domingo, 10 de mayo de 2009

De víctimas a agresores: la identidad judía a la luz de la obra de teatro "Siete niños judíos", de Caryl Churchill


10-05-2009
Gilad Atzmon
Palestine Think Tank
Traducción de Manuel Talens

La identidad es un concepto difícil. Puede significar muchas cosas opuestas a la vez, pero también puede que no signifique nada. A veces uno empieza a preguntarse por la propia identidad únicamente cuando corre el peligro de perderla. El caso de la identidad judía es un buen ejemplo de esto.

A tenor de lo que dicen los libros de literatura e historia, los judíos empezaron a explorar la noción de su identidad una vez emancipados, asimilados y tras el colapso de la autoridad de los rabinos. Dicho con pocas palabras, los judíos empezaron a preguntarse quiénes eran una vez que la noción que tenían de sí mismos como colectivo se estaba disolviendo. Todo indica que la noción de identidad judía nació para reemplazar la otra noción racialmente orientada, tribal y rabínica de lo judío por un discurso “liberal” aceptable y tolerante que aspirase a una conciencia universal.
Mientras que la política de la identidad se centra en una celebración imaginaria de diferencias dentro de un mundo que se considera a sí mismo como una aldea cosmopolita y global, la identidad judía (sea cual sea su posición política, de izquierda, centro o derecha) es un escenario único que está ahí para disfrutar de todo sin ofrecer nada a cambio. La política de la identidad judía busca legitimidad para su pretensión de que se acepte y respete a los judíos por lo que son: su historia, su sufrimiento, sus creencias religiosas y su cultura, pero mientras exigen reconocimiento se olvidan sorprendentemente de asimilar cualquier noción de tolerancia con los demás. Todas las tendencias de la política de la identidad judía mantienen un código de pertenencia elemental y fundamentalmente tribal. Ya se trate de sionistas de derechas –que celebran la identidad judía a expensas del pueblo palestino, o de los izquierdosos Judíos por la Justicia que, por alguna razón, celebran sus ansias de paz en el interior de un club exclusivo para judíos–, parece como si el espectro completo de la identidad política judía sea una práctica exclusivista tribalmente orientada y carezca de una auténtica conciencia de que vivir entre los demás exige la aceptación de actitudes universales.
Un repaso retrospectivo de la historia permite descubrir este patrón de comportamiento. Teniendo en cuenta que el discurso de la identidad se inició como reacción a la desastrosa realidad nacionalista del siglo XX, permitió un sentido de pertenencia en el interior de una realidad cívica tolerante de nuevo cuño. Sin embargo, el curso de la política de la identidad judía fue muy distinto. Dentro del concepto de identidad judía, el sufrimiento y el victimismo están establecidos como síntomas exclusivamente judíos. Para un judío, celebrar su identidad significa celebrar el dolor judío, volver una y otra vez a la agonía. Ser judío es creer religiosamente en el holocausto. Ser judío significa persecución. Ser judío es ser capaz de encontrar antisemitas debajo de cada piedra y detrás de cada esquina. Ser judío es perseguir a nazis seniles hasta debajo de sus tumbas. El perdón no parece existir entre los proponentes de la política de la identidad judía.
Si permanecemos en el interior de dicha noción y, teniendo en cuenta el proyecto expansionista del sionismo, no resulta sorprendente que la ideología colectiva judía se haya convertido en un vaivén esquizofrénico y bipolar entre victimismo y agresión.
Mentiras podridas
La obra de teatro Siete niños judíos, de Caryl Churchill (http://royalcourttheatre.com), escrita y representada durante la devastadora campaña militar israelí en Gaza, arroja luz sobre la confusión existente en la identidad judía. Se trata de un viaje histórico desde el victimismo a la agresión. En sólo nueve minutos asistimos a una trayectoria que se inicia durante el horror del holocausto,
No le digas que la van a matar
Dile que es importante que no haga ruido
[…]
Dile que se acurruque en la cama
para terminar, en un momento dado, con los israelíes adoptando el papel de los nazis:
