Por Vicenç Navarro
Publicado en la revista digital SISTEMA,
Publicado en la revista digital SISTEMA,
02 abril 2009
Este artículo analiza las políticas públicas promovidas durante los últimos treinta años por el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Tales políticas (que han incluido la privatización de las empresas públicas, la desregulación de los mercados financieros, la eliminación de cualquier tipo de proteccionismo y la priorización de la economía de los países subdesarrollados basada en las exportaciones en lugar del consumo doméstico) han afectado negativamente a los sectores populares de los países “ayudados” por el FMI. A no ser que tales políticas cambien, el incremento de los fondos al FMI propuesto por el G-20 empeorarán en lugar de beneficiar a los países recipientes de tales “ayudas”.
Uno de los temas de discusión en la reunión G-20 ha sido el papel que el Fondo Monetario Internacional (FMI) tiene que jugar en la resolución de la enorme crisis económica y financiera que el mundo está experimentando. Y una de las propuestas que se han aprobado ha sido incrementar sustancialmente los fondos disponibles a esta institución para poder ayudar a los países que se enfrentan a situaciones de gran stress financiero. En principio parecería que esta medida es positiva, pues un número creciente de países se encontrarán en esta situación. Y entre ellos los países llamados subdesarrollados serán los más necesitados.
Ahora bien, tal como ha señalado Mark Weisbrot del Center for Economic and Policy Research de Washington, esta medida podría ser un gran error a menos que el FMI cambiara sustancialmente el criterio que ha utilizado para distribuir tales fondos.
Durante muchos años este criterio ha contribuido a empeorar la situación de los países que tal institución “ayudaba”. La lista de tales países es muy larga. Durante todos estos años de dominio del pensamiento económico liberal, el FMI (junto con el Banco Mundial) ha sido el instrumento de promoción de las políticas liberales que perjudicaron a aquellos países.
Las recetas (aparecidas como criterios condicionantes de la supuesta ayuda) del FMI incluían la privatización de las empresas públicas, la desregulación de los mercados financieros, la eliminación de cualquier tipo de proteccionismo, y la priorización de la economía de los países subdesarrollados basada en las exportaciones en lugar del consumo doméstico (con el fin de conseguir las divisas con las cuales pagar la deuda de tales países a los centros financieros de los países desarrollados).
Estas políticas públicas han sido sumamente negativas, creando un gran sufrimiento a las clases populares de aquellos países. Así, en Asia, tales políticas del FMI empeoraron la crisis financiera de Indonesia, Tailandia, Corea y Filipinas. En Europa las mismas políticas liberales perjudicaron enormemente el standard de vida de las clases populares de Rusia (la esperanza de vida de aquel país se redujo en ¡seis años!, como consecuencia de la aplicación de tales políticas).
En América Latina, tales políticas hundieron todavía más la economía de Argentina y de otros países, lo cual explica el enorme rechazo hacia tales políticas por parte de la población, responsable del cambio de signo político en la mayoría de aquellos países donde tales políticas se llevaron a cabo. Es importante subrayar que estos países escarmentaron de aquella experiencia y nunca jamás han pedido “ayuda” de nuevo al FMI.
Estas prácticas liberales han continuado hasta hoy. Así, las famosas condiciones de “austeridad” (que es el lenguaje para llevar a cabo aquellas políticas) se han incluido en las “ayudas” a Pakistán, al Salvador y a los países del Este de Europa (que han visto ya varias protestas populares en contra del desarrollo de tales políticas).
Es importante contrastar lo que el FMI ha estado exigiendo a los países subdesarrollados con lo que está ocurriendo en los países desarrollados, donde sus gobiernos -frente a la crisis económica- están aplicando políticas de carácter keynesiano (tales como la expansión del gasto público y el crecimiento de la demanda interna, con recuperación de medidas proteccionistas) opuestas a las políticas liberales.
Cuando tal contraste de exigencias se señala al FMI, la respuesta de tal institución ha sido (al menos hasta hace poco) que lo que “podían hacer los países desarrollados no podían hacerlo los países subdesarrollados”.
Argumentaba el FMI que las políticas expansivas en los países subdesarrollados empeorarían la situación, al crecer las importaciones que incrementaría la negatividad de su balance de pagos al no poder equilibrarse tal aumento con el aumento de exportaciones, consecuencia de la recesión internacional.
Esta respuesta que el FMI daba en contra de las políticas expansivas en los países subdesarrollados asumía que tales países no debían disminuir las importaciones a base de medidas proteccionistas, las cuales estaban prohibidas en las condiciones impuestas por el FMI.
Tal postura en contra del proteccionismo era la madre del cordero, es decir, era el punto central de la política liberal del FMI.
Es alentador que últimamente el FMI ha cambiado de políticas, pasando de defender la austeridad de gasto público (promovida por el anterior director del FMI, Rodrigo Rato, percibido ampliamente por la comunidad internacional como uno de los peores directores que ha tenido el FMI) a favorecer la expansión de tal gasto (bajo la dirección del nuevo director, Dominique Strauss-Kahn).
