Michael Wallach
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Las montañas de Afganistán se vuelven rápidamente verdes en su similitud con las selvas de Vietnam. La revelación de esta semana en el New York Times de que el hermano del presidente afgano Hamid Karzai, Ahmed Karzai, es un “matón”, “presunto protagonista en el próspero comercio ilegal de opio del país,” y “en la nómina de la CIA,” impacta no por su contenido noticioso, sino por el hecho de que fue hecha por lo que parecen ser funcionarios de la Casa Blanca. Estamos de vuelta en 1963.
Fue el año en el que el presidente estadounidense John F Kennedy, recién salido de su victoria en la crisis de los misiles cubanos, comenzó a imponerse con más fuerza en el conflicto vietnamita, que había sido, hasta entonces, dirigido casi totalmente por la CIA.
El presidente estaba interviniendo porque Ngo Dinh Diem, el hombre de la CIA en Saigón, la ciudad que gobernaba en un país que sólo trataba de gobernar, había ganado una reputación como gángster, matón, y narcotraficante tanto en el terreno en Vietnam como en la prensa internacional.
Diem había construido cuidadosamente una red de poder desde su base de seguidores católicos, traficantes franceses post-coloniales de armas y narcóticos, criminales locales, de la industria del control de la prostitución y de los bares, y mediante su trabajo con un antiguo sindicato criminal de Saigón conocido como Bin Xuyen, originalmente piratas fluviales, ahora traficantes en narcóticos, y de mayor importancia, información. Su red de espionaje era exhaustiva y aterrorizaba a la población local. Mediante esa red, Diem, un hombre que mantenía un casino en funcionamiento en el piso superior de su palacio presidencial, había logrado un control firme sobre la seguridad de Saigón.
Sin embargo, los norvietnamitas habían creado una exitosa campaña de relaciones públicas contra Diem por esas mismas razones. Kennedy sintió que tenía que persuadir a la población de Vietnam, y que nunca lo podría hacer con un matón tan conocido en ese puesto. Esto estaba en contradicción directa con la perspectiva de la CIA. Su jefe en Asia, Edward Lansdale, había dado alas personalmente al ascenso de Diem al poder. Pensaba que Diem, por sucio que fuera, había dado grandes pasos en el control de un país del cual los coloniales franceses habían huido hace tan poco tiempo.
La disputa se hizo personal: Kennedy convocó a Lansdale a la Casa Blanca, y Lansdale luchó con uñas y dientes en una reunión de Seguridad Nacional de septiembre de 1963 para que el presidente respaldara a Diem y le diera apoyo moral y político, así como financiero y militar. Lansdale recriminó al gobierno por no haberlo hecho todavía – e incluso llegó a acusar a funcionarios del Departamento de Estado de haber tratado de asesinar a Diem en 1960.
En última instancia, Kennedy llegó a la conclusión de que EE.UU. podía persuadir mejor a Vietnam reemplazando a Diem. Ordenó al embajador estadounidense de la época, Henry Cabot Lodge, que no se reuniera con Diem, y pronto los comandantes militares estadounidenses dieron su aprobación a un golpe de los dirigentes militares del propio Diem.
Los nuevos dirigentes dejaron que la red de matones, criminales, gánsteres y ex colonialistas se desintegrara y, con ella, la seguridad de Saigón. El golpe llevó a una interminable lucha por el poder entre dirigentes militares sudvietnamitas por el control de diversos centros de poder de la antigua red. En medio del caos, los dirigentes norvietnamitas pudieron infiltrar rápidamente la ciudad.
En las palabras del politburó norvietnamita: “Diem fue uno de los individuos más fuertes en la resistencia contra el pueblo y el comunismo. Diem hizo todo lo posible en un intento por aplastar la revolución. Diem fue uno de los lacayos más competentes de los imperialistas de EE.UU… Entre los anticomunistas en Vietnam del Sur o exiliados en otros países, ninguno tiene suficientes recursos y capacidades políticas para llevar a otros a obedecer.”
Ho Chi Minh pensaba que Diem era una personalidad tan poderosa que “apenas podía creer que los estadounidenses pudieran ser tan estúpidos” como para reemplazarlo.
Por cierto, la predicción de Ho Chi Minh resultó ser exacta. Bajo el nuevo régimen, Saigón fue de mal en peor, obligando más adelante a la CIA a reinstalar una política de “hombre fuerte” en la ciudad, sólo para ver cómo el apoyo para su régimen y eficacia era debilitado por la ofensiva del Tet. En Vietnam, no tuvieron éxito ni la ruta idealista de librarse de los matones ni la ruta cínica de reinstalarlos en el poder. En última instancia, para los vietnamitas no existía una razón convincente para que EE.UU. estuviera en Vietnam.
Y por lo tanto no es una gran sorpresa, sino un oportuno recuerdo, que también esta semana un destacado personaje estadounidense en Afganistán haya presentado su renuncia, declarando: “He perdido la comprensión y la confianza en los propósitos estratégicos de la presencia de EE.UU. en Afganistán.” Mathew Hoh, Representante Civil Sénior del gobierno de EE.UU. en la provincia Zabul, escribió el 10 de septiembre en una carta de renuncia de cuatro páginas que: “tengo dudas y reservas sobre nuestra actual estrategia y la estrategia futura planificada, pero mi renuncia no se basa en cómo estamos manejando esta guerra, sino por qué y con qué objetivo.”
Ahora el presidente Barack Obama elige entre estrategias en Afganistán, y el New York Times informa que en su gobierno hay “profundas divisiones.” Pero parecen estar divididas sólo entre las estrategias del cinismo y del falso idealismo. La Casa Blanca ya ha dejado en claro que su decisión tendrá que ver con un aumento de tropas, la pregunta es sólo su tamaño y el modo como serán desplegadas.
En toda la superabundancia general en los medios de masas que ha estado cubriendo la decisión sobre Afganistán, desde el servil episodio en Nightline dedicado a “un día en la vida” de Stanley McChrystal, al más reciente artículo del New York Times sobre el supuesto hermano narcotraficante de Karzai, pocos han explorado el motivo por el cual EE.UU. permanece en Afganistán.
El artículo del New York Times, basado en declaraciones de “funcionarios estadounidenses” indica sólo una cosa: que la Casa Blanca ha decidido claramente enfrentar a la CIA, y a Karzai, sobre la política afgana, debilitando a ambos en un rápido ataque noticioso. Lo que obviamente no ha decidido es retirarse de Afganistán.
Hay un antiguo dicho diplomático británico que dice: “EE.UU. hará siempre lo correcto, después de haber probado todas sus otras opciones.” Esperemos que 45 años después de 1963 hayamos llegado más lejos. Pero no parece ser así.
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Michael Wallach es antiguo analista sénior para Opinión Pública de Oriente Próximo en el Departamento de Estado. Renunció, con poco ruido, debido a la política general de EE.UU. en Oriente Próximo.
Fuente: http://www.atimes.com/atimes/
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