Apolinar Díaz – Callejas
21 de octubre de 2009
En todo el tiempo en que he estado cubriendo esta columna periodística en ARGENPRESS, de Buenos Aires, he centrado mis escritos en la crisis política general y a la violencia interna que viene ocurriendo en Colombia desde hace un más de 50 años, ininterrumpidamente, prácticamente desde el asesinato del líder liberal de izquierda y notable jurista y penalista colombiano educado en Italia, Jorge Eliecer Gaitán, quien fue uno de los más brillantes penalistas de Colombia de todos los tiempos, activista político de izquierda de acento socialista, que había participado en una campaña presidencial frente al dirigente liberal Gabriel Turbay.
Este hecho dio lugar a que el Partido Conservador lanzara su propio candidato presidencial teniendo como tal al Ingeniero Civil y de Minas Mariano Ospina Pérez, de familias conservadoras de amplia presencia política en la historia de Colombia. Durante esa campaña electoral por la elección presidencial, fueron lanzados candidatos de los dos partidos: Dos del Partido Liberal, Gabriel Turbay y Jorge Eliecer Gaitán, y un conservador de familia de elevado poder económico y social, Mariano Ospina Pérez. Para ejercer el poder entre 1946 y 1950.
Pese al carácter bipartidista del gobierno de Ospina Pérez, fue desatada la violencia en varias zonas de la República, según las mayorías políticas de cada una. En realidad este hecho político tuvo un objetivo muy claro: acorralar y presionar a los liberales para que hicieran una lucha abierta para la nueva elección en que se consideraba recuperación del poder del liberalismo. La realidad es que en Colombia desde ese momento la violencia y crímenes partidistas se fueron generalizando por todas las regiones del país, especialmente en las de actividad agraria y ganadera. En el centro de la República, por ejemplo, en el Departamento de Boyacá y en el de Cundinamarca, surgieron los “chulavitas”, que fueron conservadores armados como fuerza política conservadora y del gobierno, para desalojar a los liberales de las regiones en que eran mayoría. Las matanzas de estos grupos de seres humanos son inenarrables. En el Departamento del Valle, el de mayor desarrollo económico, agrícola e industrial del país, fueron organizadas cuadrillas armadas de asesinos conservadores para matar liberales. Yo mismo por razón de mi ejercicio de la profesión de abogado tuve que ir a esas regiones y constatar, por ejemplo, que a partir más menos de las cinco de la tarde comenzaban a circular por las carreteras y vías públicas pavimentadas de las ciudades vehículos con poderosas sirenas que notificaban a la población que en esos vehículos, iban armados los “pájaros”, que en la medida en que avanzaban dentro de la población disparaban contra las gentes que circulaban o huían por las calles. Los vecinos de esos pueblos tenían que esconderse en sus casas y donde fuera posible para salvar sus vidas. En la población estaba el director de la Federación de Cafeteros de Colombia, que tenía que organizar, propiciar y asegurar la correcta comercialización del café. Me dijo aléjese de la ventana y entremos al fondo de la casa como una medida de protección de la vida, pues los disparos se hacían indiscriminadamente contra quienes estábamos en esos lugares.