dile que son animales que ahora viven entre escombros, dile que no me importaría nada si los exterminásemos, […] dile que cuando miro a una de sus niñas cubierta de sangre me siento feliz porque esa niña cubierta de sangre no es ella…
Incluso si la lectura que hace Churchill de la historia reciente judía como transformación desde la inocencia hasta la barbarie más despiadada no es ninguna novedad, el mensaje está expresado de una forma tremendamente profunda y sensible.
Pero hay otro aspecto mucho más escondido en la obra de Churchill que raramente suele discutirse o comentarse. Churchill, al igual que otros autores implicados en el análisis de la identidad judía, ha detectado muy bien las cualidades elásticas inherentes a la identidad judía, la historia y la realidad. Los judíos pueden ser lo que deseen siempre que eso sirva para una u otra causa. Eso hace que su discurso no sea ni coherente ni constante
Dile que es un juego (como si los judíos estuviésemos por encima de todo)
Dile que es grave (como si ahora nos fuese mal)
Pero no la asustes (como si de nuevo estuviésemos por encima de todo)
No le digas que la van a matar (como si todo estuviese a punto de terminar)
El historiador israelí Shlomo Sand analizó las cualidades fantasmáticas del discurso histórico judío en su reciente libro When and How the Jewish People Was Invented. Sand logra demostrar fuera de cualquier duda razonable que el pueblo judío nunca existió como una “raza-nación” ni compartió un origen común. Al contrario, son una vistosa mezcla de grupos que en diversos momentos de la historia se convirtieron a la religión judía. Igualmente, en un momento dado se inventaron una identidad nacional. La triste realidad es que las cualidades fantasmáticas inherentes a la política de la identidad judía no impiden que los judíos celebren sus aspiraciones a expensas del pueblo palestino. La razón es muy sencilla, tal como Sand demuestra con virtuosismo académico y como Churchill trasmite desde el punto de vista teatral: la identidad judía es enormemente flexible.
Dile que sus tíos murieron
No le digas que los mataron
Dile que los mataron
No la asustes.
El discurso judío es el arte de crear una historia ajena por completo a los hechos o a la verdad. En tal sentido, hay que asegurarse de no decirle a la niña “que los mataron” para que pueda mantener el sueño cosmopolita. O quizá sea mejor que “le digas que los mataron” para que regrese al gueto con nosotros. Otra posibilidad es que ella pueda aprender la necesaria lección y se aliste en el ejército para matar a los enemigos de Israel. En cualquiera de ambos casos, hay que asegurarse de que “no la asustes”, como si ya no estuviese lo bastante asustada.
La identidad judía es una especie de insensibilidad táctica. Se trata de una estrategia metodológica que crea un orden simbólico imaginario con un programa claramente pragmático,
Dile que tienen kilómetros y kilómetros de tierras que son suyas, pero fuera de aquí
con el cual se le hace creer a la niña que los palestinos y los árabes son literalmente la misma cosa.
Dile otra vez que ésta es nuestra tierra prometida
como si los judíos fuesen colectivamente un pueblo, como si su origen estuviera en Sión, como si la promesa bíblica tuviese validez notarial, como si creyesen de verdad en la Torá.
dile que no me importa si el mundo nos odia,
dile que nosotros odiamos mejor,
dile que somos el pueblo elegido,
Al igual que Sand, Churchill expone de forma elocuente la ausencia de integridad en el núcleo, en el discurso y en los bulos sobre la causa nacional judía. El argumento histórico judío no busca decir la verdad. Al contrario, lo que busca es crear una “verdad” que se acomode a sus necesidades tribales de hoy en día. Hay un viejo chiste que se burla de los ideólogos marxistas. Refiere que si los hechos no cuadran con el determinismo marxista de los libros de texto, lo que se debe hacer es cambiar los hechos. El discurso de la identidad judía utiliza exactamente la misma estrategia. Hechos y mentiras se van fabricando sobre la marcha. Dicho en pocas palabras, lo que tienes que hacer es “decirle” que unas veces necesitamos ser víctimas inocentes y otras saquear, matar o arrojar armas de destrucción masiva. Todo dependerá de lo que sea más conveniente en un momento dado para nuestros intereses tribales.

