domingo, 25 de octubre de 2009
Comentario de Cuarenta hadices -XXXIX
Sharhe Chehel Hadiz
Imam Jomeiní
Traducción de Raúl González Bórnez
Sexto hadíz
Amor a las cosas mundanales (II)
Las causas que incrementan el amor por el mundo
Debes saber que, como la persona es el retoño de este mundo físico y su madre es este mundo mismo que le crea de agua y tierra, el amor por este mundo está en él firmemente enraizado en su corazón desde el principio y, conforme va creciendo, ese amor también va creciendo en su interior.
Debido a la fuerza de los deseos y a los órganos de placer que Dios ha dispuesto en él para garantizar su supervivencia y la de la especie, ese amor por el mundo crece en él cada día más. Al considerar que este mundo es el lugar para la satisfacción de sus deseos y para el disfrute y que la muerte acaba con ese disfrute, aunque crea en la existencia de otra vida tras la muerte, por conocer los argumentos de los filósofos o haber recibido las enseñanzas de los profetas de Dios, la paz sea con todos ellos, su corazón no se da por enterado y no acepta las razones que su mente le ofrece, por mucho que tenga certeza de ella. Por todo ello su amor por este mundo se hace fuertísimo.
Al mismo tiempo, como el ser humano siente instintivamente el deseo de vivir eternamente y odia la idea de morir y desaparecer, pues piensa que muerte significa aniquilación, aunque su razón le confirme que este mundo es transitorio y efímero y el otro mundo es eterno y permanente, el deseo de vivir eternamente penetra profundamente en su corazón. El estado de perfección espiritual es aquel en el que se posee una certeza absoluta. Por esa razón Abraham, el amigo del Misericordioso, la paz sea con él, le pidió a Dios que le concediese la morada espiritual de la certeza y Dios se la concedió.[1]
Por lo tanto, o bien nuestros corazones no tienen fe en la otra vida por mucho que la razón nos asegure su existencia, o bien no tienen certeza, deseamos permanecer en este mundo y no queremos salir de este plano de la existencia.
Pero si los corazones llegan a comprender que este mundo material es el más bajo de los mundos y la morada de la evanescencia, la impermanencia y el cambio, el mundo de la aniquilación y de la imperfección, mientras que los mundos que vienen después de la muerte son todos ellos permanentes y eternos y la morada de la perfección, la estabilidad, la vida y la felicidad, los amarán instintivamente y desearán salir de este mundo.
Y si siguen avanzando y van más allá de esta morada espiritual y alcanzan la morada del testimonio y la consciencia y llegan a ver el verdadero rostro de este mundo y del amor a él, se darán cuenta de que este mundo es duro y desagradable y lo rechazarán y desearán liberarse de este plano de tinieblas y de la cadena del tiempo y el cambio.
Tal y como podemos apreciar en el estado de perfección de los amigos de Dios, Imam Ali, el señor de todos ellos dijo:
Juro por Dios que el hijo de Abu Táleb esta más deseoso de la muerte que el bebé del pecho de su madre.
Ya que su noble alma observaba la realidad de este mundo con los ojos de la cercanía de Dios (wiláya) y prefería la cercanía a la misericordia de la Verdad Altísima a ambos mundos.
Si no hubiera sido por el compromiso contraído ante Dios para reformar lo que estaba torcido en el mundo, sus puras almas no habrían permanecido en esta oscura prisión física ni un solo instante.
La propia permanencia en el mundo de la multiplicidad y el plano de la manifestación, aunque se esté no ya ocupado en los asuntos terrenales sino en los asuntos espirituales, supone un esfuerzo doloroso para aquellos que aman el encuentro con Dios y se sienten atraídos hacia Él que nosotros no podemos llegar a imaginar.
El mayor lamento de los santos se debe al dolor que provoca en ellos la separación del Amado y de Sus bendiciones, tal y como ellos mismos han indicado en sus diálogos espirituales (munayát),[2] a pesar de estar libres de los velos de este mundo y del otro y haber escapado del infierno de este mundo que para ellos se ha vuelto fresco y agradable y no abrasador. Ellos no están apegados a este mundo y sus corazones están libres de los pecados y errores de este plano físico, pero la propia permanencia en el mundo físico implica una carencia y los placeres asociados a él, suponen también para ellos, aun en una ínfima medida, un velo.
Tal y como ha sido transmitido, el Mensajero de Dios, las bendiciones de Dios y la paz sean con él y con su familia, dijo: A veces mi corazón se opaca con el deseo y pido por ello perdón a Dios cada día setenta veces.[3] Puede ser que el pecado del profeta Adán, el padre de la humanidad, fuese esa innata atracción hacia la naturaleza física, simbolizada en el árbol, o en el trigo según otras interpretaciones, y al resto de los asuntos mundanos. Esto, para los amigos de Dios y los atraídos a su divina presencia (machdubín) es un pecado. Si Adán se hubiese mantenido en ese éxtasis divino y no hubiera penetrado en el plano material no habría tenido lugar esta exposición desbordante de la misericordia divina en este mundo y en el otro. Pero dejemos eso, pues escapa al propósito de estas páginas.
[1] Cfr. Sagrado Corán, 2:260: Y recuerda cuando Abraham dijo: «¡Señor mío! ¡Muéstrame como das vida a lo que está muerto!» Él dijo: «¿Acaso no crees?» Dijo: «¡Sí, por supuesto! Pero es para que mi corazón tenga certeza.»
[2] Cfr. Imam Ali, Súplica de Kumail: ¡Oh Dios y Señor mío! Supón que tenga paciencia para soportar Tu castigo, pero ¿Cómo podré tener paciencia para soportar estar alejado de Ti?
[3] Cfr. Mustadrak al-masáel, t. V, p. 320, Ketáb as-salát, Abuab ad-Dikr, bab 22, hadíz, 2.
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