Este cambio es positivo. Pero el FMI mantiene su fundamentalismo en contra de las políticas proteccionistas necesarias para permitir el desarrollo de aquellos países.
Como Stiglitz y muchos otros economistas han señalado, no ha habido ningún país en el mundo que haya roto con su subdesarrollo sin recurrir al proteccionismo. La evidencia de ello es abrumadora.
Como ha mostrado elocuentemente Ha-joon Chang en su excelente libro Bad Samaritans. The Myth of the Trade and the Secret History of Capitalism (2007), lo que el “libre comercio” y la desregulación de los mercados comerciales y financieros ha significado para los países subdesarrollados ha sido la entrada de los intereses económicos y financieros de los países desarrollados en sus mercados destruyendo su capacidad productiva.
Y esta es la consecuencia del “libre comercio” del FMI. Dar más fondos a tal institución puede significar incrementar más la influencia de tal fundamentalismo que ha dañado y continúa dañando a las clases populares de los países subdesarrollados.
Una última observación. El FMI ha sido una correa de transmisión del Ministerio de Hacienda (Secretary of the Treasure) del gobierno federal de EE.UU., situación que alcanzó niveles extremos bajo la dirección de Rodrigo Rato. Históricamente, el director del FMI, aunque siempre ha sido un europeo, lo aprueba en la práctica el gobierno federal. La Unión Europea podría, en caso de que lo deseara, cambiar esta situación (pues sus votos podrían saltarse el veto de EE.UU.) pero nunca lo ha hecho, en parte para no antagonizar al gobierno federal de EE.UU., en parte porque tales políticas favorecen también a sus intereses comerciales y financieros.
La profundidad de la crisis está cuestionándolo todo, incluyendo la propia existencia del FMI.
Estamos viendo una movilización (desapercibida como ocurre con frecuencia en los medios de información y persuasión españoles) a nivel mundial para la eliminación o reforma profunda del FMI.
Componentes de esta movilización incluyen:
a) la campaña a favor de la eliminación de la deuda externa (que supone un enorme sacrificio a países que tienen que consumir a veces más de una tercera parte de sus ingresos en pagar sólo los intereses de tal deuda);
b) las reformas propuestas por la comisión de las Naciones Unidas, presidida por Joseph Stiglitz que excluye al FMI del sistema de ayuda a los países en vías de desarrollo, desarrollando otro como alternativa; y
c) la más importante, el desarrollo de bancos regionales en Asia (The Asian Monetary Fund) y en América Latina (con la colaboración de Venezuela, Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador, Paraguay y Uruguay), que están creando el Banco del Sur que sustituya al FMI en aquellas regiones.
Todas estas son medidas que muestran el gran fracaso que el FMI ha significado en los últimos treinta años como promotor del neoliberalismo. La crisis de este último explica la crisis del primero.
(Para una ampliación de la temática cubierta en este artículo, ver Sección “Neoliberalismo y Globalización” en mi blog www.vnavarro.org).
Uno de los temas de discusión en la reunión G-20 ha sido el papel que el Fondo Monetario Internacional (FMI) tiene que jugar en la resolución de la enorme crisis económica y financiera que el mundo está experimentando. Y una de las propuestas que se han aprobado ha sido incrementar sustancialmente los fondos disponibles a esta institución para poder ayudar a los países que se enfrentan a situaciones de gran stress financiero. En principio parecería que esta medida es positiva, pues un número creciente de países se encontrarán en esta situación. Y entre ellos los países llamados subdesarrollados serán los más necesitados.
Ahora bien, tal como ha señalado Mark Weisbrot del Center for Economic and Policy Research de Washington, esta medida podría ser un gran error a menos que el FMI cambiara sustancialmente el criterio que ha utilizado para distribuir tales fondos.
Durante muchos años este criterio ha contribuido a empeorar la situación de los países que tal institución “ayudaba”. La lista de tales países es muy larga. Durante todos estos años de dominio del pensamiento económico liberal, el FMI (junto con el Banco Mundial) ha sido el instrumento de promoción de las políticas liberales que perjudicaron a aquellos países.
Las recetas (aparecidas como criterios condicionantes de la supuesta ayuda) del FMI incluían la privatización de las empresas públicas, la desregulación de los mercados financieros, la eliminación de cualquier tipo de proteccionismo, y la priorización de la economía de los países subdesarrollados basada en las exportaciones en lugar del consumo doméstico (con el fin de conseguir las divisas con las cuales pagar la deuda de tales países a los centros financieros de los países desarrollados).
Estas políticas públicas han sido sumamente negativas, creando un gran sufrimiento a las clases populares de aquellos países. Así, en Asia, tales políticas del FMI empeoraron la crisis financiera de Indonesia, Tailandia, Corea y Filipinas. En Europa las mismas políticas liberales perjudicaron enormemente el standard de vida de las clases populares de Rusia (la esperanza de vida de aquel país se redujo en ¡seis años!, como consecuencia de la aplicación de tales políticas).
