnegie con el monopolio del acero, y Morgan con la banca, desde finales del XIX, tres trust de tres familias dirigen los destinos y los rumbos de los gobiernos americanos, sea cual sea el color de sus slogans.
En 1929, el crack financiero americano, basado en una larga especulación y superproducción que se detuvo brúscamente en caida libre, llevó a J. K. Galbraith (El Crack del 29, p. 137-138) a reconocer que “ciertas personas muy atentas a la evolución de los índices habrían considerado conveniente vender, arrastrando al resto con su acción”.
Y esas “ciertas” personas sólo podían ser, precisamente, las que más capital poseían, y que multiplicaron su expansión mundial tras la crisis, mucho más fuertes e influyentes aún.
John Rockefeller era una de las mayores fortunas mundiales antes de su muerte en Ormond Beach, en 1937, a punto de ver cumplido su sueño de financiar la mayor guerra mundial, que le aportaría aún más beneficios, difícilmente imaginables hasta para él.
Consciente de la interrelación entre guerra y sanidad, invirtió sus inmensos beneficios en instituciones como el Instituto Rockefeller, medio para eludir impuestos y fuente para la creación de lo que es hoy el mayor trust mundial, tanto por su influencia como por su poder de manipulación de gobiernos casi ilimitado: la industria farmacéutico-militar: armas y fármacos.
Para más datos, bibliografía asequible:
John Lynch, España bajo los Austrias.
Antonio Fernández, Historia del Mundo Contemporáneo.
Tuñón de Lara, Historia de España.
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