Después a recoger los muertos que eran lanzados como tales o heridos al Río Cauca, que cruza de norte a sur el Departamento del Valle y fue un río navegable en otras épocas. Como era inevitable, los liberales y grupos independientes tenían que encargarse de recoger los muertos y llevar los heridos al hospital y firmar los telegramas de denuncia de los crímenes. A su vez, había zonas del país con acentuada mayoría liberal que se armaban y respondían a la violencia de los militares y burocracia del Partido Conservador. Estos asesinatos, de parte y parte, llenaron a toda Colombia de centenares de miles de muertos de todos los sexos, edades y actividades. En el libro “Violencia, Conflicto y Política en Colombia”, publicado en Bogotá, en 1978 por Paul Oquist, escritor público, y educador quien en un un cuadro en la página 17 indica el volumen de las muertes a lo largo del país:
DISTRIBUCIÓN CRONOLÓGICA DE LAS MUERTES POR LA VIOLENCIA
AÑO Muertes por la violencia
1948…………………………………43.557
1949…………………………………18.519
1950…………………………………50.253
1951…………………………………10.319
1952…………………………………13.250
1953………………………………… 8.650
__________
TOTAL…………………………….144.548
Pero lo peor de la situación colombiana que hasta este año del 2009, según investigación dirigida por el historiador Jorge Orlando Melo, que convirtió la Biblioteca Luis Ángel Arango en una de las más completas y modernas de Colombia y del mundo en las que miles de jóvenes de todas las clases sociales, especialmente de muchachos de los sectores populares y de bajos ingresos, estudian y hacen sus investigaciones durante todas las horas de trabajo de esa institución. Hoy a las seis de la mañana del 21 de octubre del 2009, hora de Colombia, llamé a Jorge Orlando a que me recordara la cifra de muertes en este país por la violencia, en unas investigaciones que él mismo ha ayudado a orientar, culminaron en de que en los últimos 50 años del país, 1958-2008 se elevó a 700.000 el número de asesinatos en Colombia, a la vista de los gobiernos y de la gente. A esta cifra hay que agregar las muertes políticas entre 1948 y 1.966, que indican que hubo 193.017, según el investigador Paul Oquist. Juntando esas cifras con las actuales ya Colombia logró el vergonzoso éxito criminal de que hasta el presente año de 2009, el número de muertos por la violencia desde 1948 sobrepasa la cifra de 1.000.000 personas. Esto es monstruoso, independientemente de que los muertos sean liberales o conservadores, socialistas o comunistas o campesinos u obreros o gente común y corriente del país como es la mayoría de la población colombiana. Este es el signo de una sociedad que no ha podido organizarse ni ordenarse y que es en América Latina el país de más de un millón de muertos en conflictos políticos desde 1948 hasta la fecha. Se agrega que desde hace varios años Colombia utiliza en la guerra interna a cientos de mercenarios norteamericanos, es decir soldados de una guerra por la paga, suministrados por Estados Unidos a Colombia. Lo cual quiere decir que con el nuevo proyecto de Barack Obama de instalar 7 bases militares en Colombia en estos momentos, el país se coloca bajo la dependencia total, política, militar, humana y comercial de los Estados Unidos de Norteamérica. Este es el monstruoso regalo que nos ha hecho el presidente norteamericano, Barack Obama y la vergonzosa condición de sometimiento y entrega de la soberanía nacional de Colombia que se está haciendo actualmente por el presidente Álvaro Uribe Vélez.
Hemos perdido la soberanía, la independencia nacional y el orgullo de ser colombiano. A principios del siglo XXI, Colombia, a diferencia de lo que ocurre en las naciones latinoamericanas, no marcha por un proceso democrático y soberano. Somos, realmente, una nación que no tiene soberanía militar ni política, pues el gobierno actual del presidente Uribe ha entregado la soberanía colombiana a los Estados Unidos y al presidente Barack Obama. Estamos cumpliendo 200 años de subordinación y sometimiento a esa potencia. Creo que es la hora d decirles a los colombianos y convocarlos para unas consignas elementales: No más presencia en Colombia de tropas, aviación militar y marítima ni de soldados y mercenarios norteamericanos que ya están en el país. No más entrega a los Estados Unidos. No más subordinación. Recuperemos nuestra dignidad, nuestro honor y nacionalidad, antes de que sea demasiado tarde y los Estados Unidos nos anexen a su propia soberanía como ya lo hace en Asia y Puerto Rico. Yo con mis 88 años de edad, tengo que gritar y llamar a la resistencia de la entrega y venta de la soberanía colombiana.
Aprovechemos la atmósfera de independencia y soberanía que entusiasma a toda la América del Sur y del Caribe. No traicionemos a esas regiones.
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