Victimismo: el nacimiento de una colectividad
Churchill parece ser extremadamente observadora cuando describe los demoledores efectos de la política de la identidad judía al convertir el Estado judío en una máquina de matar a sangre fría:
dile que no me importa si el mundo nos odia
dile que nosotros odiamos mejor (como si ya no lo supiera tras la destrucción de Gaza)
dile que somos el pueblo elegido (como si no se hubiese dado cuenta todavía)
Pero cabe preguntarse por la identidad de esa niña inocente a la que se refiere Caryl Churchill. ¿Quién es la protagonista receptora de todos los mensajes del texto, cuál es la identidad oculta tras cada línea de esta fascinante obra de teatro?
La imagen de una joven inocente victimizada es uno de los pilares de la identidad judía y de la imagen victimista del judío posterior al holocausto. Anna Frank es probablemente el personaje literario más famoso de este género. Pero al mismo tiempo que víctima inocente, Frank es extraordinariamente eficaz como objeto culpabilizador de los gentiles.
Como todo el mundo sabe, Anna Frank murió trágicamente al final de la Segunda Guerra Mundial. No pudo gozar del recién nacido “Estado sólo para judíos”. Sin embargo, en el contexto de la política identitaria judía, Anna Frank ha sido adoptada como icono cultural judío mediante un proceso de transferencia colectiva. En la práctica, está perfectamente integrada en el corazón de todo individuo que se identifica como judío. Quienes sucumben a la noción de identidad judía insisten en considerarse inocentes y sin tacha. Desde la perspectiva política identitaria judía, la nación judía es una tribu poblada por millones de inocentes Anna Frank.
Me permito sugerir que la niñita de Churchill se refiere metafóricamente al “pueblo de Israel”. La recién nacida nación judía es un concepto muy joven abrumado por la rectitud y la inocencia. La niña receptora de la acción de la obra está ahí para dar una imagen de inocencia sin tacha. Pero esa metafórica inocencia de la niña es también lo que convierte los crímenes de Israel en algo tan siniestro. A la luz de la propaganda israelí, que presenta al Estado judío como una entidad íntegra, inocente y vulnerable, la horrorosa realidad de la barbarie que practica conduce a una inevitable disonancia cognitiva.
La realidad de la racista limpieza étnica del “Estado sólo para judíos”, junto con las imágenes de la máquina de guerra israelí lanzando toneladas de fósforo blanco sobre los gazanos no deja mucho lugar para la duda. Israel no tienen nada que ver con la autoimagen fantasmática de una “niñita inocente”, la cual deja en muy mal lugar el proyecto publicitario de la hasbará israelí, pues se trata de una niña horriblemente traviesa que se transformó de víctima en verdugo y poco después dio pruebas de una fiereza, un sadismo y una monstruosidad sin parangón.
Dile que ahora el puño de hierro lo tenemos nosotros, dile que es la niebla de la guerra, dile que no vamos a dejar de matarlos hasta que nos sintamos seguros, dile que me dio risa cuando vi a los policías muertos, dile que son animales que ahora viven entre escombros, dile que no me importaría nada si los exterminásemos,
Todo hace suponer que estamos ante una nación inmadura y gravemente trastornada, ante una niña narcisista que se adora a sí misma y vive aterrorizada ante su propia crueldad. Es como la joven sádica amedrentada por sus demonios interiores. Cuanto más se aman a sí mismos los israelíes y más creen en su fantasmática inocencia, más temen que los no judíos sean tan sádicos como ellos han dado pruebas de ser. Este modo de comportamiento es lo que la psiquiatría denomina proyección.
Dile que la amamos.
No la asustes.
Así termina la obra de Caryl Churchill. Todo hace suponer que los judíos tienen una buena razón para estar asustados: su Estado nacional es una entidad genocida y racista.
Tras el holocausto, los judíos tuvieron la oportunidad de transformar su destino, de pasar página. Podrían incluso haber explorado colectivamente la noción de perdón y misericordia. Unos cuantos de sus intelectuales insistieron en que deberían situarse en la vanguardia de la lucha contra el racismo y la opresión. Pero sólo han necesitado seis décadas para que el Estado nacional judío se establezca como el Estado nacional racista por antonomasia, que hace uso de las tácticas más sádicas, despiadadas y opresoras. “No la asustes”, dice Churchill. Francamente, la niñita tiene toda la razón del mundo para asustarse. Si alguna vez tuviese el coraje de mirarse en el espejo, el resultado sería mentalmente demoledor.

Fuente: Palestine Think Tank - From Victimhood to Aggression: Jewish Identity in the light of Caryl Churchill’s Seven Jewish Children

Artículo original publicado el 4 de mayo de 2009

Sobre el autor

Manuel Talens es miembro de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.

Subtítulos en español insertados por Manuela Vittorelli, de Tlaxcala.

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