En América Latina, tales políticas hundieron todavía más la economía de Argentina y de otros países, lo cual explica el enorme rechazo hacia tales políticas por parte de la población, responsable del cambio de signo político en la mayoría de aquellos países donde tales políticas se llevaron a cabo. Es importante subrayar que estos países escarmentaron de aquella experiencia y nunca jamás han pedido “ayuda” de nuevo al FMI.
Estas prácticas liberales han continuado hasta hoy. Así, las famosas condiciones de “austeridad” (que es el lenguaje para llevar a cabo aquellas políticas) se han incluido en las “ayudas” a Pakistán, al Salvador y a los países del Este de Europa (que han visto ya varias protestas populares en contra del desarrollo de tales políticas).
Es importante contrastar lo que el FMI ha estado exigiendo a los países subdesarrollados con lo que está ocurriendo en los países desarrollados, donde sus gobiernos -frente a la crisis económica- están aplicando políticas de carácter keynesiano (tales como la expansión del gasto público y el crecimiento de la demanda interna, con recuperación de medidas proteccionistas) opuestas a las políticas liberales.
Cuando tal contraste de exigencias se señala al FMI, la respuesta de tal institución ha sido (al menos hasta hace poco) que lo que “podían hacer los países desarrollados no podían hacerlo los países subdesarrollados”.
Argumentaba el FMI que las políticas expansivas en los países subdesarrollados empeorarían la situación, al crecer las importaciones que incrementaría la negatividad de su balance de pagos al no poder equilibrarse tal aumento con el aumento de exportaciones, consecuencia de la recesión internacional.
Esta respuesta que el FMI daba en contra de las políticas expansivas en los países subdesarrollados asumía que tales países no debían disminuir las importaciones a base de medidas proteccionistas, las cuales estaban prohibidas en las condiciones impuestas por el FMI.
Tal postura en contra del proteccionismo era la madre del cordero, es decir, era el punto central de la política liberal del FMI.
Es alentador que últimamente el FMI ha cambiado de políticas, pasando de defender la austeridad de gasto público (promovida por el anterior director del FMI, Rodrigo Rato, percibido ampliamente por la comunidad internacional como uno de los peores directores que ha tenido el FMI) a favorecer la expansión de tal gasto (bajo la dirección del nuevo director, Dominique Strauss-Kahn).
Este cambio es positivo. Pero el FMI mantiene su fundamentalismo en contra de las políticas proteccionistas necesarias para permitir el desarrollo de aquellos países.
Como Stiglitz y muchos otros economistas han señalado, no ha habido ningún país en el mundo que haya roto con su subdesarrollo sin recurrir al proteccionismo. La evidencia de ello es abrumadora.
Como ha mostrado elocuentemente Ha-joon Chang en su excelente libro Bad Samaritans. The Myth of the Trade and the Secret History of Capitalism (2007), lo que el “libre comercio” y la desregulación de los mercados comerciales y financieros ha significado para los países subdesarrollados ha sido la entrada de los intereses económicos y financieros de los países desarrollados en sus mercados destruyendo su capacidad productiva.
Y esta es la consecuencia del “libre comercio” del FMI. Dar más fondos a tal institución puede significar incrementar más la influencia de tal fundamentalismo que ha dañado y continúa dañando a las clases populares de los países subdesarrollados.
Una última observación. El FMI ha sido una correa de transmisión del Ministerio de Hacienda (Secretary of the Treasure) del gobierno federal de EE.UU., situación que alcanzó niveles extremos bajo la dirección de Rodrigo Rato. Históricamente, el director del FMI, aunque siempre ha sido un europeo, lo aprueba en la práctica el gobierno federal. La Unión Europea podría, en caso de que lo deseara, cambiar esta situación (pues sus votos podrían saltarse el veto de EE.UU.) pero nunca lo ha hecho, en parte para no antagonizar al gobierno federal de EE.UU., en parte porque tales políticas favorecen también a sus intereses comerciales y financieros.
La profundidad de la crisis está cuestionándolo todo, incluyendo la propia existencia del FMI.
Estamos viendo una movilización (desapercibida como ocurre con frecuencia en los medios de información y persuasión españoles) a nivel mundial para la eliminación o reforma profunda del FMI.
Componentes de esta movilización incluyen:
a) la campaña a favor de la eliminación de la deuda externa (que supone un enorme sacrificio a países que tienen que consumir a veces más de una tercera parte de sus ingresos en pagar sólo los intereses de tal deuda);
b) las reformas propuestas por la comisión de las Naciones Unidas, presidida por Joseph Stiglitz que excluye al FMI del sistema de ayuda a los países en vías de desarrollo, desarrollando otro como alternativa; y
c) la más importante, el desarrollo de bancos regionales en Asia (The Asian Monetary Fund) y en América Latina (con la colaboración de Venezuela, Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador, Paraguay y Uruguay), que están creando el Banco del Sur que sustituya al FMI en aquellas regiones.
Todas estas son medidas que muestran el gran fracaso que el FMI ha significado en los últimos treinta años como promotor del neoliberalismo. La crisis de este último explica la crisis del primero.
(Para una ampliación de la temática cubierta en este artículo, ver Sección “Neoliberalismo y Globalización” en mi blog www.vnavarro.org).
No hay comentarios:
Publicar un comentario