martes, 11 de agosto de 2009

Comentario de Cuarenta Hadices -XXVII


Sharhe Chehel Hadiz
Imam Jomeiní

Traducción de Raúl González Bórnez

Cuarto hadiz
Arrogancia (kibr)

Segunda parte
Clases de arrogancia


Considerado desde otra perspectiva, existen diferentes clases de arrogancia:

1. Arrogancia frente Dios
2. Arrogancia frente a Sus profetas, mensajeros y santos.
3. Arrogancia frente a los mandamientos divinos. Ambos remiten a la arrogancia frente a Dios.
4. Arrogancia frente a los siervos de Dios. Que también, según los gnósticos, remite a la arrogancia frente a Dios.

La arrogancia frente a Dios Altísimo es la más abominable y destructora de todas y la manifestación mayor y peor y se encuentra entre la gente que niega a Dios o que pretende ser Dios y es, posiblemente, causada por una ignorancia extrema y una total falta de entendimiento de las propias limitaciones y de la posición espiritual del Ser necesario. Algunas veces, también se puede encontrar entre gente religiosa, pero no es éste el lugar para mencionarlo.
La arrogancia frente a los profetas divinos y los santos es una actitud que se manifiesta más cuando ellos están vivos y el Sagrado Corán se refiere a quienes se comportan así, citando sus palabras:
¿Vamos a creer en un ser humano como nosotros?[1]

Y también:
¿Por qué este Corán no ha sido revelado a un hombre importante de una de estas dos ciudades?[2]

Durante los primeros tiempos del Islam, la arrogancia frente a los santos era abundante y en nuestros tiempos también a veces se manifiesta en algunos críticos del Islam.

Es también posible encontrar arrogancia frente a los mandamientos divinos en algunos pecadores, como sucede con personas que no cumplen con su obligación de peregrinar a la Casa de Dios porque no consideran adecuado para ellos algunos de sus ritos, por ejemplo, vestir las simples ropas del peregrino y cosas semejantes. O quienes no rezan por considerar inadecuado para su alta posición humillar su frente hasta el suelo.
A veces, se encuentra esta actitud entre gente practicante, religiosos y estudiosos, pero que no aceptan la verdad si procede de alguien igual a ellos o menos importante que ellos, o que no recitan la llamada a la oración porque piensan que no es adecuado para una persona de su alta posición.
Ocurre a veces que una persona escucha exponer un asunto a un amigo o a un colega y lo rebate con todas sus fuerzas y se burla de quien lo expone, pero si escucha esas mismas palabras de una autoridad, religiosa o no, las acepta sin reparos.
Y es posible que actúe con convencimiento tanto cuando se opone a los argumentos del primero como cuando los acepta del segundo.
Tal persona no es un sincero buscador de la verdad. Su arrogancia pone una cortina entre él y la verdad y su actitud obsequiosa y servil ante la gente importante, actitud que no tiene nada que ver con la humildad y la sencillez, le ciega y le vuelve sordo.
A esa misma clase de arrogancia responde la actitud de quien se niega a enseñar materias que considera por debajo de su nivel y categoría, o se niega a dar clases a personas que no posean una posición social relevante, o a un grupo reducido de alumnos; o que se niegan a dirigir la oración comunitaria de una pequeña mezquita a la que acuden pocas personas, aunque sepa que son esas cosas las que alegran a Dios.
Y, a veces, debido a que no pone la suficiente atención, la persona aquejada de este defecto no se da cuenta que sus actos están teñidos de arrogancia. Solo podrá darse cuenta de ello si se preocupa seriamente de reformar su comportamiento y pone una atención extrema para percibir las trampas de su ego.
En cuanto a la arrogancia frente a los siervos de Dios, es la peor forma de orgullo para los sabios religiosos y para el resto de los sabios, sus efectos son los más perniciosos y el daño que causa es mayor.
Es éste tipo de arrogancia el que lleva a abandonar la compañía de la gente pobre y a buscar notoriedad en las asambleas y reuniones, en la trayectoria personal y en la manera de comportarse.
Se encuentra en todas las clases sociales, desde las más encumbradas hasta los sabios islámicos y especialistas en tradiciones proféticas, ricos y pobres, excepto aquel a quien Dios protege.
A veces, es difícil diferenciar entre humildad y adulación y entre arrogancia y auto contención y la persona debe buscar el refugio de Dios Altísimo para que Él le guíe.
Si la persona se propone seriamente reformar su comportamiento y se esfuerza por alcanzar sus metas, la Esencia Sagrada de la Verdad Altísima le guiará por medio de Su amplia misericordia y hará que el resto le resulte fácil.

[1] Sagrado Corán, 23:47
[2] Sagrado Corán, 43:31. Las dos ciudades a que se refieren son La Meca y Ta’if. Y, al decir: un hombre importante, se refieren a que fuese rico y poderoso, ya que, aunque el Profeta era descendiente directo de Abraham, no poseía bienes materiales. Al-Mizán, t. XVIII, p. 145.

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